Al Límite // Dos dramas radicalmente distintos; por Luis García Mora
Por Luis García Mora | 20 de marzo, 2016
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Obama aterrizará en La Habana. Una visita que se compara a la de Leonid Bréznev en 1974 y a la Juan Pablo II en 1998. El Supremo Tribunal de Brasil deja en suspenso el nombramiento de Lula como superministro por el gobierno de Dilma Rousseff, desarmando la estrategia para protegerlo de la justicia. Un venezolano se declara culpable en EE.UU. de pagar sobornos milmillonarios a PDVSA entre 2009 y 2014 y en las ciudades de Brasil se producen las protestas más multitudinarias de la democracia que ponen contra las cuerdas a la primera magistratura de ese país.
Más que su relación entre ellos, ¿qué nos demuestran estos hechos, aparentemente dispares, vistos desde nuestra perspectiva de venezolanos acorralados?
En principio, que Venezuela está por fuera del complejo juego hemisférico e incluso del juego de una Cuba en el que el gobierno francamente romo del presidente Maduro desaparece por el telón de fondo.
Peor aún, los cambios que tienen en la cabeza sus padres políticos, los Castro, se mueven en sentido contrario al que le sugieren a las cabezas de este régimen nuestro, claramente destructivo y suicida.
Y que, demostrado de manera insensata, jugamos al margen de los tiempos.
El descrédito del régimen venezolano es, como dice José Miguel Vivanco de Human Rights Watch, casi unánime.
En segundo lugar, que el aparato judicial de Brasil, ese elefante que es nuestro vecino, que si se mueve nos aplasta, está a años luz, democráticamente hablando, de estos adefesios de Justica nuestros, que no existen en el estricto punto de vista del esquema de Montesquieu.
Y que se ubican a distancias astronómicas del Poder Judicial de Brasil (o del de España o de Argentina e incluso Colombia) que se enfrentan, con altísimo valor civil, a grandes escándalos de corrupción y sobornos políticos y empresariales. Como el del caso Petrobras, saldado con el relevo de toda la cúpula directiva de la empresa, mandando incluso a algunos a prisión, junto a empresarios relacionados como Marcelo Odebrech, ejecutivo de la mayor constructora de ese país desde la dictadura militar.
Un aparato judicial que tiene a Lula y a Dilma Rousseff contra las cuerdas, acusados de haberse beneficiado de algunas empresas relacionadas con el caso.
Y es aquí donde lucen aéreos cualesquiera de los recursos o decisiones en torno a los empresarios venezolanos detenidos (por supuesto, fuera de nuestras fronteras, en EEUU) acusados de pagar sobornos por mil millones de dólares cuando aquí, muy por debajo del nivel de la vida milmillonaria de la élite política, los 30 millones de venezolanos nos vemos obligados a sobrevivir a lo largo de esas infinitas colas que nos llevan a la nada.
Al vacío.
A la desgracia.
Sin alcanzar siquiera por hoy, aunque fuera por un 2 por ciento, a esas protestas civilizadas y pacíficas de Sao Paulo, Río y el resto de más de 200 ciudades de Brasil. Las protestas más multitudinarias de la democracia de ese país.
¿Cómo logró la vanguardia política brasileña de oposición movilizar el domingo pasado a aproximadamente tres millones de personas, hasta ahora, sin un muerto?
“Hemos llegado al límite”, dice un brasileño jubilado de 71 años de edad en medio de la ola oceánica humana de una avenida paulista en la que sobresale una gigantesca pancarta con las palabras “Impeachment ya”, sobrenadando entre muñecos inflables de Rousseff y un Lula vestido de presidiario.
Sin que se dispare un tiro o, como aquí, sin que se condene a los líderes de la protesta a prisión, acusados de manera inicua y mezquina de “crímenes de lesa humanidad”. Prohibiéndose desde el poder (en los últimos 20 años armado hasta los dientes) el uso del espacio público.
Atemorizando al otro.
A la oposición democrática y pacífica.
A su dirigencia frágil.
Leve. Quebradiza.
Hasta encerrarla en su casa. E impedirle concentrarse. Protestar.
A la espera (mansa) de una espontánea explosión que la coloque en la punta.
(Disculpe el lector si se endurece el discurso, pero es el espejeo es mortal)
Colocando un cable a tierra
El sábado antes pasado se convocó una reunión de la dirección de la oposición, y no fue nadie.
Y el 8 de marzo, después de la oposición reunirse durante días para definir la estrategia conjunta a seguir, entre los mecanismos constitucionales servidos, el Referendo Revocatorio, la Enmienda Constitucional y la Asamblea Constituyente (la renuncia no es ningún mecanismo) para “Sacar a Maduro”, como prometieron los altos directivos de AD, de Primero Justicia, UNT y Voluntad popular, antes y después de las elecciones parlamentarias del 6-D, no se acordó ninguno, eligiéndolos todos.
Lanzando una convocatoria inmediatista, sin planificación estratégica alguna, de una semana para la otra, a que la sociedad venezolana se concentrase en alguna parte y de manera espontánea.
Sin una estrategia concreta de algún mecanismo concreto dentro de un tiempo concreto.
Como Los volátiles del beato Angélico de Tabucchi.
Soñando un mundo en el que otros mundos sean posibles.
Por supuesto, no fue nadie.
“Es el estado de ánimo”, dice uno. Otro: “las encuestas lo dicen, la gente no quiere peo, quieren votar y mas nada”.
“La gente está tan concentrada en la urgencia de sus problemas cotidianos de carestía y escasez masiva de alimentos y medicinas que no atiende el llamado a la protesta masiva”.
Ejercicio: ¿Si la situación fuese al revés, y fuera la dirección socialista del chavismo quien estuviera en la oposición y en las peores circunstancias, como éstas, también se encontraría caminando en puntillas con zapatillas de ballet sobre el suelo quebradizo de este desastre?
¿O llamaría a todos los partidos de oposición, PJ, AD, VP, UNT, etcétera, a convertirse en partidos-movimiento al servicio de las luchas del pueblo mediante la coordinación de instancias de dirección y ejecución para la activación de las militancias y la constitución de círculos de luchas populares por el “Buen Vivir”?
Diseñando un plan de acción con tres ejes dirigido al fortalecimiento organizativo (ideológico, ¿por qué no?) y político de sus bases (¿no las tiene la MUD?), así como el impulso de aquel liderazgo que garantice importantes victorias…
¿Qué pasa que la MUD no organiza a la sociedad, más allá de algún despliegue de fuerzas muy puntual, y de cara a las próximas elecciones, las que sean?
¿Es que esto se siente como si se viviera en Suiza? ¿O ahora, en la campana de cristal de la Asamblea?
Vaya, sí, se votó, y masivamente, el 6-D. Y, allá, sí, en Brasil, funciona independientemente la Justicia. Y la autonomía de los Poderes.
Y aquí no.
Y hay un histórico represivo que le frunce las entretelas al más pintado.
Cierto.
Las llamadas “foquistas”, casi individuales, de Leopoldo y María Corina de enero-abril de 2014, montándose sobre las tablas de surf ante la oportunidad de la arrechera sorda y colectiva que se respiraba ese momento (y se respira hoy más todavía) no tenían alcance estratégico alguno. Jamás, está claro, fueron protesta estratégica y unitariamente organizada, decidida sobre un criterio de amplitud, democrático y total en torno a una sola dirección y con el mismo propósito.
La decisión, amigo lector, se manifiesta en la ausencia política más patética en la Venezuela de estos tiempos. Traicionada en la noche del 11-A por un golpe de mano casi ridículo si no fuera por lo trágico, que ahogó y abolió (ciega y estúpidamente) las movilizaciones democráticas y multitudinarias más importantes sucedidas en nuestro país.
Casi comparativamente similares a las actuales que se protagonizan en Brasil.
Hoy Venezuela (como acaba de registrar Reuters) es un hervidero de protestas en pequeña escala en comunidades y avenidas por fallas en los servicios de agua y electricidad, por la inflación más alta del mundo, la escasez de alimentos y medicinas agudizada por la merma de los ingresos del país.
Poco más de 1000 protestas contabilizó el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social durante los meses de enero, febrero y lo que va de marzo.
Casi 17 protestas por día.
2016 se alarga
Antes del 6-D, ante la proximidad de las elecciones parlamentarias –históricamente de poco volumen de asistencia– y frente el riesgo de no capitalizar el desencanto y el colapso, se entraría en la discusión a fondo de las alternativas constitucionales para cambiar de Gobierno: RR, Enmienda, ANC.
Para la renuncia de Maduro tendría que ocurrirle lo de Chávez, Allende, Noriega o Celaya.
Porque voluntariamente nadie en su sano juicio puede pensar que Nicolás pueda aflojar el mando.
Y se llegó al Palacio Federal, se instaló la Asamblea, se aguantó la lluvia de patadas institucionales del TSJ erigido en gendarme del régimen por encima del elegido y nuevo Parlamento.
Y comenzó este tira y encoge de dimes y diretes, de naturaleza retórica, palaciega, entre Henry Ramos, flamante presidente de la Asamblea y Maduro. Como si de una política, de un juego de salón se tratase. Con un Ramos Allup con evidentes aspiraciones presidenciales que se agotan dentro de los márgenes de 2016, ya que más allá, si ocurre una salida de Maduro en 2017 se ocupa Aristóbulo o quien sea, de la Presidencia, y el chavismo se mantiene en el poder.
Julio Borges, como jefe de la fracción parlamentaria opositora, pasó a comportarse como se espera de él, bien formado y estructurado sólidamente para ocuparse de las leyes, con su maletín de cuero bajo el brazo y su labor casi ministerial, sin violar un sólo límite del status quo.
Tranquilo. Sosegado.
Dentro de la cápsula.
Y Voluntad Popular, muy ocupada, tratando de echar adelante una amnistía que no tiene mañana sin calle, pues con en el TSJ de la esquina próxima, al doblar, sin calle, repetimos, como cualquier decisión que tome la Asamblea, corre el inmenso riesgo de quedarse encarpetada.
Por lo que VP luce ahora con posturas conservadoras. Como Un Nuevo Tiempo, que luce como un prisionero de su preso.
¿Entonces?
El juego seguirá trancado.
Y de acuerdo con los últimos números la oposición ha comenzado a perder el empuje que traía después del 6-D, pues energía que no se utiliza se disipa. Se evapora.
Por lo que (prohibido, pecado en política) no se puede despilfarrar. O dilapidar.
Y aquí existe la perversa costumbre opositora de tirar al bote de la basura, después de construirlo laboriosamente antes de cada elección -ya sea presidencial o de cualquier tipo- ese enorme bolsón de energía acumulada.
Ocurrió tras las presidenciales del 8 de octubre de 2012.
Tras las del 14-A de 2013.
Y ahora, tras las parlamentarias del 6-D.
Masas enormes de energía malbaratada.
Y eso que está ahí de anteojito, como única fórmula constitucional movilizadora (porque hay que sudar realmente cada firma), el mecanismo del Referendo Constitucional.
Que por alguna circunstancia que uno desconoce se le está dejando solamente a Henrique Capriles Radonski y a las bases de Primero Justicia que le siguen como su líder nacional.
Un trabajo de movilización que requiere de un aparato único.
Organizado.
Nacional.
¿Están en la MUD únicamente preocupados por las próximas elecciones de gobernadores, en lugar de organizar y movilizar a la gente alrededor de un compromiso contraído con aquel voto del 6-D que está caliente todavía?
Los hechos están ahí: la MUD no tiene decisión estratégica.
Hay demasiada desconexión de las penurias de la gente en las colas.
De la gente que sufre. De la que pasa hambre.
La opinión pública investigada privilegia el referendo revocatorio.
Mientras, en una visita forzada, Maduro “reafirma” sus relaciones con Castro antes de que aterrice Obama y su figura se desmaterialice más.
Acá hay (registrada) una voluntad de la gente de reclamar por este castigo en que se convirtió la acción de este gobierno, pero falta la voluntad de una dirección que galvanice.
Con las FAN y la Contraloría prohibiéndole a sus funcionarios acudir a cualquier cita con la Asamblea Nacional esta desaparece de facto.
Dejándonos con dos dramas distintos.
El que se encierra entre las cuatro paredes del Palacio Federal.
Y el del “pelabola” en la calle.
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