LAIDED
Por Tamara Sujú
Roa
Seis meses tenía la Capitana (Av) Laided Salazar sin ver a su hijo, en
el Centro Penitenciario Fénix, ubicado en Barquisimeto, capital del estado
Lara, Venezuela. Rafael Alejandro, de tan solo 11 años de edad ya la había
visto mientras estuvo en Ramo Verde, la cárcel militar donde permaneció hasta
que fue sentenciada a 8 años y 7 meses de prisión por los delitos de instigación
a la rebelión y contra el decoro militar.
Laided es odontólogo y capitana
asimilada de la Aviación venezolana, decisión que tomó porque siempre le gustó
el mundo militar, profesión que asumió con el honor de portar el uniforme azul
por todo lo alto, hasta el día en que Nicolás Maduro anunció en cadena nacional
que se había desarticulado un golpe de Estado conocido como “el golpe del
tucano”, nombre dado porque se iba a utilizar un avión militar de entrenamiento
llamado Tucano, y que además vendría del exterior para bombardear el Palacio
Presidencial y otros lugares. Seria pues, una acusación más que se sumaba a
todas las anteriores sobre intentos de magnicidio y procesos de
desestabilización con el cual han perseguido, encarcelado y procesado a cientos
de venezolanos inocentes, sin poder demostrar su culpabilidad real y la
existencia de dichos hechos.
Rafael Alejandro se levantó ese día muy temprano, porque junto a su tío,
Carlos Javier, quien también ha sido parte de la defensa de Laided, tenían que
emprender el camino a Barquisimeto, ciudad que queda a más de cuatro horas de
distancia de su casa. Llevaban comida permitida en el penal, algo de ropa,
libros, pero sobre todo, la ilusión de un niño por ver a su madre después de
tanto tiempo.
Cuenta su tío, que al pasarlo por aquellas grandes murallas, llenas de púa,
y por todos los sistemas de seguridad muy modernos por cierto, trató de
distraer la atención del niño en su travesía por pozos de agua y cemento,
obreros y polvo, sequedad y calor y los presos que conviven en dicha cárcel,
hablándole de cosas de niños, esperanzado de que poco quedara en su memoria de
una cárcel aún en construcción, que sólo tiene la fachada lista porque el resto
del penal es eso…polvo y cemento. Rafael Alejandro preguntó por qué su mamá
estaba ahí y no en la cárcel de militares, donde había ido antes. Cuando
llegaron al cuartico donde Laided lo esperaba con los brazos abiertos, la
abrazó y ambos lloraron por largo rato. Laided no dejaba de abrazarlo y de
besarlo y de observar aquella carita que en seis meses no había visto, mucho
tiempo en la vida de un niño de esa edad. Laided quería saber sobre el colegio,
sobre los estudios, sobre los amigos de Rafael Alejandro, tratar en pocas horas
de reconstruir 6 meses de la vida de su hijo, y esconder sus propios
padecimientos y sufrimientos en un presidio injusto y duro. Al niño no se le
escapó que su mamá estaba “muy flaca” y así se lo dijo a Carlos, su tío cuando
salió.
Quien ha tenido la oportunidad de visitar las cárceles de Venezuela
entenderán mis palabras cuando les digo que no hay nada que le quite a uno ese
olor fétido que se impregna en la ropa y en la piel y que incluso puede durar
días, porque las cárceles de Venezuela huelen a excremento, insalubridad y
basura. La celda de Laided mide cuatro metros de largo por metro y medio de
ancho. Tiene una cama de cemento y un hueco en el piso, una letrina, de la que
salen gusanos y otros animales que ella tapa con unos trapos. Una vez a la
semana recibe un tobo de agua de aproximadamente 18 litros, ya que el centro
penitenciario no tiene agua. Ese tobo debe alcanzarle para su aseo personal, el
de la celda, para lavar su ropa y además, echarle a la letrina. Pasa el día
encerrada y su celda está ubicada en la zona de castigo del penal. Desde ahí
puede escuchar por ejemplo cuando a los presos los ponen a hacer orden cerrado
y a cantar obligados consignas a favor del gobierno, ración de adoctrinamiento
al que son sometidos diariamente. Lee libros que le lleva la familia -tiene
permitido uno por semana- pinta, escribe y piensa mucho.
Desde hace varios meses, justamente desde que fue postulada por la Mesa de
la Unidad Democrática como diputada para la Asamblea Nacional, Laided ha ido
disminuyendo de peso, al punto de estar hoy en estado de desnutrición y
deshidratación, por la mala y poca alimentación. La población penal en su
totalidad presenta signos de desnutrición también, ya que la escases de
alimentos que sufre todo el país se siente aún más en todos los penales. Pero
en el caso de Laided, puede observarse ensañamiento ya que la comida no solo es
muy escasa, sino que a veces viene descompuesta y mal oliente. Estos últimos
días su madre, Ana Teresa Maldonado ha denunciado que la Capitana pesa
aproximadamente entre 35 y 40 kg, y que se le pueden ver las costillas y los
huesos de las caderas. Ante las denuncias continuas y el escándalo público
sobre su situación, el defensor del pueblo anunció la semana pasada que había
solicitado medida humanitaria para Laided, y el día jueves 28 por la noche,
Laided fue trasladada a la cárcel militar de Ramo Verde, en Los Teques, estado
Miranda. Su familia espera la atención inmediata de médicos especialistas que
le devuelvan a Laided la buena salud que siempre tuvo y que le robaron como
castigo, como si fuera un complemento de la pena impuesta injustamente.
Laided Salazar, además de estar injustamente encarcelada, fue sometida por
casi un año a tratos crueles, inhumanos y degradantes, con saña y
premeditación. Como vengo diciendo, así es la esencia de este régimen que
además tiene en sus filas a mujeres que actúan fría y despiadadamente, desde lo
más alto del poder hasta simples directoras de cárcel o custodias, pero que
tienen un carnet rojo guindado al cuello, que les permite cometer abusos con
total impunidad.
Mientras tanto, Rafael Alejandro, espera en su casa, que le devuelvan a su
mamá.
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