EL PASADO ES HOY: SOBRE REPÚBLICAS, POLÍTICAS Y AD
por: Fedrico Boccanera
(Reposición aggiornata para el
74° aniversario)
Dos días después de haber sido derrotado
en las presidenciales del 2012, nuestro ex candidato (Henrique Capriles)
proclamó que él representaba “un nuevo liderazgo” y que él (sólo él y no
Chávez) había derrotado a la “vieja política...”
Aparentemente, la declaración de nuestro
ex candidato obedeció, además de su incultura, a un deseo de hacerle entender
al mismísimo Chávez, que él era algo distinto al pasado, un liderazgo “que no
se decretó…” sino que “se construyó…” a diferencia desde luego de “la antigua
manera de hacer política…”
Aclaremos de una vez que nadie desea un
regreso al pasado, sobre todo porque lo que estamos viviendo es el más brutal
retorno al pasado, a nuestras peores propensiones y atavismos, y que la crisis
de la “república anterior”, esa crisis también debería quedar relegada al
pasado, pero adquiriendo en el proceso, plena conciencia de lo que pasó, sin
falsedades ni manipulaciones.
Al pasado hay que superarlo pero no por
la vía mitológica, esa a la que el poder siempre propende porque
interesadamente, nunca desea que aprendamos: una vía siniestra que no sólo
perpetua la conveniente minusvalía de la ignorancia, sino que para mayor
desgracia, deja la puerta abierta a retornos siempre nefastos, como el que
precisamente estamos padeciendo.
A la historia hay que hacerle su funeral
como se debe, colocando sus despojos en una urna lo más transparente posible,
condenando sus horrores pero también reconociéndole todos sus honores, sobre
todo para evitar que la inconclusión deje fantasmas merodeando en la conciencia
colectiva, espectros que al quedar sueltos, tienden a reencarnar en paladines
carismáticos, ductores esclarecidos, caudillos insustituibles, almas y
corazones de la patria, en una palabra: azotes…
Se tiende a olvidar que el pasado
anterior a esta adversidad que vivimos, la nunca bien ponderada “cuarta
república”, fue gobierno exclusivo de civiles, el único periodo histórico
estable y prolongado, en donde la nación estuvo gobernada por ciudadanos de esa
condición, de paso, gente en su gran e inmensa mayoría de extracción popular, y
que además, supieron volverse profundamente demócratas, hasta el punto que
incluso los insurrectos, que en determinado momento optaron por la vía
violenta, fueron conquistados hasta convertirse ellos mismos, en ejemplos
vivientes de impecable ejecutoria democrática e institucional.
Y a propósito de instituciones, en
aquella “cuarta república” que tanto se desea mostrar como etapa ya superada,
había instituciones como por ejemplo, el Consejo Supremo Electoral, el CNE de
aquellos “cuarenta funestos años”, el cual permitió que la oposición se alzara
con la presidencia, en seis de las nueve elecciones que se celebraron (1968,
1973, 1978, 1983, 1993 y 1998)
Fueron civiles que, desde luego, pasaron
por su aprendizaje: desde 1945 cuando insurgieron los adecos en supuesta “mala
compañía”, siendo ellos los primeros representantes de una naciente clase
media, con acceso reciente a una verdadera educación y apenas salidos de la
miseria, hasta que en 1958, habiendo asimilado la lección de que con
sectarismo, intolerancia, división, persecución y bayonetas, sólo se consigue
un desgaste inconducente, que termina por fragmentar al cuerpo social y
favorecer la entrada de la siempre amenazante infección autoritaria.
Aunque ya desde los años treinta del
siglo XX, y gracias al auge petrolero y algunas conquistas importantes en
sanidad, educación e infraestructura, el país había comenzado a mostrar una
notable mejoría en sus índices sociales y a migrar hacia las aún incipientes
urbes. Y justo desde ese primer momento, la primera organización política que
se apropió del discurso de inclusión social, de movilidad social, la primera
que internalizó el ascenso social como el anhelo más sentido por la mayoría de
la población, fue esa reunión de audaces y audacias que luego se llamaría
Acción Democrática.
Lamentablemente, un orden de cosas que
ha podido producir una sociedad relativamente sana y hasta de vanguardia en
muchos aspectos, degeneró irremediablemente cuando el rentismo minero se
exacerbó en los años setenta del siglo XX y se salió de control, y con ello el
clientelismo, el reparto, el paternalismo y el proteccionismo, que en el
desmadre provocado por el aluvión de petrodólares, produjo la intoxicación que
fatalmente cambiaría la calidad del discurso y de la ejecutoria de los
gobernantes, la cual comenzó a transmutarse desmedidamente en populista:
primero con espejismos sustituyendo a proyectos, para luego y ya avanzada la
crisis, contraerse a meras promesas, que a duras penas superaban el limitado
horizonte electoral.
Junto con la oclusión de la
permeabilidad social a finales de esa misma década de los setenta, que comenzó
a erosionar seriamente el entusiasmo colectivo por la democracia y sus logros,
comenzaron a brotar proyectos alternos, esos si de verdadera antipolítica,
sobre todo desde factores de poder asociados a medios de comunicación, los
cuales encontraron en muchos comunicadores sociales notorios -hoy todos
amargamente arrepentidos- sus arietes privilegiados para la embestida contra
“el estado omnipotente”.
Y entonces a la erosión del desencanto,
se fue sumando la demolición sistemática de la política y la demonización de
sus actores, hasta el punto que, cuarenta años de historia venezolana, inéditos
en todo sentido, pero sobre todo en el sentido del avance político y social y
del progreso económico, sucumbieron ingloriosamente con muy pocos individuos
dispuestos a defender el legado, y más bien mucho politiquero, y legiones de
pusilánimes en todo sentido, pidiendo perdón por lo ocurrido y ¡hasta saludando
con regocijo la llegada del verdugo vengador!
En aquel momento los partidos,
específicamente los partidos fundadores del sistema democrático, ya habían
comenzado su parábola descendente, olvidando sus orígenes, enquistados en sus
feudos y cogollos, alérgicos a la renovación e inmunes a todo cuestionamiento,
en otras palabras y para rematar con una frase de moda en la época: se habían
colocado de espaldas al país…
Sin embargo, se debe recordar que Acción
Democrática en su momento de mayor vitalidad e identificación con su propuesta
programática originaria, cuando inobjetablemente era el “partido del pueblo”,
fue una organización que como ninguna supo hacer el trabajo político de ubicar
líderes naturales en cada comunidad, para captarlos y transformarlos en
luchadores sociales, luego dirigentes, luego candidatos, y en todo caso, en
referentes civiles hasta para sus rivales políticos más enconados.
Eso fue AD y esa virtud, que materializó
en cada rincón con las famosas casas del partido que prácticamente llegaron a
formar parte del paisaje venezolano, se perdería lastimosamente cuando la
degeneración clientelista, transformaría lo que era una institución que
suscitaba convicciones y fidelidades hasta la muerte, en poco más que una mera
maquinaria de movilización electoral.
Aun así, los 22 años que como partido
tiene AD sin postular un candidato propio para la presidencia, en mi opinión
deberían salvar a esta organización de ser clasificada como plataforma al
servicio de algún proyecto personal, o como organización dedicada a la
producción en serie de líderes subitáneos, por los menos ese aspecto lo
considero rescatable, siempre y cuando esta situación no se prolongue mucho
más, y decaiga en parálisis, ya patológica e incluso terminal.
He debido insertar este inciso para
establecer ciertos contrastes, por ejemplo, con el auge de cierta forma de
hacer política dominada por el mercadeo electoral, que solo apunta a
confeccionar productos para proyectos personalistas o específicos de poder, y
que en su afán por pulir y acicalar figurines, termina por desvalorizar todo lo
que toca, tal como sucedió con el movimiento estudiantil, al que reclutaron
(diría más bien secuestraron) para mediatizarlo y hacerle perder toda
autenticidad, libertad y brío.
Siempre he dicho que la mejor forma de
destruir el porvenir político de una joven promesa, está en disfrazarlo de
candidato sin darle la oportunidad de forjarse una trayectoria: no hay mejor
manera de esterilizarlo y convertirlo en un muñeco que ya no será líder, sino
la comiquita de un líder, algo así como un video clip viviente…
Ante partidos “modernos” devenidos en
agencias de promoción mediática, con ideologías estrictamente perfiladas según
conveniencia mercadotécnica, con laboratorios de manipulación en vez de
secretarías, y postración supina de sus cenáculos a los dictámenes de gurúes,
encuestólogos y otras plagas, bien valdría la pena reflexionar sobre cuál es la
política que debería ser “derrotada”, en un país al borde de no uno sino varios
colapsos, que bien podrían llevarlo a siniestros períodos de desestabilización,
y a la indefinición más siniestra aún, de encontrarse ante esos derroteros, con
una clase política fallida e incompetente, que sólo terminaría aupando con sus
deficiencias, la abominación de una “terapia pendular”.
Dejando de lado la gesta
independentista, y el parado que el gomecismo le dio al montonerismo, si nos
vamos a nuestra historia reciente, la única ocasión creíble en la que algún
líder hubiera podido anunciar a los cuatro vientos eso de “haber derrotado la
vieja política”, se presentó inmejorablemente en febrero de 1959, cuando en la
proclamación de Rómulo Betancourt como Presidente Constitucional, electo por
votación universal, directa y secreta, este habría podido perfectamente
anunciar que, efectivamente, la vieja política quedaba atrás: después del error
del trienio, y después de la caída, la persecución, la dictadura, la
clandestinidad, el destierro… y después de haber contribuido con sangre y vidas
de compañeros, a la lucha que daría al traste con el último remanente histórico
del providencialismo militar autoritario…
( bueno, el que parecía ser el último…)
NOTA: el próximo 13 de septiembre, se
cumple un nuevo aniversario de Acción Democrática, espero que en el futuro esta
fecha pueda ser de nuevo celebrada, mientras tanto, este artículo seguirá
reciclándose… hasta poder decir:
“el pasado fue ayer…”
@FBoccanera
0414 236 3882
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