Cómo Hackear una Elección
Andrés Sepúlveda afirma haber alterado campañas electorales durante ocho
años dentro de Latinoamérica.
Por Jordan Robertson, Michael Riley, y
Andrew Willis | 31 de marzo, 2016
Fotografía por Juan Arredondo
Justo antes de la medianoche Enrique Peña Nieto
anunció su victoria como el nuevo presidente
electo de México. Peña Nieto era abogado y millonario, proveniente
de una familia de alcaldes y gobernadores. Su esposa era actriz de telenovelas.
Lucía radiante mientras era cubierto de confeti rojo, verde y blanco en la sede
central del Partido Revolucionario Institucional, o PRI, el cual había
gobernado por más de 70 años antes de ser destronado en el 2000. Al devolver el
poder al PRI en aquella noche de julio de 2012 Peña Nieto prometió disminuir la
violencia ligada al narcotráfico, luchar contra la corrupción y dar inicio a
una era más transparente en la política mexicana.
A dos mil millas de distancia (3.200 kilómetros), en
un departamento en el lujoso barrio de Chicó Navarra en Bogotá, Andrés
Sepúlveda estaba sentado frente a seis pantallas de computadores. Sepúlveda es
colombiano, de constitución robusta, con cabeza rapada, perilla y un tatuaje de
un código QR con una clave de cifrado en la parte de atrás de su cabeza. En su
nuca están escritas las palabras “</head>” y “<body>”, una encima
de la otra, en una oscura alusión a la codificación. Sepúlveda observaba una
transmisión en directo de la celebración de la victoria de Peña Nieto, a la espera
de un comunicado oficial sobre los resultados.
Publicado en Bloomberg Businessweek, el 4 de abril de 2016.Suscríbase ahora.
Cuando Peña Nieto ganó Sepúlveda comenzó a destruir
evidencia. Perforó agujeros en memorias USB, discos duros y teléfonos móviles,
calcinó sus circuitos en un microondas y luego los hizo pedazos con un
martillo. Trituró documentos y los tiró por el excusado, junto con borrar
servidores alquilados de forma anónima en Rusia y Ucrania mediante el uso de
Bitcoins. Desbarataba la historia secreta de una de las campañas más sucias de
Latinoamérica en los últimos años.
Sepúlveda, de 31 años, dice haber viajado durante ocho
años a través del continente manipulando las principales campañas políticas.
Con un presupuesto de US$600.000, el trabajo realizado para la campaña de Peña
Nieto fue por lejos el más complejo. Encabezó un equipo de seis hackers que
robaron estrategias de campaña, manipularon redes sociales para crear falsos
sentimientos de entusiasmo y escarnio e instaló spyware en sedes de campaña de
la oposición, todo con el fin de ayudar a Peña Nieto, candidato de centro
derecha, a obtener una victoria. En aquella noche de julio, destapó botella
tras botella de cerveza Colón Negra a modo de celebración. Como de costumbre en
una noche de elecciones, estaba solo.
La carrera de Sepúlveda comenzó en 2005, y sus
primeros fueron trabajos fueron menores - consistían principalmente en
modificar sitios web de campañas y violar bases de datos de opositores con
información sobre sus donantes. Con el pasar de los años reunió equipos que
espiaban, robaban y difamaban en representación de campañas presidenciales
dentro de Latinoamérica. Sus servicios no eran baratos, pero el espectro era
amplio. Por US$12.000 al mes, un cliente contrataba a un equipo que podía
hackear teléfonos inteligentes, falsificar y clonar sitios web y enviar correos
electrónicos y mensajes de texto masivos. El paquete prémium, a un costo de
US$20.000 mensuales, también incluía una amplia gama de intercepción digital,
ataque, decodificación y defensa. Los trabajos eran cuidadosamente blanqueados
a través de múltiples intermediarios y asesores. Sepúlveda señala que es
posible que muchos de los candidatos que ayudó no estuvieran al tanto de su
función. Sólo conoció a unos pocos.
Sus equipos trabajaron en elecciones presidenciales en
Nicaragua, Panamá, Honduras, El Salvador, Colombia, México, Costa Rica,
Guatemala y Venezuela. Las campañas mencionadas en esta historia fueron
contactadas a través de ex y actuales voceros; ninguna salvo el PRI de México y
el Partido de Avanzada Nacional de Guatemala quiso hacer declaraciones.
De niño, fue testigo de la violencia de las guerrillas
marxistas de Colombia. De adulto se unió a derecha que emergía en
Latinoamérica. Creía que sus actividades como hacker no eran más diabólicas que
las tácticas de aquellos a quienes se oponía, como Hugo Chávez y Daniel Ortega.
Muchos de los esfuerzos de Sepúlveda no rindieron
frutos, pero tiene suficientes victorias como para decir que ha influenciado la
dirección política de América Latina moderna tanto como cualquier otra persona
en el siglo XXI. "Mi trabajo era hacer acciones de guerra sucia y
operaciones psicológicas, propaganda negra, rumores, en fin, toda la parte
oscura de la política que nadie sabe que existe pero que todos ven", dice
sentado en una pequeña mesa de plástico en un patio exterior ubicado en lo
profundo de las oficinas sumamente resguardadas de la Fiscalía General de
Colombia. Actualmente, cumple una condena de 10 años por los delitos de uso de
software malicioso, conspirar para delinquir, violación de datos y espionaje
conectados al hackeo de las elecciones de Colombia de 2014. Accedió a contar su
versión completa de los hechos por primera vez con la esperanza de convencer al
público de que se ha rehabilitado y obtener respaldo para la reducción de su
condena.
Generalmente, señala, estaba en la nómina de Juan José
Rendón, un asesor político que reside en Miami y que ha sido catalogado como el
Karl Rove de Latinoamérica. Rendón niega haber utilizado a Sepúlveda para
cualquier acto ilegal y refuta de forma categórica la versión que Sepúlveda
entregó a Bloomberg
Businessweek sobre su relación, pero admite conocerlo
y haberlo contratado para el diseño de sitios webs. "Si hablé con él puede
haber sido una o dos veces, en una sesión grupal sobre eso, sobre el sitio
web", declara. “En ningún caso hago cosas ilegales. Hay campañas
negativas. No les gusta, de acuerdo. Pero si es legal lo haré. No soy un santo,
pero tampoco soy un criminal" (Destaca que pese a todos los enemigos que
ha acumulado con el transcurso de los años debido a su trabajo en campañas,
nunca se ha visto enfrentado a ningún cargo criminal). A pesar de que la
política de Sepúlveda era destruir todos los datos al culminar un trabajo, dejó
algunos documentos con miembros de su equipo de hackers y otros personas de
confianza a modo de “póliza de seguro” secreta.
Sepúlveda proporcionó a Bloomberg Businessweek correos electrónicos que según él muestran
conversaciones entre él, Rendón, y la consultora de Rendón acerca del hackeo y
el progreso de ciberataques relacionados a campañas. Rendón señala que los
correos electrónicos son falsos. Un análisis llevado a cabo por una empresa de
seguridad informática independiente demostró que un muestreo de los correos
electrónicos que examinaron parecen ser auténticos. Algunas de las
descripciones de Sepúlveda sobre sus actividades concuerdan con relatos
publicados de eventos durante varias campañas electorales, pero otros detalles
no pudieron ser verificados de forma independiente. Una persona que trabajó en
la campaña en México y que pidió mantener su nombre en reserva por temor a su
seguridad, confirmó en gran parte la versión de Sepúlveda sobre su función y la
de Rendón en dicha elección.
Sepúlveda dice que en España le ofrecieron varios
trabajos políticos que habría rechazado por estar demasiado ocupado. Al
preguntarle si la campaña presidencial de EEUU está siendo alterada, su
respuesta es inequívoca. “Estoy cien por ciento seguro de que lo está”, afirma.
Sepúlveda creció en medio de la pobreza en
Bucaramanga, ocho horas al norte de Bogotá en auto. Su madre era secretaria. Su
padre era activista y ayudaba a agricultores a buscar mejores productos para
cultivar que la coca, por lo que la familia se mudó constantemente debido a las
amenazas de muerte de narcotraficantes. Sus padres se divorciaron y a los 15
años, tras reprobar en la escuela, se mudó donde su padre en Bogotá y utilizó
un computador por primera vez. Más tarde se inscribió en una escuela local de
tecnología y a través de un amigo que conoció ahí aprendió a programar.
En 2005, el hermano mayor de Sepúlveda, publicista,
ayudaba en las campañas parlamentarias de un partido alineado con el entonces
presidente de Colombia Álvaro Uribe. Uribe era uno de los héroes de los
hermanos, un aliado de Estados Unidos que fortaleció al ejército para luchar
contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Durante una
visita a la sede del partido, Sepúlveda sacó su computador portátil y comenzó a
analizar la red inalámbrica del recinto. Con facilidad interceptó el computador
de Rendón, el estratega del partido, y descargó la agenda de Uribe y sus
próximos discursos. Sepúlveda señala que Rendón se puso furioso y lo contrató
ahí mismo. Rendón dice que esto nunca ocurrió.
Durante décadas, las elecciones en Latinoamérica
fueron manipuladas y no ganadas, y los métodos eran bastante directos. Los
encargados locales de adulterar elecciones repartían desde pequeños
electrodomésticos a dinero en efectivo a cambio de votos. Sin embargo, en la
década de 1990 reformas electorales se extendieron por la región. Los votantes
recibieron tarjetas de identificación imposibles de falsificar y entidades
apartidistas se hicieron cargo de las elecciones en varios países. La campaña
electoral moderna, o al menos una versión con la cual Norteamérica estaba
familiarizada, había llegado a Latinoamérica.
Rendón ya había lanzado una exitosa carrera que según
sus críticos - y más de una demanda - estaba basada en el uso de trucos sucios
y la divulgación de rumores. (En 2014, Carlos Mauricio Funes, el entonces
presidente de El Salvador, acusó a Rendón de orquestar campañas de guerra sucia
dentro de Latinoamérica. Rendón lo demandó en Florida por difamación, pero la
corte desestimó el caso señalando que no se podía demandar a Funes por sus
actos oficiales). Hijo de activistas a favor de la democracia, estudió sicología
y trabajó en publicidad antes de asesorar a candidatos presidenciales en su
país natal, Venezuela. Después de acusar en 2004 al entonces presidente Hugo
Chávez de fraude electoral, dejó el país y nunca regresó.
Sepúlveda dice que su primer trabajo como hacker
consistió en infiltrar el sitio web de un rival de Uribe, robar una base de
dato de correos electrónicos y enviar correos masivos a los usuarios con
información falsa. Recibió US$15.000 en efectivo por un mes de trabajo, cinco
veces más de lo que ganaba en su trabajo anterior como diseñador de sitios web.
Rendón, que era dueño de una flota de automóviles de
lujo, usaba relojes ostentosos y gastaba miles de dólares en trajes a medida,
deslumbró a Sepúlveda. Al igual que Sepúlveda, Rendón era un perfeccionista.
Esperaba que sus empleados llegaran a trabajar temprano y se fueran tarde.
"Era muy joven, hacía lo que me gustaba, me pagaban bien y viajaba, era el
trabajo perfecto". Pero más que cualquier otra cosa, sus políticas de
derecha coincidían. Sepúlveda señala que veía a Rendón como un genio y mentor.
Budista devoto y practicante de artes marciales, según su propio sitio web,
Rendón cultivaba una imagen de misterio y peligro, vistiendo solo ropa negra en
público e incluso utilizando de vez en cuando la vestimenta de un samurái. En
su sitio web se denomina el estratega político “mejor pagado, más temido y
también el más solicitado y eficiente”. Sepúlveda sería en parte responsable de
aquello.
Rendón, indica Sepúlveda, se dio cuenta de que los
hackers podían integrarse completamente en una operación política moderna,
llevando a cabo ataques publicitarios, investigando a la oposición y hallando
maneras de suprimir la participación de un adversario. En cuanto a Sepúlveda,
su aporte era entender que los votantes confiaban más en lo que creían eran
manifestaciones espontáneas de personas reales en redes sociales que en los
expertos que aparecían en televisión o periódicos. Sabía que era posible
falsificar cuentas y crear tendencias en redes sociales, todo a un precio
relativamente bajo. Escribió un software, llamado ahora Depredador de Redes
Sociales, para administrar y dirigir un ejército virtual de cuentas falsas de
Twitter. El software le permitía cambiar rápidamente nombres, fotos de perfil y
biografías para adaptarse a cualquier circunstancia. Con el transcurso del
tiempo descubrió que manipular la opinión pública era tan fácil como mover las
piezas en una tablero de ajedrez, o en sus palabras, “pero también cuando me di
cuenta que las personas creen más a lo que dice Internet que a la realidad,
descubrí que 'tenía el poder' de hacer creer a la gente casi cualquier
cosa".
La cabeza de
Sepúlveda. El tatuaje de más arriba es un código QR con una clave de cifrado.
Según Sepúlveda, recibía su sueldo en efectivo, la
mitad por adelantado. Cuando viajaba empleaba un pasaporte falso y se hospedaba
solo en un hotel, lejos de los miembros de la campaña. Nadie podía ingresar a
su habitación con un teléfono inteligente o cámara fotográfica.
La mayoría de los trabajos eran acordados en persona.
Rendón entregaba a Sepúlveda una hoja con nombres de objetivos, correos
electrónicos y teléfonos. Sepúlveda llevaba la hoja a su hotel, ingresaba los
datos en un archive encriptado y luego quemaba el papel o lo tiraba por el
excusado. Si Rendón necesitaba enviar un correo electrónico, empleaba lenguaje
codificado. “Dar caricias” significaba atacar; “escuchar música” significaba
interceptar las llamadas telefónicas de un objetivo.
Rendón y Sepúlveda procuraron no ser vistos juntos. Se
comunicaban a través de teléfonos encriptados que reemplazaban cada dos meses.
Sepúlveda señala que enviaba informes de avance diarios y reportes de
inteligencia desde cuentas de correo electrónico desechable a un intermediario
en la firma de consultoría de Rendón.
Cada trabajo culminaba con una secuencia de
destrucción específica, codificada por colores. El día de las elecciones,
Sepúlveda destruía todos los datos clasificados como “rojos”. Aquellos eran
archivos que podían enviarlo a prisión a él y a quienes hubiesen estado en
contacto con ellos: llamadas telefónicos y correos electrónicos interceptados,
listas de víctimas de piratería informática e informes confidenciales que
preparaba para las campañas. Todos los teléfonos, discos duros, memorias USB y
servidores informáticos eran destruidos físicamente. Información
"amarilla" menos sensible - agendas de viaje, planillas salariales,
planes de recaudación de fondos - se guardaban en un dispositivo de memoria
encriptado que se le entregaba a las campañas para una revisión final. Una
semana después, también sería destruido.
Para la mayoría de los trabajos Sepúlveda reunía a un
equipo y operaba desde casas y departamentos alquilados en Bogotá. Tenía un
grupo de 7 a 15 hackers que iban rotando y que provenían de distintas partes de
Latinoamérica, aprovechando las diferentes especialidades de la región. En su
opinión, lo brasileños desarrollan el mejor malware. Los venezolanos y
ecuatorianos son expertos en escanear sistemas y software para detectar
vulnerabilidades. Los argentinos son artistas cuando se trata de interceptar
teléfonos celulares. Los mexicanos son en su mayoría hackers expertos pero
hablan demasiado. Sepúlveda sólo acudía a ellos en emergencias.
Estos trabajos demoraban desde un par de días a varios
meses. En Honduras, Sepúlveda defendió el sistema computacional y
comunicacional del candidato presidencial Porfirio Lobo Sosa de hackers
empleados por sus opositores. En Guatemala, interceptó digitalmente datos de
seis personajes del ámbito de la política y los negocios y dice que entregó la
información a Rendón en memorias USB encriptadas que dejaba en puntos de entrega
secretos. (Sepúlveda dice que este fue un trabajo pequeño para un cliente de
Rendón ligado al derechista Partido de Avanzada Nacional (PAN). El PAN señala
que nunca contrato a Rendón y dice no estar al tanto de ninguna de las
actividades que relata Sepúlveda). En Nicaragua en 2011, Sepúlveda atacó a
Ortega, quien se presentaba a su tercer período presidencial. En una de las
pocas ocasiones en las que trabajó para otro cliente y no para Rendón, infiltró
la cuenta de correo electrónico de Rosario Murillo, esposa de Ortega y
principal vocera de comunicación del gobierno, y robó un caudal de secretos
personales y gubernamentales.
En Venezuela en 2012, impulsado por su aversión a
Chávez, el equipo dejó de lado su precaución habitual. Durante la campaña de
Chávez para postular a un cuarto período presidencial, Sepúlveda publicó un video de YouTube anónimo en
el que hurgaba en el correo electrónico de una de las personas más poderosas de
Venezuela, Diosdado Cabello, en ese entonces presidente de la Asamblea
Nacional. También salió de su estrecho círculo de hackers de confianza y
movilizó a Anonymous, el grupo de hackers activistas, para atacar el sitio web
de Chávez.
Tras el ataque de Sepúlveda a la cuenta de Twitter de
Cabello, Rendón lo habría felicitado. “Eres noticia :)”
escribió en un correo electrónico el 9 de septiembre de 2012 adjunto un enlace
a una historia sobre la falla de seguridad. Sepúlveda proporcionó pantallazos
de decenas de correos electrónicos y varios de los correos originales escritos
en jerga hacker (“Owned!”, decía un correo, haciendo referencia al hecho de
haber comprometido la seguridad de un sistema), que muestran que durante
noviembre de 2011 y septiembre de 2012 Sepúlveda envió largas listas de sitios
gubernamentales que había infiltrado para varias campañas a un alto miembro de
la empresa de asesoría de Rendón. Dos semanas antes de la elección presidencial
en Venezuela, Sepúlveda envió pantallazos mostrando cómo había infiltrado el
sitio web de Chávez y cómo podía activarlo y desactivarlo a voluntad.
Chávez ganó las elecciones pero murió de cáncer cinco
meses después, lo que llevó a realizar una elección extraordinaria en la que Nicolás Maduro fue electo
presidente. Un día antes que Maduro proclamara su victoria,
Sepúlveda hackeó su cuenta de Twitter y publicó denuncias de fraude electoral.
El gobierno Venezolano culpó a “hackeos conspiradores del exterior” y
deshabilitó internet en todo el país durante 20 minutos.
En México, el dominio técnico de Sepúlveda y la gran
visión de una máquina política despiadada de Rendón confluyeron plenamente,
impulsados por los vastos recursos del PRI. Los años bajo el gobierno del
presidente Felipe Calderón y el Partido Acción Nacional, PAN) se vieron plagados por una devastadora guerra
contra los carteles de drogas, lo que hizo que secuestros, asesinatos en la vía
pública y decapitaciones fuesen actos comunes. A medida que se aproximaba el
2012, el PRI ofreció el entusiasmo juvenil de Peña Nieto, quien recién había
terminado su período como gobernador.
A Sepúlveda no le agradaba la idea de trabajar en
México, un país peligroso para involucrarse en el ámbito público. Pero Rendón
lo convenció para realizar viajes breves desde el 2008 y volando frecuentemente
en su avión privado. Durante un trabajo en Tabasco, en la sofocante costa del
Golfo de México, Sepúlveda hackeó a un jefe político que resultó tener
conexiones con un cartel de drogas. Luego que el equipo de seguridad de Rendón
tuvo conocimiento de un plan para asesinar a Sepúlveda, este pasó la noche en
una camioneta blindada Suburban antes de regresar a Ciudad de México.
En la práctica, México cuenta con tres principales
partidos políticos y Peña Nieto enfrentaba tanto a oponentes de derecha como de
izquierda. Por la derecha, el PAN había nominado a Josefina Vázquez Mota, la
primera candidata del partido a presidenta. Por la izquierda, el Partido de la
Revolución Democrática (PRD), eligió a Andrés Manuel López Obrador, ex Jefe de
Gobierno del Distrito Federal.
Las primeras encuestas le daban 20 puntos de
ventaja a Peña Nieto, pero sus partidarios no correrían riesgos. El
equipo de Sepúlveda instaló malware en enrutadores en el comando del candidato
del PRD, lo que le permitió interceptor los teléfonos y computadores de
cualquier persona que utilizara la red, incluyendo al candidato. Realizó
acciones similares contra Vázquez Mota del PAN. Cuando los equipos de los
candidatos preparaban discursos políticos, Sepúlveda tenía acceso a la
información tan pronto como los dedos de quien escribía el discurso tocaban el
teclado. Sepúlveda tenía conocimiento de las futuras reuniones y programas de
campaña antes que los propios miembros de cada equipo.
El dinero no era problema. En una ocasión Sepúlveda
gastó US$50,000 en software ruso de alta gama que rápidamente interceptaba
teléfonos Apple, BlackBerry y Android. También gastó una importante suma en los
mejores perfiles falsos de Twitter, perfiles que habían sido mantenidos al
menos un año lo que les daba una pátina de credibilidad.
Sepúlveda administraba miles de perfiles falsos de
este tipo y usaba las cuentas para hacer que la discusión girara en torno a
temas como el plan de Peña Nieto para poner fin a la violencia relacionada con
el tráfico de drogas, inundando las redes sociales con opiniones que usuarios
reales replicarían. Para tareas menos matizadas, contaba con un ejército mayor
de 30.000 cuentas automatizadas de Twitter que realizaban publicaciones para
generar tendencias en la red social. Una de las tendencias en redes sociales a
las que dio inicio sembró el pánico al sugerir que mientras más subía López
Obrador en las encuestas, más caería el peso. Sepúlveda sabía que lo relativo a
la moneda era una gran vulnerabilidad. Lo había leído en una de las notas
internas del personal de campaña del propio candidato.
Sepúlveda y su equipo proveían casi cualquier cosa que
las artes digitales oscuras podían ofrecer a la campaña de Peña Nieto o a
importantes aliados locales. Durante la noche electoral, hizo que computadores
llamaran a miles de votantes en el estratégico y competido estado de Jalisco, a
las 3:00a.m., con mensajes pregrabados. Las llamadas parecían provenir de la
campaña del popular candidato a gobernador de izquierda Enrique Alfaro Ramírez.
Esto enfadó a los votantes —esa era la idea— y Alfaro perdió por un estrecho
margen. En otra contienda por la gobernación, Sepúlveda creó cuentas falsas en
Facebook de hombres homosexuales que decían apoyar a un candidato católico
conservador que representaba al PAN, maniobra diseñada para alienar a sus
seguidores. “Siempre sospeché que había algo raro”, señaló el candidato Gerardo
Priego al enterarse de cómo el equipo de Sepúlveda manipuló las redes sociales
en la campaña.
En mayo, Peña Nieto visitó la Universidad
Iberoamericana de Ciudad de México y fue bombardeado con consignas y abucheado
por los estudiantes. El desconcertado candidato se retiró junto a sus
guardaespaldas a un edificio contiguo, y según algunas publicaciones en medios
sociales se escondió en un baño. Las imágenes fueron un desastre. López Obrador
repuntó.
El PRI logró recuperarse luego que uno de los asesores
de López Obrador fue grabado pidiéndole a un empresario US$6 millones para
financiar la campaña de su candidato, que estaba corta de fondos, lo que
presuntamente habría violado las leyes mexicanas. Pese a que el hacker dice
desconocer el origen de esa grabación en particular, Sepúlveda y su equipo
habían interceptado las comunicaciones del asesor Luis Costa Bonino durante
meses. (El 2 de febrero de 2012, Rendón le envío tres direcciones de correos
electrónicos y un número de celular de Costa Bonino en un correo titulado
“Trabajo”). El equipo de Sepúlveda deshabilitó el sitio web personal del asesor
y dirigió a periodistas a un sitio clonado. Ahí publicaron lo que parecía ser
una extensa defensa escrita por Costa Bonino, que sutilmente planteaba dudas
sobre si sus raíces uruguayas violaban las restricciones de México sobre la
participación de extranjeros en elecciones. Costa Bonino abandonó la campaña
pocos días después. Recientemente señaló que sabía que estaba siendo espiado,
solo que no sabía cómo. Son gajes del oficio en Latinoamérica: “Tener un
teléfono hackeado por la oposición no es una gran novedad. De hecho, cuando
hago campaña, parto del supuesto de que todo lo que hable por teléfono va a ser
escuchado por los adversarios”.
La oficina de prensa de Peña Nieto declinó hacer
comentarios. Un vocero del PRI dijo que el partido no tiene conocimiento alguno
de que Rendón hubiese prestado servicios para la campaña de Peña Nieta o
cualquier otra campaña del PRI. Rendón afirma que ha trabajado a nombre de
candidatos del PRI en México durante 16 años, desde agosto de 2000 hasta la
fecha.
Juan José
Rendón, asesor político.
Fotógrafo: El
Comercio/GDA/ZUMA PRESS
En 2012, el presidente colombiano Juan Manuel Santos,
sucesor de Uribe, inesperadamente dio inicio a las conversaciones de paz con
las FARC, con la esperanza de poner fin a una guerra de 50 años. Furioso,
Uribe, cuyo padre fue asesinado por guerrilleros de la FARC, formó un partido y
respaldó a un candidato independiente, Óscar Iván Zuluaga, quien se oponía al
diálogo.
Rendón, que trabajaba para Santos, quería que
Sepúlveda fuera parte de su equipo, pero este último lo rechazó. Consideró que
la disposición de Rendón para trabajar con un candidato que apoyaba un acuerdo
de paz con las FARC era una traición y sospechaba que el asesor estaba dejando
que el dinero fuera más fuerte que sus principios. Sepúlveda señala que la
ideología era su principal motivación, luego venía el dinero, y si su fin
hubiera sido enriquecerse, podría haber ganado mucho más hackeando sistemas
financieros en vez de elecciones. Por primera vez, decidió oponerse a su
mentor.
Sepúlveda se sumó al equipo de la oposición y le
reportaba directamente al jefe de campaña de Zuluaga, Luis Alfonso Hoyos.
(Zuluaga niega conocimiento alguno del hackeo; Hoyos no pudo ser contactado
para dar comentarios). Sepúlveda señala que juntos elaboraron un plan para
desacreditar al presidente al mostrar que las guerrillas seguían dedicadas al
narcotráfico y la violencia, pese a que hablaban de un acuerdo de paz.
Transcurridos algunos meses, Sepúlveda había hackeado los teléfonos y cuentas de
correos electrónicos de más de 100 militantes, entre ellos el líder de las FARC
Rodrigo Londoño, también conocido como Timochenko. Tras elaborar un grueso
archivo sobre las FARC, que incluía evidencia sobre cómo el grupo suprimía los
votos de campesinos en zonas rurales, Sepúlveda accedió a acompañar a Hoyos a
los estudios de un programa de noticias de TV en Bogotá y presentar la
evidencia.
Quizás no fue muy astuto trabajar de forma tan
obstinada y pública en contra de un partido en el poder. Un mes después,
Sepúlveda fumaba un cigarillo en la terraza de su oficina en Bogotá cuando vio
acercarse una caravana de vehículos policiales. Cuarenta agentes del Cuerpo
Técnico de Investigación de la Fiscalía de Colombia vestidos de negro allanaron
su oficina y lo arrestaron. Sepúlveda dice que su descuido en la estación de TV
fue lo que condujo a su arresto. Cree que alguien lo delató. En tribunales, usó
un chaleco antibalas y estuvo rodeado de guardias. En la parte trasera del
tribunal hombres sostenían fotografías de sus familiares y pasaban sus dedos
sobre sus gargantas, simulando cortar sus cuellos, o ponían sus manos sobres
sus bocas dando a entender que debían mantener silencio o atenerse a las
consecuencias. Abandonado por sus antiguos aliados, terminó por declararse
culpable de espionaje, hackeo y otros crímenes a cambio de una sentencia de 10
años.
Tres días después de llegar a la cárcel La Picota en
Bogotá, visitó al dentista y fue emboscado por hombres con cuchillos y navajas,
pero fue socorrido por los guardias. Una semana más tarde, los guardias lo
despertaron y lo sacaron rápidamente de su celda, señalando que tenían
información sobre un plan para dispararle con una pistola con silenciador
mientras dormía. Luego que la Policía Nacional interceptó llamadas telefónicas
que daban cuenta de un nuevo complot, fue enviado a confinamiento solitario en
una cárcel de máxima seguridad ubicada en una deteriorada zona del centro de
Bogotá. Duerme con una manta antibalas y un chaleco antibalas al lado de su
cama, detrás de puertas a prueba de bombas. Guardias van a verlo cada hora.
Como parte de su acuerdo con la fiscalía, dice que se ha convertido en testigo
del gobierno y ayuda a investigadores a evaluar posibles casos contra el ex
candidato Zuluaga y su estratega Hoyos. Las autoridades emitieron una orden
para el arresto de Hoyos, pero según informes de la prensa colombiana él escapó
a Miami.
Cuando Sepúlveda sale a reuniones con fiscales en el
búnker, la sede central de la Fiscalía General de Colombia, viaja en una caravana
armada que incluye seis motocicletas que atraviesan la capital a 60 millas por
hora y colapsan las señalas de teléfonos celulares a medida que transitan para
bloquear el rastreo de sus movimientos o la detonación de bombas a lo largo del
camino.
En julio de 2015, Sepúlveda se sentó en un pequeño
patio central del Búnker, se sirvió un café de un termo y sacó un paquete de
cigarrillos Marlboro. Dice que desea contar su historia porque la gente
desconoce el alcance del poder que ejercen los hackers en las elecciones
modernas o el conocimiento especializado que se requiere para detenerlos. “Yo
trabajé con presidentes, personalidades públicas con mucho poder e hice
muchísimas cosas que finalmente, de absolutamente ninguna me arrepiento porque
lo hice con plena convicción y bajo un objetivo claro, acabar las dictaduras y
los gobiernos socialistas en Latinoamérica", señala. "Yo siempre he
dicho que hay dos tipos de política, la que la gente ve y la que realmente hace
que las cosas pasen, yo trabajaba en la política que no se ve”.
Sepúlveda dice que se le permite usar un computador y
una conexión a internet monitoreada como parte de un acuerdo para ayudar a la
Fiscalía a rastrear y alterar a carteles de drogas empelando una versión de su
software Depredador de Redes Sociales. El Gobierno no confirmó ni negó que
tenga acceso a un computador o el uso que le da a este. Sepúlveda dice que ha
modificado el software Depredador de Redes Sociales para contratacar el tipo de
sabotaje que solía ser su especialidad, entre otras cosas tapar los muros de
Facebook y los feeds de Twitter de los candidatos. Utilizó su software para
analizar 700.000 tweets de cuentas de partidarios de ISIS para aprender qué se
necesita para ser un buen reclutador de terroristas. Sepúlveda dice que el
programa ha podido identificar a reclutadores de ISIS minutos después de haber
creado cuentas de Twitter y comenzar a publicar y espera poder compartir la
información con Estados Unidos u otros países que luchan contra el grupo
islamista. Una firma independiente evaluó muestras del código de Sepúlveda y
determinó que eran auténticas y sustancialmente originales.
Las afirmaciones de Sepúlveda respecto a que
operaciones de este tipo ocurren en todos los continentes son plausibles, dice
David Maynor, quien dirige una compañía de servicios de control de seguridad en
Atlanta, llamada Errata Security. Maynor que de vez en cuando recibe
solicitudes para trabajos relacionados a campañas electorales. Le han pedido
que su compañía obtenga correos electrónicos y otros documentos de los
computadores de candidatos, aunque el nombre del cliente final nunca es
revelado. “Esas actividades ocurren en Estados Unidos, y ocurren todo el
tiempo”, indica.
En una ocasión a Maynor se le pidió robar datos a modo
de realizar un control de seguridad. Pero el individuo no pudo demostrar una
conexión real con la campaña cuya seguridad deseaba poner a prueba. En otra
oportunidad, un posible cliente le encargó un informe detallado sobre cómo
rastrear los movimientos de un candidato cambiando el iPhone de un usuario por
un dispositivo clonado e interceptado. “Por razones obvias, siempre rechazamos
estas solicitudes”, indica que Maynor, quien no quiso nombrar a los candidatos
involucrados.
Tres semanas después del arresto de Sepúlveda, Rendón
fue obligado a renunciar a la campaña de Santos en medio de acusaciones en la
prensa sobre cómo había aceptado US$12 millones de narcotraficantes y se los
había entregado al candidato, hecho que él niega.
Según Rendón, funcionarios colombianos lo interrogaron
poco tiempo después en Miami, lugar donde reside. Rendón señala que los
investigadores colombianos le preguntaron sobre Sepúlveda y les dijo que la
participación de Sepúlveda se limitaba al desarrollo de sitios web.
Rendón niega haber trabajado con Sepúlveda de forma
significativa. “Él dice que trabajó conmigo en 20 lugares y no, no lo hizo”,
afirma Rendón. “nunca le pagué un peso”.
El año pasado, medios colombianos señalaron que según
fuentes anónimas Rendón trabajaba para la campaña presidencial de Donald Trump.
Rendón dice que los informes son falsos. La campaña se acercó a él, pero los
rechazó porque le desagrada Trump. “Según tengo entendido, no estamos
familiarizados con este individuo”, señala la vocera de Trump, Hope Hicks. “No
había escuchado su nombre, y tampoco lo conocen otros altos miembros de la
campaña”. Sin embargo, Rendón dice estar en conversaciones con otra de las
principales campañas presidenciales de Estados Unidos - no quiso decir cuál -
para comenzar a trabajar con ellos una vez que concluyan las primarias y
comiencen las elecciones generales.
—Con Carlos Manuel Rodríguez y Matthew
Bristow
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