Discurso de Orden, del Dr. Luis José Oropeza
en la Sesión Solemne del Concejo Municipal del Municipio El Hatillo,
en el 108 aniversario del nacimiento del Ex Presidente Rómulo Betancourt.
En un tiempo relativamente breve de poco más de tres décadas transcurridas
desde su partida definitiva, el nombre y
la ejecutoria excepcional de Rómulo Betancourt ha consolidado- como ningún otro venezolano en
todos los días republicanos- un resonante prestigio cada vez más consistente y cada vez mas vastamente
compartido por sus conciudadanos de todas las tendencias. Podemos así ya afirmar, sin riesgo a equivoco alguno, que estamos en presencia de un fenómeno
colectivo en virtud del cual un espíritu esclarecido por los méritos
incuestionables de su afanosa y larga
peregrinación por la causa de la libertad y la democracia, ha quedado ya
gravado de manera perdurable e imperecedera en la memoria histórica de nuestro pueblo.
De una realidad fundamental debemos estar
conscientes. En el ardor de una contienda incansable propiciada frente a sus
enemigos más visibles, unos, los ya ancestrales reducidos a los extinguidos
predios arqueológicos del caudillismo vernáculo y otros, los más obstinados e
intransigentes que aún sobreviven
atrincherados por medio siglo en un decrépito totalitarismo sostenido en
el caribe por la magia represiva que la KGB dejó adiestrada en las tres décadas
de humillante ocupación soviética en suelo cubano. Este fue el adversario que desde
la inauguración de su gobierno RB identificó con más enfática preocupación y
los hechos vistos desde tanta distancia
confirman la sabiduría clarividente de sus presagios. Por esto, al régimen que
padecemos hoy no es posible encontrarle parentesco alguno
con los tradicionales despotismos de montonera que se implantaron en Venezuela
después de la independencia. Lo identifica sí el perfil vergonzoso de una
ocupación foránea consentida por una traición que no vaciló en pagar miles de
barriles para comprar un poder infinito que aspira a imperar indefinidamente.
Ante este escenario palpitante no es
difícil advertir cómo mientras ellos, los seculares adversarios de Betancourt
más se hunden en el fango de todas las frustraciones de un socialismo cruel e
inviable que arraza con Cuba y al parecerle insuficiente a su
insaciable voracidad, decidió también devastar
a Venezuela, en complicidad mercenaria con los presuntos héroes de 1992.
Es así cómo ahora en su desesperada alternativa, a gritos el socialismo cubano implora al capitalismo imperial – el enemigo irreconciliable de
todos los tiempos- que se sirva permitirle una rendija para desde ella poder respirar las
ventajas de los
capitalistas intercambios del libre comercio.
Y mientras todo este drama nos
perturba, más recia, alta y vertical se empina la cima del prestigio
continental del gran líder venezolano aquí presente en la activa beligerancia
de sus ideas por la democracia, que el 6 de diciembre ratificaron también su
presencia mayoritaria, y que otra vez con la fuerza consciente de aquellas creencias acendradas por él en el
alma del pueblo venezolano, acudirán
decididas a derrotar a sus enemigos
ya vencidos y claudicantes ante la voz de una sociedad que en su lucha
por la libertad, ni renuncia ni la renuncian.
I la vida y el testimonio impar de quien
hoy nos congrega, reviste además, con el acento de sus peculiarísimos contornos que cada día le imprimen a su faena
vital de hace medio siglo, un inmenso valor y una trascendencia histórica inestimable. No es una quimera como generalmente aspiran
sus adversarios de que el ejemplo de sus fatigas incansables por una democracia
plural y contra la detestable
hegemonía partidista de una
sola voz, acudan otra vez a esta palestra venezolana a pelear como
ayer por la democracia en esta estremecida contemporaneidad
de este siglo XXI. Estamos confiadamente seguros que aquellas ideas que
alentaron sus remotas luchas y en él
despertaron el sueño de sus desvelos por la libertad, hagan presencia en esta nueva confrontación que en la turbulenta
posteridad de esta hora dramática, permitirán a RB infligir a sus enemigos históricos, llámense
como se llamen y vengan de donde vengan, una nueva derrota que será esta vez,
definitiva.
Nadie entre quienes conformaron el
entorno inmediato en sus horas más
tormentosas encontró tantos adversarios
ni tantos reproches y acusaciones temerarias de diversa índole y nadie fue
aquella vez sometido entre tan vasto cúmulo de terribles instantes, al desafío
de mayor suma de peligrosas conjuras contra sus quehaceres en defensa de los valores superiores de la libertad y la democracia. Padeció
emboscadas y asechanzas contra su vida envilecidas por la crueldad despótica de
las bombas trujillistas armadas en connivencia con sus aliados nacionales para
erradicar todo vestigio de libertad entre nosotros. Padeció intentonas
amenazantes y sangrientas de invasores comprometidos en consenso con una brutal
arremetida totalitaria. Sufrió brotes de
llamaradas incesantes contra las fuerzas del orden y la tranquilidad de los
ciudadanos, enfrentó sin vacilaciones incontables golpes militares de
desertores intranquilos que miraban y aún persisten asustados en reaccionar con
expedientes facistoides ante el riesgo
inminente de la consolidación de una democracia definitiva y una sociedad
libre, sólidamente sustentadas para Venezuela.
Por todo esto nadie más que él ha podido
acrecer en la áspera adversidad de tantos sobresaltos de nuestra turbulenta historia, mayor cúmulo de adhesiones una vez ocurrida
su ausencia definitiva. Desde entonces los estratos más calificados de los
rangos superiores de las fuerzas militares, el más vasto elenco de personalidades de la inteligencia y
la academia que tradicionalmente desde los terrenos de la contienda interpartidista, de la opinión en la
prensa o en la plaza pública, que por muchos años lo adversaran con apasionada vehemencia, hasta los ciudadanos más indiferentes a
la conflictividad política, pasando por los sectores empresariales y la
juventud emprendedora se identifican hoy
abiertamente con la excelencia de su eficaz conducción política.
Si Rómulo estuviese hoy con
nosotros, esto o aquello no hubiese sido
posible, es ya una expresión rutinaria en
nuestras calles ante las angustias del
venezolano de éste
tiempo, desde todos los horizontes agobiado. No pocos se preguntan, ¿Cómo fue posible que aquel fornido Muro de Acero que
tan estruendosamente se derrumba en el Este de Europa se levante entre nosotros
airoso y petulante durante varios años, y algo más insólito aún, transportado
desde el malecón de la Habana con fondos de nuestro petróleo, traído a la
tierra misma donde la revolución cubana recibió su derrota mas estruendosa en
la gesta memorable de la década de los
60?.
¿ Y donde encontramos la esencia
conceptual de la contienda ideológica que hacen recordable como pocos el nombre
egregio de Rómulo Betancourt? Tengo una convicción, emitida acá sin vocación
dogmática como le gustaba a su infatigable indagación escrutadora,. He
permanecido por mucho tiempo persuadido de que esa hora crucial ocurrió cuando aquel espíritu rebelde en la plenitud de su
mocedad intelectual decide despojarse de las amarras de aquel marxismo campeador que fue capaz de devorar con implacable
vocación guerrera a una legión invalorable de muchachos que en los tiempos
mozos de algunos de nosotros, desviaron
su rumbo hacia el abismo. Sin el abandono del marxismo, como ocurrió con Tony
Blair en el laborismo inglés o con
Felipe González en España, Rómulo
Betancourt, con muchas décadas de anticipación, no hubiese nunca podido abrazar
y persistir con la vehemencia y el ímpetu diligente con que las emprendió, sus
contiendas por la democracia en una sociedad libre para Venezuela.
Desde la significación de éstos y otros
hechos es dable preguntémonos algo más.
¿ Donde y en qué momento RB deserta ideológicamente del marxismo y le da la
espalda a sus congéneres europeos, para entregarse a su inquietud incansable de luchador genuino
por la libertad y la democracia.? Pocas dudas se abrigan cuando se conjetura
que aquella debió ser una temprana separación. De otra manera y sin la
ocurrencia de esa crucial escisión ideológica,
el largo peregrinaje suyo hacia la conquista de una democracia estable y
firme que con la destreza de su conducción le va a permitir
cumplir por vez primera en nuestra historia, un periodo constitucional
ininterrumpido. En el simbolismo histórico de esa ocurrencia se abre una trocha
a la culminación aunque fuese a veces titubeante
de las cuatro décadas de ordenada convivencia democrática.
Sin la experiencia histórica de aquella
etapa de libertades, la única que
vivimos después de 200 años republicanos, ¿ cómo sería aún de más arduo y
difícil superar a este tenebroso proceso
totalitario que padecemos hoy los venezolanos.? ¿Qué hubiese ocurrido en esta Venezuela en la hipótesis de que aquel
prolongado interregno democrático no hubiese precedido a la hecatombe de este
lúgubre siniestro que nos ha convertido
en un país indigente, sin alimentos ni medicinas, situado ya en el trance de
tener que requerir, para aliviar las
desesperaciones de nuestro pueblo, la solidaridad humanitaria de la comunidad
internacional?. Un país que hasta hace
pocos meses fue opulento como pocos, regalón de montones de dólares entre la
vecindad pobre del continente, resulta dramático constatar cómo es posible que padezca hoy la
humillación de verse casi expuesto a la urgencia extrema de tener que acudir
al socorro de la Cruz Roja? Padecemos ahora enfermedades legendarias, desaparecidas
desde los años 40. El venezolano de hoy tiene sin demoras que desempolvar el mosquitero de sus abuelos
y los piojos de su cabeza. Esto parece todo como la patética vivencia de un relato kafkiano donde la
estulticia de un líder delirante que ofreció a una sociedad esperanzada
conducirla hasta un paraíso terrenal, al
cabo de poco tiempo, después de innumerables malabarismos de infame
prestidigitador, un pueblo sorprendido en su inocencia,
se encuentra súbitamente frente a la
suerte abismal de ser lanzado a los
estertores de un infierno.
Por esta patética experiencia es
pertinente aludir a los tantos radicalismos que conmovieron al siglo XX en
una diversidad de tentaciones
ideológicas no menos sugestivas que se van a derivar del tronco matriz
del materialismo histórico y que tanta aquiescencia y frenética solidaridad
encontró entre los partidos europeos y
entre no pocos de los intelectuales medulares de los tiempos que
siguieron. De allí se aprecia cómo RB no sólo tuvo que abandonar las predicas
del marxismo originario, debió también rechazar la petición de grupos
autodenominados progresistas que debieron presionarlo con la magia de tantas
fantasías, con la intención de incitar la desviación de la mentalidad
democrática del gran líder. Debió desde
allí enfrentar las corrientes europeas no menos cautivadoras a la conciencia
rebelde de la juventud de la época, surgidas de las cartas de Grancci desde las
cárceles de la Italia fascista, del
existencialismo sartriano cuyo resonancia política se rindió al servicio de la
rebeldía cubana, y finalmente hasta del eurocomunismo que ya en los estertores
de sus últimos instantes sólo vendrá a
extinguirse para siempre cuando en Berlín la monumental cortina ya inerme y sin
destino, se desploma. Siempre he deplorado en cómo a RB la suerte le jugó una mala pasada cuando no pudo
presenciar la caída estruendosa del Muro totalitario, erigido precisamente en
la época inicial de su período presidencial.
Nadie parece dudar de que fue durante la
contienda ideológica previa y posterior a la segunda guerra, cuando la
evolución de los eventos políticos incidieron con mayor ímpetu para un sisma
frontal de Betancourt en su decisión de abandonar todo vínculo o aproximación
ideológica con la leyenda utópica del comunismo. Cuando la inteligencia europea
regresaba de visitar los milagros presuntos de la Unión Soviética, no pocos hombres muy notables de pensamiento
encontraron una justificación para alentar un sentimental romance con los
fabulados atractivos de aquellos fuegos fatuos. Una inteligencia tan perspicaz
y acuciosa como Harold Lasky- un intelectual que Betancourt admiró en un momento- en carta personal a
Beatriz Webb la líder femenina de Fabianismo británico, aunque deploraba las
atrocidades de Stalin, las justificaba plenamente cuando decía al final de su
misiva, “el precio ha sido tremendo, las locuras y los crímenes, inmensos, pero
aún confío que en 50 años se probará que toda esta represión valía la pena”.
Momentos de indignación perturbadora
debieron conmoverlo cuando a la muerte de Stalin, ocurrida en 1953 en pleno exilio suyo de otra
satrapía venezolana, llegó a leer un verso del poeta republicano Rafael
Alberti, que decía: “ que tu alma clara me ilumine en esta noche que te vas. Y
no menos lacerante seguramente sería entonces para Betancourt, leer la Oda a
Stalin de su amigo Neruda a quien había conocido en su exilio chileno y de
quien se hizo enemigo personal desde entonces, por causa de estos versos
lamentables, cuando decían: Stalin es
el mediodía/la madurez del hombre y de los pueblos/ Stalinianos. Llevemos este
nombre con orgullo.”
A Betancourt y a su visión esclarecida de
gran conductor nunca lo entusiasmó aquel seductor romance. La sangre derramada
en aquel criminal sacrificio y el alma conmovida por la devastación moral de
las torturas de Moscú, el vil asesinato de Trosky cuya obra había leído por
admiración y no por adhesión ideológica en su exilio de Costa Rica y luego los
millones de muertos sacrificados por Mao, le entregaron a su sensibilidad
democrática los hechos y las razones para desprenderse sin reservas de aquella
ignominiosa ideología, cuya vigencia la encontró irreconciliable e incompatible
con el alma venezolana.
Desde la significación de éstos y otros
hechos es dable preguntémonos algo más.
¿ Donde y en qué momento RB deserta ideológicamente del marxismo y le da la espalda
a sus congéneres europeos, para entregarse a
su inquietud incansable de luchador genuino por la libertad y la
democracia.? Pocas dudas se abrigan cuando se conjetura que aquella debió ser
una temprana separación. De otra manera y sin la ocurrencia de esa crucial
ruptura ideológica, el largo peregrinaje
suyo hacia la conquista de una democracia estable y firme que con la destreza de su magistral conducción le va a permitir
cumplir por vez primera en nuestra historia, un periodo constitucional ininterrumpido.
En el simbolismo histórico de esa ocurrencia se abre una trocha a la
culminación aunque fuese a veces
titubeante de las
cuatro décadas de ordenada convivencia
democrática.
Nadie parece dudar de que fue durante la
contienda ideológica previa y posterior a la segunda guerra, cuando la
evolución de los eventos políticos incidieron con mayor ímpetu para un sisma
frontal de Betancourt en su decisión de abandonar todo vínculo o aproximación
ideológica con la leyenda utópica del comunismo. Cuando la inteligencia europea
regresaba de visitar los milagros presuntos de la Unión Soviética, no pocos hombres muy notables de pensamiento
encontraron una justificación para alentar un sentimental romance con los
fabulados atractivos de aquellos fuegos fatuos. Una inteligencia tan perspicaz
y acuciosa como Harold Lasky- un intelectual que Betancourt admiró en un momento- en carta personal a
Beatriz Webb la líder femenina de Fabianismo británico, aunque deploraba las
atrocidades de Stalin, las justificaba plenamente cuando decía al final de su
misiva, “el precio ha sido tremendo, las locuras y los crímenes, inmensos, pero
aún confío que en 50 años se probará que toda esta represión valía la pena”.
A Betancourt y a su visión esclarecida de
gran conductor nunca lo entusiasmó aquel seductor romance. La sangre derramada
en aquel criminal sacrificio y el alma conmovida por la devastación moral de
las torturas de Moscú, el vil asesinato de Trosky cuya obra había leído por
admiración y no por adhesión ideológica en su exilio de Costa Rica y luego los
millones de muertos sacrificados por Mao, le entregaron a su sensibilidad
democrática los hechos y las razones para desprenderse sin reservas de aquella
ignominiosa ideología, cuya vigencia la encontró irreconciliable e incompatible
con el alma venezolana.
Pero ciertamente en esta rápida
indagación en torno a las hazañas del pensamiento betancouriano,
muy pertinente resulta comprender el cómo un intelectual que no había tenido intimidad
ni vecindad espiritual alguna con el pensamiento
económico de los liberales modernos como Hayek o Popper o Von Mises, por
ejemplo, quienes magistralmente habían elaborado desde la década de los 40 muy
acuciosos ensayos sobre el socialismo identificándole como el gran camino hacia
la servidumbre y la imposibilidad absoluta del socialismo como sistema, Rómulo
Betancourt por mera intuición política y sin duda por una vocación indoblegable
en obsequio de una militancia democrática que no estaba jamás dispuesto a
sacrificar a ningún precio, concurre con proverbial valentía y vitalidad a
imponerse en este continente como la voz más recia y sonora contra el comunismo
y en un servidor incondicional y
tenaz por la causa de una democracia libre para su
país, secularmente agobiado por toda suerte de despotismos.
Hace ya varios años que escribí en otra
parte estas líneas sobre el mismo tema mirado desde la perspectiva del
petróleo, dije entonces : “La abundancia petrolera sirvió
también para que esos presuntos tesoros
inagotables se dispusieran para el provecho dispendioso de una
diplomacia seductora y esplendida, desprendida y ostentosa, de modo de que nunca
nos faltaran Castros, Evos, Ortegas y Marulandas, que, envilecidos y
pervertidos en una derrota inevitable, encuentren aquí medra y socorro para
asegurar la sobrevivencia de sus mandatos y aspiraciones. Con razón se le
atribuye, agregué entonces, a ese Arquímedes del poder en el Caribe, a quien
alguien le oyó alguna vez decir, “Denme
el petróleo de Venezuela y la revolución cubana se adueñará de América Latina”
. Fue Rómulo Betancourt por cierto, el único que sin oírlo lo presumió y lo
evitó a todo trance.” A nosotros, desde luego ya sin su compañía y aunque sea
con un tanto de retardo, nos concierne esa
faena que no podemos aplazar más cuando el gran ausente no puede
dirigirnos pero que en el afán decidido por acometerla, sólo nos queda acudir
al auxilio de su legado imperecedero.
Debo ya terminar. En el sentido más cabal
de estas palabras, hemos intentado vislumbrar
desde estos tiempos y desde sus vicisitudes y ocurrencias más notables, una comprensión del
contenido fundamental de lo más valioso del legado de RB, cuya evocación ahora como nunca será
indispensable para interpretar y guiarnos en
nuestra terrible coyuntura donde debemos otra vez desprendernos de la
hegemonía cubana de cuyos dominios él
nos salvó en el pasado. Cuando Betancourt nos dejó, nuestra democracia no había
sido consolidada, permanecía frágil y sus enemigos la querían así débil,
enclenque y realenga para que fuera pasto fácil de las ambiciones que han
intentado extinguirla para siempre. En sostenerla y hacerla vigorosa, consistió
la ambición suprema de su periplo inolvidable. Muchas gracias.
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