16 de septiembre de 2015

ALIRIO… Por: Alfredo Coronil Hartmann / pararescatarelporvenir.blogspot.com 16 de septiembre de 2015



Alirio…



ALIRIO…


Y siento más tu muerte que mi vida…
Miguel Hernández


por: Alfredo Coronil Hartmann

Desde la trágica muerte de mi hermano, mi único, verdadero e insustituible hermano, Arturo Uslar Braun, en 1991, no había vuelto a sentir el helado dolor del bienlogrado poeta de Orihuela, Miguel Hernández: “se me murió / como del rayo / Ramón Sijé / con quien tanto quería…” Así, este 13 de septiembre del 2015, mientras hilvanaba recuerdos y vivencias sobre el único partido político en el cual he militado, en un estado de nostalgia dolorosa, y buscando un tema que me alejara del cotidiano dolor de ser espectador de una deplorable decadencia, me puse a hojear el Reporte Católico Laico, y me tropecé, “como del rayo”, con la espantosa visión de la muerte de un ser que dedicó su vida a la belleza, al arte, al espíritu, a dimensiones mucho más permanentes que la lucha social, el siempre inacabado trajín de hacer mejor la vida de los hombres, que consumió la mía…

La imagen de un viejo, los hirsutos cabellos abiertos al espacio, casi solar, un Helios nacido en Tucupita, no mucho más de metro y medio de estatura, kilómetros de genio y de calor humano, Alirio Palacios me veía desde una foto de sus últimos tiempos. No se parecía mucho al alegre y riguroso negrito, todo vitalidad, a quien conociera en el desdibujado Inciba, aquel Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, recién nacido de la inolvidable mano de don Mariano Picón Salas, que, inoportunamente, se quedó dormido antes de su nacimiento formal. Me costó reconocerlo, tenía al menos 15 años sin verlo, desde una exposición de la FIA en la cual conversamos un buen rato. Tuve que contemplarme un rato en el espejo, para comprender que él y yo éramos los mismos, que simplemente nos pusimos viejos…

Los sentimientos no se explican, los poetas tenemos el privilegio de logar alguna vez aproximaciones. Esa amistad, nacida como quien respira, en medio de los vaivenes de toda empresa dedicada a la cultura en Venezuela, se fue fortaleciendo y llevó al matrimonio: yo titulaba muchas veces sus cuadros, y él diagramaba e ilustraba mis poemas. Terminó haciendo casi todos mis libros y yo “bauticé” unos cuantos cuadros suyos. “Aliriao” como me contaba que lo llamaban en China, durante sus años de estudios en Pekín era lo que los venezolanos llamamos un terciazo, inmejorable camarada, no era abstemio siempre un motivo de sospecha, y compartíamos una desinhibida afición por las mujeres. Afortunadamente en esa materia no había conflicto, él se inclinaba por las rubias, no importaba cuán altas, y yo siempre tuve preferencia por “los colores serios”, como decía mi papá.


  Dibujo, tinta sobre papel, “La batalla en el campo de las flores” del artista venezolano Alirio Palacios, 1966. Este dibujo fue realizado como ilustración central del primer poemario de Alfredo Coronil Hartmann, “Rosa de espadas” publicado en 1967, aproximadamente 70 cm de ancho x 50 cm de alto. Obsequio del artista.



Alirio era un raro ejemplar de venezolano, inmensamente trabajador, riguroso con él mismo, permanentemente insatisfecho como debe ser todo verdadero artista, siempre buscando, investigando, aprendiendo. Escaló toda la jerarquía de los premios y distinciones artísticas, sin creerse que había “llegado”: en arte  nadie llega…

Amaba los lienzos de gran formato. Yo le decía que sublimaba su pequeña estatura. Entre risas y “lisas” pasaban las horas, atendidos, en el caos del apartamento que le servía de estudio creo que por la avenida Nueva Granada, por su valkiria de turno, hasta que a mí me venían a buscar, casi siempre mi futura mujer y gran amiga de ambos, Mercedes Guerra Sucre. Durante esas horas de grata faena creativa, él pintaba, yo titulaba y garabateaba poemas que casi siempre terminaba rompiendo.

Roma, Varsovia, Pekín, Viena, Suiza, Nueva York, el mundo entero, fueron episodios del continuo aprendizaje de este muchacho deltano que, una vez salido de su alma mater, la inevitable “Cristóbal Rojas”, se lanzó al mundo a aprender cada día algo nuevo, a enriquecer sin límite sus elementos de creador extraordinario e inquieto. Se lanzaba a cada nuevo enigma con la misma pasión que me posee a mí ante cualquier tema que despierte mi curiosidad intelectual, siempre desvelada; ese insaciable afán de conocimientos también nos acercaba. Nos reíamos mucho de algunos pintores o escultores. El caso concreto que recuerdo ahora es el de un escultor, Premio Nacional, que tenía el tupé de criticar a Alejandro Otero otro inolvidable amigo porque habiendo tenido tanto “éxito” con sus coloritmos los había dejado para buscar otros rumbos. Así piensan los que creen que el arte es un negocio y no una faena de creación y búsqueda de infinitos…

Es mucho lo que podría escribir de Aliriao, y espero hacerlo; por ahora tenía que exorcizarlo. Desde que supe de su muerte he estado poseso de tristeza y vacío, de dolor y añoranza. Tuve el impulso de llamar a alguno de los amigos de “entonces” y caí en cuenta de que todos habían muerto. Me sentí y me siento como alguien que perdió el autobús…

Itaca, 16 de septiembre de 2015






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