UNA DERROTA IRREVERSIBLE
(SEGUNDA PARTE)
por: Antonio Sánchez García
“Un viento de libertad corre ahora por la tierra venezolana, devastada por
17 años de estatismo, colectivismo, represión política, demagogia y corrupción
que han llevado a la ruina y al caos a uno de los países potencialmente más
ricos del mundo.”
Mario Vargas Llosa
Antonio Sánchez García @sangarccs
“La economía de mercado, basada en
la libertad de empresa y el capitalismo democrático, un capitalismo privado,
disociado del poder político pero asociado al Estado de derecho, es la única
economía que puede considerarse liberalismo. Es la que está estableciéndose en
el mundo, con frecuencia a espaldas de los hombres que a diario la consolidan y
la amplían. No se trata de que sea la mejor o la peor. Es que no hay otra – a
no ser en la imaginación”. Jean François Revel, La Gran Mascarada.
1
Gonzalo Gómez, uno de los
fundadores de Aporrea, la expresión del pensamiento marxista radical en el seno
del chavismo, y quien concluye, junto a los ex ministros Giordani y Navarro,
los más notables disidentes del chavismo tras la muerte de su fundador, que por
las flagrantes inoperancias, errores y abusos del tren ejecutivo la revolución
bolivariana se encontraría al borde del abismo, señala en el artículo que
citáramos en la primera parte de esta serie dedicada al análisis de sus causas,
haciendo un balance de la situación porque atraviesa el chavismo que “la
dirección política no hizo nada para cambiar el modelo económico e instaurar el
socialismo. Se mantiene el capitalismo de Estado, rentista, burocrático. No se
avanza en los cambios de las relaciones de producción. El control obrero, la
propiedad social no avanzan. Hay un problema de conciencia de clase, por lo que
es necesario que trabajadores y funcionarios entiendan su rol. Eso no significa
que fracasó el socialismo, sino que fracasó el capitalismo.”
El argumento no es inédito ni se
lo plantea por primera vez para explicar las razones de las crisis y los
debacles del llamado “socialismo real”. Cuando tras la caída del Muro de Berlín
y la implosión de la Unión Soviética a fines de los ochenta – un régimen que sí
implementó “los cambios de las relaciones de producción, el control obrero, la
propiedad social” y cultivó durante setenta interminables y sangrientos años la
“conciencia de clase”, digamos: el modelo perfecto de lo que nuestros
amigos de Aporrea hubieran querido se hubiera implementado en Venezuela en
estos tortuosos diecisiete años – los intelectuales
marxistas franceses soltaron la misma especie: no fracasó el socialismo,
fracasó el capitalismo, no fracasó la dictadura proletaria, fracasó el
liberalismo. No fracasaron Marx y Lenin, fracasó Churchill.
Dado lo absurdo de esta “gran
mascarada”, como la llamara el intelectual francés Jean-François Revel, la
izquierda marxista francesa fue más lejos en su porfiada y cínica ceguera:
soltó algo así como que “habrá fracasado el socialismo soviético, pero no ha
fracasado el comunismo, tal como se lo expresa en El manifiesto comunista”.
Exactamente como en el cuento del astrónomo al que se le demuestra que el
planeta cuya trayectoria había descrito erróneamente, pues obedecía a otras
leyes, riposto: “peor para el planeta”. La utopía en su estado puro es la
perfecta coartada para desconocer su impractibilidad real. Ella será impoluta,
perfecta, pura y casta hasta el fin de los tiempos. Pero sólo en cuanto se
mantenga en su estado larval: una ensoñación literaria. Poco importan los
monstruosos desastres y las pavorosas devastaciones, hambrunas y mortandades
que provoquen los fanatismos que intentan llevarla a la práctica.
Al margen de la naturaleza
esperpéntica del argumento de la guerra económica con que en parte justifica el
aluvión – algo así como que los nazis hubieran culpado a los judíos de haber
propiciado una “guerra racial” para explicarse la derrota de la Segunda Guerra
-, un descabellado argumento para culpar a los vencidos, aniquilados y
atropellados empresarios venezolanos, expropiados, quebrados y escarnecidos por
la monstruosa devaluación de la moneda, el derrumbe del precio del petróleo y
la absoluta falta de previsión de quienes inventan el subterfugio, la “fatal
arrogancia” de nuestros amigos de Aporrea los lleva a tomar el rábano por las
hojas y a rehuir la única sana medida que podría, si no evitar el fin del ciclo
“del progresismo” en Latinoamérica que ya es inevitable, por lo menos preparar
el terreno para encontrar un espacio en los futuros combates. Que si todos nos
quitamos las gríngolas, bien podría desarrollarse en el terreno de la libertad
y la democracia. Algo a lo que aspiran los mejores cerebros de la izquierda
latinoamericana, como Lula da Silva, quien desde Madrid acaba de enviarle el
siguiente mensaje a Nicolás Maduro: “”La democracia no es estar eternamente en
el cargo y Maduro debe entenderlo”. O lo que ya hace años afirmara Ricardo
Lagos: la democracia consiste en saber hacer las maletas a tiempo. Lo que Lula
no sabe, o pretende ignorar, es que en Venezuela la democracia es un
esperpento. Que la inmensa mayoría de los venezolanos – como lo demostramos
infringiéndole al régimen esta irreversible y humillante derrota – esperamos
que vuelva por sus fueros, para que incluso los mismos seguidores de Maduro,
Lula y sus izquierdas puedan sobrevivir en Venezuela si bien bajo condiciones
antinómicas a aquellas de las que profitaran durante tres largos lustros. Para
lograrlo, Maduro tendría que dejar el Poder cuanto antes y dar paso a la
reconstrucción de un Estado de derecho. O sobrevendrá la catástrofe hobbesiana:
bellum omnia contra omnes. La guerra de todos contra todos.
2
Comparto, sin embargo, el
diagnóstico esencial de Gonzalo Gómez y los amigos de Aporrea: la de Chávez
jamás fue una auténtica revolución socialista, como lo he señalado en mi
artículo anterior. Fue, para ir directamente al grano, la hipertrofia ad
absurdum del modelo rentista, populista, estatista, estatólatra, socialistoide y
clientelar que ha caracterizado al sistema económico, social y político
venezolano desde la aparición de las fastuosas riquezas petroleras, en los
tempranos años veinte del siglo pasado. Fue la perversión summa cum laude del
modelo de desarrollo impulsado por “el estado mágico”[1] desde los tiempos de
Gómez, con los aditamentos del caudillismo militarista con los que, la misma
clase dominante de Punto Fijo en brazos de sus náufragos, le saliera al paso al
único intento serio y responsable por quebrar ese modelo improductivo
adelantado a medias, sin plena conciencia ni absoluta consecuencia por Carlos
Andrés Pérez, que sirviera de pretexto y antesala para el golpismo que
infiltrara al cuerpo hegemónico venezolano y del que se sirviera Hugo Chávez
para dar su propio golpe de Estado, desbancar a las viejas élites y hacer con
el Estado mágico el más insólito y descomunal acto de magia: hacer desaparecer
ante los deslumbrados ojos de sus espectadores la bicoca de uno o varios
millones de millones de dólares. Parte de los cuales, un tercio según el dúo
Giordani Navarro, habría ido a parar a las faltriqueras, cuentas corrientes y
depósitos en el extranjero de su Nomenklatura. Digno de Houdini. Y de un juicio
por robo, peculado y apropiación indebida de las dimensiones acordes con el
crimen, es decir: una suerte de Juicio de Nüremberg.
Que ese acto de magia del
hipertrofiado Estado Mágico se realizara bajo la mascarada del socialismo del
Siglo XXI y la coartada alquilada por los hermanos Castro a cambio de una
sustancial tajada de los birlado y del Foro de Sao Paulo en sus intentos por
continentalizar el modelo, es harina de otro costal. La Gran Mascarada es el
proyecto mismo de este irracional embate que ya lleva década y media en
ejecución y que mi amigo chileno, el socialista extremo Carlos Ominami,
padrastro del precandidato presidencial Marco Enríquez-Ominami, MEO, llama
“gobiernos progresistas”. Confundir el progresismo – es decir: el desarrollo de
un plan orquestado para la generación y el crecimiento de la riqueza que
permitan el progreso material y espiritual, verdadero y sin malas artes,
al conjunto de nuestras sociedades – con la repartija de los ingresos
capitalizados por nuestros Estados Mágicos gracias al alza de los precios de
nuestras materias primas, es simple charlatanería. El problema se suscita
cuando esa charlatanería culmina en su único desenlace posible, como en
Venezuela: la devastación nacional.
3
De allí la primera discusión que
habría que adelantar con profundidad y conocimiento, sine ira et studio : ¿cuál
es la auténtica naturaleza del capitalismo dominante en América Latina? ¿Cuál
la del socialismo, por ejemplo del cubano, que ha terminado en la misma
devastación que el chavismo, pero sobre una sociedad esclavizada, ensordecida,
enceguecida y enmudecida por la tiranía?
Un primer acercamiento al tema me
lleva a coincidir con el ya citado Jean François Revel: “puede muy bien existir
un capitalismo sin mercado. Incluso el sueño de muchos capitalistas consiste en
lo privado sin mercado, lo privado protegido de la competencia por un poder
político cómplice y retribuido. Ése fue el sistema practicado durante décadas
en América Latina, un capitalismo al que erróneamente se calificó de ‘salvaje’
cuando estaba admirablemente organizado para servir a los intereses de una
oligarquía. Es la razón por la cual cuando ‘el subcomandante Marcos’ hincha el
pecho denominándose ‘jefe de la lucha mundial contra el neoliberalismo’, al que
califica de ‘crimen contra la humanidad’, en realidad está sirviendo al capitalismo
privado sin mercado, al capitalismo asociado al monopolio político del Partido
Revolucionario Institucional que, durante cuarenta años y en nombre del
socialismo ha alimentado la pobreza del pueblo mexicano en beneficio de una
oligarquía”.[2]
En realidad, ese híbrido contra
natura de capitalismo salvaje y socialismo corruptor practicado por el chavismo
pareciera calcado del “capitalismo salvaje” descrito por Revel, pero pervertido
aún más en su esencia depredadora y caricaturizado bajo la figura de esa
extraña oligarquía parida del contubernio de la burguesía de la Cuarta
República con la sedienta y voraz nueva clase económica dominante al día de
hoy, brotada de las entrañas del chavismo: la boliburguesía, con su apéndice
menor, los llamados bolichicos. Concuerdo que al hablar de capitalismo bajo el
modelo liberal se debe respetar la vigencia de lo real: “La economía de
mercado, basada en la libertad de empresa y el capitalismo democrático, un
capitalismo privado, disociado del poder político pero asociado al Estado de
derecho, es la única economía que puede considerarse liberalismo. Es la que
está estableciéndose en el mundo, con frecuencia a espaldas de los hombres que
a diario la consolidan y la amplían. No se trata de que sea la mejor o la peor.
Es que no hay otra – a no ser en la imaginación”.[3]
[1] El Estado mágico, Fernando
Coronil, Nueva Sociedad, Caracas, 2002.
[2] La gran mascarada, Jean
François Revel, págs. 64 y 65. Taurus, Madrid, 2000.
[3] Ibídem, pág. 67.“Un viento de libertad corre ahora por la tierra venezolana, devastada por
17 años de estatismo, colectivismo, represión política, demagogia y corrupción
que han llevado a la ruina y al caos a uno de los países potencialmente más
ricos del mundo.”
Mario Vargas Llosa
Antonio Sánchez García @sangarccs
“La economía de mercado, basada en
la libertad de empresa y el capitalismo democrático, un capitalismo privado,
disociado del poder político pero asociado al Estado de derecho, es la única
economía que puede considerarse liberalismo. Es la que está estableciéndose en
el mundo, con frecuencia a espaldas de los hombres que a diario la consolidan y
la amplían. No se trata de que sea la mejor o la peor. Es que no hay otra – a
no ser en la imaginación”. Jean François Revel, La Gran Mascarada.
1
Gonzalo Gómez, uno de los
fundadores de Aporrea, la expresión del pensamiento marxista radical en el seno
del chavismo, y quien concluye, junto a los ex ministros Giordani y Navarro,
los más notables disidentes del chavismo tras la muerte de su fundador, que por
las flagrantes inoperancias, errores y abusos del tren ejecutivo la revolución
bolivariana se encontraría al borde del abismo, señala en el artículo que
citáramos en la primera parte de esta serie dedicada al análisis de sus causas,
haciendo un balance de la situación porque atraviesa el chavismo que “la
dirección política no hizo nada para cambiar el modelo económico e instaurar el
socialismo. Se mantiene el capitalismo de Estado, rentista, burocrático. No se
avanza en los cambios de las relaciones de producción. El control obrero, la
propiedad social no avanzan. Hay un problema de conciencia de clase, por lo que
es necesario que trabajadores y funcionarios entiendan su rol. Eso no significa
que fracasó el socialismo, sino que fracasó el capitalismo.”
El argumento no es inédito ni se
lo plantea por primera vez para explicar las razones de las crisis y los
debacles del llamado “socialismo real”. Cuando tras la caída del Muro de Berlín
y la implosión de la Unión Soviética a fines de los ochenta – un régimen que sí
implementó “los cambios de las relaciones de producción, el control obrero, la
propiedad social” y cultivó durante setenta interminables y sangrientos años la
“conciencia de clase”, digamos: el modelo perfecto de lo que nuestros
amigos de Aporrea hubieran querido se hubiera implementado en Venezuela en
estos tortuosos diecisiete años – los intelectuales
marxistas franceses soltaron la misma especie: no fracasó el socialismo,
fracasó el capitalismo, no fracasó la dictadura proletaria, fracasó el
liberalismo. No fracasaron Marx y Lenin, fracasó Churchill.
Dado lo absurdo de esta “gran
mascarada”, como la llamara el intelectual francés Jean-François Revel, la
izquierda marxista francesa fue más lejos en su porfiada y cínica ceguera:
soltó algo así como que “habrá fracasado el socialismo soviético, pero no ha
fracasado el comunismo, tal como se lo expresa en El manifiesto comunista”.
Exactamente como en el cuento del astrónomo al que se le demuestra que el
planeta cuya trayectoria había descrito erróneamente, pues obedecía a otras
leyes, riposto: “peor para el planeta”. La utopía en su estado puro es la
perfecta coartada para desconocer su impractibilidad real. Ella será impoluta,
perfecta, pura y casta hasta el fin de los tiempos. Pero sólo en cuanto se
mantenga en su estado larval: una ensoñación literaria. Poco importan los
monstruosos desastres y las pavorosas devastaciones, hambrunas y mortandades
que provoquen los fanatismos que intentan llevarla a la práctica.
Al margen de la naturaleza
esperpéntica del argumento de la guerra económica con que en parte justifica el
aluvión – algo así como que los nazis hubieran culpado a los judíos de haber
propiciado una “guerra racial” para explicarse la derrota de la Segunda Guerra
-, un descabellado argumento para culpar a los vencidos, aniquilados y
atropellados empresarios venezolanos, expropiados, quebrados y escarnecidos por
la monstruosa devaluación de la moneda, el derrumbe del precio del petróleo y
la absoluta falta de previsión de quienes inventan el subterfugio, la “fatal
arrogancia” de nuestros amigos de Aporrea los lleva a tomar el rábano por las
hojas y a rehuir la única sana medida que podría, si no evitar el fin del ciclo
“del progresismo” en Latinoamérica que ya es inevitable, por lo menos preparar
el terreno para encontrar un espacio en los futuros combates. Que si todos nos
quitamos las gríngolas, bien podría desarrollarse en el terreno de la libertad
y la democracia. Algo a lo que aspiran los mejores cerebros de la izquierda
latinoamericana, como Lula da Silva, quien desde Madrid acaba de enviarle el
siguiente mensaje a Nicolás Maduro: “”La democracia no es estar eternamente en
el cargo y Maduro debe entenderlo”. O lo que ya hace años afirmara Ricardo
Lagos: la democracia consiste en saber hacer las maletas a tiempo. Lo que Lula
no sabe, o pretende ignorar, es que en Venezuela la democracia es un
esperpento. Que la inmensa mayoría de los venezolanos – como lo demostramos
infringiéndole al régimen esta irreversible y humillante derrota – esperamos
que vuelva por sus fueros, para que incluso los mismos seguidores de Maduro,
Lula y sus izquierdas puedan sobrevivir en Venezuela si bien bajo condiciones
antinómicas a aquellas de las que profitaran durante tres largos lustros. Para
lograrlo, Maduro tendría que dejar el Poder cuanto antes y dar paso a la
reconstrucción de un Estado de derecho. O sobrevendrá la catástrofe hobbesiana:
bellum omnia contra omnes. La guerra de todos contra todos.
2
Comparto, sin embargo, el
diagnóstico esencial de Gonzalo Gómez y los amigos de Aporrea: la de Chávez
jamás fue una auténtica revolución socialista, como lo he señalado en mi
artículo anterior. Fue, para ir directamente al grano, la hipertrofia ad
absurdum del modelo rentista, populista, estatista, estatólatra, socialistoide y
clientelar que ha caracterizado al sistema económico, social y político
venezolano desde la aparición de las fastuosas riquezas petroleras, en los
tempranos años veinte del siglo pasado. Fue la perversión summa cum laude del
modelo de desarrollo impulsado por “el estado mágico”[1] desde los tiempos de
Gómez, con los aditamentos del caudillismo militarista con los que, la misma
clase dominante de Punto Fijo en brazos de sus náufragos, le saliera al paso al
único intento serio y responsable por quebrar ese modelo improductivo
adelantado a medias, sin plena conciencia ni absoluta consecuencia por Carlos
Andrés Pérez, que sirviera de pretexto y antesala para el golpismo que
infiltrara al cuerpo hegemónico venezolano y del que se sirviera Hugo Chávez
para dar su propio golpe de Estado, desbancar a las viejas élites y hacer con
el Estado mágico el más insólito y descomunal acto de magia: hacer desaparecer
ante los deslumbrados ojos de sus espectadores la bicoca de uno o varios
millones de millones de dólares. Parte de los cuales, un tercio según el dúo
Giordani Navarro, habría ido a parar a las faltriqueras, cuentas corrientes y
depósitos en el extranjero de su Nomenklatura. Digno de Houdini. Y de un juicio
por robo, peculado y apropiación indebida de las dimensiones acordes con el
crimen, es decir: una suerte de Juicio de Nüremberg.
Que ese acto de magia del
hipertrofiado Estado Mágico se realizara bajo la mascarada del socialismo del
Siglo XXI y la coartada alquilada por los hermanos Castro a cambio de una
sustancial tajada de los birlado y del Foro de Sao Paulo en sus intentos por
continentalizar el modelo, es harina de otro costal. La Gran Mascarada es el
proyecto mismo de este irracional embate que ya lleva década y media en
ejecución y que mi amigo chileno, el socialista extremo Carlos Ominami,
padrastro del precandidato presidencial Marco Enríquez-Ominami, MEO, llama
“gobiernos progresistas”. Confundir el progresismo – es decir: el desarrollo de
un plan orquestado para la generación y el crecimiento de la riqueza que
permitan el progreso material y espiritual, verdadero y sin malas artes,
al conjunto de nuestras sociedades – con la repartija de los ingresos
capitalizados por nuestros Estados Mágicos gracias al alza de los precios de
nuestras materias primas, es simple charlatanería. El problema se suscita
cuando esa charlatanería culmina en su único desenlace posible, como en
Venezuela: la devastación nacional.
3
De allí la primera discusión que
habría que adelantar con profundidad y conocimiento, sine ira et studio : ¿cuál
es la auténtica naturaleza del capitalismo dominante en América Latina? ¿Cuál
la del socialismo, por ejemplo del cubano, que ha terminado en la misma
devastación que el chavismo, pero sobre una sociedad esclavizada, ensordecida,
enceguecida y enmudecida por la tiranía?
Un primer acercamiento al tema me
lleva a coincidir con el ya citado Jean François Revel: “puede muy bien existir
un capitalismo sin mercado. Incluso el sueño de muchos capitalistas consiste en
lo privado sin mercado, lo privado protegido de la competencia por un poder
político cómplice y retribuido. Ése fue el sistema practicado durante décadas
en América Latina, un capitalismo al que erróneamente se calificó de ‘salvaje’
cuando estaba admirablemente organizado para servir a los intereses de una
oligarquía. Es la razón por la cual cuando ‘el subcomandante Marcos’ hincha el
pecho denominándose ‘jefe de la lucha mundial contra el neoliberalismo’, al que
califica de ‘crimen contra la humanidad’, en realidad está sirviendo al capitalismo
privado sin mercado, al capitalismo asociado al monopolio político del Partido
Revolucionario Institucional que, durante cuarenta años y en nombre del
socialismo ha alimentado la pobreza del pueblo mexicano en beneficio de una
oligarquía”.[2]
En realidad, ese híbrido contra
natura de capitalismo salvaje y socialismo corruptor practicado por el chavismo
pareciera calcado del “capitalismo salvaje” descrito por Revel, pero pervertido
aún más en su esencia depredadora y caricaturizado bajo la figura de esa
extraña oligarquía parida del contubernio de la burguesía de la Cuarta
República con la sedienta y voraz nueva clase económica dominante al día de
hoy, brotada de las entrañas del chavismo: la boliburguesía, con su apéndice
menor, los llamados bolichicos. Concuerdo que al hablar de capitalismo bajo el
modelo liberal se debe respetar la vigencia de lo real: “La economía de
mercado, basada en la libertad de empresa y el capitalismo democrático, un
capitalismo privado, disociado del poder político pero asociado al Estado de
derecho, es la única economía que puede considerarse liberalismo. Es la que
está estableciéndose en el mundo, con frecuencia a espaldas de los hombres que
a diario la consolidan y la amplían. No se trata de que sea la mejor o la peor.
Es que no hay otra – a no ser en la imaginación”.[3]
[1] El Estado mágico, Fernando
Coronil, Nueva Sociedad, Caracas, 2002.
[2] La gran mascarada, Jean
François Revel, págs. 64 y 65. Taurus, Madrid, 2000.
[3] Ibídem, pág. 67.
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