21 de enero de 2014

ATATURK, por Alfredo Coronil Hartmann,(versión revisada sobre los originales de la década de los 80) 21 de enero de 2014

Este ensayo histórico-biográfico sobre el fundador de la República de Turquía, lo publiqué originalmente en tres artículos de prensa, a los cuales tuve que añadir, suerte de apostilla o epílogo, un cuarto artículo sobre el golpe militar de 1980, etiquetado como "kemalista" por la prensa internacional, 42 años después de la muerte de Mustafa Kemal Ataturk. 

En momentos en que nuestro país se deshace en la anómia y la anarquía, hombres como el Ghazi, traen involuntarios anhelos de redención.

ALFREDO CORONIL HARTMANN





ATATURK.

UN JEFE

“La espada de la justicia golpea algunas veces a los inocentes, pero la espada de la historia golpea siempre a los débiles.
Yo no soy de estos últimos. Esos señores han querido atentar contra mi vida, me importa poco, la he arriesgado miles de veces en los campos de batalla y lo haría de nuevo, si fuera necesario.
Pero han querido atentar contra el futuro de nuestro pueblo. Y eso yo no tengo el derecho de perdonárselos”


Las palabras que venimos de citar como epígrafe,  las pronunció El Ghazi,  Mustafá Kemal,  en respuesta a la solicitud del Ministro francés Albert Sarraut, quien viajó especialmente a Angora  (Ankara) para hacer un supremo esfuerzo ante Kemal, en nombre de la joven amistad Franco-Turca. Le pidió al Jefe del Gobierno darle la amnistía a Djavid y se ofreció como su garante personal. Todas estas intervenciones tuvieron, ante el jefe revolucionario turco, el efecto contrario a aquel que buscaban. Ellos vinieron a disipar sus escrúpulos, si es que alguno tenía al respecto, sobre la extensión y las ramificaciones internacionales de la conspiración, lo que no había hecho sino sospechar hasta entonces, se convirtió en certeza. Cuando la oposición se hace tan poderosa es el momento de decapitarla. ¿Quién era este hombre tan peculiar e implacable?
Mustafá Kemal, nacido en Salónica, la menos turca de las provincias del imperio, en una familia de clase media baja. Entró muy joven a la escuela militar, con un físico privilegiado que le hubiera permitido hacer carrera en Hollywood, una voluntad indomable, unas manos de pianista y un amor, como diría Mariano Picón Salas, por todo lo digno de ser amado:”la gloria, las mujeres hermosas, y el poder político”. Absolutamente indiferente al dinero, pero con una clara e innegada inclinación por las bebidas espirituosas.  En materia religiosa era un perfecto agnóstico y guardaba grandes rencores contra la religión musulmana, contra el Islam, porque consideraba que era un credo ajeno a la esencia del pueblo turco, que, era la religión  de un pueblo vencido por los turcos, que había Logrado conquistar a sus conquistadores por la vía del Corán, para castrarlos en su creatividad y empuje.
Notable militar, político brillante, orador parco pero impactante, a todas estas virtudes que raras veces coinciden en un ser humano, se añadía una clara visión de lo que quería hacer, construye un proyecto político revolucionario definido. El pueblo turco había pasado de la horda al imperio, sin haber existido nunca como nación propiamente dicha, su inmensa extensión territorial, las influencias de individuos de distintas razas y culturas, hizo de Estambul una ciudad cosmopolita y del pueblo otomano un extraño mosaico de nacionalidades, en el cual se perdieron las mejores tradiciones de vieja raíz tartárica, inclusive esa fue una de las metas de Kemal, abolir el alfabeto árabe, que era inaplicable a la representación de las voces turcomanas y que por consiguiente dificultaba inmensamente el aprendizaje, escasamente un 10% de la población sabía leer y escribir, de los cuales  siete u ocho de cada diez eran sacerdotes . Así pues se mantenía en aquel atraso secular, a 1os descendientes de Osmán, Bayaceto y de Soleiman “El Magnífico”.
Mustafá Kemal, mejor conocido por Ataturk, “padre de los turcos” , tuvo un sentido descarnadamente realista de la política y de la acción revolucionaria, le dolía profundamente el tener que tomar medidas, con frecuencia, terriblemente duras, pero que comprendía necesarias, por eso llegó a expresar en forma patética: “yo conquisté al ejército, yo conquisté al país, yo conquisté el poder, ¿no me será permitido conquistar a mi pueblo? los hombres muertos esta noche tenían la pretensión de impedírmelo, ellos querían separarme de lo que es mi única razón de vivir: el pueblo turco. Yo he hecho caer sus cabezas y actuaré así cada vez que alguien intente interponerse entre el pueblo y yo, que se sepa: yo soy Turquía. Querer destruirme es querer destruir la Turquía misma, es por mí que ella respira y es por ella que yo existo”. “La sangre ha corrido, era necesario, se dice que las revoluciones deben estar fundadas sobre la sangre, una revolución que no está fundada sobre la sangre no es más permanente, quiero que mi obra me sobreviva, todo gran movimiento debe hundir sus raíces en la profundidad del alma del pueblo, que es la fuente original de toda fuerza y de toda grandeza, más allá de eso no hay sino ruinas y porquerías”.
Existían buenas razones para que él pudiera hablar así, siendo apenas un joven oficial de Estado Mayor, en la Península de Gallipoli derrotó a los ejércitos inglés y francés y a tropas traídas de sus inmensos imperios coloniales, apoyados por la que era, para entonces, la primera flota de guerra del mundo, siendo "Primer Lord del Almirantazgo Británico" Sir Winston Churchill, Kemal dirigió las operaciones desde la primera línea de fuego, en total despego de su propia seguridad, en el orden del día escribió: “yo no les ordeno a ustedes que ataquen, yo les ordeno que mueran.  En el tiempo que nos tome morir otra tropa y otro comandante pueden vivir y tomar nuestros puestos”.  Para el final de la batalla casi todo el regimiento 57 había muerto, cargando continuamente a través de la cortina de fuego, hacia la inmortalidad, en los anales de la historia militar turca.

 UN REVOLUCIONARIO.

Es este el segundo artículo, de un tríptico, que he decidido dedicar al gran estadista y líder turco Mustafá Kemal;  personaje que ha atraído  mi imaginación y admiración desde la infancia.
Benoist-Mechin,  en el prólogo de su biografía sobre Ataturk, afirma acertadamente: “El creció en el  seno de un imperio vetusto, que se agrietaba y destruía por todas partes. Año tras año, el territorio de su país se reducía, siendo amputadas provincias que sus enemigos se repartían sin recato: Grecia, Bulgaria, Tracia, Albania, Mesopotamia, Siria, Palestina.  Hasta el día en que enfurecido de ver reducirse su país a algunos kilómetros, que no le ofrecían ni siquiera el espacio
necesario para respirar, perseguido y puesto fuera de la ley, condenado a muerte, él respondió con un no categórico a la debacle, hizo retroceder a las grandes potencias y fundó un Estado nuevo, sobre los desechos heroicamente salvados del desastre”.  No es una mala síntesis de la obra impresionante de Mustafá Kemal, una obra así no es concebible sin un alto grado de decisión y a veces de violencia,  muchos aun le echan en cara medidas particularmente duras por él ordenadas, pero no cabe duda que no había otra forma de crear una nueva Turquía, una nación moderna y cohesionada sobre las ruinas de aquel desbarajuste que, otrora se había llamado la “Sublime Puerta”, uno de los mayores imperios del mundo.
 Para renovar a Turquía Kemal procedió a grandes golpes, reformas profundas y una secularización creciente. Necesitaba arrancar a sus conciudadanos de la flojera, de la negligencia, del abandono, de la corrupción para hacer un país nuevo,  un pueblo de alma nueva. Hacerle volver la mirada de los espejismos del oriente, para permitirle tomar su rango entre las grandes potencias occidentales, para eso ningún medio le parecía demasiado violento. Fue a “golpes de hacha” que él cortara, una después de otra, todas las lianas que ataban al pueblo turco al pasado.
Reaccionando contra la confusión del Estado y la religión, afirmó en su estilo inequívoco y enérgico: “El hombre político que tiene necesidad del apoyo de la religión para gobernar, no es sino un cobarde y jamás un cobarde debe estar investido de funciones de Jefe del Estado”.  No cabe duda que despertó el espíritu guerrero y heroico consustancial a la nación turca.
En el siglo XVI, reinando en Estambul, Soleiman “El Magnífico”, a raíz de la toma por éste último de Belgrado, los embajadores de Venecia y de Ragusa comentaban: “Los turcos van a la guerra como si se tratara de un casamiento”.  En realidad la guerra era la actividad normal de los pueblos turcomanos, una hoja del “diario de Guerra’ de Soleiman, nos habla de la eficacia militar y de la rapidez de movimientos de los ejércitos turcos.  Registró escuetamente el gran Sultán, 29 de agosto: “Acampamos en el lugar de la batalla”. 30 de agosto: “El Sultán sale a caballo. Se dan órdenes de traer a todos los prisioneros a la tienda del Consejo”. 31 de agosto: “Sentado en un trono de oro, el Sultán recibe la salutación de los visires y de los dignatarios. Matanza de dos mil prisioneros. Lluvias torrenciales”.  1 de septiembre: “el Secretario de Europa recibe órdenes de enterrar a los muertos”. 2 de septiembre: “descanso en Mohacz. Entierro de veinte mil infantes y cuatro mil jinetes, armados con cota de malla, del ejército húngaro”.
Pero lo asombroso es que Kemal Ataturk, el “lobo gris de Angora”, corno lo llamaron muchos historiadores, no estaba en la posición de Soleimán El Magnífico, que había podido contestarle  al infortunado Francisco I de Francia, en aquel tono distante:

Yo, Sultán Solimán Kan, hijo del Sultán Selim Kan, a ti, Francisco, Rey de las tierras de Francia: has enviado al santuario de mi puerta una carta por manos de tu leal siervo Fran Hitani, ahora que estás cautivo; has solicitado ayuda para tu libertad. Toda esta súplica tuya, puesta al pie de mi trono, el refugio del mundo, ha ganado mi comprensión imperial en todos sus detalles, y la he considerado íntegramente.
No hay nada de extraordinario en el hecho de que reyes o emperadores sean derrotados y capturados. Guarda, pues, tu valor y no te desanimes. Nuestros predecesores gloriosos y nuestros ilustres antepasados -Dios ilumine sus tumbas- jamás cesaron de combatir para arrojar al enemigo y conquistar tierras. Nosotros hemos continuado sus pasos y a menudo tomamos provincias y fortalezas poderosas y difíciles. De noche y de día nuestros caballos están ensillados y ceñidos nuestros alfanjes.
¡Qué Dios El Altísimo, nos haga virtuosos!  ¡Que su voluntad, cualesquiera que fueran sus designios se cumpla!  por lo demás pregunta a tu enviado que él te informará. Sabes que se hará como se dijo”.

Tampoco hubiera podido dirigirse a las grandes potencias, como lo hacía Solimán, refiriéndose a Carlos V de Alemania y I de España, a su hermano Fernando Emperador de Alemania, a su abdicación, y a Felipe II cuando debido a una nueva política de amistad, concedió nuevos títulos para los hermanos Habsurgo. Ya no serían llamados Fernando y el Rey de España”, sino que se les trataría como “amistosos suplicantes”, a fin de ser adoptados dentro de la creciente familia de Solimán: Carlos como hermano y Fernando como hijo.
Si, no tenía en efecto el  Ghazi, ninguno de esos elementos en sus manos, pero tenía aquella cualidad que le había reconocido, en su primeros años de actividad guerrera, el General alemán Liman von Sanders, cuando dijo de él: "...él posee la calidad esencial de los grandes jefes: la fortuna. Y no solamente la suerte, sino el don de tornarla al vuelo y de explotarla a fondo”, yo añadiría, a la afirmación del general prusiano, que además tenía un coraje y una tenacidad  admirables. Antiguo cadete de la Escuela militar de Monastir y de la Escuela de Guerra de Estambul. Este joven rebelde, fundador del  Vatan, había aprendido el francés con un joven hermano salesiano, para leer en el texto original a Voltaire, Rousseau y a los enciclopedistas. Con ocasión de una estancia en Berlín había aprendido alemán para leer a Clausewitz  y perfeccionarse en el arte militar. La tenacidad de Mustafá Kemal debía salvar a los Dardanelos y a Constantinopla del ataque de los franco—ingleses.
Cuando Lord Curzon -inmortalizado por un consomé de tortuga que inventó su esposa- se refirió a Kemal, con desprecio visible, como jefe de bandoleros, éste respondió: “Nosotros aprendemos de los ingleses a mejor conocerlos, los obligaremos a tratar con nosotros de igual a igual, jamás bajaremos la frente delante de ellos, les resistiremos hasta el último hombre, les resistiremos hasta el día en que su maldita civilización les caiga sobre la cabeza”.

Y cuando el 10 de agosto de 1920, en Sevres, los cuatro grandes firmaron, con la servil aquiescencia de los enviados del Sultán, Mehezned VI, el tratado que consagraba la destrucción de Turquía, su reparto entre las grandes potencias (lo que permitió decir a Norbert Bischoff: “Así se hundía después de una caída sin paralelo, uno de los más grandes imperios que había conocido la historia moderna).  La respuesta del “Lobo gris” fue tan salvaje, corno lo hubiese sido la del animal con el cual lo asociaban, se sacudió, estirando su largo y atlético cuerpo, lanzó alrededor de él una mirada perdida que parecía explicar los arcanos del futuro y lanzó a su vez un largo alarido de cólera y de dolor. Nada ni nadie pudo detenerlo, hasta la liberación total de su patria.

¿Dónde están ahora sus apóstoles?

Yo no tengo apóstoles.  Aquellos que sirven a su país y a su nación y demuestran sus méritos y sus habilidades  para el servicio público, esos son mis apóstoles.”

Las palabras que tomamos como epígrafe de este tercer y último artículo del ciclo de tres sobre el fundador de la República de Turquía, fueron su clara respuesta a su viejo compañero de luchas Ali Fuad, quien mostró  sus reservas sobre  la estructura cada vez más fuerte que Kemal  le estaba imprimiendo al Estado turco.
Los movimientos de independencia, de liberación nacional, profundamente revolucionarios como el que hemos tratado  de reseñar en este tríptico, sólo pueden realizarse con un Ejecutivo fuerte, al frente del cual se encuentre un hombre que, además de visionario, sea estadista y líder de su pueblo (curiosamente, vale la pena señalar que no gustaba y apenas usó la palabra “revolución” que para tantas cosas ha servido). Después de todo, debemos recordar que el único hombre que ha ganado una guerra haciéndose crucificar fue Jesucristo. Por el contrario, los mortales enfrentados a retos de esa magnitud tienen que convertirse, muchas veces a su pesar, en victimarios y perseguidores. Siempre se ha dicho, y con razón, que no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos.
 El Ghazi lo sabía muy bien. Por ello, con suma habilidad, hizo renunciar a los miembros de su Gabinete, pidiéndoles además que no aceptaran ninguna cartera ministerial en un nuevo gobierno, y dejó completa sobre oposición  la responsabilidad de estructurarlo y elegirlo. Largos días pasaron sin que Turquía tuviese Gabinete ni Primer Ministro. Cuando creyó haber demostrado lo que quería, invitó a su residencia a lo principal de la dirigencia del país y durante la cena anunció, sin dar margen a la discusión: “Mañana proclamaremos la República”. A pesar de algunas protestas en la Asamblea Nacional, no pudieron sino aceptar la nueva Constitución, inclusive el poeta Mehmed Emim se atrevió a comparar la fundación de la República con el gobierno que había establecido el Profeta en La Meca 14 siglos antes. Kemal fue electo Presidente por 158 votos unánimes, no obstante algunas abstenciones. Nombró a Ismet su Primer Ministro.  A la salida de la histórica reunión su amistoso camarada Tevfik Rüstu le comentó jocosamente que ahora lo iban a comparar con la Santísima Trinidad, pues era a la vez padre, hijo y Espíritu Santo. En efecto, era Presidente de la República, Jefe del Estado, cabeza efectiva del Gabinete y del Parlamento y del partido único. El Ghazi le picó un ojo y le comentó en voz baja;” Es verdad, pero no se lo digas a nadie”.
Desde entonces, las reformas se sucedieron en forma alucinante. “Yo conduciré a mi pueblo de la mano, hasta que sus pasos sean seguros y conozca la ruta. En ese momento él podrá elegir libremente su guía y gobernarse él mismo. Entonces mi obra estará terminada y me podré retirar ¡pero no antes! “.
Se  dedicó a construir física y moralmente al pueblo de Anatolia para arrancarlo de las tinieblas de la Edad Media. Toda la antigua legislación otomana, estaba basada en el Coran y la interpretación de los doctores de la ley; abolió al Califato, proclamó la separación de la Iglesia y del Estado y afirmó el carácter laico del nuevo régimen;  llevó a Angora lo más granado de los juristas de su tiempo y atendió sus consejos;  impuso el código comercial alemán, el código penal italiano y el código civil suizo. Este último en particular transformaba el estatus de la familia, tal como existía en Turquía, después de 600 años; redefinió los derechos de propiedad, prohibió la poligamia que había sido autorizada por Mahoma y prohibió la vieja desigualdad de los sexos, que incluía a la mujer entre los bienes del marido. El hizo de cada ciudadano turco ante la ley un individuo tan libre como cualquier ciudadano del más desarrollado país de Occidente. Después transformó el viejo sistema de pesas y medidas musulmanas, suprimió las desigualdades que existían entre las distintas provincias e instauró el sistema métrico decimal. Hizo que se realizara un catastro en todo el país para que los bienes inmuebles estuvieran delimitados y fueran avaluados de acuerdo con las normas jurídicas recientemente adoptadas. También estableció el Calendario Gregoriano con lo cual no solamente cambiaba el comienzo de cada año, el 1ro de enero en lugar del 15 de julio, fecha de la huida de Mahoma. Modificó también la cronología, obligando a los turcos a contar los años a partir del nacimiento de Cristo. También sustituyó  por el año solar de los occidentales el año lunar de 354 días que utilizaban los árabes y el alfabeto  árabe por el latino y asumiéndolo, como un reto personal, se subió a un vagón de ferrocarril. Provisto de pizarras y de tizas  y personalmente, fue mostrando de pueblo en pueblo el nuevo alfabeto, los nuevos caracteres, que en su opinión traducían mejor las voces turcomanas que la hermosa caligrafía árabe, lo llamaron entonces “el primer maestro de escuela de Turquía”  y ¡oh prodigio de un gobernante militar!  …   creó la oposición por decreto.  “Ellos tuvieron la impresión —dice Hessel Tiltman-  que un terremoto hacia cambiar las bases mismas de sus vidas y sin embargo no era sino el comienzo”
Así, de año en año, Turquía se transformaba y reganaba terreno para vencer el atraso que la separaba de las naciones modernas.  Benoist-Mechin afirmó, en lo que coinciden  todos sus biógrafos: “Ella fue, en el sentido más fuerte del término, su creación personal, el fruto de su energía, de su imaginación y de su voluntad’.
Él lo había dicho, con emotivas palabras, en la tumba de su  madre Zubeyde en Smyrna: “Yo juro junto a la tumba de mi madre  y en la presencia de Dios, que en todo lo que se refiera a la protección del pueblo, por el que tanta sangre ha sido derramada, yo no dudaré en acompañarla bajo la tierra”.


GOLPE DE ULTRATUMBA.


 Aún para quienes siempre hemos sido reacios a los ejercicios  de espiritismo y, razonablemente respetuosos de la muerte, nos sería difícil encontrar un título mejor para calificar el golpe militar producido el pasado 12 de septiembre en Ankara y que parece haber puesto fin, casi con mágica eficacia, a una situación que llevaba a Turquía hacia el caos social, económico y político. Este artículo se convierte así en un epílogo involuntario.
El golpe ha sido calificado, inclusive por algunas publicaciones europeas, como Kemalista. Si consideramos que el Ghazi Mustafa Kemal (El Excelso) Ataturk (Padre de los Turcos) desapareció hace ya 42 años, deberíamos convenir en que el haber podido derrocar a un gobierno por la proyección e influencia de su personalidad, tantos años después de haber dejado el mundo de los vivos, avala no sólo su leyenda sino la profundidad de su obra de revolucionario y de creador de la
moderna Turquía. Y prueba  que, el fanatismo oscurantista al estilo Khomeini, sólo tiene éxito cuando se enfrenta a regímenes viciados moralmente y sin aliento ideológico alguno, como el del fallecido Sha de Irán.
La gota que rebasó el vaso fue cuando en un acto del Partido Nacionalista Islámico, seguidor de las ideas del Ayatollah, los manifestantes tuvieron la osadía de sentare en el suelo al oír las notas del Himno Nacional Turco y de vocear consignas contra el pensamiento de Ataturk. Una cosa era criticar o sabotear al gobierno y otra tratar de vulnerar las bases de la identidad nacional que creara, de entre las cenizas del Imperio Otomano, el Padre de los Turcos.
Lo ocurrido en Ankara revela,  que sólo mueren los hombres incapaces de generar profundos sentimientos en su pueblo  -de hecho hay quienes despiden un tufillo putrefacto muchos años antes de bajar a la tumba-.
 Del  Kemal  golpista de 1980, tenemos que decir  -tomándole  prestada la frase a Arturo Uslar Braun-  que: “En 1938, murió el cuerpo. El hombre permanece vivo…”





9 de enero de 2014

Discurso de Orden, del Diputado, Dr. Alfredo Coronil Hartmann, en el 173 Aniversario de la Declaración de Independencia

Este discurso va a cumplir 30 años, el próximo 5 de julio, ya era ubicable en este blog como material de apoyo, en versión facsimilar, hoy lo releí, no por afán narcisista, sino porque estoy pasando a una carpeta de borradores algunos trabajos que pienso trabajar para integrarlos a uno o varios libros, actividad a la cual pienso dedicar mis próximos años. El que lo reproduzca hoy obedece a variadas y encontradas apreciaciones, la mas grave, mantiene lamentable vigencia. Cuando ese día 5 de julio de 1984, subí a la tribuna de oradores del Senado de la República, después deprolongadas discusiones conmigo mismo, iba resuelto a dejar un testimonio responsable, con perfecta conciencia de sus riesgos, y dispuesto a refugiarme en la academia y la literatura, al fin y al cabo mis pasiones primigenias. De la revisión de hoy me quedó claro que debía reeditarlo, la juventud venezolana de estos días y la ciudadanía en general vive momentos de desencuentro y confusión, el joven de cuarenta y un años que escribió estas páginas, las retoma y las avala a los 70 años cumplidos, en tiempos en los cuales no es viable refugiarse en ningún sitio o actividad, sino "arrimarle el hombro" al país que se deshace. A ello los invito
ALFREDO CORONIL HARTMANN
Itaca 9 de enero de 2014.


Discurso de Orden Pronunciado por el Diputado,        Dr. Alfredo Coronil Hartmann
En la Sesiòn  Soleme del Congreso Nacional, el 5 de julio de 1984
En el 173 Aniversario de la
Declaración de la Independencia




5 de julio, fecha cimera en los anales de la República, hito histórico que marca el nacimiento formal del gentilicio y de la nacionalidad. Punto de partida de nuestro itinerario de hombres libres.
Tales connotaciones, han hecho de esta fecha ocasión propicia, para que el ciudadano designado como orador de orden, muestre su mayor o menor erudición histórica, tratando de aportar enfoques originales o simplemente novedosos, sobre los hechos que, a partir del 19 de abril de 1810, fueron gestando el clima que llevara, a los ilustres miembros del Primer Congreso de la República, a la declaración solemne del 5 de julio de 1811.
Igualmente, la entidad de la audiencia de estos actos, constituye muchas veces tentación irresistible para hacer demostraciones de elocuencia y dominio de la escena y de los recursos del idioma.
No ocurrirá así en esta oportunidad, nada me hará sucumbir a la cómoda alternativa de hacer un discurso de corte académico, cuidadosamente cincelado, burilado, hasta eliminar la más mínima incomodidad o el brillo amenazante de una arista. Tampoco serán las palabras del militante político. Aspiro simplemente, a dar el testimonio, sincero y descarnado de la generación a la cual pertenezco, una generación a la que corresponde, de pleno derecho, asumir su responsabilidad histórica, en un momento crucial e irreversible de nuestra trayectoria de pueblo, en el cual va a decidirse — por muchos años— el destino colectivo.
Podríamos decir que, por una cruel paradoja, a escasos días de concluir el año bicentenario de Bolívar —tan bulliciosamente conmemorado— estamos celebrando los ciento setenta y tres años de La Declaración de Independencia, en circunstancias de dependencia, que hubiesen sido simplemente impensables algunos años atrás. En otras palabras, se nos ha puesto retadoramente de manifiesto, el hecho de que la obra está inconclusa, y de que la única manera digna de rendirle homenaje a los libertadores, es recuperando y afianzando para el porvenir, la plenitud, la globalidad, la universalidad de una soberanía que vaya más allá de los signos exteriores y formales del concepto, una dimensión de la soberanía que, no podrá alcanzarse aplicando fórmulas de mera cosmética, tratamientos de superficie, afeites para disimular la real magnitud de los problemas, sino tomando por los cuernos al toro de la historia, haciéndonos verdaderos dueños de nuestro destino, venciendo, si es preciso, a la naturaleza misma, como en la admirable afirmación bolivariana.
Coyunturas como la presente son las grandes parteras de la Historia, no es en el pacífico transcurrir de la vida de las naciones, ni en los momentos de bonanza y de facilidad económica, ni en los prolegómenos auspiciosos de nuevos sistemas políticos, cuando surgen los verdaderos liderazgos y se afianza de manera permanente y duradera la impronta de un núcleo dirigente.
La descomposición acelerada del imperio colonial español, el desprestigio de la casa reinante y por último, la invasión armada y la entronización de un extranjero, en el Palacio Real de Madrid, fueron los elementos que catalizaron el movimiento emancipador de 1810.
La intolerable pervivencia de una dictadura oscurantista, la necesidad impostergable de abrir cauces a la expresión de la voluntad popular, los coletazos agónicos de un régimen anti histórico, produjeron la generación política de 1928, de cuyos logros y realizaciones aún estamos viviendo los venezolanos.
La situación actual, aparentemente menos dramática que las anteriores, exige, con igual imperatividad, un nuevo liderazgo y un nuevo enfoque. Nuestra democracia política, joven, apenas pasados los cinco lustros de su existencia, muestra inquietantes e inocultables síntomas de resquebrajamiento. Por vez primera, en las pasadas elecciones municipales, se observó un nivel de abstención, que, sumados los votos nulos emitidos, representa un innegable rechazo, una concreta protesta o, en el mejor de los casos, una desidentificación palpable entre los dirigentes y los supuestos dirigidos.
En reiteradas oportunidades, he insistido en señalar que en Venezuela se ha operado un desfase entre el país real y profundo y su dirigencia política; pero si vamos a ser más rigurosos en el análisis, habría que decir que la brecha se ha abierto, también, fuera del ámbito de la acción política y que afecta por igual a la dirigencia empresarial. Unos y otros, condicionados por el facilismo que genera la abundancia, reblandecidos, típicos exponentes de la que se ha dado en llama la “Venezuela Saudita”, parecen no haber tenido nunca, verdadera capacidad de lucha y visión de futuro, o haberlos perdido en el camino.
Venezuela vive hoy una de las crisis más extensas y profundas de su historia. Es, ciertamente, el fin de un modo de crecimiento económico, que se ha fundado en la obtención fácil de un ingreso, que ha pervertido la relación entre la riqueza y el trabajo, y que ha generado hábitos, estilos y formas de conciencia pocos proclives al esfuerzo y a la constancia. El Estado venezolano es, en buena medida, producto de esta manera de vivir, pues lejos de esforzarse, por asociar la dedicación a los resultados, y de requerir niveles mínimos de eficiencia, ha pretendido resolver, bajo el expediente de los “realazos”, todos y cada uno de los problemas, que afectan a una colectividad que, espera y demanda, ya sin ilusión, la resolución de situaciones que, en un cuarto de siglo democrático, no han hecho, en algunos casos, más que agravarse.
El Estilo Petrolero
Créditos fáciles, proteccionismo arancelario excesivo, ausencia de control de calidad y el Estado como benévolo, cuando no complaciente acreedor, han dejado como secuela una clase empresarial enmohecida, poltrona y gemebunda, incapaz de comprender y de aceptar, los retos de una realidad distinta, donde siguen existiendo excelentes posibilidades de inversión, pero en la cual los márgenes de ganancia, serán los normales en cualquier lugar del orbe, pero ya nunca más los trescientos y los mil por ciento, a que estaban tan acostumbrados gran número de nuestros “Capitanes de Empresa”.
El estilo petrolero de crecimiento económico ha producido —salvo los casos de excepción— un poderoso sector empresarial, hijo mimado del fisco, que muy distante del modo clásico en que se construyeron las grandes fortunas —al rescoldo de la brega sostenida y diaria— se ha dedicado a exigirle a un Estado dispendioso, recursos abundantes y crecientes, mientras le critica las deficientes y tímidas medidas, que adopta en función de los intereses de las mayorías. Este empresariado pedigüeño y parasitario, al mismo tiempo que es producto, es también causa de la situación en la que nos encontramos, mientras hay decenas de miles de otros empresarios, no favorecidos por buenos resortes e influencias dentro del aparato administrativo del Estado, que se ven constreñidos a una existencia precaria, siempre al borde de la ruina y en los límites de la esperanza.
Apetitos razonables y capacidad de adaptación, son premisas insalvables para el desenvolvimiento de un aparato productivo, competitivo e independiente del cordón umbilical oficial. La libre empresa, para serlo realmente, debe salir del período de la lactancia, sólo así podrá, sin ser acusada de impudor o de inconsciencia, señalar acusadoramente a gobernantes y políticos. Mientras sea hija de los mismos pecados que señala, sería más respetable que guardara silencio. Los sentimientos de solidaridad social, de responsabilidad para con el país, están seriamente disminuidos. Los patrones éticos —si es que existen— han sido totalmente falseados, se ve, se aplaude y se premia, a aquellos que han tenido la habilidad de amasar inmensas fortunas, sin poner ningún reparo a los medios por los cuales hayan alcanzado esa situación privilegiada. La propia familia, núcleo y base de toda sociedad, se encuentra seriamente resquebrajada en sus valores. El oportunismo, el diletantismo, la capacidad de trepar, se han convertido en virtudes admiradas en nuestros días. Pensar que la actividad política, que —por su propia naturaleza— es de las más permeables al medio ambiente y a su vez de las que más influyen en él, pudiera permanecer incólume, incontaminada dentro de este cuadro general de descomposición, hubiese sido “panglosiano”, para adjetivar el nombre de aquel personaje de Voltaire que, ocurriese lo que ocurriese, siempre decía que “estamos en el mejor de los mundos posibles”.
Al abrigo de esta desviación oportunista, se está creando una clase dirigente sin mensaje, sin sentido de la Historia y sin ninguna posibilidad de futuro. Son aquellos que han hecho del halago, de la adulancia, del servilismo más abyecto, su pasaporte para escalar las alturas del poder, la preeminencia política, la privanza. Estos arquetipos humanos, pululan igualmente dentro de las grandes empresas privadas, son el producto, la excrecencia de la nueva realidad social, que ha minado los resortes profundos del venezolano, Venezuela siempre fue un país rebelde, orgulloso de su rebeldía casi anárquica, por ello, —muchas veces— se nos tildaba de ásperos, dábamos con facilidad y recibíamos con reserva, si algún pecado teníamos era el de la soberbia, ahora, dentro de este reblandecimiento creciente, parece haberse generalizado un fenómeno, que en nuestro pasado dictatorial era frecuente, sólo que ya las camarillas de adulantes, los corifeos de la adoración perpetua, no son los cuatro plumarios obsequiosos de siempre, sino un número cada vez mayor de cortesanos que, no pareciera posible, hayan sido paridos por la entraña de una tierra que dio tan buenos frutos de valor y dignidad.
El estilo petrolero, ha venido generando, una perversión progresiva de la política y de las instituciones. Ya la política no pareciera ser la ciencia y el arte de dirigir a los hombres, para las grandes tareas de la historia, sino el recurso mezquino, para hacerse de un lugar en el cual medrar para el provecho personal y grupal. Al margen de las excepciones, que indican que no todo es podredumbre, el pragmatismo, la ausencia de ideologías transformadoras, el arribismo y la adulancia, son los signos visibles de una clase política, que considera la sobrevivencia un éxito y el acomodo oportunista un trampolín para el festín. Nunca, como en estos tiempos de asombro, la política pareciera haberse transmutado en sinónimo de negocios y ocasión de miserables victorias personales, sin repercusión alguna sobre aquellos postulados que se supone son la base de su sentido.
Los sentimientos de solidaridad social, de responsabilidad para con el país, están seriamente disminuidos. Los patrones éticos —si es que existen— han sido totalmente falseados, se ve, se aplaude y se premia, a aquellos que han tenido la habilidad de amasar inmensas fortunas, sin poner ningún reparo a los medios por los cuales hayan alcanzado esa situación privilegiada. La propia familia, núcleo y base de toda sociedad, se encuentra seriamente resquebrajada en sus valores. El oportunismo, el diletantismo, la capacidad de trepar, se han convertido en virtudes admiradas en nuestros días. Pensar que la actividad política, que —por su propia naturaleza— es de las más permeables al medio ambiente y a su vez de las que más influyen en él, pudiera permanecer incólume, incontaminada dentro de este cuadro general de descomposición, hubiese sido “panglosiano”, para adjetivar el nombre de aquel personaje de Voltaire que, ocurriese lo que ocurriese, siempre decía que “estamos en el mejor de los mundos posibles”.
Al abrigo de esta desviación oportunista, se está creando una clase dirigente sin mensaje, sin sentido de la Historia y sin ninguna posibilidad de futuro. Son aquellos que han hecho del halago, de la adulancia, del servilismo más abyecto, su pasaporte para escalar las alturas del poder, la preeminencia política, la privanza. Estos arquetipos humanos, pululan igualmente dentro de las grandes empresas privadas, son el producto, la excrecencia de la nueva realidad social, que ha minado los resortes profundos del venezolano, Venezuela siempre fue un país rebelde, orgulloso de su rebeldía casi anárquica, por ello, —muchas veces— se nos tildaba de ásperos, dábamos con facilidad y recibíamos con reserva, si algún pecado teníamos era el de la soberbia, ahora, dentro de este reblandecimiento creciente, parece haberse generalizado un fenómeno, que en nuestro pasado dictatorial era frecuente, sólo que ya las camarillas de adulantes, los corifeos de la adoración perpetua, no son los cuatro plumarios obsequiosos de siempre, sino un número cada vez mayor de cortesanos que, no pareciera posible, hayan sido paridos por la entraña de una tierra que dio tan buenos frutos de valor y dignidad.
El estilo petrolero, ha venido generando, una perversión progresiva de la política y de las instituciones. Ya la política no pareciera ser la ciencia y el arte de dirigir a los hombres, para las grandes tareas de la historia, sino el recurso mezquino, para hacerse de un lugar en el cual medrar para el provecho personal y grupal. Al margen de las excepciones, que indican que no todo es podredumbre, el pragmatismo, la ausencia de ideologías transformadoras, el arribismo y la adulancia, son los signos visibles de una clase política, que considera la sobrevivencia un éxito y el acomodo oportunista un trampolín para el festín. Nunca, como en estos tiempos de asombro, la política pareciera haberse transmutado en sinónimo de negocios y ocasión de miserables victorias personales, sin repercusión alguna sobre aquellos postulados que se supone son la base de su sentido.
Los Engranajes Partidistas
Su materialización institucional, los partidos políticos, pilares esenciales del sistema, a los que mucho le debe la evolución del país, se han quedado a la zaga de su propia obra, se han extraviado en la maraña de un pragmatismo de vuelo corto, en el ejercicio del cual han perdido de vista sus reales metas, su razón de ser, sus hondas motivaciones, es decir su ideología. Hoy por hoy, pareciera que es exactamente igual, pertenecer a una u otra organización, tan indiferenciados son sus procedimientos y el lenguaje de sus líderes.
Mimetismo de país minero, inmadurez del núcleo dirigente, se nota una tendencia creciente a permitir que los partidos políticos se conviertan en simples maquinarias electorales, al estilo norteamericano, cuyos engranajes se mueven, episódicamente, para llevar a un hombre o a un grupo de hombres al gobierno o al parlamento, pero en las cuales está totalmente ausente el aliento y la preocupación ideológica, lo que se traduce en el hecho de que, muchas veces, las nuevas promociones de militantes o de dirigentes, ni siquiera conocen con propiedad la trayectoria de sus propios movimientos y no ven en estos, sino el instrumento práctico y rápido de hacer carrera, de alcanzar figuración y en algunos lamentables casos, simplemente de enriquecerse. Avidez pecuniaria que ha creado un arquetipo contranatura, un monstruoso híbrido, el político-negociante, que parece haber adquirido carta de legitimidad dentro de la confusión de valores en que vivimos.
Este personaje execrable, sinuoso, corrompido y corruptor, encuentra estímulo y aplauso en nuestra sociedad mercantilizada, por ello de nada valdrán leyes draconianas, ni poses inquisitoriales, mientras no se opere una marcada repulsa de la colectividad, una verdadera vindicta pública, que haga de ellos basura desprendida, apestosa presencia, indeseable contacto para todo ciudadano que aprecie y practique la integridad. Más aún —y reconocerlo duele— nuestros partidos han devenido, en mayor o menor grado, en equipos de gestoría que, ganan o conservan adhesiones por las ventajas que procuran, sin que las grandes tareas de hoy o de ayer tengan fuerza motivante para la militancia.
Son partidos, que —lejos de encarnar el ideal democrático de activa participación de importantes sectores de la población— en la elaboración de sus políticas y sus decisiones, se han convertido en novedosas formas dictatoriales que concentran de manera desmedida el poder interno, que alejan a los que no participan ciegamente de las facciones dirigentes, que aplastan la disidencia so pretexto de oficiar en los altares de la disciplina. Son partidos en los que el debate se concentra en las ambiciones personales de algunos y que han venido suplantando las diferencias conceptuales y programáticas —lógicas y necesarias en la democracia— por una malsana competencia burocrática, sin aliento y sin destino.
A tal punto se ha llegado que, en rigor, no más de una treintena de personas decide como si fuera la Divina Providencia el destino de nuestro pueblo.
Esta concentración del poder político y económico, no sólo niega los postulados democráticos, sino que se convierte en fundamento, para la destrucción de un sistema, que aspira más que a la representación, a la directa participación ciudadana. No puede restringirse la acción de los venezolanos al periódico acto comicial, sin que la desesperanza se instale en el alma de nuestros compatriotas. Es esta democracia restrictiva la que tiene que ser modificada, porque los pueblos tienen una capacidad casi infinita de espera, pero cuando se constituye en su seno el escepticismo, como una forma de existencia, sólo la rebelión absoluta reconstruye los caminos.
Esta desviación, oportunista y pragmática, de los movimientos políticos venezolanos, lleva en sí misma la promesa de destrucción del sistema democrático, con mucha mayor seguridad que otros, supuestos o reales peligros, que con frecuencia se invocan, más con la intención de asustar, que porque se crea realmente en ellos. El enemigo está en casa, el enemigo somos nosotros mismos.
Entre el Dispendio y la Carestía
No son estos, juicios meramente críticos, sino que también tienen carácter autocritico, pues soy militante del partido de gobierno, pero sería indecoroso el que no denunciara con claridad este tipo de carcoma que está menguando el cuerpo de la Nación.
A esta pérdida de representatividad de la élite dirigente, viene a sumarse, como elemento descalificador, como carencia injustificable, como pecado original no redimido, el hecho de que los gigantescos recursos dilapidados o destinados a enriquecer a unos pocos, no han llegado, en las cantidades requeridas, a los sectores menos favorecidos de la población. Resulta vergonzoso e inexplicable, el que en un país, que hasta hace nada, hizo el papel de vecino rico y dispendioso, carezcamos de las cosas más esenciales, que en nuestros hospitales falte desde una simple vacuna antitetánica, hasta equipos que han entregado su alma en manos del óxido y la ausencia de mantenimiento, que nuestros maestros tengan que gastar más energía, en luchar por alcanzar una remuneración de subsistencia, que para enseñar a sus discípulos, en fin —para no abundar en hechos que todos conocemos—en el que, o morimos de sed o somos pasto de las inundaciones. Esta realidad social, inaceptable, no puede ser por más tiempo permitida, poca o ninguna justificación tendría un sistema que, fueran cuales fuesen sus virtudes, no sea capaz de resolverle al hombre, de garantizarle al ciudadano una existencia digna. Mal podríamos hablar de independencia, ni concurrir jubilosos a celebrar cada 5 de julio, mientras nuestros conciudadanos sigan siendo esclavos de su miseria.
       Las manifestaciones más dramáticas de descomposición, se hacen presentes en todas las instituciones. El Parlamento, la Judicatura, la administración pública central y descentralizada, son una expresión concreta de una inercia ineficaz, que,  -que a lo largo de los años- se ha venido profundizando, llevando al Estado al límite de la inacción. Por ello se hace propicia la iniciativa del Presidente de la República, Dr.Jaime Lusinchi, de promover la Reforma del Estado, sin la cual, el gigantismo no hará sino potenciar las incapacidades que aquejan al sector público en Venezuela.
Esta concentración del poder político y económico, no sólo niega los postulados democráticos, sino que se convierte en fundamento, para la destrucción de un sistema, que aspira más que a la representación, a la directa participación ciudadana. No puede restringirse la acción de los venezolanos al periódico acto comicial, sin que la desesperanza se instale en el alma de nuestros compatriotas. Es esta democracia restrictiva la que tiene qu ser modificada, porque los pueblos tienen una capacidad casi infinita de espera, pero cuando se constituye en su seno el escepticismo, como una forma de existencia, sólo la rebelión absoluta reconstruye los caminos.
Esta desviación, oportunista y pragmática, de los movimientos políticos venezolanos, lleva en sí misma la promesa de destrucción del sistema democrático, con mucha mayor seguridad que otros, supuestos o reales peligros, que con frecuencia se invocan, más con la intención de asustar, que porque se crea realmente en ellos. El enemigo está en casa, el enemigo somos nosotros mismos.
Entre el Dispendio y la Carestía
No son estos, juicios meramente críticos, sino que también tienen carácter autocrftico, pues soy militante del partido de gobierno, pero sería indecoroso el que no denunciara con claridad este tipo de carcoma que está menguando el cuerpo de la Nación.
A esta pérdida de representatividad de la élite dirigente, viene a sumar- se, como elemento descalificador, como carencia injustificable, como pecado original no redimido, el hecho de que los gigantescos recursos dilapidados o destinados a enriquecer a unos pocos, no han llegado, en las cantidades requeridas, a los sectores menos favorecidos de la población. Resulta vergonzoso e inexplicable, el que en un país, que hasta hace nada, hizo el papel de vecino rico y dispendioso, carezcamos de las cosas más esenciales, que en nuestros hospitales falte desde una simple vacuna antitetánica, hasta equipos que han entregado su alma en manos del óxido y la ausencia de mantenimiento, que nuestros maestros tengan que gastar más energía, en luchar por alcanzar una remuneración de subsistencia, que para enseñar a sus discípulos, en fin —para no abundar en hechos que todos conocemos—  en el que, o morimos de sed o somos pasto de las inundaciones. Esta realidad social, inaceptable, no puede ser por más tiempo permitida, poca o ninguna justificación tendría un sistema que, fueran cuales fuesen sus virtudes, no sea capaz de resolverle al hombre, de garantizarle al ciudadano una existencia digna. Mal podríamos hablar de independencia, ni concurrir jubilosos a celebrar cada 5 de julio, mientras nuestros conciudadanos sigan siendo esclavos de su miseria.
Las manifestaciones más dramáticas de descomposición, se hacen presentes en todas las instituciones. El Parlamento, la Judicatura, la administración pública central y descentralizada, son una expresión concreta de una inercia ineficaz, que —a lo largo de los años— se ha venido profundizando, llevando al Estado al límite de la inacción. Por ello se hace propicia la iniciativa del Presidente de la República, Doctor Jaime Lusinchi, de promover la Reforma del Estado, sin la cual, el gigantismo no hará sino potenciar las incapacidades que aquejan al sector público en Venezuela.
Pero, al lado de la Reforma del Estado, es indispensable una transformación del modo de funcionamiento de los partidos políticos. El reto fundamental que estos tienen, es el de propiciar la emergencia de las nuevas generaciones dirigentes a la conducción de la República. No es, desde luego, una cuestión que atiende a razones meramente cronológicas, sino que es un hecho social: Venezuela ha venido produciendo, en este cuarto de siglo, una riada de venezolanos jóvenes, preparados en las distintas disciplinas, no comprometidos con los usos del país que se disuelve, aptos para la conducción, dispuestos al diseño de una sociedad moderna y progresista, que tienen el derecho y sienten el deber de asumir el porvenir.
Quiero que estas palabras, en la solemne ocasión que nos reúne, sean tomadas como la exigencia de una generación que, más allá de diferencias ideológicas y partidistas, está en capacidad de asumir en el futuro inmediato la dirección del país.
Sería desproporcionado pensar que la crisis es exclusivamente nacional. Hoy el desvarío es una característica planetaria y como país y como continente, somos víctimas de las desandanzas en otras latitudes. El problema de la deuda pública de América Latina, es cierto que ha sido producto de incapacidad de previsión, por parte de nuestros dirigentes, pero no menos verdadero es que, la dimensión que ha adquirido, es responsabilidad de un sistema financiero internacional rapaz y de los gobiernos de los países desarrollados, que adoptan políticas económicas a costa de la recesión y la depresión en nuestros países. Ha resultado ilustrativo el hecho, de que luego del “Consenso de Cartagena”, paso significativo en la concepción de la deuda externa como problema político, la reacción de la banca norteamericana haya sido la insolente elevación de las tasas de interés. Por tal razón, ya no se trata de una cuestión meramente económica, la justa repulsa de la opinión pública, a las condiciones expoliadoras del Fondo Monetario Internacional, sino que hoy se ha convertido tal posición en un elemento consustancial a la dignidad de Venezuela como Nación.
También le duele a nuestro país el conflicto centroamericano. Sus causas tienen que ver, principalmente, con décadas interminables de explotación y miseria, por ello se hace necesario que una política audaz, dirigida hacia una paz digna, brinde salidas adecuadas a una situación que lacera el espíritu de solidaridad continental. No es admisible, que los pueblos olvidados de siempre, sean convertidos en piezas de un juego internacional que ni buscan ni controlan, ni tampoco es tolerable que la intervención descarada, el asedio de fuerzas extranjeras, decidan el destino de esta parte sufriente del continente. Hoy como nunca, la solidaridad de los pueblos del Tercer Mundo, tiene la posibilidad de revertir formas obscenas de intervención, en salidas negociadas que enaltezcan la patria Latinoamericana. Es el tiempo de fortalecer las iniciativas del Grupo de Contadora, que es la única y precaria posibilidad de una paz creadora, que no se imponga por la infamia de las invasiones.
                      El Reto Magnífico
Crisis internacional, crisis económica, crisis social, crisis de liderazgo, no parecen ser la mejor compañía para empezar a transitar el período post-petrolero, en cuyo umbral nos encontramos. Pero no debemos amilanarnos, cada nuevo tiempo histórico produce los elementos para domeñarlo, la enseñanza de Bolívar nunca fue más elocuente que cuando en Pativilca, derrotado y enfermo respondiera con aquel único vocablo: Vencer. Venezuela está lejos de haber sido derrotada, si acaso la aqueja una enfermedad curable y pasajera, que más nos incomoda porque teníamos el hábito de la salud y el menosprecio de la mesura y de la continencia.
Para nuestra generación se trata de un reto magnífico. Venimos del momento de las viejas ilusiones, que se debatían entre las bondades de un capitalismo presuntamente avanzado y el espejismo de un teórico paraíso socialista que naufragó en manos del autoritarismo. El tiempo nuestro es el de la osadía de pensar y construir un sistema social, anclado profundamente en las posibilidades creadoras del pueblo, que haga de la libertad no la simple ausencia de represión abierta y que haga de la justicia no el otro nombre de las migajas mal repartidas. Lo que nos toca construir es una sociedad de ciudadanos reales, que se hagan a sí mismos en —y por medio de— la participación.
Hemos de renunciar al estilo, que usa al ciudadano para legitimar un poder que, las más de las veces, le es ajeno, pero que lo condena a la desaparición civil sistemática. Es, entonces, el tiempo de los hombres.
El camino que tenemos que transitar, es definido y visible, para todo aquel que anteponga el patriotismo y la sensibilidad, a deleznables intereses subalternos mas no es corto ni es terso. La coyuntura, no por compleja deja de ser propicia, los venezolanos, en una proporción nunca vista, en los veintiséis años de ininterrumpida vida democrática, otorgaron su confianza y su mandato al Dr. Jaime Lusinchi, cuya trayectoria y méritos es innecesario destacar, tampoco voy a caer en el fácil artilugio, de valerme de una oportunidad como esta, para resaltar con motivaciones partidistas fuera de lugar, a la organización que resultara victoriosa en esos y los subsiguientes comicios, tal empeño desmerecería la responsabilidad y la distinción que la representación nacional me ha deferido, al escogerme para pronunciar estas palabras. Lo que quiero enfatizar es lo inequívoco del pronunciamiento colectivo, nos permite afirmar, en contra de quienes se inclinan por explicaciones puramente casuísticas, que la magnitud del triunfo, si no el triunfo mismo, obedeció a que se presentó a la consideración del país, el esbozo de un nuevo proyecto político, que rescataba y actualizaba el sentido revolucionario, transformador y popular, que esperamos informe los mejores logros de este quinquenio. Proyecto político que, asumiendo la esencia profunda de la crisis, propone una concertación nacional, concertación que nada podría lograr, en las circunstancias que vivimos, si toma  la forma de un simple acuerdo de generales, de un arreglo por arriba, a nivel de las cúpulas institucionales, sean estas políticas o gremiales, empresariales o sindicales.
Venezuela requiere hoy, del concurso de todos y cada uno de los individuos, que sobre su suelo viven y laboran, poco importa donde hayan venido al mundo, cada voluntad y cada conciencia debe estar al servicio de la meta común: superar la crisis, afianzar sobre bases sólidas nuestra soberanía. Ninguna gran empresa colectiva ha sido hija de un solo hombre, ni siquiera de un grupo de ellos, la grandiosa epopeya de nuestra Guerra de Independencia no la hicieron sólo los generales y los próceres civiles de la aristocracia criolla.
Ninguna clase social tiene derechos de autor sobre, lo que para bien o para mal, hoy somos. Cada llanero “pata en el suelo”, que fue a blanquear con sus huesos el helado suelo del altiplano, sin que importe que hubiese sido libre, liberto o esclavo, es tan libertador de Venezuela como el marqués del Toro y ha hecho más por su patria que el marqués de Casa León y tantos Casa-Leones que ha habido en todos los tiempos.
Por ello, debemos tener nítida la idea de que, ningún gobierno, por perfecto que pudiese hipotéticamente ser, podrá por si sólo sacarnos adelante. Cada ciudadano tiene que poner su esfuerzo, trabajando más, rindiendo mejor, educando a sus hijos, cumpliendo las leyes, predicando con el ejemplo. La batalla se gana o se pierde, día a día, en cada hogar, en cada fábrica, en cada aula y en cada pedazo de tierra de nuestra geografía.
Los cambios acaecidos sin nuestro concurso y los que a nosotros nos toca propiciar, hacen imperativo un proceso de transformación de los patrones de conducta del venezolano, una toma de conciencia colectiva, de que estamos viviendo una etapa de transición hacia un nuevo tiempo histórico, una nueva actitud ante la vida tendrá que imponerse. Todo esto supone una revolución cultural, en la cual la sociedad venezolana deberá encontrar o reencontrar sus valores esenciales, porque creo como Charles Peguy que: “La revolución será moral o no será revolución”, a la masa amorfa, sin identidad y desorientada de hoy, deberá sustituirla un país consciente y orgulloso de su destino, deslastrado de ripio retórico, firmemente afincado en la realidad de nuestro tiempo, pero con ánimo y voluntad de moldearla para provecho colectivo, un país que, sin sacrificar la libertad, le dé a cada uno de sus hijos la posibilidad de su plena realización, un país consecuente con el legado histórico, de los egregios varones que, a pocos metros de este lugar, hace hoy ciento setenta y tres años, proclamaron al mundo el advenimiento de Venezuela.