Una de mis fantasías juveniles era hacer un viaje de un año por África.
Por: Andrés Hoyos
Quería ir a muchos países y enviar crónicas que luego recopilaría en un libro. Al mismo tiempo, pensaba hacerme acompañar de un cineasta para rodar conjuntamente con él un documental. Intuía que una parte desconocida de mi mundo suramericano hallaría explicaciones en el inmenso continente africano, al que visité un par de veces hace cerca de 30 años. La vida posterior me fue envolviendo en ropas cada vez más estrechas hasta que mi fantasía hizo ¡plop!, como una pompa de jabón. Después, al rememorar, me dije que a lo mejor me había salvado de algún tiroteo. ¿Un prejuicio? Al fin y al cabo vivía en Colombia, no en Suiza.
África y América del Sur son parientes cercanas. En todo el altiplano colombiano, por ejemplo, el pasto que predomina por encima de los 2.000 metros de altura es el kikuyo, traído de la región homónima del África Oriental. Nosotros les exportamos el caucho y el cacao, dos de los mayores cultivos del continente, mientras que ellos nos exportaron la palma de aceite, tan abundante a este lado del océano. Nos unió y nos separó la esclavitud, que pasó a hacer parte de nuestro submundo colectivo, a la manera de una herida nunca restañada del todo.
Y no hablemos de la música, pues los diversos tambores y demás instrumentos rítmicos de ambos continentes se hablan entre sí mejor que las personas. Un grupo como ChocQuibTown ha de parecer local en cualquiera de los países selváticos y tropicales del oeste de África.
Tenemos más agua que ellos, cortesía de la inmensa cordillera de los Andes, que nos permite ordeñar las nubes. Por lo tanto, nuestros desiertos son diminutos comparados con el Sahara o el Kalahari. En contraste, las llanuras y selvas africanas contienen la fauna más espléndida del planeta: elefantes, rinocerontes, leones, leopardos, hipopótamos, jirafas, gorilas y los inmensos cocodrilos. Los grandes mamíferos son escasos a este lado del mar, pese a que contamos con la selva más extensa del mundo.
El Homo Sapiens se originó en África y allí vive nuestro pariente más cercano, el chimpancé, pero hoy, cruel paradoja, es en ese continente donde nuestra especie la pasa peor. Solo unos pocos países han dado el salto a la democracia y, ya en ello, casi todas son democracias disfuncionales. Persisten en África las dictaduras que aquí padecimos hasta hace tres o cuatro décadas, salpicadas como una viruela colectiva.
En África fue donde más tarde se acabó el colonialismo. Por ende, los países son jóvenes y, por definición, susceptibles de tener regímenes políticos inestables. El mundo tribal todavía tiene entre ellos mucha fuerza, lo que mina la noción del Estado nación. Nuestra población negra, llamada eufemísticamente afroamericana, es en realidad una mezcla de las diversas tribus esclavizadas, a la que se sumaron otras vetas genéticas, borrando no solo el rastro del origen, sino embrollando el resto de las raíces étnicas de nuestro al final muy mestizo subcontinente.
La pobreza del mundo todavía tiene su principal foco en África. Por lo mismo, allí aún no se ha desmontado la explosión demográfica, aunque hay signos de morigeración. Un misterio, pues, es la población tope que tendrá África en este siglo. Algunos pesimistas hablan de 4.000 millones de personas para 2100, es decir cuatro veces más que hoy.
África, dicho de otro modo, es la principal asignatura pendiente que queda en nuestro planeta.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes
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