"Si un puñado de amigos y yo pudimos durante años dar cabezazos contra la pared, declarando la verdad sobre el totalitarismo
comunista en medio de un mar de apatía...No hay razón para pensar que esta
lucha sea una causa perdida"
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¡Bendito Vaclav Havel!
por: Macky Arenas.
Si siempre fui fervorosa admiradora de Vaclav Havel, su ejecutoria y su
pensamiento, al releer sus escritos y discursos la admiración crece.
Porque a la luz de la competencia de rapacerías en que ha derivado la que el
Papa Pío XII llamó “la más excelsa forma de ejercer la Caridad” -la política-
no puede sino agigantarse la figura de quien afirmara ante lo que muchos creen
ridículo:
“Y, sin embargo, si un puñado de amigos y yo pudimos durante años dar
cabezazos contra la pared, declarando la verdad sobre el totalitarismo
comunista en medio de un mar de apatía, entonces hay razones de sobra para que
siga haciendo lo mismo, hablando ad nauseam —a pesar de las
sonrisas condescendientes en mi derredor— sobre la responsabilidad y la
moralidad frente a nuestro actual marasmo social. No hay razón para pensar que
esta lucha sea una causa perdida. La única causa perdida es aquella
a la cual renunciamos antes de entrar al campo de batalla”.
Esa es la razón por la que muchos persistimos en el combate contra los enemigos
de la libertad, de la decencia y de la democracia. Ante todo, por imperativo
moral. Por si quedan dudas, la Conferencia Episcopal Venezolana ha calificado
lo que el régimen ha ocasionado a este país como “moralmente inaceptable”. Y
luchamos no sólo inspirados en el testimonio de vida de estos prohombres,
visionarios como Havel, sino animados por su indoblegable humanismo que, en
caso del expresidente checo, lo hacía llegar a conclusiones imposibles en un
contexto al que costaba entender su empeño civilizatorio, reforestador y hasta
misericordioso: “Una y otra vez me he persuadido de que un enorme potencial de
buena voluntad duerme en el seno de nuestra sociedad; sólo que es incoherente,
reprimido, confuso, estropeado y perplejo —como si no supiera en qué apoyarse,
por dónde empezar, dónde o cómo encontrar los cauces significativos para su
expresión”.
Havel se refería a su Checoeslovaquia natal, pero igual podría haberse
dirigido a la actual Venezuela y calzaría a la perfección. Si aún no
perciben la potencia del mensaje, revisen esto: “A propósito de lo anterior,
hasta los políticos cuya mala voluntad y falta de visión me enfurecen, no son
en su mayoría de pensamiento maldadoso. Más que esto, son faltos de
experiencia, fácilmente contagiados por las coyunturas del momento, fácilmente
manipulados por las sugestivas tendencias y costumbres predominantes. A menudo,
simplemente han sido absorbidos, sin querer, por la vorágine de la politiquería
y se encuentran incapaces de salir de ella por temor a los riesgos que les
pudiere acarrear tal acción”.
¿Quién no hace conexiones instantáneas con algún jerarca del régimen cuando
lee a Havel refiriéndose a los mandamaces que en su momento le tocó
sufrir y enfrentar?: “Muchos miembros de la cúpula partidaria, la llamada nomenklatura,
quienes hasta hace muy poco fingían estar preocupados por la injusticia social
y la clase trabajadora, han dejado de lado las máscaras y, casi de la noche a
la mañana, se transforman abiertamente en especuladores y ladrones. Más de un comunista
a ultranza de antaño, hoy está convertido en capitalista inescrupuloso, que se
ríe abierta y desvergonzadamente del mismo trabajador cuyos intereses alguna
vez supuestamente defendieron”… Le bastaba a Havel con echar un vistazo al
escenario político cuya falta de civilidad no era -y es también hoy- sino
el reflejo de una crisis más generalizada de vacío de urbanidad.
En tal estado de
cosas, los políticos tienen el deber de despertar el potencial de buena
voluntad, ahora dormido en nuestra sociedad, de ofrecerle una dirección y
facilitar su pasaje, de animarlo y darle espacio o, simplemente, esperanza.
Dicen que una nación recibe los políticos que se merece. “En cierto sentido es
cierto, dice Havel, al tiempo que precisa: “Si bien los políticos son
el reflejo de su sociedad, su redención dependerá de cuáles fuerzas sociales
liberarán y cuáles contendrán, si se apoyarán en lo bueno o lo perverso del
ciudadano”. Y eso es básicamente una elección moral. Recordaba el
político y pensador cómo el régimen comunista sistemáticamente movilizó las
peores cualidades humanas, tales como el egoísmo, la envidia y el odio. .
Todo ese luminoso análisis lo conducía a repetir, una y otra vez,
como una especie de moderno profeta en la más fangosa de las arenas a
quienes se encuentran desempeñando el papel de políticos, que “llevan una
responsabilidad mayor por el estado moral de la sociedad, y es su deber
descubrir lo mejor dentro de ella, desarrollarlo y fortalecerlo”. De hecho,
siempre intentó combinar lo incompatible: la política y la moralidad.
Havel confesaba conformarse con dejar la intriga política a otros; no
intentaba competir con ellos, jamás utilizó sus armas. “La política
genuina —política que merece llamarse como tal, y la única clase de política a
cuya práctica estoy dispuesto a dedicarme— es simplemente una cuestión de
servir a los que nos rodean, servir a la comunidad y servir a los que vendrán
después de nosotros”. Evidencia de que sus raíces más profundas son morales.
En este punto recuerdo una frase que otro estimado y respetado político
logró grabar en mi conciencia desde que era una adolescente a fuerza de razón y
repetición: “Actúa como piensas o terminarás pensando como actúas”. Ese fue
otro gran demócrata, Arístides Calvani. De igual manera, con esa fuerza
de convicciones y esa coherencia entre lo que hacía y lo que
pensaba, Havel proclamaba lo que hoy nos infunde valor y esperanza: ”El comunismo
fue derrotado por la vida, por el pensamiento, por la dignidad humana”.
Quedamos con el eco de una sentencia: “la única causa perdida es aquella a
la cual renunciamos antes de entrar al campo de batalla”.-
Macky Arenas
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