por; Ramón Peña
28/12/2015
En 1968, el candidato oficialista de Acción Democrática (AD), Gonzalo Barrios, perdía la elección presidencial por una diferencia de apenas 30 mil votos frente a Rafael Caldera. En medio de dudas y presiones, Barrios, respaldado por Rómulo Betancourt, líder histórico del partido, aceptó el resultado con una frase aleccionadora: “Prefiero una derrota dudosa antes que una victoria sospechosa.” En las elecciones presidenciales de 1978, el candidato de AD, Luis Piñerúa Ordaz, fue derrotado por el opositor Luis Herrera Campíns. Ante el infortunio, Betancourt serenamente reaccionó con una sencilla exclamación: “¡We will comeback!” Y así fue, su partido pasó a la oposición y ganó las siguientes elecciones.
Rómulo Betancourt valoraba más la alternabilidad que la continuidad en el poder, incluida la de su propio partido; concebía el cambio de actores como renovado oxígeno para la preservación de la institucionalidad democrática. Un principio que con sentido estricto aplicó hasta consigo mismo, cuando en 1973, teniendo el camino abierto para volver a la Presidencia, cedió la oportunidad a otros lideres de su propio partido. Por sobradas razones, Betancourt es la figura emblemática de la democracia en nuestro continente.
Lamentable el contraste de aquellos lideres con los personajes que hoy escenifican un estropicio pueril y tramposo ante una convincente derrota, más que justificada por años de desmanes, desaciertos y corrupción. En las propias filas del chavismo, voces sensatas, preocupadas por el futuro de su partido político, llaman a sus dirigentes a reconocer el fracaso y corregir el rumbo. Pero no obtendrán respuesta: al timón están el aventurerismo y la ignorancia.
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