La ficción
de modernidad
por: Mikel de Viana, S.J
La cultura, entendida como las formas de hacer, pensar y sentir de los individuos miembros de una sociedad, es uno de los determinantes de la pobreza. Esta dimensión de la pobreza recurrentemente es dejada de lado por las dificultades de verificación empírica que supone el manejo de variables que, hasta hace poco, no podían ser mensurables. El desarrollo de las técnicas de medición y de procesamiento de datos ha permitido que lo que hasta hace poco se mantuvo en el campo de las hipótesis o del anecdotario, hoy puede ser abordado con mayor objetividad. El artículo que a continuación se presenta es un resumen de los primeros resultados arrojados por un estudio de campo que recogió información de más de 14.000 familias venezolanas, en el cual se tratan de establecer las conexiones explicativas entre las creencias y las preferencias valorativas de la cultura de la sociedad venezolana, sus disposiciones para la producción, el éxito económico y la situación material.
El módulo “Factores culturales y pobreza” de la investigación “La pobreza en el subdesarrollo. Un estudio interdisciplinario de aproximación a las causas y posibles soluciones al problema de la pobreza en Venezuela”, parte de la hipótesis según la cual, las creencias y los modos de evaluación o preferencias valorativas característicos de la cultura dominante de la sociedad venezolana afectan las disposiciones y capacidades de los individuos para el éxito económico, para la producción y la productividad, constituyéndose en factor interviniente en la causación del complejo problema de la pobreza de la mayor parte de la sociedad. Circula un amplio anecdotario acerca de las relaciones entre la cultura venezolana “tradicional” o “popular” y la pobreza. Ese anecdotario supone que la sociedad venezolana no llega a ser próspera y productiva por la presencia de elementos culturales (creencias colectivas, valores, normas, conductas más o menos institucionalizadas) que bloquean conductas individuales y modos de funcionamiento propios de una sociedad productiva. Ahora bien, esta particular relación entre el factor cultural y la pobreza, hasta ahora, no había sido sometida a prueba empírica en Venezuela. Evidentemente, por sí solos, los factores culturales no son decisivos de las condiciones concretas de vida de una colectividad. Más bien, constituyen un componente del complejo sistema de factores causales y condicionantes de la vida material de la colectividad: desde las estructuras cognoscitivas y motivacionales de los individuos, las creencias, los esquemas valorativos y las normas que de ellos se desprenden, condicionan la acción individual, de modo que, a mediano y largo plazo, incentivan determinadas conductas y desestimulan otras. La interdisciplinariedad del enfoque de la presente investigación se deriva de la convicción de que la causación —y la “solución”— del problema de la pobreza incluye necesariamente tanto a los factores estrictamente económicos, como a los polí- tico-institucionales y a los culturales; aunque ninguno de estos factores, considerado aislada o exclusivamente, es suficiente en orden a la explicación de la pobreza. Por lo que toca a los factores culturales, como se ha indicado en otro lugar de esta publicación (Cf. España, Luis Pedro, “Un mal posible de superar”, p.9), aun en el caso de que se alcanzara un crecimiento económico apreciablemente superior al ritmo de crecimiento poblacional, y las intervenciones político-institucionales del Estado contra la pobreza fueran acertadas, si no se produce la modernización de las estructuras culturales de la mayor parte de la colectividad venezolana, es seguro que una fracción apreciable de la población permanecería excluida de los beneficios colectivos y que la evolución conveniente de las variables asociadas con el bienestar social se detendría más pronto que tarde. En otras palabras, la modernización de la cultura venezolana es fundamental para el mantenimiento y la sostenibilidad de condiciones sociales en las que la pobreza material ha sido razonablemente superada. EL FACTOR CULTURAL La cultura aporta los parámetros que dan sentido y regulan las conductas individuales, y se estructura al menos en tres planos o niveles: las creencias, las estructuras valorativas y los sistemas normativos. LAS CREENCIAS Los individuos, en su interacción con el entorno social —donde el proceso de socialización desempeña una función primordial— asimilan informaciones que terminan ensamblándose en una representación o modelo mental de la realidad. El modelo o mapa de la realidad integra, formado un todo congruente, un conjunto de creencias, es decir, afirmaciones que se consideran verdaderas y que son nuestras interpretaciones de la experiencia. Conviene destacar el papel activo del individuo como “procesador” de información: el modelo de realidad es construído o elaborado, y no meramente asimilado o copiado pasivamente. Ese modelo o mapa de la realidad actúa como regulador y determinante tanto de los procesos cognoscitivos como de la misma acción del individuo. Las creencias son como filtros que afectan la percepción que tenemos del mundo, de los demás y de nosotros mismos: constituyen el sustrato más profundo de una cultura; sobre ellas se construye el complejo de las estructuras valorativas y de las normas de acción. Interpretamos el mundo con ayuda de los mapas Mikel de Viana, S.I Sociólogo, Ms. Filosofía y Teólogo Moralista. Profesor de la UCAB. 83 de la realidad que hemos recibido en el proceso de socialización y que fueron diseñados a partir de experiencias del pasado. Lo más fácil y frecuente es el uso de los mapas prefabricados, que se basan en las experiencias del pasado de los miembros de la colectividad. Por este motivo, la gente vive en el pasado mucho más de lo que solemos imaginar; no puede maravillarnos que los “cambios mentales” sean normalmente más lentos y se produzcan con cierto rezago respecto a los cambios en la llamada “cultural material”. En el ámbito de nuestra investigación hemos prestado atención a las creencias referidas a la atribución de causalidad: aquéllas por las cuales los individuos se explican los cambios que se producen en la realidad que viven. Se llama “foco o locus de control” a la instancia a la cual el individuo atribuye la causalidad de la ocurrencia de cambios o transformaciones en la realidad que él vive. En términos generales, es posible distinguir entre foco de control externo y foco de control interno. a. La noción de foco de control externo está asociada a la creencia de que la ocurrencia de cambios en la realidad es independiente de la capacidad, voluntad y conducta del individuo. Los cambios en la realidad son percibidos como consecuencia del azar, el destino, la suerte o de la acción y control de otros agentes ajenos; o al menos, son cambios impredecibles e incontrolables debido a la gran complejidad de las fuerzas que rodean al individuo. La creencia en el locus de control externo está asociada a otras creencias como por ejemplo: la impermeabilidad de la realidad respecto a las iniciativas del individuo, la complejidad hasta el punto de irresolubilidad de los procesos de la realidad, la injusticia de las relaciones sociales. b. La noción de foco de control interno está asociada a la creencia en que la ocurrencia de cambios en la realidad depende, para su aparición y desarrollo, de la propia acción. La noción de foco de control interno está asociada con creencias como por ejemplo: la capacidad de intervención personal sobre la realidad, un mundo en el que las dificultades y problemas tienen solución, la posibilidad de un orden de relaciones justo, que responde a las intervenciones de los individuos, los asuntos públicos pueden ser dirigidos mediante la acción y presión de los interesados. Como veremos más adelante, la noción de “foco interno de control” está asociada a las “precondiciones mínimas de modernidad” y el proceso de modernización cultural está íntimamente asociado a la presencia y desarrollo de las creencias correspondientes al “foco interno de control”. LAS ESTRUCTURAS VALORATIVAS Las estructuras valorativas están constituidas por los valores propiamente dichos, y por los modos de evaluación o preferencias valorativas. Los valores son condiciones abstractas o estados de cosas altamente apreciados en una determinada cultura. Los modos de evaluación o preferencias valorativas, por su parte, son las reglas empleadas para evaluar individuos, objetos, situaciones y acciones. Toda relación social expresa preferencias valorativas. Gracias a los modos de evaluación o preferencias valorativas, el mismo valor puede ser percibido de modo distinto en contextos culturales diversos. El proceso de evolución cultural permite descubrir nuevas relaciones entre valores y hacer reajustes a su jerarquización. En la perspectiva de nuestro estudio no hemos prestado atención a los valores propiamente dichos. Nos parece poco útil en orden a nuestros propósitos la cuestión acerca del contenido de los valores, es decir, la pregunta acerca de qué es altamente apreciado culturalmente: es perfectamente posible que culturas muy diferentes afirmen valores muy semejantes. Lo realmente decisivo son los modos de evaluación o preferencias valorativas que establecen las relaciones entre valores y su correspondiente jerarquización. Los clásicos de la antropología cultural solían decir que las culturas difieren más en el grado o nivel de organización y complejidad que en sus contenidos. En relación con las estructuras valorativas se puede afirmar análogamente, que difieren más en los modos de evaluación o preferencias valorativas que en el contenido de los valores. Los modos de evaluación o preferencias valorativas han sido tipificadas en un conjunto de cinco dicotomías. a. Afectividad • Neutralidad afectiva: Esta dicotomía se refiere a la autodisciplina del sujeto, y concretamente, al modo en que maneja las gratificaciones de sus deseos y necesidades subjetivos. En el tipo “afectividad” los actores dan prioridad a la satisfacción de sus deseos y necesidades subjetivas persiguiendo la gratificación in- 84 mediata de los mismos, y prescindiendo de la ponderación de las consecuencias a mediano y largo plazo. En el tipo “neutralidad afectiva”, el actor pondera las consecuencias de su acción en el mediano y largo plazo, inhibe la expresión de sus sentimientos e impulsos subjetivos y difiere las gratificaciones inmediatas en aras de gratificaciones futuras, de carácter objetivo. b. Particulartismo • Universalismo: Esta dicotomía se refiere al modo en que se evalúan las situaciones. El particularismo es la preferencia valorativa que prescribe actuar en función de lealtades particulares. El universalismo es la preferencia valorativa que prescribe actuar en función de principios y normas universales y abstractas. c. Adscripción • Desempeño: Esta dicotomía se refiere a los criterios empleados para la valoración de los actores sociales. La adscripción es la preferencia valorativa que prescribe evaluar a los actores en función de su posición social y las relaciones en las que participan, es decir, independientemente de los méritos individuales. El desempeño, por su parte, prescribe evaluar a los actores sociales en función de sus habilidades, logros y desempeños individuales. d. Difusividad • Especificidad: Esta dicotomía se refiere al modo como los actores enfrentan sus roles. La difusividad es la preferencia valorativa que prescribe enfrentar los propios roles actuando como “personas totales”, sin distinguir espacios, tiempos y contextos (público vs. privado, personal vs. profesional, individual vs. colectivo). La especificidad, en cambio, prescribe el enfrentamiento de los roles en términos de dedicaciones fragmentarias y claramente delimitadas, distinguiendo efectivamente espacios, tiempos y contextos. e. Orientación hacia sí • Orientación hacia la colectividad: Esta dicotomía se refiere a la autodisciplina del sujeto y especialmente a los intereses que se privilegian en la actuación social. La orientacion hacia sí prescribe la atención prioritaria a los propios intereses, que privan sobre los colectivos. La orientación hacia la colectividad establece la prioridad de los intereses colectivos (comunitarios, organizacionales, corporativos, políticos) sobre los propios en contextos públicos. En las sociedades tradicionales —con reducido número de miembros, economías de subsistencia y estructuras sociales simples que parecen extensión de los vínculos “naturales” de la familia y los grupos primarios de pertenencia—, son claramente dominantes los modos de evaluación o preferencias valorativas de afectividad, particularismo, adscripción, difusividad y orientación hacia sí. En las sociedades modernas —de dimensiones masivas, economías altamente productivas y estructuras sociales de creciente complejidad—, los espacios públicos o colectivos son creados contractualmente, es decir, no aparecen como prolongación de los espacios privados del parentesco y la pertenencia primaria, sino que están pautados institucionalmente. En esos ámbitos públicos o colectivos, es decir, en las instituciones modernas son dominantes los modos de evaluación o preferencias valorativas de neutralidad afectiva, universalismo, desempeño, especificidad y orientación hacia la colectividad. Los modos de evaluación o preferencias valorativas de afectividad, particularismo, adscripción, difusividad y orientación hacia sí, no desaparecen de las sociedades modernas, sino que en ellas quedan cuidadosamente limitados al ámbito de la vida privada y los grupos primarios de pertenencia. MODERNIZACIÓN CULTURAL Como hemos indicado, la modernización de la cultura venezolana es fundamental para el mantenimiento y la sostenibilidad de condiciones sociales en las que la pobreza material ha sido razonablemente superada. Pero hay un conjunto de condiciones mínimas de modernidad: a. El uso de la racionalidad instrumental, del que depende la consideración de posibilidades y viabilidades objetivas. b. El establecimiento de una relación con la naturaleza centrada en el sometimiento transformador mediante la ciencia y la tecnología aplicadas a la producción material. c. El establecimiento de una ética universalista. d. El establecimiento de sistemas de normas abstractas que constituyan las reglas de juego de los espacios públicos (derecho, mercado, etc.). Estas condiciones mínimas de modernidad están asociadas tanto con un sistema de creencias caracterizado por el foco interno de control como por el establecimiento de los modos de evalua- 85 ción o preferencias valorativas de neutralidad afectiva, universalismo, desempeño, especificidad y orientación hacia la colectividad en los ámbitos públicos o colectivos institucionalizados. Conviene tener presente que los dos últimos siglos de la historia de Venezuela pueden ser revisados en la perspectiva de los reiterados intentos de inducir —desde las élites ilustradas o desde el Estado rentista— el proceso de modernización. El resultado de esos intentos, a fines del s. XX, ciertamente no es una “sociedad moderna” en el sentido convencional de la expresión, sino otra preñada de tensiones y discontinuidades, edificada sobre una matriz cultural híbrida que condiciona todos los modos y planos de relación, al punto de que los espacios públicos institucionalizados, bajo las apariencias modernas, en realidad funcionan según la lógica de los modos de evaluación y preferencias valorativas premodernas. Para ejemplificar lo dicho, consideremos la distribución de la población del área metropolitana de Caracas y la Región Central del país1 en relación a un índice que mide internalidad o externalidad del foco de control. Tabla No.1 Creencias: Foco de Control Población mayor de 18 años para 1997-98 Región Central y Gran Caracas Continuum Bipolar C. Externo 31,10% 87,70% C. Externo Moderado 56,60% C. Interno Moderado 11,60% 12,30% C. Interno 0,70% En la columna de la derecha han sido añadidos los porcentajes para consolidar dos tipos polares. El 87,7% de la población presenta creencias que indican predominio de foco externo de control de causalidad; apenas 12,3% presentan predominio de foco interno de control. Estos datos indican que prácticamente nueve de cada diez individuos están convencidos de que los cambios en su entorno vital responden a causas que escapan de su control. Semejante creencia se traduce en fenómenos como el bloqueo de la iniciativa individual, escasa motivación para la participación en procesos colectivos, dificultad para vincular esfuerzos personales con logros, desconocimiento del mérito individual, creencia en que el mundo es problemático, complejo, irresoluble e injusto. En el caso de la cultura dominante en la sociedad venezolana, a la creencia correspondiente al foco externo de control están asociadas otras creencias básicas acerca de la realidad que refuerzan aquella: a. Que la sociedad venezolana es rica por disponer de recursos naturales abundantes. b. Que todo ciudadano tiene derecho a disfrutar de bienestar social independientemente de sus prestaciones a la colectividad en términos de producción y participación en la vida colectiva. d. Que la democracia es un medio para alcanzar fines particulares, y no un fin en sí mismo en cuanto forma para resolver del modo más equitativo posible los conflictos de intereses en una sociedad de masas pluralista. e. Que el modo de establecer relaciones equitativas en la sociedad es la intervención estatal (democracia intervencionista) y no la acción autó- noma de los actores de la sociedad civil. f. Que el papel del Estado debe caracterizarse por el asistencialismo paternalista y populista, en lugar de ser árbitro garante del orden abstracto de relaciones. g. Que a los derechos reconocidos no les corresponden como contraparte derechos y obligaciones simétricos. Algo semejante sucede con los modos de evaluación o preferencias valorativas. Se construyó un índice que mide el predominio de modos o preferencias tradicionales y modernas. El cuadro 2 presenta la distribución de la población del área metropolitana de Caracas y la Región Central del país en relación a dicho índice: Tabla No.2 Modos Valorativos Población mayor de 18 años para 1997-98 Región Central y Gran Caracas Continuum Bipolar Moderno 0,40% Moderno Moderado 13,40% 13,80% Es llamativo que apenas el 0,4% de la población manifiesta preferencias valorativas modernas. Cuando se agrupan los porcentajes en dos categorías polares, encontramos porcentajes semejantes a los relativos a creencias: el 86,2% manifiesta preferencias valorativas dominantemente tradicionales y sólo 13,8% modernas. El cuadro 3 pretende la construcción de una tipología a partir de las evidencias sobre creencias y preferencias valorativas. Evidentemente hay una asociación consistente entre preferencias valorativas tradicionales y foco externo de control. Casi ocho de cada diez individuos (78,5%), que convencionalmente denominamos «fatalistas», presentan predomino de la creencia en la externalidad del control y preferencias valorativas tradicionales. Este grupo representa al amplio sector de la población que padece severos obstá- culos culturales para acceder a la modernidad, y con ella, hacer viables y sostenibles conductas en la dirección de superación de la pobreza. El 8,8% de la población, que denominamos «eclécticos» presentan predominio de la creencia en la externalidad del control, pero preferencias valorativas modernas. Un porcentaje semejante, el 7,3%, ha sido denominado «familistas», y está constituído por individuos con predominio de internalidad del control y preferencias valorativas tradicionales. Finalmente, sólo el 5,5%, a quienes aquí se denomina «racionalistas», cuentan con los pre-requisitos culturales de la modernidad: internalidad de control y preferencias valorativas modernas. El cuadro 4 muestra cómo se distribuyen estos cuatro tipos culturales por estatos socio-econó- micos. Al menos dos aspectos son llamativos: los porcentajes de «fatalistas» (externalidad del control y preferencias valorativas tradicionales) se incrementan a medida que se desciende en la estratificación social, en tanto que sucede precisamente lo inverso con los porcentajes de «racionalistas»; por otra parte, no debe pasar inadvertido el elevado porcentaje de «fatalistas», casi la mitad (47,3%) en el estrato alto. Este dato indica la notable extensión de los obstáculos culturales a la modernización, incluso entre los sectores nopobres de la sociedad. Tabla No.3 Tipología General: Creencias y Modos Valorativos Población Mayor de 18 años para 1997-98. Región Central y Gran Caracas Creencias: Foco de Control Modos Valorativos Control Externo Control Interno Tradicional 78,50% 7,30% (Fatalistas) (Familistas) Moderno 8,80% 5,50% (Eclécticos) (Racionalistas) Fuente Encuesta Determinantes C
Un último dato: el cuadro 5 presenta la distribución de dos variables cruzadas. Por un lado, la autopercepción -cómo se percibe el sujeto- y por otro la alterpercepción -cómo percibe al promedio de los demás individuos-. Aparecen cuatro tipos: en primer lugar, el tipo «adaptativo moderno», integrado por individuos que se auto-perciben como modernos y perciben también como moderno al promedio de los demás miembros de la sociedad; este tipo agrupa al 40% de los individuos. Nótese la disonancia de estas percepciones cuando se comparan con los datos de los cuadros anteriores. El segundo tipo en relevancia cuantitativa, es el llamado «desarraigado» que alcanza al 30% de los individuos y que está integrado por aquéllos que se auto-perciben como modernos pero que piensan que el promedio de los demás individuos es tradicional. El tipo denominado «adaptativo tradicional» reúne al 19% de los individuos que se perciben tradicionales y perciben al resto de modo semejante. Finalmente, el tipo más reducido, los «alienados» que se consideran tradicionales en medio de una sociedad a la que perciben como moderna. INTERVENCIONES DIRIGIDAS AL CAMBIO CULTURAL MODERNIZADOR El motor fundamental del proceso modernizador de la cultura dominante en Venezuela no puede ser un agente externo, sino las expectativas y demandas de libertad, igualdad -los dos componentes del proyecto democrático occidental- y equidad que son una constante histórica y tienen cuerpo en el momento actual: esas expectativas y demandas no son viables sino a través de la modernización cultural. El reiterado fracaso histórico en el logro de las expectativas y demandas de libertad, igualdad y equidad ha generado un desencanto que hace inverosímil la factibilidad del proceso y que refuerza la creencia en la externalidad del control sobre la realidad. Este hecho impone como condición la creación o consolidación y mantenimiento de experiencias exitosas de modernización que evidencien la posibilidad del proceso, lleguen a ser «socialmente visibles» y puedan ser consideradas por la colectividad como logros propios. En el intento de hacer «socialmente visibles» las experiencias exitosas de modernización es preciso modificar el estilo propio de los gobiernos venezolanos: lo que debe hacerse «socialmente visible» no son obras materiales, sino experiencias culturales, institucionales, organizativas, ciudadanas; deben ser presentadas como experiencias culminadas y no como promesas o proyectos futuros; y debe evidenciarse que su protagonista es la colectividad y no el gobernante o algún individuo particular. Las intervenciones dirigidas al cambio cultural modernizador tendrían que crear y rescatar instituciones -espacios públicos- en las que los modos de valoración o preferencias valorativas se caracterizaran por la neutralidad afectiva, el universalismo, el desempeño, la especificidad y la orientación hacia la colectividad. El cambio modernizador de la cultura dominante en la sociedad venezolana, evidentemente, implica un proceso educativo. Ahora bien, de ningún modo debe pensarse que ese proceso educativo consiste en la asimilación o aprendizaje de determinados contenidos. Dicho provocativamente, no se trata de «enseñar valores». De lo que se trata es de establecer una ética universalista y de construir órdenes abstractos de relaciones sociales. Toda la enseñanza de contenidos es perfectamente inútil si los individuos no quedan incluidos en espacios institucionales que funcionan en términos de una ética universalista y un orden abstracto de relaciones. Lo decisivo no es «lo que se enseñe» sino «cómo se enseñe». Lo que está en juego no son unos «valores nuevos», sino el modo de percibir los valores, su jerarquización en los distintos espacios -privado y público o colectivo- y las estrategias de decisión en cada ámbito.
Mikel de Viana, S.I Sociólogo, Ms. Filosofía y Teólogo Moralista. Profesor de la UCAB.
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