JUNTOS Y UNIDOS, PERO NO REVUELTOS
Antonio Sánchez García
No es la saga de Pedrito y el Lobo, pero pudiera serlo. De tanto aterrar a
los bobos con el cuco de la Cuarta, se adormeció a las conciencias para dejar
entrar al monstruo de la Quinta y ensangrentado por las feroces dentelladas
golpistas recibidas, el cuco de la Cuarta deja traslucir su verdad: era una
vieja sábana manchada por vicios nocturnos y ya deshilachada debajo de la cual,
si había algo, eran los flatos malolientes de intelectuales y notables. Un
globo de imposturas venteado por los enemigos de San Jorge y los propagandistas
del dragón.
Nadie podría imaginarse a unos sobrinos de doña Menca de Leoni, de
Blanquita de Pérez, o de Alicia Pietri de Caldera trasladados por altos
oficiales de las Fuerzas Armadas de Wolfgang Larrazábal para traficar una tonelada
de coca en los Estados Unidos. ¿O no?
En esa tesitura y sin ningún ánimo provocativo presumí de listo
vanagloriándome de no haber votado jamás por estos delincuentes. Tal como en un
rasgo de premonitoria lucidez lo presagiara el general Radamés Muñoz en pleno
fulgor de la campaña presidencial, el 26 de agosto de 1998, desde la
presidencia del vespertino El Mundo: “si Chávez gana las elecciones habrá un
gobierno de delincuentes.” A los que aborrecí no más asomar sus garras la
madrugada del 4F, cuando, como en una revelación de elemental perspicacia
política y veterano de un feroz golpe de Estado – el de Pinochet – supe que
Venezuela se jodía irremediablemente por los restos de vida que por entonces me
quedaba.
Ya van 23 años cumplidos desde el día de la felonía y 17 desde que la
Venezuela inconsciente le abriera las piernas. Y no ha transcurrido un solo día
sin que no supiera a cabalidad el desastre que se iba promocionando, sembrando
y cosechando con una porfía y una tozudez digna de débiles mentales. Con el
debido perdón a los débiles mentales.
Inolvidable el día en que por acompañar a una sobrina que culminaba su
carrera de educadora asistí a la solemne ceremonia de graduación en el Aula
Magna de la UCV, para escuchar el elogio de la locura golpista pronunciado con
insólita presunción y asombrosa irresponsabilidad intelectual y moral por el
entonces rector de la UCV. Se me confirmaron entonces dos dolorosas sospechas:
que para ser rector de la principal casa de estudios del país ya por entonces no
se requería ni cultura universal, ni grandeza intelectual ni solvencia moral. Y
que el derrumbe de Venezuela, como bien podría haberlo previsto Antonio
Gramsci, se cumplía bajo el secuestro pleno y bullicioso de la Hegemonía
democrática, en dramática decadencia.
Si todo un rector universitario de toga y birrete podía cantarles albricias
a los comandantes golpistas, ¿qué podía esperarse de un humilde trabajador sin
el más mínimo y elemental conocimiento de nuestra historia?
En una trágica sucesión de medianías, el rectorado de la UCV, lejos de
vencer las sombras, se estaba aplicando con esmero artesanal a enterrar
nuestras mejores tradiciones intelectuales, a sembrar el odio, el rencor y la
discordia entre los venezolanos y a encumbrar el papagayo rojorojito del
castrocomunismo por sobre los cielos de la Plaza del Rectorado con bullicioso
desparpajo. Al extremo que uno de esos rectores terminó en la cárcel por
pervertido sexual y asesino. Por cierto: ¡luego de ser candidato a Presidente
de la República por el Partido Comunista de Venezuela!
Es cierto: Heidegger fue rector de la universidad de Friburgo justo en los
comienzos del Tercer Reino. Pero comparar a Heidegger, que renunció a poco
comprender el matadero en el que se estaba montando, con el asesino del sofá
ensangrentado sería una monstruosa felonía.
Negar que fui profundamente feliz en esos años en que descubrí mi personal
paraíso, la Venezuela de los setenta y ochenta, que si bien no fui jamás un
admirador de su clase política no dejó de asombrarme compartir democráticamente
con algunos de sus presidentes mientras en Chile gobernaba Pinochet, en
Argentina Videla y en Brasil Garrastazu Médici, que pude disfrutar de la
amistad de académicos marxistas – como yo – evidentemente civilizados y cultos,
sería simplemente canallesco.
Pero pretender que Rómulo Betancourt, un
intelectual que conociera tanto gran parte de la obra de Marx, Trotski y Lenin,
como la historia de Venezuela y América Latina al dedillo, habiendo escrito en
el exilio una de las obras cumbres del pensamiento socioeconómico venezolano,
sea comparado con un milico cuartelero, fantoche y analfabeta como Hugo Chávez,
mientras Rafael Caldera – un constitucionalista formado en la cultura política
del social cristianismo, en Teilhard de Chardin, Romano Guardini y los grandes
pensadores católicos del siglo XX – con el ágrafo capitán Diosdado Cabello,
revela la verdadera dimensión intelectual y moral de alguno de esos rectores de
triste recordación.
Juntos y unidos, pero no revueltos. Me prohíbo olvidar, así los nuevos
tiempos exijan el entendimiento y la concordia y debamos construir y facilitar
puentes de plata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario