La Asamblea y la herencia
envenenada de Chávez
Los chavistas que no han hecho daño deben ser llamados, los que no
son capaces de matar para no terminar presos en el extranjero etc.
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Recuerdo 1999 como si fuera ayer. Cuando los otrora poderosísimos caudillos de los partidos políticos y aquellos magnánimos diputados y senadores que antes inundaban los medios de comunicación, terminaron haciendo cola en el habilitado o en la Oficina de Personal para introducir apresuradamente sus jubilaciones. La gran lección fue cuando salí del Congreso aquel día y vi a algunos líderes políticos haciendo cola, pero ésta vez en el teléfono público de la Esquina de Pajaritos. Pensé: esto es increíble. Les habían quitado el chofer y el celular que también era pagado por el Congreso y si el teléfono público hubiera hablado, seguramente les habría dicho lo mismo que yo: “¿Ustedes pensaban que esto iba a durar para siempre?”. Ese día, hablaba con uno de ellos mientras hacia la cola y otro personaje importante, auricular en mano le decía: “Esto dice que hay que introducir una tarjeta…” Era el resultado de varias décadas divorciados de la realidad social, ocurrido mucho, pero mucho tiempo atrás y ese día firmaban la sentencia que los separaría para siempre del Poder Legislativo y de la política venezolana.
Pero esos “herederos” -porque ninguno de los padres fundadores de la democracia vivía para ese momento o estaban ya retirados con el sol a la espalda- que hacían la cola frente al teléfono público, podían marcharse con resignada impotencia a sus casas sin que la revolución les hiciera mella alguna, porque ningún modelo anterior desde Guzmán Blanco, pasando por las dictaduras de Gómez o Pérez Jiménez y los cuarenta años de democracia, había hecho el daño que hicieron sus sucesores. Me explico.
Más allá de los subterfugios utilizados contra la democracia, para tratar de empañar su obra hablando de exclusión social, Hugo Chávez tuvo de acuerdo a sus palabras “un sueldo excelente” con Carlos Andrés Pérez, y llegados los tiempos de Luis Herrera nos explicó que: “con mi sueldo me pude comprar un carro (...) tremenda nave con rines de magnesio (...) y corneta ru ru ru (...) pregúntele a una novia que tenía” (mientras su esposa vivía en un rancho) y siendo mayor un día, presidiendo Rafael Caldera, su jefe y general le preguntó: ¿Tú no tienes casa?, ¿Tú eres mayor y no tienes casa? No tengo” respondió. No porque no era posible, sino por una vida completamente desordenada, ya que todos sus compañeros tenían vivienda propia y él vivía de nuevo con otra novia en Caracas. “Yo vine a conseguir un crédito -lo confieso-, no porque yo lo haya pedido” sic, “el general estaba empeñado (...) Entonces él, prácticamente, casi que llenó la solicitud” y así fue como le dieron su crédito completico.
Era necesaria esta vuelta, para volver a las caras de aquel teléfono público de 1999, porque aquella gente que pedía una tarjeta telefónica prestada, fue la que permitió que todos estos comunistas, llegaran a ministros gritándonos que fueron “excluidos”, cuando a todos les ocurrió lo mismo que a Chávez, tuvieron oportunidades y no pocos estudiaron en Bologna, Sussex, Stanford, Columbia, Costa Rica, Berkeley, la Universidad Autónoma de México, la Sorbona o la Complutense, por no hablar de que fueron becados, hasta el punto que lo único que provoca es gritarles a los cuatro vientos ¡Carajo! Venezuela bien vale una disculpa de parte de todos ustedes!
Pero no la habrá. Es la misma ignorancia sobre la lección: “Nada dura para siempre” pero con una enorme diferencia. Algunos de ellos, por primera vez en la historia, hicieron mucho daño directo, personal y alevoso a demasiada gente. Cuando vieron a Brito agonizar de hambre, decían: “esto va a durar para siempre”, cuando arrastraban a la gente fuera de sus fincas, cuando allanaron sus propiedades, cuando empujaron al árabe llorando de su tienda, cuando acusaron cientos sin pruebas y arrojaron a la gente común a las mazmorras. Cuando obligaron a 236 mil pequeños empresarios a cerrar sus puertas, a miles a quebrar, a centenares de miles de abuelos y padres a separarse de sus hijos y nietos pensaban: “esto va a durar para siempre”.
Cuando atacaron al imperio estadounidense, lo ridiculizaron y lo amenazaron, cuando insultaron a los españoles, cuando insultaban a Merkel como si estuvieran en un bar de mala muerte, exclamaban extasiados: “este poder va a durar para siempre”. Cuando ya no importaron las formas, - que pocas veces guardaron - aunque los descubrieran con cientos de millones de euros en cuentas cifradas o cuando Chávez los mandó a negociar con la guerrilla para hacerse la vista gorda, pensaron: “total la DEA no se va a meter, porque tenemos el poder y para eso los sacamos de aquí”, cuando ayudaron a Irak, a Libia y a no pocos radicales islámicos aseguraban convencidos: “este poder va a durar para siempre (...) Tenemos a todo el Mercosur, a los árabes y pronto ganarán los nuestros en Europa, la revolución finalmente será mundial” arengaba la soberbia del ignorante.
Pero el teléfono que sonó y no fue el público de Pajaritos. Fue el cubano, un día como el 12 de Diciembre de 2012: “hubo un paro (...) coma (...) no salió de ésta (...) lo mantendremos artificialmente hasta que ustedes vean que hacer”. Pero lejos de rectificar, tras el duro golpe, continuaron haciendo daño al grotesco grito: “Chávez vive”. Luego caerían los precios del petróleo, los líderes revolucionarios árabes serian barridos, Cuba abriría su embajada en Washington, Macri ganaría al kirchnerismo, Dilma Roussef con una popularidad del 8% generaría un paquetazo liberal y enfrentará su destitución, Uruguay y Paraguay cambiarían de opinión, las FARC le daría la espalda a Venezuela con la paz, la OEA se voltearía y de Mercosur solo quedaría un Evo Morales exclamando: “! Me siento solo en Suramérica!”. “Podemos” que quería gobernar España y los movimientos financiados por Chávez perderían estrepitosamente en la península, mientras la DEA ya tiene listas las boletas que meterán en la cárcel a quienes negociaron, lo innegociable.
Si, “nada dura para siempre”, para colmo el seis de Diciembre, a dos años del aniversario de la muerte de Chávez, la revolución perdió y la oposición alcanzó lo impensable, la supermayoría y en las elecciones de 2016 arrasaremos con 21 de las 23 gobernaciones (si no con todas) sin mencionar la alcaldías. Ahora veremos la corrida de muchos al grito “no te entierres con la Revolución” y la radicalización de una exigua minoría, donde no pocos se ven los próximos treinta años, vestidos de color naranja tras un pequeño vidrio y un teléfono, en un locutorio del extranjero. Por eso, a unos pocos les parece que no tienen otra opción, más que radicalizarse e incluso hasta intentar lo irracional, en el preciso momento en que perdieron todo su piso político (hablar en nombre de la mayoría o del pueblo) y perdido además, todo el apoyo exterior. Radicalizarse en minoría comprobada, contra el planeta entero, es y hay que decirlo, la estupidez suprema.
Por eso la oposición debe hacer un llamado cordial y urgente, frente a la amenaza final. El chavismo que no hizo daño, la gran mayoría, debe ser convocado para construir la nueva Venezuela, la de todos sin persecuciones políticas e ideológicas, una más pragmática que solo aspire al progreso, trabajo y esfuerzo con sentido común. Sobre todo ellos, deben deslindarse y ayudarnos a aislar a los que están dispuestos a matar por conservar sus cuentas bancarias, privilegios o escapar de las consecuencias de su propia maldad, es decir, aquellos que adquirieron firme, plena, irrevocable, absoluta y totalmente, la herencia envenenada de Chávez.
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