4 de marzo de 2016

Elogio de la vieja terapéutica… Elogio de las sangrías, las lavativas y los sapos Rafael Muci-Mendoza, Pájina de la Academia Nacional de Medicina/ pararescatarelporvenir.blogspot.com

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Elogio de la vieja terapéutica…
Elogio de las sangrías, las lavativas y los sapos
Rafael Muci-Mendoza

                   

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 ¨De la incapacidad para dejar solos a los que estén bien;
del celo en demasía por lo novedoso y el rechazo por lo que es antiguo;
de anteponer el conocimiento a la sabiduría, la ciencia al arte
y la astucia al sentido común;
tratar a los enfermos como casos;
de volver la curación de la enfermedad más penosa
que la duración de la misma,
líbranos señor¨
Sir Robert Hutchinson (1871-1960)

Chismes del pasado dan cuenta que en 1686, Charles II de Inglaterra, Escocia e Irlanda (1630-1685), llamado ¨el alegre monarca¨, en el trigésimo séptimo año de su reinado ocurrióle que cuando era afeitado de improviso emitió un sonoro grito y se fue al suelo cuan largo era mientras era sacudido por  severas convulsiones. ¿Qué hacer…? ¡Él no podía imponerse sus propias manos! De acuerdo a los conceptos médicos imperantes en su época, era mandante sacar la enfermedad recién aposentada por cualquier orificio, natural o antinatural que existiere o fuera necesario crear... Y así, fue tratado por doce desesperados galenos, quienes aplicaron toda su sabiduría sobre la humanidad de su alteza real, pues mientras más poderoso uno sea, más médicos meterán su cuchara en el morado caldo corporal en que uno se transforma... Si no mírese el triste y penoso caso del Único en Cuba, pero de eso nos ocuparemos otro día…

El celebrado caso está pormenorizado en las memorias de Sir Charles Scarborough (1615-1693), quien ocupaba la posición de honor de ser el ¨jefe médico del rey¨. Ese día, él y sus asistentes con la ayuda del Más Allá, no dejaron piedra sin remover. En detallada sucesión se da cuenta de los particulares de la singular ¨cura¨ a que le sometieron o más propiamente, de sus dieciséis martirios, sin que hayamos podido identificar cuál de ellos le dio el ¨coup de grace¨ al desventurado monarca... (1). Sangría. (2). Incisión en el hombro y aplicación de ventosa para extraerle ocho onzas adicionales de sangre. (3). Administración de un vomitivo y un purgante. (4). Segunda purga. (5). Colocación de una lavativa antimonial. (6). A las dos horas, repetición del enema con un purgante. (7). Rasurado del cabello y aplicación ‘in situ’ de un vejigatorio. (8). Polvo para estornudar con la finalidad de “energizar su cerebro”. (9). Catárticos repetidos a frecuentes intervalos. (10). Paños sedativos con licor, agua de cebada y almendras dulces a intervalos regulares. (11). Emplasto de vino de Borgoña y estiércol de paloma aplicado en los pies. (12). Continuación de sangrías, purgas y enemas. (13). La condición del soberano empeora —¿Cómo? ¿empeora...?— Se administran cuarenta gotas de extracto de cráneo humano. (14). Medicación con piedra de bezoar. (15). Se le receta antídoto de Raleigh —una poción contentiva de enorme cantidad de hierbas y extractos animales— El viernes Scaraborough escribió: ¡Ay, después de una noche nefasta de su Alteza Majestad Real parecía agotado a tal grado que toda la asamblea de médicos perdió toda esperanza y se desanimó!¨.  (16). ¡E pur si muove! (¨¡y sin embargo se mueve!¨), dijo uno de los matasanos parodiando a Galileo Galilei y le administra otra dosis de antídoto de Raleigh aderezado con julepe de perla y amoníaco... ¡Grande finale! Tras una semana de ese intensivo tratamiento, deshidratado y pálido como la cera, Su Majestad Serena tuvo el privilegio de descansar en paz, dejando vacante el trono de Inglaterra



¨Nunca he visto que naide que
se haiga muerto, haiga vivío otra vé¨.
(González, Provisiones, Cuba 1975)

"Casi todos los hombres mueren de sus remedios, no de su enfermedad¨
Molière (1622-1673)

Yo le pido su indulgencia, desprevenido lector, por la larga lista que le di a leer... ¡Da a uno en qué pensar! Pero seguramente usted cree que esto ya no ocurre en los tiempos de tanta tecnología y ciencia que nos han tocado... Ojee cualquier receta de nosotros, los médicos ¨modernos¨ que ¨cuidamos¨ de su salud... ¡Nada que ver! Sin dolor de nuestras almas indicamos a un anciano en amarga sucesión, 7 o más medicinas o drogas –como las llaman en Colombia-. ¿Qué dirán nuestros colegas, por ejemplo, y para no exagerar, en el año 2155? Posiblemente, ¡Qué clase de solípedos eran aquellos! Forrados de ¨ciencia¨ trataban las enfermedades por las ramas, pues con limitadas excepciones, no sabían ni cómo actuaban sus remedios creando otras dolencias peores que el paciente no tenía cuando llegó a confiarle sus cuitas... Y si nosotros, profesionales en el arte de curar no lo hacemos ni tan bien, ¿Qué queda para los médicos comunitarios que tratan de emular la ciencia hipocrática?


¨El arte de la medicina consiste en entretener al paciente mientras
la naturaleza cura la enfermedad¨.

¨Los médicos son hombres que prescriben medicamentos de los que saben poco, para curar enfermedades de los que saben menos, en seres humanos de los
que no saben nada¨.
Voltaire, 1694-1778

Afirmar que el sapo -no me refiero a cualquier sapo chavista denunciante o patriota cooperante-  cura la erisipela, aunque fuera afirmada mil veces, puede considerarse por muchos como patraña. Los mitos forman parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad, la cual  los considera historias verdaderas. Para algunos que se consideran científicos, la risa, el sarcasmo, la burla sería el precio de tal afirmación. En esa dirección para el antropólogo Bronislaw Kasper Malinowski (1884-1942), refundador de la antropología social  británica, los mitos son narraciones fundamentales en tanto que responden a las preguntas básicas de la existencia humana: razón de existir y razón de lo que nos rodea, entre otras. El antropólogo también aclaró que el mito pertenece al orden de las creencias y que si bien es una explicación, no es una explicación racional, sino cultural.

¨Por cada enfermedad que los doctores curan con medicinas, producen diez en las personas saludables inoculándolos con ese virus que es mil veces más poderoso que cualquier microbio: la idea de que uno está enfermo¨.
Marcel Proust (1871-1922)

Sin embargo, desde que era un residente, cuando una enfermedad infecciosa estreptocócica, el caso de erisipela, a pesar de la penicilina -  -como es lo habitual- se volvía recalcitrante, de repente el paciente volvía curado, cura que en mi omnipotencia juvenil me atribuía por mi certero diagnóstico y el tratamiento correcto; sin embargo, entrando en confianza el dolido me confesaba que le habían ¨pasado un sapo en cruz¨, pues era vox populi que sin ese recurso el paciente no estaba bien tratado… De hecho al lado de la medicina alopática que nosotros profesarnos existe y transcurre a la par otra medicina, llamémosla cultural, bien preservada por el paciente que prefiere mantenerla anónima para protegerla, y es así como hay siempre en los hospitales, enfermeras o personas convencidas de las virtudes terapéuticas de estos batracios así como también dispuestos a rezar una culebrilla o ¨herpes zóster¨, o preparar un caldo de pichón de paloma a los muy enfermos y debilitados.
La erisipela es una enfermedad infectocontagiosa aguda y febril producida por una bacteria llamada Streptococcus, tradicionalmente combatida con penicilina. La enfermedad se caracteriza por el enrojecimiento y la hinchazón pronunciada de la piel, principalmente localizada en las piernas, los pies, los brazos, la cara, los muslos e inclusive las mamas.
¿Y qué me dijo mi paciente?, un testimonio que posteriormente otros me han ofrecido. El ¨curioso¨ o faculto que emplea la terapia del sapo, sabe dónde conseguir al batracio y cuál variedad es la más adecuada. Una vez conseguido el anfibio, se toma de las patas, y  se restriega la panza sobre la parte afectada el enfermo. La adición de pasarlo en cruz, eleva la plegaria a instancias superiores: De inmediato se observa que la panza del sapo se enrojece  y tiende a hincharse, situación que también ocurre cuando se le molesta. Luego se abandona el sapo colgando por las patas y se deja que muera y se seque… Ello completa el exorcismo. En general con una sola pasada se logra curar la enfermedad, pero si esta persiste, se repite el tratamiento una o dos veces más.
En días pasados tuvimos un familiar con una erisipela recurrente donde los antibióticos no habían dado resultado y Graciela y sus veleidades médicas, sugirió el empleo del exótico tratamiento. Consiguieron un viejito polifaculto en el Mercado de Quinta Crespo que amablemente se trasladó a la casa del afectado, y él y el sapo, cumplieron su misión… El cuadro clínico cedió y el eritema desapareció, dejando alguna pigmentación residual. Mejor aún, el viejito no quiso cobrar honorarios por su limpio y efectivo trabajo.
Se asegura que por vivir en ambientes húmedos, sucios y contaminados con diversos microbios, el sapo se defiende secretando una sustancia venenosa que lo protege del medio que lo rodea. Al parecer, esa sustancia secretada es la que elimina la infección de manera efectiva y rápida. La penicilina sigue siendo la indicación de elección, pero aunque no digamos nada al paciente o su familia, ellos en ese lenguaje ancestral que corre al lado del médico y sus medicinas, saben que deben recurrir al ¨sapo en cruz¨ para una cura definitiva.
Así que cuando veas un sapo, no lo agredas, no lo mates, tiene un papel importantísimo en la naturaleza. Nos ayuda a controlar plagas y puede hasta llegar a curarte de ataques de diferentes tipos de bacterias. Así que el sapo, de aspecto horrendo, es un benévolo amigo. Esta anécdota no me la contaron, lo he visto con mis propios ojos en diversas ocasiones y el Hospital Vargas de Caracas ha sido fuente inagotable de presenciar tratamientos insólitos. Tenle respeto, porque también me consta que un perro mordió a un sapo y el precio fue la muerte: se envenenó y observé como echó espuma por la boca y por más que quisimos reanimarlo, curarlo, fue imposible. 

·         Empleo de las secreciones externas

Cierto día encontrándome en la emergencia del Hospital de Niños J. M. delos Ríos durante mi último año de la carrera médica, llegó un niño muy desnutrido y febricitante que tenía un cobija húmeda con fuerte olor a orina rancia. En mi inmadurez le reclamé a la señora cómo había permitido que el niño llegara a ese estado, que cómo era posible que no se le hubiera administrado ningún tratamiento. Ella no se inmutó y simplemente me dijo,
-¨¡Claro que le he dado tratamiento y por una semana, ¨¡paños mojados en orina ® y  saliva en ayunas®…!¨
Estos ¨remedios¨ parecen ser conocidos para el tratamiento de infecciones generales, estados febriles y cura de heridas; también se describen como efectivos, en las infecciones producidas en las orejas por pendientes o sarcillos. Igualmente es empleado en traumatismos ligeros, friccionando la zona contusionada y recitando la frase "Sana, sana, culito de rana…".
La leche de mujer es un remedio bien conocido en las otitis agudas; se recoge en un dedal y si el oído dolorido es de niña, dos o tres gotas de leche, deben ser de una mujer que críe a un niño y de la mama del mismo lado y al revés si es niño.  Debe ser administrada por la mañana en ayunas y solamente durante una semana; el momento de la aplicación es indeterminado, pero debe usarse cuando duela y mientras dure la dolencia.
La orina es estéril cuando se excreta y por ello, puedo ser una alternativa más saludable que la mayoría del agua de esta época nuestra, que por seguro tiene contaminación bacteriana coliforme. Aunque podría no haber sido muy común, existen pruebas de que la orina se utilizaba como antiséptico en la época Medieval. El cirujano de Enrique VIII, Thomas Vicay recomendó que todas las heridas debían ser lavadas con orina, y en 1666, el médico George Thomson la utilizó durante una plaga, inclusive hubo una versión embotellada, esencia de orina.


Enema, «clisma», «lavado» o lavativa, es el procedimiento de introducir líquidos en el recto y el colon a través del ano. Los enemas en la época medieval fueron realizados mediante dispositivos llamados lavativas. Un enema es tubo largo de metal con una taza en el extremo donde se vierte el remedio. El tubo se introduce en el ano y un fluido medicinal se vierte a su través; y por una serie de acciones de bombeo, de esa forma se introduce el líquido en el colon. Aunque el agua tibia y el jabón se utilizan para los enemas de hoy día, en el medievo no se hacía eso… En mi casa veíamos colgar de un clavo en el baño una bolsa de hule con un tubo de caucho y una cánula. No recuerdo si era para darse duchas vaginales o para administrar enemas.
·         Con relación a la sangría, su historia se pierde en los mareados tiempos de la historia; nadie conoce cómo surgió, pero es conocido que se emplea como procedimiento terapéutico desde los más antiguos pueblos, cuando se consideraba a la sangre corrompida como causa de las enfermedades justificando así su extracción con fines curativos.  


En Grecia fue introducida por la escuela de Crotona donde Diógenes de Abdera, maestro de Hipócrates (460-357 a.C.), que abogó por su práctica. Coincide con la lo postulados de la teoría de los humores identificados como sangre, bilis amarilla, bilis negra y bilis “flegma”, originados en el corazón, hígado, cerebro y bazo respectivamente, y de cuyos desequilibrios resultaban las enfermedades. Los humores tenían una representación en los astros: la sangre en Júpiter y Venus, la bilis negra en Saturno, la bilis amarilla en Marte y la flema en la Luna. La eliminación de este último humor se hacía mediante la sangría, de tal suerte que la fase y la posición de la Luna determinaban el momento y el lugar del cuerpo en que debía ser sangrado. Fue así como la sangría se convirtió en un acto terapéutico racional cuyo propósito era recuperar el equilibrio humoral perdido, pues extraía la flema pútrida e impura, cuando se realizaba del mismo lado del cuerpo y cerca del foco de putrefacción; de esa forma, dejaba de ser rito para convertirse en técnica para remediar casi todas las enfermedades. Las mejorías alcanzadas significaban para los hipocráticos la evidencia más importante de la acción perniciosa de la flema. Muy posiblemente el efecto placebo era superior al daño impuesto por la pérdida de sangre.
En su obra Medicina, uno de los más celebrados médicos del Imperio Romano, Aurelio Cornelio Celso (25 a.C.-45 d.C.) describió la técnica, sus indicaciones y la oportunidad y lugar de su ejecución. Afirmaba que su aplicación no tenía límites de edad o sexo debiéndose considerar solamente la resistencia y la fuerza vital del individuo a tratar. Claudio Galeno (131-203 d.C.), añadió a la teoría de los humores su propia concepción del ¨vitalismo¨, afirmando que la sangre era algo más que un líquido nutritivo y que engendraba la esencia espiritual del hombre: fluyendo desde el hígado al corazón y al cerebro, adquiría una trinidad de características espirituales gracias a la combinación de los órganos por los que pasaba. Los árabes conocieron de la flebotomía a través de sus contactos directos con los griegos, pero su técnica de empleo se diferenciaba en gran medida de los occidentales. Uno de los médicos árabes más famosos, Avicena (980-1037 d.C.), en su obra tituladaPoema de la Medicina, incluye la sangría en el capítulo dedicado a la cirugía de los vasos. Durante la Edad Media, las ideas médicas se basaron en el saber galénico y durante los siglos VIII y IX, la sangría fue ejercida casi exclusivamente por clérigos y por legos que vivían en los conventos (minutoris).
En la que fue la primera escuela médica del mundo occidental, fundada en Salerno en el siglo XII, la sangría era muy utilizada y aparece en el tratado Régimen Sanitatis Salernitanum, escrito en verso por Arnaldo de Vilanova (1234-1311). En él se le atribuyen efectos como el refuerzo de la memoria, limpieza de la vejiga, desecación del cerebro, calentamiento de la espina dorsal, aclaramiento del oído, alargamiento de la vida, a más de ahuyentar las enfermedades… A pesar de estos beneficios, la escuela salernitana aconsejaba la cautela; “la sangre extraída no debía ser ni escasa ni excesiva y siempre se acuerdo con la edad y vigor del paciente, la época del año y la temperatura corporal”. En los primeros siglos de la Era Moderna (siglos XV y XVI) la sangría adoptó objetivos terapéuticos o profilácticos. Jacques Pierre Brissot, llamado también Brissot de Warville(1478-1522) defendía la sangría hipocrática (del mismo lado de la lesión) en contra de la arábiga (sangría revulsiva) y tuvo que abandonar Francia después de que el Parlamento le vetara. Benjamín Rush (1745-1813), en los Estados Unidos de América, brilla como el más famoso defensor de la sangría. Consideraba que todas las enfermedades se originaban como consecuencia de la sobre estimulación de los vasos sanguíneos, y por tanto, todas debían ser tratadas mediante la depleción (sangrías y purgas), cuyo volumen debía ser proporcional a la gravedad del caso. Pero en 1799, luego de la muerte de un paciente tratado con profusas sangrías, Rush fue sometido a un juicio por mala práctica prohibiéndose la sangría hipocrática. El fallo absolutorio se dictó el mismo día que el general George Washington moría afectado por una laringotraqueítis aguda después de haber sufrido 4 sangrías en menos de 12 horas y la pérdida de más de 2300 ml. de sangre...
Los fracasos obtenidos durante la epidemia de cólera que asoló París en 1832 y en otra de fiebre tifoidea de ciudades británicas, ayudaron al definitivo descrédito de este milenario procedimiento.  Lo que vino a demostrar su inutilidad ocurrió cuando dentro de la medicina surge un nuevo campo: la estadística.
Pierre Charles Alexandre Louis (1787-1872) introdujo hacia 1825 lo que llamó “la méthode numérique”. Según él “era necesario contar”, era imprescindible llevar la cuantificación a la medicina. Con este método sería posible apreciar el valor de los síntomas, conocer la evolución y duración de las enfermedades, asignarles un grado de gravedad, saber su frecuencia relativa, etc. Además, con su método, se podría valorar también la eficacia de los tratamientos. Realizó un trabajo para determinar la eficacia de la sangría, que publicó en una serie de artículos en 1828 y que en 1835 reunió en un libro. Creó un movimiento al que llamó Médecine d’observation y examinó muchas historias clínicas. Valoró la eficacia de la sangría en 78 casos de neumonía, 33 de erisipela y 23 de faringitis. Comparó los resultados obtenidos con pacientes que tenían la misma patología y que no habían sido sometidos a esta terapia, y comparó los casos en los que el paciente curaba o en los que fallecía. No encontró diferencia alguna. Louis demostró, pues, que la ¨moda de la sangría¨ era totalmente ineficaz en los procesos inflamatorios, lo que supuso el golpe definitivo al brussismo, que preconizaba justo lo contrario. Sus hallazgos tuvieron gran repercusión en aquella época, tanto en Francia como en Inglaterra y Estados Unidos.
La flebotomía o  sangría fue una práctica que se mantuvo durante 25 siglos y es muy seguro que a lo largo de este largo período haya provocado o acelerado la muerte de innumerables pacientes. Por fortuna, se fue abandonando a lo largo del siglo XX para quedar limitada a partir de los años 50 al tratamiento de algunas patologías aisladas, como el edema agudo de pulmón (efecto depletivo) o algunas hemopatías como la hemocromatosis, la poliglobulia y aún la porfiria cutánea.
El Grupo de trabajo sobre Medicina Basada en la Evidencia (MBE), capitaneado por David Sackett, un internista de la Universidad McMaster de Ontario (Canadá), en 1992 publicó en la revista JAMA (268:2420-2425), el artículo seminal acerca de la MBE en el cual, declarándose heredero de la Médecine d´observation de Louis, propuso un cambio de paradigma para la práctica de la Medicina. En resumen, los postulados del nuevo paradigma, son:
1.    La experiencia y el instinto clínico (en especial ante el diagnóstico) constituyen una parte decisiva para llegar a ser un médico competente. Pero es preciso ser prudente en la interpretación de la información deducida.
2.    El estudio y la comprensión de los mecanismos básicos de la enfermedad constituyen guías necesarias pero insuficientes de la práctica clínica y pueden conducir a predicciones imprecisas acerca de los tratamientos.
3.    Para la resolución de los problemas clínicos, los médicos deben consultar regularmente la literatura original y ser capaces de valorar de una manera crítica las secciones de Métodos y Resultados. Así mismo, los clínicos han de estar dispuestos a aceptar que las enfermedades son multifactoriales y que existe un importante grado de incertidumbre sobre ellas.
Terminamos con una nueva cita de Voltaire:

¨Nada es más estimable que un médico que, habiendo estudiado la naturaleza desde su juventud, sabe las propiedades del cuerpo humano, las enfermedades que lo asaltan, los remedios que lo beneficiarán, ejercita su arte con cautela y presta la
atención igual al rico y el pobre¨.


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