4 de febrero de 2016

¿Qué se espera de la poesía sino que haga más vivo el vivir? ♦por: RAFAEL CADENAS, PRODAVINCI / pararescatarelporvenir.blogspot.com 4-02-2016

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Piano de Joseph
Rafael Cadenas 

Piano, por Joseph Beuys. 1966 / Centro Georges Pompidou, París

¿Qué se espera de la poesía sino que haga más vivo el 
vivir?
¿Quién puede hoy, sin sentir cierto malestar, sentarse a escribir un poema, a hacer una obra de arte? Escribimos, anotamos, registramos. C’ est tout. Lo otro se lo dejamos a eso seres inmunes que la locura de nuestra época, el derrumbe humano que percibimos, la destrucción del planeta, no logran sacudir; a los que todavía creen en el poema acabado, el bello objeto, La Kunst Ding.
¡Cómo no va a estar en baja la poesía si la lengua se encuentra en la mayor penuria de su historia!
Ya la distancia entre el lenguaje escrito y el hablado ha sufrido tal ensanche que puede llevar a una escisión, a la existencia de dos lenguas, como ha ocurrido en ciertas culturas.
Este es otro síntoma de nuestra barbarie; pero no se menciona.
La quiebra de la lengua es la quiebra de la cultura, de la sociedad y del espíritu. Es tan indeciblemente importante enseñarla bien. Debía ser el eje de la educación en la escuela, en el liceo, en las escuelas de letras. Con todo, ningún Estado le da importancia. Sin ese instrumento, dice Pound (en El arte de la poesía), el propio Estado se va al diablo.
La sociedad moderna hace de la lengua, que es instrumento de expresión de todo el ser, un artefacto funcional para el intercambio mínimo imprescindible, el que permite la marcha del engranaje. El milagro del lenguaje se reduce a repertorio de sonidos básicos. Tal vez estemos ya en medio del newspeak.
Un hombre en un apartamento de esta ciudad o de cualquier otra, lucha con las palabras. Es uno entre millares; no conozco la proporción. Tal vez en otros apartamentos habrá otros, pero no debe existir cuenta más fácil: la sociedad moderna condenó hace tiempo al hombre de letras, al hombre de la  pasión por las palabras, a un destierro creciente, pero al mismo tiempo ha perdido la voz. No puede expresarse. Carece de lenguaje. Cuenta con clichés, estereotipos, ruido.
Hemos entrado en una barbarie. No ha habido invasiones. Después de todo, los bárbaros portan una energía que avigora civilizaciones cansadas. En nuestro tiempo es la sociedad la que, revestida de progreso, se barbariza. Se trata de una destructividad «inteligente». Hay algo tanático en el progreso que conocemos.
«Un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que hay en nosotros» (Kafka).
Exigentísima piedra de toque. No sé cuántos libros podrían ceñirse a ella cumplidamente y salir ilesos.
Vivo desde la ignorancia radical.
Un pueblo sin conciencia de la lengua termina repitiendo los slogans de los embaucadores; es decir, muere como pueblo.
Frente al poema. Entramos en contacto con palabras que se reaniman en nosotros, que dependen de nuestra respuesta para cumplirse. El modo de recibirlas es lo que hace el poema.
Hay quienes se ponen a buscarle utilidades al arte, cuando su valor está en que se sitúa fuera del campo de lo utilitario. Son los que dan en el desatino de pelear en el terreno de la sociedad. Hace falta mover a los hombres en la dirección de lo gratuito, el goce, del ocio –contrapesos.
La poesía puede acompañar al hombre, que está más solo que nunca, pero no para consolarlo sino para hacerlo más verdadero. Por eso tiende a ser seca, dura, sobria. Además, ¿qué consuelo puede haber?
El lenguaje de la poesía mira al misterio, lo tiene presente; es lo que lo hace esencial. Los otros lenguajes no lo advierten, no le dan cabida, operan a sus espaldas; muchos de ellos son seguros, afirmativos, sapientes; están llenos de suficiencia; rezuman autoridad. Si algo tiene que ver con la poesía es la ignorancia fundamental, el no saber, sobre el cual está erigido el mundo del hombre.
De ahí lo inconcluyente de la poesía. Se mueve en un borde donde no caben certidumbres rotundas, Esta es su fuerza desconcertante.
Los poetas no convencen. Tampoco vencen. Su papel es otro, ajeno al poder: ser contraste.
El poeta vive lejos del mundo donde señorea la ideocracia.
La poesía tiene que ver esencialmente con la vida, con ese hecho inefable, y es extraña como ella que siendo lo más inmediato o sin distancia, pues la somos, es lo menos nuestro.
En la poesía se ha de sentir el sabor de eso que, siendo lo más presente, no conocemos.
El hombre convirtió la naturaleza en campo de conquista, en algo que existe para explotarse. Pero antes debe haber ocurrido una caída; el hombre tiene que haber perdido, si lo tuvo, el sentido del misterio. Tal vez sea esa falla radical lo que ha destapado a los demonios.
Hoy no existe una relación, aparte de la biológica, con el cosmos. El alma no participa como el cuerpo en este contacto, y así también el cuerpo deja de sentirlo. Sobreviene entonces un embotamiento que amenaza con destruirnos.
La propia actividad de dominio sobre la naturaleza que realizan los hombres los ha alucinado haciéndolos olvidar el fundamento. Tal vez pensaron que podían «manejarla» y «manejar» la esfera de lo humano, como pretensiosamente se suele decir hoy, pues la palabra se aplica de ordinario a fuerzas que más bien nos manejan. No sabían que cuando se olvida el fundamento la esfera de lo humano se torna ingobernable, pierde sus proporciones, se desmide, se vuelve pesadilla –la que vivimos hoy. Por creer sólo en la acción impositiva caemos en el caos, y los dioses de la tierra toman venganza.
Los hombres se dan a enriquecerse porque ya han perdido la fuerza que hace adorar.
Los libros se forman solos. Van haciéndose al hilo de los días como una historia. Nunca me he propuesto «escribir un libro». Ellos nacen, como mis palabras, en el vivir cotidiano. Mi reflexión es fragmentaria. Los «poemas» son momentos. Anotaciones.
♦♦♦
Anotaciones, Rafael Cadenas, Fundarte, 1983, Caracas. Curaduría a cargo de Josefina Núñez.
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