LA
BANALIDAD DEL MAL Y LOS
JUECES SUMISOS
por: Carlos J. Sarmiento Sosa
En los años 60´s, los israelitas ubicaron en la
Argentina a uno de los más buscados criminales nazis, Adolf Eichmann a quien
lograron secuestrar y llevarlo a Israel para ser juzgado por los crímenes de
guerra, considerándosele el autor intelectual de la planificación e
implementación de la “Solución Final” para asesinar a los judíos de Europa.
Independientemente del escándalo diplomático que
originó la espectacular operación, Eichmann fue llevado a juicio bajo la mirada
del mundo entero que puso sus ojos en un proceso televisado y al que tuvieron
acceso los corresponsales de prensa.
La filósofa de origen judío nacionalizada
estadounidense, Hannah Arendt, asistió como reportera de la revista The New
Yorker al proceso en Jerusalén; y luego de reflexionar sobre la conducta del
procesado como oficial nazi, Arendt concluyó en que Eichmann no era el
monstruo, el pozo de maldad como era considerado por la mayor parte de los
medios. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente, pero estos
actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado de una inmensa
capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un
sistema basado en los actos de exterminio.
Sobre este análisis, Arendt acuñó la expresión
“banalidad del mal” para sostener que algunos individuos actúan dentro de las
reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se
preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las
órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos
“malvados” no son consideradas a partir de sus efectos o de su resultado final,
con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores.
Si se toman los conceptos de Arendt sobre la
“banalidad del mal” y se comparan con la conducta de los jueces cuando forman parte de un sistema
judicial que carece de independencia, y se observa que actúan dentro de las
reglas que le son impuestas sin analizar debidamente su actuación y sus
consecuencias, puede decirse con Arendt que tales jueces no son, como no lo era
Eichmann, monstruos, ni pozos de la maldad, sino meros sumisos funcionarios
–mujiquitas, diría don Rómulo Gallegos-;
pero ello no implica que sean inocentes, o que se les exima de
responsabilidad. Al contrario, son responsables de los daños y perjuicios que
ocasionen en sus funciones, tanto en lo personal como el Estado, al que
comprometen con sus conductas.
En la Alemania de los años 30 de la pasada centuria,
el control de la justicia era una prioridad para el nacionalsocialismo, y su
funcionamiento quedó supeditado a los designios de Adolf Hitler, “juez supremo
del pueblo alemán”.
En Italia donde imperaba el fascismo, el jurista
Piero Calamandrei refería una patología mental conocida como agorafobia que
afectaba a aquellos magistrados que temían a su propia libertad como jueces y,
por ello, optaban por doblegarse ante el
amo del poder no sin antes satisfacer los deseos imaginarios de éste.
En el socialismo, el tema del control de la
justicia por el poder político es de fundamental importancia porque le permite,
a través del sistema judicial, sancionar a quienes considere opositores al
régimen; y en ese caso, los jueces sumisamente, como lo hacía Eichmann al
colaborar en la “Solución Final”, cumplen las instrucciones que les son
impartidas sin reflexionar sobre sus actos. Poco les importa el daño que
ocasionen y no son monstruos per se; y, de allí, la banalidad del mal que
preconizó la célebre filósofa. Pero al final, como a Eichmann, los alcanzará
una justicia independiente.
Contacto: aipop@aipop.org / www.aipop.org
Nos complace hacerle llegar el
BOLETÍN INFORMATIVO NÚMERO 248
de nuestra Asociación Integral de Políticas Públicas AIPOP
13 de Septiembre de 2015
Atentamente,
Dr. Ramón Eduardo Tello
Presidente.
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