La lucha entre los jueces y Lula aboca a Brasil al
caos institucional
Media hora después de que el expresidente Lula tomara posesión ayer de su
nuevo cargo de ministro, un juez federal de Brasilia ordenaba anular el acto e
invalidar cautelarmente el nombramiento
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São Paulo 18 MAR 2016 - 11:00 CET
De alarma en alarma, Brasil se hunde a
cada paso en el caos político, jurídico y social. Media hora después de que el
expresidente Lula da Silva tomara posesión ayer de su nuevo cargo de ministro,
un juez federal de Brasilia ordenaba anular el acto e invalidar cautelarmente
el nombramiento. Aduce que la presidenta Dilma Rousseff comete un delito
designándole porque le permite escapar de la justicia. Mientras, en Brasilia y
São Paulo se suceden las protestas contra el Gobierno, en algunos casos con
peleas y agresiones. Además, el reloj de la destitución parlamentaria contra
Rousseff ha empezado a correr.
Rousseff y Lula,
durante el nombramiento este jueves. Igo Estrela GETTY IMAGES
La decisión del juez Itagiba Catta Preta
Neto, que en Facebook se ha retratado a sí mismo sonriendo en manifestaciones
contra Rousseff y Lula con anotaciones insultantes contra ellos, dejó al país
en suspenso, al Gobierno y a Lula noqueados y al sistema político instalado en
una suerte de limbo jurídico. El Gobierno adelantó que va a recurrir el auto en
cuanto reciba la notificación y otros juristas se apresuraron a asegurar que
una segunda instancia judicial puede asimismo invalidar la acción del juez Catta
Neto automáticamente. Pero la noticia volvía a colocar al país entero en el
estado de estupefacción, sonrojo y parálisis del que no sale desde hace varios
días.
El miércoles
por la noche, la
explosiva divulgación de una conversación entre Rousseff y el expresidente Lula grabada por
la policía sacó a la calle a millares de personas para protestar. En el centro
de São Paulo algunos pasaron toda la noche, cortando la avenida Paulista, la
arteria más emblemática de la ciudad. En la charla grabada por la policía, que
tenía pinchado el teléfono de Lula, Rousseff dice: “Te estoy mandando el papel
para tenerlo ahí; úsalo sólo en caso de necesidad, porque es el acta [de
ministro]”. Para los investigadores no hay duda: Rousseff trataba de proteger a
Lula, sospechoso de estar involucrado en una de las ramificaciones del
caso Petrobras, de acabar en la cárcel. Si la policía se presentaba
en el último momento, antes de que Lula fuera oficialmente nombrado ministro
(la ceremonia estaba prevista para ayer), bastaba con que el expresidente
presentara el acta para comenzar a gozar del mayor grado de inmunidad que
tienen los ministros de Brasil.
Así, quedaba ya fuera del radio de
acción del juez federal Sérgio Moro, que es el que instruye el caso Petrobras,
pasando a depender del más lento Supremo Tribunal Federal. El enfrentamiento
entre Moro, convertido en una especie de héroe popular para la derecha y que
acaba de recibir el apoyo corporativo de una asociación de jueces, y el
Gobierno, del Partido de los Trabajadores (PT), explica buena parte de la
caótica situación del país. Moro fue quien ordenó pinchar el teléfono de Lula
—y posiblemente el de Rousseff—, el que mandó prender al expresidente el 4 de
marzo y el que estaba dispuesto a encarcelarle.
Abucheos
Rousseff, en el
discurso de toma de posesión de Lula, muy seria, negó la interpretación
policial de la polémica frase y alegó que tanto el documento remitido al
exmandatario como la charla obedecían a un asunto simple y burocrático: la
eventualidad de que este, por motivos personales, no pudiera acudir a la
ceremonia. La presidenta le enviaba el acta, sin firmar por ella, para que Lula
lo firmase y lo remitiese a su vez. Después cargó contra el juez Moro, al que
acusó de practicar métodos anticonstitucionales.
La ceremonia de posesión fue cualquier
cosa menos conciliadora y se convirtió en un símbolo del clima incendiario que
vive el país. Las protestas se sucedían en el centro de São Paulo, y en
Brasilia, enfrente del Palacio, los gritos de “fuera, fuera” se oían en la sala
donde el nuevo ministro firmaba solemnemente su nombramiento y, en el preciso
momento en que Rousseff comenzó su discurso, un diputado asistente de la
oposición, Major Olimpio, exclamó: “Qué vergüenza”. Rousseff se calló entonces.
Y un grupo de espectadores favorables al Gobierno, entre gritos y abucheos,
expulsaron al diputado. Los defensores de Lula y Rousseff prorrumpieron
entonces: “No va a haber golpe, no va a haber golpe”, en referencia a que la
presidenta no va a ser expulsada del poder.
El nuevo Gobierno de Rousseff-Lula
—muchos en Brasil se preguntan ahora quién manda de verdad— nace ya agonizante,
extremamente frágil, zarandeado desde todos los lados, mordido económicamente y
amenazado con la destitución parlamentaria. Las votaciones decisivas que pueden
acabar con Rousseff desde el Congreso se celebrarán a finales de abril y mayo.
Para entonces, Lula, el encargado de negociar, tiene que haber reunido el
número suficiente de diputados de los partidos considerados aliados para
bloquear el proceso. No va a ser fácil. En un gesto explícito, el
vicepresidente, Michel Temer, de uno de esos partidos teóricamente aliados, no
acudió a la ceremonia de posesión. Todo un síntoma.
ALICIA
GONZÁLEZ
La tormenta política que asola Brasil es
vista con buenos ojos por los inversores extranjeros, que perciben en esta
crisis la perspectiva de un nuevo Gobierno que encarrile la mayor economía de
Sudamérica. Desde el inicio de la sesión, la Bolsa y el real brasileño
lideraban las ganancias globales, con subidas próximas al 7% en el caso del
índice de la Bolsa de São Paulo. La rentabilidad exigida por los inversores
para prestar dinero al país se situó en el nivel más bajo desde el pasado
diciembre.Los analistas interpretan que el nombramiento de Luiz Inácio Lula da
Silva como ministro hace más factible la destitución dela presidenta Dilma
Rousseff, aunque conlleve una etapa de inestabilidad.
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