¡IMPERDIBLE! El explosivo artículo de Ibsen
Martínez que se hace viral en las redes: “El pendejo transitorio”
DolarToday / Feb 17, 2016 @ 5:00 pm
Si Chávez creyó que con Maduro su legado estaría a buen recaudo, se
equivocó del todo
Ibsen Martínez / @IBSENMARTÍNEZ / El País
Las crisis políticas
venezolanas del último siglo y medio infaltablemente han llevado a los bandos
en pugna a acordar un último recurso: dar con un pendejo transitorio.
Incognoscibles leyes
de composición social hacen que, ante cualquier impasse tercamente insoluble,
de esos en los que nadie puede sacar decisiva ventaja a corto plazo, los bandos
en discordia no se decanten jamás en Venezuela por una tregua, seguida de un
pacto de buena fe en torno a un programa mínimo de reformas, ejecutables en un
plazo aceptable para todos, a ver si en el camino, entre mulas y arrieros, se
enderezan las cargas.
¡No!; la solución venezolana por excelencia (que al cabo resulta no ser en
absoluto una solución) está en hallar una cruza entre el pararrayos y el chivo
expiatorio, criatura que mi modesta politología caribeña ha llamado “el pendejo
transitorio”. La subespecie prevaleciente es la del papanatas designado para
cuidar el “coroto”.
Venezolanos y
colombianos compartimos esa voz —“coroto”—, que nombra indistintamente tanto
los objetos de uso personal como los enseres, mobiliario y hasta la decoración
de una casa. En mi país, “coroto” nombra también la silla presidencial. Misión
típica del pendejo transitorio de primera especie es mantener tibiecito el
coroto bajo sus posaderas hasta que el jefe regrese por ejemplo, de un
postoperatorio en Cuba.
Este tipo de subpendejo, sin embargo, puede defraudar la confianza de quien
lo designa. El dictador Antonio Guzmán Blanco
(1809-1899), se aficionó a gobernar telegráficamente desde el París del Segundo
Imperio, para lo cual se servía de un cable submarino tendido entre Marsella y
el pintoresco puerto oriental de Carúpano. Aunque se preciaba de buen juicio al
escoger sus pendejos, Guzmán fue desconocido arteramente, ¡y más de una vez!,
por pendejos que se alzaban con el coroto y lo forzaban a dejar las delicias
del París de Napoleón III y venir a poner orden en el fandango. La cosa siempre
terminaba a tiros.
Otra variedad de pendejo transitorio es aquella que gesticula como si
presidiese con soberanía y pulso firme una tortuosa pero ineludible transición
entre bandos irreconciliables para evitar un inútil derramamiento de sangre. Una de las mejores
novelas venezolanas escritas en lo que va de siglo, El pasajero de Truman, de
Francisco Suniaga, narra la desventura del doctor Diógenes Escalante, embajador
venezolano en Washington que terminó su carrera pública como “candidato
unitario”, aprobado en 1945 tanto por la cúpula militar gobernante del General
Medina Angarita como por el emergente partido socialdemócrata Acción
Democrática. Un brote sicótico, diagnosticado la mismísima mañana en que
Escalante habría de entrevistarse con el general Medina, lo incapacitó para
siempre como pendejo transitorio y precipitó un sangriento golpe militar.
Quién sabe qué vería Hugo Chávez en Nicolás Maduro cuando lo designó
sucesor y partió a hacerse destazar por oncólogos del G2 en La Habana. Quizá
pensaba regresar a Miraflores al cabo de pocos meses y que era mejor dejar a
Maduro y no a Diosdado Cabello cuidar del coroto. Si creyó que, por ser Maduro
el más aplatanado de los suyos, su legado estaría a buen recaudo, se equivocó
de medio a medio.
Maduro es, de lejos,
el hombre indicado para decretar una amnistía general de presos políticos,
dejar flotar el dólar, elevar el precio de la gasolina, ordenar una misión
urgente ante el FMI, acordar condiciones para su exilio antes de renunciar y
adelantar las elecciones presidenciales. Esto lo convertiría, en efecto, en un
reverendísimo pendejo transitorio.
Pero Venezuela toda, tanto la chavista como la opositora, le estaría
clamorosa y eternamente agradecida.
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