CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE DE LA
ASAMBLEA NACIONAL HENRY RAMOS ALLUP
Antonio Sánchez García @sangarccs
A
mis setenta y seis años y ya en vías de cumplir los setenta y siete, he
abandonado toda aspiración de Poder, si alguna vez la tuve. Y no me queda otra
aspiración que morir en paz con mi alma y la sana ambición de contribuir con la
modestia de mis fuerzas a que Venezuela, el país que he hecho mío justamente
cuando atravesaba el ecuador de mis años, el país en que nacieran mi hija y mis
nietos adoptivos, puedan crecer y cumplir con los mandatos de Dios y una sana y
honesta crianza.
Así
pues, le escribo sin otra intención que explicarle lo que mi buen saber y
entender, después de una vida entera dedicada a conocer la historia de mi
humanidad y a la cabal comprensión de mi circunstancia, es decir: a la
filosofía, me parecen de trascendental importancia para comprender el momento
histórico que vivimos y el futuro que avizoro.
Se
han acercado inmensamente las posibilidades reales de desalojar a este gobierno
infame, entreguista, traidor y asesino que ha consumido nuestras mejores
fuerzas durante casi dos décadas. Y ello, en lo cual comparto absolutamente la
apreciación de mis más apreciados amigos y compañeros Mitzi Capriles y Antonio
Ledezma, al margen de las mayores o menores relevancias de unos y otros, todos
hemos contribuido. Habremos de pasar por momentos de peligros y acechanzas, que
dados la inmensa maldad, rencor y odio contra nuestra Patria la triarquía
gobernante es capaz de todo. Pero no dudo de que de los dos factores esenciales
para lograr el desalojo – nuestra primera e inexorable misión – de la satrapía,
le serán favorables al desarrollo futuro de la Patria. Me refiero al pueblo, en
primer lugar, y a las fuerzas armadas, en segundo lugar. El primero por ser el
alma, el corazón y la esencia de nuestra existencia como Nación. El segundo,
por ser el único y privilegiado factor capaz de impedir los desafueros y
crímenes de quienes, carentes de toda conciencia nacional y enfermos de
fanatismo corruptor y suicida, no trepidarían en desatar un Pandemonium. No
sería la primera vez en nuestra triste y desangelada historia que Ud. y yo
conocemos tan bien y de primera mano.
Que
así sea, que el pueblo venezolano y sus fuerzas armadas se unan en defensa de
la restauración de nuestra existencia democrática – y otra ya no es posible,
agotados los esfuerzos por imponer una absurda tragicomedia llamada revolución
bolivariana – dependerá fundamentalmente del tercer factor: los
dirigentes políticos de las fuerzas democráticas. A quienes cabe la histórica
responsabilidad de ir sorteando los escollos y acechanzas de quienes deberán
desalojar el Poder y posiblemente se nieguen a hacerlo dado los gravísimos
crímenes que han cometido a lo largo de todos estos años y que el pueblo querrá
ver castigados.
Entre
esos dirigentes le ha tocado a Ud., por democrática decisión de sus pares, el
deber de presidir la Asamblea Nacional, la más alta instancia de la Nación y el
más alto cargo de la principal institución del Estado. Ha sido Usted mismo
quien ha destacado, de manera juiciosa, cierta y honorable, que no le
corresponde tal designación por el hecho de ser secretario general de AD ni por
los votos por Usted conquistados. Por cierto: ni a Usted ni a ninguno de los
diputados designados por este auténtico plebiscito nacional celebrado el 6 de
diciembre. Que el pueblo no voto en particular por ninguno de nuestros 112
diputados: votó en contra del régimen, de Nicolás Maduros, de la triarquía y
sobre todo de los responsables de las penurias y miserias que sufre. Quienquiera
se hubiera presentado en cualquiera de los circuitos en lisa en representación
de la Unidad, hubiera sido elegido.
Éste
es el hecho político decisorio que por primera vez en la historia de nuestra
atribulada democracia tiene lugar. La victoria fue del pueblo, no de partido
alguno. La victoria fue de la Unidad, no de persona alguna. La victoria fue un
mandato colectivo, no una selección de personalidades.
Perfectamente
consciente de que el argumento de las mayorías partidistas era falaz, pues fue
decidido, en gran medida, al margen de la voluntad popular y no expresaba el
perfecto sentir mayoritario, sino un acuerdo cupular – por mayor sea la
autoridad que a la MUD le concedamos – me pareció justo su argumento: ningún
partido tenía prioridad o privilegio de excepción alguno. Un argumento tanto
más valedero y trascendental, si va acompañado de la necesaria humildad que en
casos como los de esta crisis orgánica y existencial que vivimos se hace
necesario ejercitar por parte de todos los actores protagónicos. De lo
contrario, ¿cómo entender la inmensa jerarquía e importancia de la influencia
silenciosa y acallada de nuestros presos políticos y ciudadanos inhabilitados
que, no sólo se vieron imposibilitados de postularse si no siquiera de asistir
a las urnas?
De
modo que me parece de trascendental importancia que todos nuestros diputados y
sobre todo, el conjunto de nuestras dirigencias partidistas, asuman con pleno
conocimiento y responsabilidad la absoluta transitoriedad de sus mandatos. Para
lo cual, la primera de las obligaciones es la renuncia auténtica, plena y
satisfactoria a todas las ambiciones personales. Ni Usted, ni Julio Borges, ni
muchísimo menos Henrique Capriles o cualquiera de nuestros presos políticos tienen
asegurado un cupo en futuras contiendas presidenciales. Así palpiten dichas
ambiciones en sus fueros íntimos y personales, cosa absolutamente legítima
pues, ¿a qué entregar la vida a la política sino para verla coronada con el
maravilloso privilegio de ser escogido como el primero de los venezolanos de su
tiempo?
Pero
resulta que hay momentos para el ejercicio y desarrollo de dichas ambiciones.
Aún no lo son. Esos momentos deben ser construidos entre todos, sin
interferencias, traiciones, mezquindades y malas artes. Por ahora, la primera
misión, como maravillosamente bien lo expresara la compañera Mitzi Capriles de
Ledezma “ES CONSTRUIR EN LOS TIEMPOS PERENTORIOS DE LA CRISIS Y DENTRO DE LOS
LIMITES DE LA CONSTITUCIÓN NACIONAL, UNA TRANSICIÓN VIABLE ENTRE EL RÉGIMEN QUE
FENECE Y LA REPÚBLICA QUE RENACE.”
Es
a ese magno e inmediato, impostergable objetivo que debemos dirigir todos
nuestros empeños. Y muy en particular el suyo, escogido como la cabeza visible
del pueblo democrático venezolano. Y la máxima autoridad opositora. En el cabal
desempeño de dicha función, en su capacidad de unir voluntades y cohesionar
anhelos, de ponerle un freno insuperable a las disensiones internas y blindar
todos los empeños unitarios debieran estar subordinados sus trabajos y sus
días, que serán de histórica trascendencia.
Permítame,
finalmente, recordarle una confesión que nos hiciera en su casa habitación de
Santiago de Chile el primer Presidente de gobierno de la Concertación chilena,
Don Patricio Aylwin al Alcalde Metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, a
Agustín Berríos y a mi persona recordando la histórica transición iniciada en
1990: “fui escogido por la Concertación como su candidato presidencial en
agradecimiento a los esfuerzos unitarios que insistí en cautelar en los graves
momentos de enfrentamiento a la dictadura”.
Preservar,
mantener y consolidar la unidad de todos será la magna tarea que Ud. deberá
enfrentar. Tenga la plena seguridad de que en ese loable esfuerzo contará con
el respaldo incondicional de todos los venezolanos de buena
voluntad. En tal sentido, restaurar la justicia, gravemente
pisoteada en estos diecisiete años de dictadura será de primerísima
importancia. Cuyo primer logro debiera ser la conquista de una ley de amnistía
que nos permita recibir el primer premio a nuestra constancia: abrazarnos en
libertad con Leopoldo López, Antonio Ledezma, Gabriel Ceballos y todos los
presos políticos.
Logrado
ese primer y magnífico objetivo el pueblo sabrá recompensar sus esfuerzos.
Humildemente
a sus órdenes
Antonio
Sánchez García
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