La venganza del general Pinochet
por: Antonio Sánchez García
"No es ningún consuelo. Que como bien dice el refrán "mal de muchos consuelo de tontos". Pero alerta sobre una deriva insospechada: la crisis terminal de toda una civilización. La corrupción ha terminado por devorarse al Leviathan. Es el Behemoth de los tiempos actuales."
Antonio Sánchez García @sangarccs
Verdaderamente no sé en qué medida el yerno de Augusto Pinochet se enriqueció en el siniestro laberinto del Poder de su suegro y la propiedad de su empresa, Soquimich, se debe a tan poderosa influencia. Sólo sé aquello de lo que uno ha podido enterarse desde que un fiscal destapara la olla del contubernio de la dirigencia política de todos los partidos chilenos con la empresa en cuestión. Todos, cual más cual menos y con extrañas excepciones, han financiado sus campañas electorales con dineros provenientes de una estafa a la hacienda pública cometida por la empresa y los políticos involucrados: ella, cancelando supuestos compromisos y encargos laborales inexistentes; ellos, cobrándolos sin haberlos efectuado. El beneficio era mutuo, pues nadie puede imaginarse que el yerno procedía por amor al arte ni los beneficiados sin devolver favores. Hablamos de corrupción y tráfico de influencias. Un negocio redondo para todos: gobernara quien gobernara, el compromiso ya estaba sellado. Asesorías, estudios y servicios imaginarios a cambio de millones y millones de pesos contantes y sonantes.
Se entendería que de esta práctica fraudulenta hubieran hecho uso los sectores pinochetistas del espectro político chileno, que como bien dice el refrán, la cabra al monte tira. Y de hecho lo hicieron. Lo que resulta insólito es que para financiar sus campañas, se prestaran al juego los más jurados enemigos del dictador, como el hijo de Miguel Enríquez, jefe del MIR asesinado por los esbirros del general, el candidato presidencial Marco Enríquez y su padrastro, el ex senador socialista Carlos Ominami. Desde luego, no son los únicos, pero sí los más emblemáticos.
Lo extraño es la disociación casi esquizofrénica entre programas e ideologías y la práctica criminal de que se sirven sus detentores para alcanzar el poder. No es que quienes se sirven de una empresa del yerno de Pinochet se hayan vuelto pinochetistas y hayan renunciado a propugnar las políticas que generaran la grave crisis que demandó la intervención de las fuerzas armadas bajo el liderazgo de Augusto Pinochet. Con el resultado de más de tres mil asesinatos y diecisiete años de dictadura. Marco Enríquez quisiera representar lo que su padre representaba: una inédita revolución para Chile. Lo mismo que de manera chambonesca, improvisada e inexperta ha pretendido hacer la hija de otra víctima del general, muerto en prisión, la socialista Michelle Bachelet. Muchos de cuyos copartidarios también se sirvieran de los financiamientos de Soquimich.
Para explicárselo a los venezolanos, es como si al cabo de los años y restablecida la democracia en Venezuela, una hija de Leopoldo López recibiera sobornos de una empresa propiedad de María Gabriela Chávez y un hijo de Franklin Brito lo hiciera de una empresa de alguno de los sobrinos de Cilia Flores para acceder a un curul de la Asamblea Nacional. Es claro: Pinochet no fue un narcotraficante y no le regaló a su hija cuatro mil millones de dólares. Ni devastó su república. Fue a ese respecto y en estricta comparación con Hugo Chávez un niño de pecho. Ni bajo su dictadura el hampa, coludida de una forma o de otra con su régimen asesinó a trescientos mil chilenos. Sin que esta observación factual, estrictamente fenomenológica, suponga reconocerle virtudes a uno de los más crueles e implacables dictadores de la triste y ominosa historia de las dictaduras de América Latina.
El caso chileno sirve de aclaratoria al sorprendente fenómeno que vive la región: la práctica desaparición de la frontera entre moralidad e inmoralidad en la práctica política. La asunción por parte de la izquierda de las inveteradas prácticas corruptas de las derechas al hacerse con el Poder. La desaparición del principio moral del servicio público como ética fundante del quehacer político. Y lo que riza el rizo del absurdo desde la emergencia del chavismo, la brutal capacidad corruptora y el implacable saqueo de los fondos públicos, sin consideración de ninguna ética política. Con un surplus: la voracidad con que las izquierdas proceden a dicho saqueo sin otro fin que el salvaje enriquecimiento de sus practicantes. Los trescientos mil millones de dólares mágicamente desaparecidos de la contabilidad pública venezolana, dignos de un cuento actualizado de Las mil y una noches, sirven de perfecta ilustración de lo dicho. Así rebajen la práctica de la corrupción política chilena a un insignicante pelo de la cola chavista.
No es ningún consuelo. Que como bien dice el refrán "mal de muchos consuelo de tontos". Pero alerta sobre una deriva insospechada: la crisis terminal de toda una civilización. La corrupción ha terminado por devorarse al Leviathan. Es el Behemoth de los tiempos actuales.
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