Se agota la paciencia
11 DE SEPTIEMBRE 2015 - 12:01 AM CET
Lo que sucede en Caracas con Leopoldo López y el juicio artero que se le sigue con la expresa intención de cerrar el círculo de una venganza política, ha sacado a la luz las perversiones más oscuras y siniestras de la cúpula cívico militar que ha secuestrado las libertades democráticas y conducido a nuestro país hacia el precipicio económico. Atrás ha quedado el honor, la ética y el debido respeto a los mandatos de la Constitución Nacional, ahora convertida en mera abstracción sin conexión alguna con la realidad.
La libertad es hoy una gracia particular que el poder concede cuando le viene en gana y no un derecho consustancial a la condición de ciudadano en una democracia. Basta con recordar las reflexiones de Winston Churchill referidas a aquellas personas a las que “había ordenado encerrar como presos políticos. Eran personas que no habían cometido ningún delito concreto pero que, a pesar de ello, había que tener en la cárcel”.
Churchill, que era un hombre de derecha y militar por más señas, confesaba: “Me duele tener que ser responsable de una medida tan absolutamente contraria a todos los principios fundamentales de la libertad británica”. Pero, como la mayoría de los políticos en idénticas circunstancias, apelaba a la excusa de que “el peligro público justificaba la medida que se ha tomado”.
Han transcurrido tantos años de aquellas vergonzosas palabras que convertían a un hombre preso en un ser inferior ante la ley solo porque así expresamente lo exigía la voz y la voluntad del poder, y sin embargo esas terribles frases son retomadas hoy al pie de la letra por los regímenes autoritarios que sojuzgan la democracia y la convierten en instrumento de un grupito de ambiciosos de poder y sedientos de riquezas extraídas del tesoro público para su beneficio personal.
Una de las frases más célebres de Al Capone, el enemigo público número uno en Estados Unidos, era la siguiente: “Pueden buscar por todas partes y jamás encontrarán una propiedad a mi nombre, ni un dólar mal habido depositado en mi cuenta personal”. Años atrás un integrante del entorno presidencial de Carlos Andrés Pérez decía que “jamás le había vendido ni una navajita a las Fuerzas Armadas”. Ahora un heredero de Chávez repite hasta el cansancio que es un pobre de solemnidad y que pueden buscar donde quieran que jamás encontrarán nada a su nombre. Tanta insistencia empalaga y convierte en intragable la frase que se va desgastando con el uso repetido y fútil.
En Venezuela los delitos de gran altura, sean cometidos a la sombra o a plena luz del día, son amparados por el silencio de las autoridades. Aquí los únicos culpables son los pobres, la clase media y los extranjeros, los líderes de la oposición o los gobernantes de “países enemigos”.
Los muertos, los heridos y los presos los pone la oposición y son escogidos desde el poder porque al gobierno le falta coraje y valentía para asumir sus propios errores y cargar con sus culpas. Hoy le toca a Leopoldo López. No será el último. Pero la paciencia se agota.
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