La Constituyente que quieren las Farc
Por Eduardo Mackenzie
Aunque traten de interpretarnos el sainete de
que están en desacuerdo con el presidente Santos en lo del “congresito”, las
Farc no pueden ocultar su convergencia y su interés por ese enfoque
antidemocrático. “Congresito”
y “alta comisión legislativa” son la misma cosa: una vía para quitarle a los
colombianos el derecho a decidir sobre su propio destino.
Las
Farc están de acuerdo con esa expropiación solapada. Al exigir desde La Habana
que una asamblea constituyente sea la que valide los misteriosos acuerdos que
están tramitando a espaldas de todos en Cuba, y no una “alta comisión
legislativa”, las Farc se
ubican, a pesar de las apariencias, en la misma onda del presidente colombiano:
que sea un grupo controlado, y no la amplia ciudadanía colombiana, el que se encargue
de esa decisión trascendental.
Alias
Carlos Antonio Lozada, un jefe negociador de las Farc en Cuba, lanzó antier un
texto en el que estima que el “diseño” del “nuevo contrato social” debe ser
hecho por una asamblea constituyente. Añade que la supuesta constitución debe
reflejar “las realidades que surjan de los acuerdos pactados en La Habana” y
resolver “los disensos que en la Mesa no sea posible consensuar” (sic). Es
decir, la mesa de La Habana, según Lozada, puede ser levantada en cualquier momento
pues las divergencias que persisten (que nadie conoce) entre “las partes”
podrían ser resueltas por la constituyente.
Para
resumir: el cabecilla de las Farc comparte la idea de Santos de no presentarle
al electorado un texto claro, completo y definitivo de sus eventuales
“acuerdos” para que los colombianos, todos los habilitados para votar, acepten
o rechacen eso en un referendo o en un plebiscito.
Lozada
propone, en cambio, que el misterio sobre lo que están pactando en Cuba siga y
crezca y que, finalmente, un cenáculo controlado, es decir lo que él entiende
por “asamblea constituyente”, escogida por el santismo y las Farc, avale lo
acordado, invente otros “acuerdos” y
zanje las divergencias.
Esto
es así por una razón: la visión que las Farc han tenido siempre de la asamblea
constituyente no es la que tenemos los colombianos. La de ellos es la visión
estrecha de un cenáculo excluyente, escogido a dedo, manipulado por un grupo
secreto, mediante el cual se cambian las instituciones y se le imponen deberes a las mayorías. Ese cenáculo
decide sin consultar al pueblo, aunque tal maniobra sea adornada con gestos
aparentes de trámite democrático.
En
diciembre de 2013, las Farc revelaron, en un plan de 12 puntos, cuáles eran sus
ideas sobre lo que debe ser, según ellas, una constituyente: un cuerpo de 141
miembros los cuales no serían escogidos por voto popular. Esos constituyentes
saldrían de la nada, de un limbo jurídico, pues “surgen de cuotas”, y esas
“cuotas” son escogidas no se sabe por quién, es decir por los llamados “grupos
sociales”. Obviamente, los
partidos políticos (exceptuando los aparatos y pantallas de las Farc) son
excluidos de ese esquema. En cambio, las guerrillas, Farc y Eln, estarán en esa
constituyente y sus delegados serían designados “directamente” por las
jefaturas terroristas, no por el pueblo.
Sólo
después de haber escogido a los delegados “por cuotas”, y a los
representantes de las
guerrillas, los que queden faltando serían escogidos “por elección popular”.
“El resto será escogido por elección popular”, es la frase exacta del documento
Farc (1).
Otro
punto interesante: según ese documento, esa constituyente entraría a deliberar
después de que haya un “acuerdo político nacional”. Es decir, el método es
antidemocrático a más no poder, típico mamerto: todo es amarrado de antemano y
la deliberación en el seno de la constituyente no será más que el fin de una
comedia. En ese esquema, la decisión precede a la discusión. Cuando, en
realidad, el método debe ser el contrario: la discusión precede a la decisión.
Primero es la discusión en el seno de la constituyente y después ese cuerpo
toma una decisión: aprueba o rechaza los hipotéticos pactos con las Farc.
La
receta tramposa de las Farc sigue fielmente las líneas del llamado “constitucionalismo
popular y revolucionario” lanzado por Hugo Chávez en un discurso de diciembre
de 2009, y aplicado desde antes. Ese “constitucionalismo” busca una sola cosa:
“construir las bases de un nuevo proyecto histórico”. Así fue como hicieron las
constituyentes y votaron las nuevas constituciones de Venezuela, Bolivia y
Ecuador, con los resultados que todos están viendo.
Tanto
el “congresito” de Santos, como la “constituyente” de las Farc son mecanismos
inaceptables de validación de los eventuales acuerdos “de paz”. Hay que rechazar esas dos
formas, pues éstas, en el fondo, son la misma cosa: organismos escogidos, no
por la ciudadanía, sino por los dos sectores minoritarios interesados en que
los acuerdos secretos sean aprobados.
Como
ellos saben que lo que están pactando es pésimo para los colombianos, están
decididos a tramitar la aprobación de eso por un grupo controlado. Saben que un
pacto infame expuesto ante
el voto de los ciudadanos no será refrendado, ni validado, por las mayorías,
pues éstas saben o presienten lo que están preparando esos actores tras el
negro telón de La Habana: la puesta de Colombia al servicio de los intereses
geopolíticos de Cuba, como logró hacerlo Fidel Castro con Venezuela con la
ayuda de Hugo Chávez.
El
gancho de Santos para que el país aceptara las negociaciones secretas en La
Habana era que “al final” los colombianos podríamos conocer los acuerdos y
aceptar o rechazar, mediante el voto popular, es decir el referendo, lo pactado
en la isla prisión. Empero, cuando las encuestas de opinión confirmaron el
escepticismo y temor de la población ante la farsa de La Habana, Santos renegó
y lanzó la horrible frase: “nunca me he montado en referendo”.
Hoy
el país sigue sin saber cuál es el contenido exacto y cuáles son los alcances
de lo que Santos y las Farc han pactado, pues nada de eso es público. Santos
gasta millonadas del presupuesto nacional para que sus publicistas creen una
corriente favorable a esos acuerdos, pero la opinión sigue firme: al no conocer
exactamente qué acuerdos hay y qué diferencias subsisten en la mesa de La
Habana todos somos objeto de una manipulación.
Alexandre
Soljenitsyn, uno de los disidentes rusos que más contribuyó al derrumbe del
sistema comunista, escribió mucho contra los métodos soviéticos de
conversaciones secretas, pactos
secretos, diplomacia secreta. El pedía que las masas fueran puestas al
corriente de todo, para que
ellas pudieran juzgar abiertamente. Una de sus frases de noviembre de 1969,
puesta en el contexto de la lucha de los colombianos por saber qué está
haciendo Santos con las Farc en Cuba, cobra gran actualidad. Que juzgue el
lector:
“La
primera condición de la salud de toda sociedad, y de la nuestra igualmente, es
que las cosas sean hechas públicas, honesta y totalmente públicas. Y aquel
que no quiere que las
cosas sean públicas para
nuestro país, a ese no le interesa para nada la patria, no piensa sino en sus intereses
personales. El que no quiere que las cosas sean públicas para la patria, no quiere sanar las enfermedades del
país, las quiere esconder para que estallen.”
(1).- http://www.elespectador.com/noticias/paz/farc-divulgan-plan-una-asamblea-constituyente-selle-paz-articulo-465356
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