EL VERDADERO PODER DEL ESTADO ISLÁMICO
Aníbal Romero
(El
Nacional,16 diciembre 2015)
Argumentaré que el llamado Estado Islámico (Isis, Daesch, o Isil)
genera un poder que con mucho trasciende sus exiguas capacidades militares, y
procuraré esclarecer algunos de sus principales rasgos. Destacados analistas
han apuntado que el poder no son cosas sino una relación entre actores
políticos, en la cual pueden o no intervenir cosas como los armamentos, por
ejemplo. De allí que para citar un caso, la evaluación de la relación
geopolítica entre Rusia y Estados Unidos comprende numerosos aspectos, entre
ellos el militar, pero el número de soldados, tanques y aviones de combate,
buques de guerra, armas nucleares, biológicas y químicas no revela, tomado de
manera exclusiva, el balance de poder entre estos actores internacionales.
Otros factores intangibles como la capacidad, decisión y audacia del
liderazgo juegan un papel que no podemos sujetar a cifras. Lo clave es la
relación de poder y no los aspectos materiales de la misma. El poder que ejerce
una figura como el Papa en el mundo católico y más allá no tiene que ver con
objetos materiales, sino con su autoridad espiritual. A fin de cuentas el poder
puede conceptualizarse como la capacidad para lograr que otros definan, ajusten
o modifiquen su conducta de acuerdo a “nuestra” voluntad.
El poder que los actos terroristas del ISIS ejercen sobre Occidente es
desmesurado y desproporcionado con relación a lo que son sus verdaderas
capacidades militares, tal y como se despliegan en Siria e Irak entre otros
lugares. Ello se debe a que dicho poder, es decir, dicha relación de poder
entre ISIS y las sociedades liberal-democráticas de Occidente se caracteriza
por tres rasgos que erosionan y desgarran el cuidadosamente elaborado dique de
contención dentro del que sobrevive nuestra cultura.
Tales rasgos son en primer lugar la sorpresa como elemento permanente del
terrorismo, en segundo lugar la incertidumbre acerca de sus motivaciones, y en
tercer lugar la crueldad radical de la que son capaces los ejecutores de sus
designios. En efecto, las sociedades democráticas de Europa y el norte de
América se sostienen gracias a la previsibilidad de los millones de
interacciones que a diario 2 llevan a cabo los individuos que las componen. Si
esa previsibilidad se ve seriamente puesta en juego por un miedo generalizado,
la parálisis de las transacciones asfixiaría el desenvolvimiento eficaz de la
existencia.
Los ataques sorpresivos, por encima
de que produzcan una, diez, o cien víctimas como en París recientemente generan
un miedo latente o abierto que puede extenderse de manera contagiosa,
dependiendo de la frecuencia de los ataques y de su difusión mediante las redes
sociales de comunicación, que en nuestros días transforman cada evento en
noticia. Por otra parte el miedo se multiplica y profundiza debido a la
incomprensión, confusión e ignorancia que imperan en Occidente acerca de las
motivaciones de los atacantes. Es cierto que existe un debate al respecto y que
quien desee ahondar en el asunto hallará fuentes de información para nutrirse.
Pero en parte por temor a ofender a los devotos de una religión tan extendida
como el Islam, en parte para evitar que se agudicen las tensiones en países
donde la población musulmana es muy numerosa como Francia y Bélgica, y en parte
por la tendencia de no pocos políticos a evadir, a refugiarse en la ambigüedad
y eludir la confrontación, la dinámica cultural que impulsa el terrorismo no
acaba de ser adecuadamente entendida y asimilada en nuestras sociedades.
Y con ello no deseo negar que el asunto es complejo. Los políticos
tradicionales, que deberían asumir un papel pedagógico y aclarar lo que está en
juego, prefieren usualmente esconderse tras formulismos vacíos, a la espera de
que ocurra algún milagro y el problema desaparezca. Pero ello pareciera
imposible, en particular dado que a la sorpresa y la aparente opacidad de las
motivaciones se suma la crueldad radical de los verdugos de ISIS, que sólo
requieren de un cuchillo afilado, un teléfono móvil y una conexión de internet
para mostrar al mundo cómo son capaces de degollar sin contemplaciones a una
persona por el hecho de ser presuntamente un “infiel”. La crueldad radical
enerva, conmociona, repugna y finalmente radicaliza a los ciudadanos de
nuestras sociedades, que exigen a sus gobiernos y a sus políticos que les defiendan
no sólo de la probabilidad de morir a balazos o mediante explosiones en las
ciudades donde habitan, sino que aspiran a ser protegidos también de la
oscuridad en la que existen sus usualmente invisibles y desconocidos enemigos.
3º El enorme poder del ISIS consiste
en que desde una exigua base militar, que no es lo esencial en la relación de
poder, están sin embargo mostrándose capaces de modificar los ejes de la
política en las sociedades occidentales. Ello se percibe en tres planos: 1) En
el desprestigio de las élites y partidos políticos tradicionales,
crecientemente vistos como incapaces de proteger a la gente o siquiera de
articular cuál es la naturaleza del desafío en cuestión. 2) En el paulatino
pero seguro cambio de la agenda de discusión desde temas “de izquierda”,
sociales y económicos, hacia temas “de derecha” referidos a la seguridad
nacional y ciudadana. 3) En la fractura entre comunidades por motivos étnicos y
religiosos, lo que implica el deterioro de los pilares de tolerancia y pluralismo
de la convivencia.
Todo esto puede observarse
actualmente en Estados Unidos a través de la insurgencia que encarna la
candidatura de Donald Trump, así como en Francia mediante lo acontecido en las
elecciones regionales de la pasada semana. No sostengo que el tema del
terrorismo radical islamista sea el único factor que explica a Trump y Le Pen,
entre otros personajes y movimientos, pero sí es muy relevante. Y en este punto
entra en juego el concepto de “escalada a los extremos” que Carl Von Clausewitz
analiza en su gran libro Von Kriege o De la guerra. En síntesis, Clausewitz
piensa que en las sociedades modernas de masas la guerra tiene una tendencia a
hacerse cada vez más violenta y cruenta y a cubrir cada vez más amplios planos
y ámbitos, sin que la razón política, que sería el factor de control que limita
la violencia, sea capaz de cumplir su rol moderador.
A mi modo de ver y en el sentido acá
esbozado Trump y Le Pen no son básicamente causas sino efectos; son síntomas de
lo que es capaz de lograr una relación de poder asimétrica sustentada en una
ideología apocalíptica, cuyos portadores están dispuestos a todo. La “escalada
a los extremos” está en proceso, y en buena medida lo que ocurra con la
política y las sociedades de Occidente en los venideros tiempos será
determinado por la capacidad de ISIS para producir una sucesión continua de
ataques de baja, mediana o elevada intensidad, tal vez usando armas químicas y
biológicas. Si lo logran, los efectos políticos y psicológicos serán
impactantes. De allí la importancia de que los servicios de inteligencia y
prevención en Occidente reciban los recursos necesarios para ir siempre un paso
adelante de los terroristas, pues en este tipo 4 de guerra la victoria se
encuentra en prevenir ataques y no en destruir al enemigo luego de que los
lleva a cabo.
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