El velorio de la ¨narcopatria¨
El divertido velorio rojito
EL NACIONAL
EDITORIAL
6 de enero 2016 - 12:51 am CET
Tal como entienden la política los altos mandos del PSUV, es decir, como oficio de tramposos y gente vulgar, es improbable que se interesen por la poesía, pues ésta no les sirve al momento de montar guisos y triquiñuelas.
Quizás habrá algún madurista que, de su paso por las aulas, recuerde a Gustavo Adolfo Bécquer "Volverán las oscuras golondrinas/ en tu balcón los nidos a colgar", y que en estos momentos esté musitando esos versos, a pesar de que con esos cojitrancos cantos corearon ¡no volverán!, refiriéndose a los partidos de la "cuarta república".
Pero, mire usted, ahora las curules regresaron a las manos de sus antiguos dueños que entonan triunfantes la canción preferida de Carlos Andrés Pérez: "¡Y volver, volver, volver...!" Chávez prometió freír sus cabezas en aceite ya que la fritanga de testas pareciera ser del agrado de militares golpistas. Además les endilgó a los adecos la culpa de todos los males que han aquejado la República: los reales y los imaginarios, como la delirante guerra económica a la que atribuyen su demoledora derrota.
Ayer debieron soportar que se juramentara como presidente de la Asamblea Nacional Henry Ramos Allup, el más conspicuo representante de una especie que el chavismo quisiera extinta, la de los políticos con kilometraje de sobra para plantarle cara a las pretensiones de perpetuidad del régimen. Todo ello sin necesidad de invocar a líderes históricos ni de exhumar cadáveres para que hicieran proselitismo desde ultratumba.
Ayer, encendidos de rojo como bombillos prostibularios, los rostros de los sobrevivientes del naufragio nicocabellista eran libros abiertos en los que podían leerse frustración y furia.
Frustración porque su vaticino "¡No volverán!" se esfumaba ante sus idiotizadas miradas, y furia porque con la irresistible ascensión de quien ha sido señalado como acérrimo enemigo de la revolución la consigna se revertía contra ellos en fantasmal y aterrador eco que erizó el espinazo de una fracción rojita aún sumida en una pesadilla de la que procura inútilmente despertar "como sea".
Nunca entendieron que es temerario creer que, por haberse hecho del poder a punta de malversar y malbaratar los fondos públicos en la manutención de una clientela cada vez más difícil de satisfacer, se puedan enterrar con un ¡va de retro! liderazgos forjados no mediante la adulación, sino en el debate democrático y consolidados en la resistencia al despotismo. Por eso les choca Ramos Allup.
Henry no es ninguna perita en dulce y él mismo lo reconoce.
Quienes le votaron para presidir la Asamblea Nacional no lo hicieron por su cara bonita, sino para que presidiera el rescate de una institución de la que el espíritu deliberante había sido desterrado con la complicidad de los diputados castrocomunistas.
Lo mejor de la jornada fue ver a Diosdado salir cabeza gacha, derrotado y humillado, junto a la primera combatiente, muda ante la prensa cuando se le preguntó por sus sobrinos. El propio velorio de la narcopatria, como dijeron algunos deudos.
Pero, mire usted, ahora las curules regresaron a las manos de sus antiguos dueños que entonan triunfantes la canción preferida de Carlos Andrés Pérez: "¡Y volver, volver, volver...!" Chávez prometió freír sus cabezas en aceite ya que la fritanga de testas pareciera ser del agrado de militares golpistas. Además les endilgó a los adecos la culpa de todos los males que han aquejado la República: los reales y los imaginarios, como la delirante guerra económica a la que atribuyen su demoledora derrota.
Ayer debieron soportar que se juramentara como presidente de la Asamblea Nacional Henry Ramos Allup, el más conspicuo representante de una especie que el chavismo quisiera extinta, la de los políticos con kilometraje de sobra para plantarle cara a las pretensiones de perpetuidad del régimen. Todo ello sin necesidad de invocar a líderes históricos ni de exhumar cadáveres para que hicieran proselitismo desde ultratumba.
Ayer, encendidos de rojo como bombillos prostibularios, los rostros de los sobrevivientes del naufragio nicocabellista eran libros abiertos en los que podían leerse frustración y furia.
Frustración porque su vaticino "¡No volverán!" se esfumaba ante sus idiotizadas miradas, y furia porque con la irresistible ascensión de quien ha sido señalado como acérrimo enemigo de la revolución la consigna se revertía contra ellos en fantasmal y aterrador eco que erizó el espinazo de una fracción rojita aún sumida en una pesadilla de la que procura inútilmente despertar "como sea".
Nunca entendieron que es temerario creer que, por haberse hecho del poder a punta de malversar y malbaratar los fondos públicos en la manutención de una clientela cada vez más difícil de satisfacer, se puedan enterrar con un ¡va de retro! liderazgos forjados no mediante la adulación, sino en el debate democrático y consolidados en la resistencia al despotismo. Por eso les choca Ramos Allup.
Henry no es ninguna perita en dulce y él mismo lo reconoce.
Quienes le votaron para presidir la Asamblea Nacional no lo hicieron por su cara bonita, sino para que presidiera el rescate de una institución de la que el espíritu deliberante había sido desterrado con la complicidad de los diputados castrocomunistas.
Lo mejor de la jornada fue ver a Diosdado salir cabeza gacha, derrotado y humillado, junto a la primera combatiente, muda ante la prensa cuando se le preguntó por sus sobrinos. El propio velorio de la narcopatria, como dijeron algunos deudos.
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