NIHILISMO
NACIONAL
Por:
Robert Gilles Redondo
El nihilismo es la negación de
todos los principios. Entiéndase en palabras de Iván Turguénev que "nihilista es la persona
que no se inclina ante ninguna autoridad”. Una descripción bastante ajustada a
lo que sucede en Venezuela en este momento y que puede quedarse corta. Un
Estado de naturaleza fallida y forajida, cuyos poderes coludidos maquiavélicamente
para desconocer la supremacía de la Constitución Nacional, obra por cierto del
supremo difunto, pretenden despojar al pueblo de la autoridad que le consagra
la posesión intransferible de la soberanía.
La anarquía en la que nos hemos
hundido, promovida por el ilegitimo presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, no
es nueva. El amparo, a modo de patente de corso, que se le hace a la
criminalidad, a la corrupción, al narcotráfico (actividad a la que se dedican
en su mayoría), nos ha dejado en un estado de indefensión absoluta pues el
Estado ha dejado claudicado su naturaleza y se ha convertido en un complejo
entramado parasitario del poder ejecutivo. Es decir padecemos la praxis de esta
nefasta teoría no conocida del socialismo del siglo XXI, cuyo principio
fundamental es la destrucción.
A esta situación de anomia
llegamos también por culpa de tantas omisiones, de tantas tolerancias, de la
incredulidad, de la apatía, de esa falta del sentido de pertenencia a nuestro
país. Y ahora, al final, todo se vino abajo. La tierra de gracia se nos perdió
y seguimos sin la capacidad de resolver el problema que somos nosotros mismos
como ciudadanos, como sociedad. No con esto exculpo a Hugo Chávez, el
autor de esta tragedia; ni mucho a menos a Nicolás Maduro, que por incapacidad
mental profundizó, con saña y con alevosía, la destrucción de nuestra
Venezuela. Pero es justicia asumir el problema colectivamente, admitiendo la
responsabilidad de haber permitido esto.
Este “asumir” el problema se
traduce en la imperiosa necesidad de cambiar el rumbo. Lo que está en juego es
mucho más que la silla de Miraflores. Por eso debemos esquivar el temor de
convertimos en actores principales de la refundación democrática de Venezuela.
La extraña aventura de la libertad es algo a lo que no podemos negarnos porque
el país y nosotros, ciudadanos, así lo necesitamos para transitar
definitivamente hacia la justicia y el progreso. Porque al fin y al cabo salvar
a Venezuela hoy de las garras de estos criminales que detentan el poder es un
acto de justicia.
Para lograr este objetivo los
venezolanos contamos sólo con nosotros mismos y con esa especie de Don Quijote que es la Asamblea Nacional. Fuera de
este órgano colegiado, expresión de la soberanía que reside en el pueblo, está
esa maraña a la que me refería al principio: el fallido Estado cuyos poderes
(Ejecutivo, Judicial, Moral-Republicano, Electoral) están coludidos de modo
maquiavélico para preservar el poder que han usurpado. Un ejemplo de esto es el
tribunal supremo de justicia cuyos magistrados asumieron como modo de vida el
refrán de que “por un trozo de pan mueve la cola el perro”. Para ellos no hay
dignidad ni Constitución que valga.
Pero todavía hay más. Es a
través de la aniquilación de la soberanía que ejecuta la sala constitucional
que se ha consolidado de forma pública y notoria el Estado fallido que se venía
arrastrando desde que Maduro usurpó el poder. Cada una de las actuaciones de la
sala constitucional del presente año son las operaciones políticas más
vergonzosas que haya visto nuestro país desde su fundación constitucional en
1811.
Es pues el tribunal supremo de
justicia el estandarte del nihilismo nacional que padecemos. Un país sin ley,
hundido en el abismo de una tragedia humanitaria sin precedente, con la anarquía
como identidad, con la violencia como cotidianidad, con el hambre y la
enfermedad como realidad.
Son momentos decisivos los que
vive Venezuela. Bien pueden definirse como la resistencia de un pueblo que se
niega a ver perecer todos los sueños de libertad y democracia, justicia y
progreso; mientras la desgracia que se llama “revolución” se resiste a morir,
aún sabiéndose herida de muerte, y para ralentizar su fin inexorable ha
decidido desplegar sus destructivas armas con más saña. Frente a esas armas esta
la fe inquebrantable de saber que Venezuela saldrá de esta pesadilla y seremos
libres, como siempre lo hemos sido.
Robert Gilles
Redondo
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