Pobre OEA
LUIS DANIEL ÁLVAREZ V. | EL UNIVERSAL
domingo 6 de septiembre de 2015 12:00 AM
El 31 de abril de 1948 se clausuró la Novena Conferencia Interamericana de Bogotá en la que entre otros hechos se constituyó la Organización de Estados Americanos. Correspondió a Rómulo Betancourt como jefe de la delegación venezolana dar el discurso de clausura en una ceremonia desarrollada en la Casa de Bolívar, a los pies del majestuoso Monserrate, en una ciudad que había logrado culminar su conferencia pese a los trágicos sucesos que se suscitaron por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Resalta Betancourt en sus palabras que la nueva organización tenía como norte lograr un orden de paz y justicia, además de fomentar la solidaridad y defender la soberanía. Muchas de esas tareas recaían desde 1945 en la Organización de Naciones Unidas; sin embargo, decía el expresidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno de Venezuela, que la ONU no había podido cumplir con la anhelada premisa de garantizar la paz y la libertad y que por eso tenía una enorme vigencia crear un organismo regional.
Recordar aquellas palabras en la actividad de cierre del momento en el que nació la OEA y seguir con atención lo que pasa 67 años después tiene que generar angustia y provocar una profunda vergüenza. Algunos miembros de la institución, bien sea de forma manifiesta o absteniéndose, faltaron a su tarea fundamental de velar por un orden en el que priven los derechos humanos y la libertad, tal como lo pensaron quienes en Bogotá en medio de un turbulento clima político, hace más de 6 décadas, dieron el paso fundamental para repensar el orden regional.
El dar la espalda a la propuesta de Colombia de convocar una reunión de cancilleres para debatir la compleja situación fronteriza entre Colombia y Venezuela en lo absoluto es una retaliación contra el gobierno de Juan Manuel Santos, sino por el contrario es restar importancia a las graves denuncias sobre discriminación, abuso y atropellos contra ciudadanos colombianos, situación que ha llevado a que personeros del gobierno de Colombia asomaran la posibilidad de denunciar por delitos de lesa humanidad a funcionarios del gobierno venezolano.
No faltaron los absurdos en la reunión en la que se discutió la propuesta colombiana, pues varios de los países que votaron en contra de la solicitud fueron en su momento beneficiados por un multilateralismo fuerte. Uno de los países que negó la solicitud, Nicaragua, debería recordar como el régimen oprobioso de la familia Somoza tuvo que observar como la Organización de Estados Americanos discutía y condenaba la abusiva política que se aplicaba con tal de mantener en el poder a la dictadura. De igual manera, cuando en Haití fue derrocado el presidente Aristide, la OEA condenó enérgicamente la situación y prestó ayuda al depuesto presidente.
Los votos en contra terminan siendo tan vergonzosos como las actuaciones de otros países, por ejemplo la de Panamá, Estado que esgrimió una ininteligible propuesta de mediación para entrar en el grupo de las abstenciones, tal vez olvidando el gobierno del presidente Juan Carlos Varela que la OEA se involucró y actuó durante la crisis de finales de los años 80 facilitando una transición y un paulatino retorno a la normalidad.
Flaco favor hicieron, entre votos en contra y abstencionistas, al interés que tiene el nuevo secretario general de la organización por volver a colocar a la institución en un perfil de dignidad y de garantía. La visión de una organización como la soñaron en 1948 ha quedado prácticamente en el olvido, dando un patético ejemplo de cómo los derechos humanos, las libertades y la dignidad están en un segundo plano. Esperemos que los 17 países que votaron por una reunión de cancilleres para analizar la situación actual entre Colombia y Venezuela exijan con la misma vehemencia observación electoral para Venezuela, cese del abuso político en Bolivia y transparencia en los comicios de octubre en Argentina. Claro está, muy poco puede esperarse de una organización donde sus miembros por unanimidad aplauden el retorno de Cuba a una instancia de la que fue expulsada por no respetar el ordenamiento ni garantizar la libertad.
luisdalvarezva@hotmail.com
Resalta Betancourt en sus palabras que la nueva organización tenía como norte lograr un orden de paz y justicia, además de fomentar la solidaridad y defender la soberanía. Muchas de esas tareas recaían desde 1945 en la Organización de Naciones Unidas; sin embargo, decía el expresidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno de Venezuela, que la ONU no había podido cumplir con la anhelada premisa de garantizar la paz y la libertad y que por eso tenía una enorme vigencia crear un organismo regional.
Recordar aquellas palabras en la actividad de cierre del momento en el que nació la OEA y seguir con atención lo que pasa 67 años después tiene que generar angustia y provocar una profunda vergüenza. Algunos miembros de la institución, bien sea de forma manifiesta o absteniéndose, faltaron a su tarea fundamental de velar por un orden en el que priven los derechos humanos y la libertad, tal como lo pensaron quienes en Bogotá en medio de un turbulento clima político, hace más de 6 décadas, dieron el paso fundamental para repensar el orden regional.
El dar la espalda a la propuesta de Colombia de convocar una reunión de cancilleres para debatir la compleja situación fronteriza entre Colombia y Venezuela en lo absoluto es una retaliación contra el gobierno de Juan Manuel Santos, sino por el contrario es restar importancia a las graves denuncias sobre discriminación, abuso y atropellos contra ciudadanos colombianos, situación que ha llevado a que personeros del gobierno de Colombia asomaran la posibilidad de denunciar por delitos de lesa humanidad a funcionarios del gobierno venezolano.
No faltaron los absurdos en la reunión en la que se discutió la propuesta colombiana, pues varios de los países que votaron en contra de la solicitud fueron en su momento beneficiados por un multilateralismo fuerte. Uno de los países que negó la solicitud, Nicaragua, debería recordar como el régimen oprobioso de la familia Somoza tuvo que observar como la Organización de Estados Americanos discutía y condenaba la abusiva política que se aplicaba con tal de mantener en el poder a la dictadura. De igual manera, cuando en Haití fue derrocado el presidente Aristide, la OEA condenó enérgicamente la situación y prestó ayuda al depuesto presidente.
Los votos en contra terminan siendo tan vergonzosos como las actuaciones de otros países, por ejemplo la de Panamá, Estado que esgrimió una ininteligible propuesta de mediación para entrar en el grupo de las abstenciones, tal vez olvidando el gobierno del presidente Juan Carlos Varela que la OEA se involucró y actuó durante la crisis de finales de los años 80 facilitando una transición y un paulatino retorno a la normalidad.
Flaco favor hicieron, entre votos en contra y abstencionistas, al interés que tiene el nuevo secretario general de la organización por volver a colocar a la institución en un perfil de dignidad y de garantía. La visión de una organización como la soñaron en 1948 ha quedado prácticamente en el olvido, dando un patético ejemplo de cómo los derechos humanos, las libertades y la dignidad están en un segundo plano. Esperemos que los 17 países que votaron por una reunión de cancilleres para analizar la situación actual entre Colombia y Venezuela exijan con la misma vehemencia observación electoral para Venezuela, cese del abuso político en Bolivia y transparencia en los comicios de octubre en Argentina. Claro está, muy poco puede esperarse de una organización donde sus miembros por unanimidad aplauden el retorno de Cuba a una instancia de la que fue expulsada por no respetar el ordenamiento ni garantizar la libertad.
luisdalvarezva@hotmail.com
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