DESDE LA ORILLA DEL EXILIO
por: Tamara Sujú Roa
Abrazarlas fuerte, como se abraza a una hermana, ha sido siempre un motivo de lágrimas que no puedo contener, sentimientos que corren por la sangre día a día cuando uno está tan lejos, pero tan cerca de nuestras querencias, de nuestras raíces. Cada vez que encuentro a Lilian Tintori o a Mitzy Ledezma en la que ahora es mi casa grande, en cualquier lugar del mundo donde estoy, los recuerdos brotan a flor de piel de ese pedazo de tierra que llaman Venezuela.
Y es que estas dos mujeres transmiten la fuerza de un tsunami y la paz de quienes con convicción defienden los valores de libertad y justicia. Hablar de su vida, de cómo han tenido que abandonar su cotidianidad para salir a defender a sus maridos y adoptar las causas de los 77 presos políticos venezolanos, es contarles lo que es hoy mi querido país: “una gran cárcel” de 30 millones de presos de una tiranía que ha pretendido quitarnos la alegría, la libertad, la esperanza en una mejor Venezuela.
Y digo una gran cárcel porque son muy pocos los venezolanos que pueden salir hoy fuera de sus fronteras. El régimen ha logrado que la población se empobrezca minuto a minuto, y que la inflación los arrope a tal punto que en muchos hogares solo comen una vez al día, en otros los padres prefieren que los niños no vayan a la escuela para que hagan cola en búsqueda de comida frente a los supermercados, o porque no hay dinero para pasajes para ir al colegio.
El venezolano ha tenido que conformarse con los carros viejos, los autobuses destartalados, las calles y avenidas destrozadas, la basura esparcida en las aceras oscuras y sucias, las alcantarillas rotas, pero eso sí, las paredes forradas con los ojos pintados del fallecido Chávez vigilando su triste legado: la catástrofe económica, política y social que le heredó a quienes hoy prorrogan su agónico proyecto con la pesadez propia de una pereza cruzando una autopista.
Hay quienes piensan que cuando se está en el exilio, se pierden las perspectivas de cómo se vive el día a día. Yo puedo decirles que los venezolanos en el exilio que he conocido llevan su lejanía muy afanados por no despegarse de sus raíces, por no perder ni un solo momento importante de los sucesos diarios, y basta con ver la bandera tricolor o leer una noticia en un diario extranjero para que se le pongan a uno los ojos aguados y se le acelere el corazón.
Siempre digo que cuando flaqueo pienso en quienes quedaron allá en nuestro país, y nos necesitan afuera, para poder ser útiles en sus causas. Que se conozca la existencia de La Tumba, que se conozca la vileza del régimen cuando niega la atención médica oportuna a sus secuestrados políticos, que se conozca los malos tratos y torturas a los que han sido sometidos manifestantes que solo exigen sus derechos, es nuestra obligación. Pienso en Leopoldo López, el preso libre del régimen de Maduro, el que no flaqueó ni un segundo en decirle a su juez verdugo, que era ella la que tenía miedo de escucharse a sí misma condenándolo.
Pienso en los policías metropolitanos que continúan en Ramo Verde, en Bolívar, Pérez, Molina, Hurtado y Rovain. Pienso en Lorent Saleh y Gabriel Vallés en la Tumba, en Rolando, Otoniel y Juan Guevara, en Gerardo Carrero, Rony Navarro, Rosmit Mantilla, Renzo Prieto, Vilcar Fernández y el resto de los muchachos que están en el Helicoide, en Raúl Baduel y Alexander Tirado en Tocuyito, pienso en Vasco da Costa en San Juan de los Morros, en Efraín Ortega y José Luis Santamaría en el Rodeo, en Araminta González en el INOF, en Henry Salazar, Juan Carlos Nieto, Oswaldo Hernández y todos los militares presos por golpes de Estado inventados.
En fin, pienso en los días y noches de los presos del régimen de Maduro, detrás de esos barrotes donde el tiempo pareciera detenerse y la vida pasa como una película en cámara lenta.
Esta semana se cumplió un año del suicidio de Rodolfo González en las mazmorras del Helicoide. Él se sacrificó para que los jóvenes ahí detenidos no fueran trasladados a cárceles comunes a lo largo del país. El dejó una familia y una lucha de 16 años porque no se perdiera la democracia en Venezuela. También esta semana se volvió a diferir la audiencia preliminar de Lorent y Gabriel, quienes ya tienen un año y seis meses presos sin acusación formal. Para el alcalde Antonio Ledezma están pidiendo 26 años de cárcel y Manuel Rosales será juzgado en prisión.
Han pasado ya dos años de la muerte de Geraldine Moreno, a quien un día le robaron sus sueños cobardemente, destrozándole la cara a quema ropa; de la muerte de Alejandro Márquez a quien le robaron sus sueños a punta de patadas y golpes; de la muerte de Daniel Tinoco, víctima de colectivos armados, de la muerte de Génesis Carmona, quien suplicó que no la dejaran morir….a pesar del tiempo, ellos continúan en la memoria de quienes tenemos la misión de buscar la justicia y la verdad.
Los venezolanos tenemos prohibido cansarnos y olvidar a quienes están presos por motivos políticos. Siempre dije que mientras haya uno de nosotros luchando por devolverle a nuestro país el Estado de Derecho y la libertad, hay esperanzas. Hoy hay millones de venezolanos remando en la misma dirección: una Venezuela libre y democrática.
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