CENTENARIO DEL DOCTOR RAFAEL CALDERA RODRÍGUEZ.
Palabras para la presentación del libro “RAFAEL
CALDERA, con orgullo de ser venezolano”.
Andrés Caldera Pietri
Me
corresponde, como coordinador de su realización, presentar ante ustedes este
libro, que hemos titulado: “Rafael Caldera, con orgullo de ser venezolano”. Es
un compendio en fotografías y texto de su vida, que pretende mostrarlo en toda
su dimensión humana. Aparte del Caldera formal, en una formalidad que adoptó desde
su más temprana juventud y que fue parte de su imagen pública, estaba el hombre
cálido, que conocimos quienes tuvimos la fortuna de estar a su lado, que
cantaba por las mañanas en la ducha, que disfrutaba de la música y del baile,
que gozaba en sus recorridos por nuestra geografía y en sus innumerables viajes
por el mundo, que jugaba billar, ping-pong y bolas criollas, que perdía la
cuenta de las horas cuando se sentaba a jugar dominó.
El
texto fue producto de la redacción de tres de los hermanos Caldera Pietri y las
fotografías fueron seleccionadas casi en su totalidad del archivo familiar. Sabemos
que no están todas las personas o momentos que hubiéramos querido, pero
pensamos muy tarde que habríamos podido formular una petición pública a todos
quienes tuvieran fotos de Caldera, para que nos las enviaran y así considerarlas
en este empeño. Quizás podamos hacerlo en futuras reediciones. La fotografía de
la portada es del famoso retratista canadiense Yusef Karsh, ya fallecido, en la
que aparece Rafael Caldera a los 72 años de edad.
El
trabajo se extendió durante todo el año 2015. Debo hoy reconocer la invalorable
ayuda de mis hermanas Cecilia y Mireya, en la recopilación del material
fotográfico, a Larissa Hernández y Vilena Figuera por la digitalización, a nuestra
sobrina Isabel Cecilia Rojas y Adriana García Farge por la elaboración del
logotipo del centenario, a Pascual Estrada por la diagramación, a Luis Riera
por la corrección de pruebas, a Carlos Luis Capriles por la magnífica impresión
y a Carsten Todtmann, nuestro editor, quien compartió pacientemente conmigo la selección
de las fotos, le dio la belleza y la agilidad del diseño y, por supuesto, dejó
su impronta con el elevado número de alemanes presentes en el libro.
Mención
aparte, el apoyo decidido para la realización de este proyecto por parte de
José María Nogueroles, Arístides Maza Tirado, Rafael José Rodríguez Figarella y
la familia de Francisco y Berta Rodríguez, en especial a sus hijos Javier y
Francisco, que nos han permitido realizar este acto en “La Esmeralda”, nombre
por cierto que llevaba nuestra casa de Corralito, en Carrizal, en la que los
Caldera Pietri disfrutamos de los mejores momentos de nuestra niñez y juventud.
Al
comienzo, con una foto gardeliana de un Caldera de 17 años, el texto se va
mezclando con fotografías de familia que buscan precisar y con ello desvirtuar
tantos comentarios erróneos sobre su orfandad y crianza. Aparecen sus padres
biológicos, Rosa Sofía Rodríguez Rivero de Caldera - fallecida prematuramente
por un cáncer – y Rafael Caldera Izaguirre, ambos sanfelipeños, al igual que
sus padres adoptivos, su tía materna María Eva Rodríguez Rivero de Liscano y
Tomás Liscano. Las fotografías van siguiendo un cierto orden cronológico con su
vida, sin ser exacto y termina en los tiempos de su segundo gobierno,
reflejando su gran amistad con Juan Pablo II y su amor por la Gran Sabana y el
sur de Venezuela.
En
la contra portada aparecen frases suyas, mayormente sobre sí mismo y en las
solapas, frases de distinguidas personalidades sobre su figura y su obra.
A
mi modo de ver, tres aspectos destacan a lo largo del libro y de la vida de
Rafael Caldera:
El
primero de ellos, su compromiso
cristiano de católico militante.
Impactado
a los diecisiete años, por las palabras del Papa Pío XI en el Congreso de
estudiantes católicos en Roma, asumió la política como la forma más excelsa de
practicar la caridad y se entregó a promover en el país una corriente de
pensamiento social cristiano, actuante en política, que vendría a influir en
aspectos muy importantes en el desarrollo de la Venezuela del siglo XX.
Su acción política estuvo iluminada por las
orientaciones de la Doctrina Social de la Iglesia. Su gran aspiración fue
llevar a la democracia las consecuencias derivadas de los principios del
humanismo cristiano. Por ello, luchó por ofrecer al país una alternativa
distinta tanto del colectivismo marxista como del individualismo liberal. Nunca
aceptó la tesis de que son incompatibles la libertad y la justicia social, que
es la premisa básica de estas ideologías políticas. Para él, por el contrario,
la libertad es condición esencial, indispensable de una verdadera justicia
social.
Estudiaba
y conocía las Encíclicas Papales en tal forma que Juan Pablo II, en la ocasión
de uno de sus discursos memorables, el de los XX años de la Populorum
Progressio, en el Vaticano, le llegó a decir que conocía las encíclicas mejor
que él.
Como
dije en sus exequias, su fe era del mismo tamaño de su voluntad y a pesar de la
vida difícil y cuesta arriba que siempre le tocó transitar, era un cristiano
optimista y alegre, como dice el Papa Francisco que debemos ser, al que nunca
le oí decir que estaba cansado o deprimido.
El
segundo aspecto es su calidez en la
relación familiar. Primero, naturalmente, con su madre adoptiva, nuestra abuela
María Eva, la única madre que conoció y con quien tuvo una relación especial.
De ella recibía un torrente de afecto incondicional y él le correspondía
llamándola o visitándola todos los días. Era la número uno de su club de
fanáticos y reía, al llegar a la casa, después de pronunciar algún discurso o
haber realizado algún programa de televisión, cuando sonaba el teléfono. El se
anticipaba: “Esa es mi mamá para decirme que lo hice muy bien, ya me puedo
quedar tranquilo”. Esa consecuencia y ternura familiar la tuvo con sus dos
padres, a quienes distinguía llamándolos papá y mi papá, con sus dos hermanas, con sus primos hermanos, sobrinos y
ahijados y, naturalmente con sus propios hijos, nietos y bisnietos.
Resaltando
entre toda la familia, Alicia, nuestra madre, su único y gran amor, quien desde
los 17 años se convirtió en su compañera para toda la vida y a quien quería, se
empeñaba en repetirlo, “con el amor del primer día”.
El
tercer aspecto y último: su inmenso
amor a Venezuela.
Muchos
no saben que el tiempo más largo que alguna vez estuvo fuera del país fue de
mes y medio. Rafael Caldera hizo toda su formación en Venezuela y los varios
idiomas extranjeros que dominaba fluidamente los aprendió en el país. Por eso
decía orgulloso, al aceptar las distinciones de Doctorados y Profesorados
Honorarios de Universidades en todo el mundo – más de cuarenta – que las
recibía como un producto “hecho cien por
ciento en Venezuela”.
Conocía
la geografía venezolana palmo a palmo, de Castilletes a San Simón del Cocuy, de
San Antonio al Delta del Orinoco, del Nula a Las Aves. Retornaba frecuentemente
a su terruño yaracuyano, donde celebró muchas veces su cumpleaños. Amaba la
gran sabana, disfrutaba navegar o bañarse en sus ríos, recorrer su paisaje,
visitar las comunidades indígenas. En el libro está el testimonio de cómo a
pulso, sin descanso, a lomo de mula o a caballo, en autobús, tranvía o chalana,
fue llevando su mensaje y su voz por todo el territorio venezolano,
construyendo civilidad, luchando por la justicia social en una Venezuela mejor.
Dos
veces Presidente de la República por elección popular y dos veces le
correspondió gobernar en minoría parlamentaria y con bajos precios del
petróleo. Sin embargo, la paz de la República, el orden constitucional y la
tranquilidad y bienestar de los venezolanos nunca se vieron amenazados o
quebrantados por algún motivo. El barco no se vino a pique, al contrario,
siguió su rumbo, navegando en las aguas de la democracia y la libertad. Como él
mismo lo dijo: “en sus manos no se perdió la República”.
Su
integridad moral, acompañada del ejercicio del diálogo, el respeto y la tolerancia,
con el norte puesto en la paz y el desarrollo integral del país, son virtudes
que resaltan en la figura de hombre público honesto y sincero, que pueden
servir de farol que ilumine a las nuevas generaciones de políticos venezolanos.
Termino
con la última frase suya de la contraportada del libro, que es sobre todo un
mensaje vivo y actual para los venezolanos: “Mientras más conozcamos a Venezuela, más la amaremos, más nos
enorgulleceremos de sus éxitos y realizaciones, más nos doleremos de sus
penalidades y fracasos. Más nos sentiremos comprometidos a trabajar como su
pueblo anhela, ha anhelado y continuó anhelando aún en las etapas de amargura:
para que viva en libertad, esforzándose en interpretarla y en servirla. Porque
en el largo camino de su vía crucis, ha subsistido siempre la voluntad
colectiva de superar los traumas y avanzar”.
Caracas,
24 de enero de 2016.
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