PILATOS
por: Oswaldo Páez Pumar
No resulta fácil comprender cual pudo ser la razón que
movilizó a un grupo grande de partidarios del régimen para hacer acto de
presencia en el tribunal que dictaría la sentencia condenatoria de Leopoldo
López, ocasionando además de varios lesionados un muerto. Desde luego no era
para presionar a la juez para que lo condenara. Sabido era que la sentencia
estaba escrita desde el mismo momento cuando se inició el proceso.
La dificultad queda despejada cuando se toma
conciencia que ese grupo de personas no se movilizó. Fueron movilizadas. ¿Quién
las movilizó? El gobierno, lo que significa el poder ejecutivo, el usurpador
Maduro y la claque civil y militar que sustenta su dictadura. Esto quiere decir
que la justicia que debe administrarse libre de apremio, está sometida.
Desde luego que la juez Barreiros no resulta
comparable a Pilatos, como pudiera pensarse que lo sugiere el título del
artículo, ni mucho menos que su sentencia sea comparable a la orden de
crucifixión.
No por incruenta que está por verse, sino porque ya se
sabía su contenido, mientras que en el caso de Pilatos no se sabía; incluso
trató de salirse de la suerte, lo que se conoce como inhibirse en el argot
jurídico, mandando a Jesús a comparecer ante Herodes. No logró el objetivo
puesto que Herodes se lo devolvió, pero al menos lo intentó.
Aquí el proceso revistió otra forma como si le hubieran
dicho a la juez Barreiros “esta es tu cuota para la ‘robolución’ si quieres
estar en la pomada asume tu barranco”; lo que explica el comunicado posterior
del Tribunal Supremo de Justicia, proclamando la independencia del Poder
Judicial y rechazando las ‘irrespetuosas críticas’ a la ‘imparcialidad’ que han
defendido sus integrantes con denuedo, por supuesto que sí, pero desde el día
cuando gritaron “uh, ah, Chávez no se va”.
Pero volviendo a nuestro punto de partida y dejando a
un lado el hecho de que la turba fue movilizada y no se movilizó por propia
voluntad ¿cuál era el objetivo perseguido?
Sin duda, como en tiempos de Pilatos gritar
“crucifícalo”, porque está visto y tampoco necesita demostración, que el crimen
colectivo, en cayapa, le permite a sus autores librarse del sentimiento de
culpa que acompaña a la fechoría; que por cierto también desaparece, aun cuando
se actúa individualmente, pero se repite una y otra vez el crimen.
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