THE
WALL STREET JOURNAL
Opinión: Maduro no renunciará al poder
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El presidente venezolano Nicolás Maduro y su esposa Cilia Flores. PHOTO: REUTERS
Por
MARY ANASTASIA O’GRADY
Las empresas encuestadoras independientes en Venezuela están reportando que
si las elecciones para la Asamblea Nacional que se llevarán a cabo el 6 de
diciembre son justas, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)
probablemente saldría derrotado.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, anunció el mes pasado
que, sin importar el resultado, el PSUV no cederá el poder. También dijo que
planea ganar. No es de extrañarse, ya que Venezuela no ha tenido una elección
justa en al menos 12 años y es poco probable que esta sea diferente.
Ahora se escucha la indignación de la Organización de Estados Americanos,
aunque no se explica por qué ahora y por qué se demoraron tanto.
El martes, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, envió
una carta de 18 páginas a Tibisay Lucena, presidenta del consejo electoral de
Venezuela, en la que critica duramente la decisión del país de no permitir que
una misión de observadores de la OEA supervise la elección. También señaló
varias transgresiones cometidas por el gobierno contra las normas democráticas
en los meses previos a la votación.
“Si yo no prestara atención o callara ante los hechos respecto a los cuales
hice referencia en la presente”, escribió Almagro, “me deslegitimaría,
especialmente ante la esencia de los principios en que creo y espero nunca
abandonar de defensa de la democracia y firmeza en la promoción de los derechos
humanos”.
Los demócratas en Venezuela estaban eufóricos, debido a que durante 15 años
la OEA ha ignorado el persistente descenso hacia el despotismo en su país. El
que finalmente la comunidad internacional critique la tiranía chavista es causa
de celebración.
Sin embargo, es poco probable que la carta de Almagro sea el resultado de
marcar terreno por cuestiones de principios. Lo que es más probable es que el
ex ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay, en el gobierno pro Castro y
pro Chávez de José Mujica, haya proyectado qué le espera a la
economía y la política de la región.
El socialista chileno José Miguel Insulza fue el predecesor de
Almagro. Durante su gestión, entre 2005 y 2015, fue ciego ante la represión
cubana y no ocultó su desdén hacia muchos de los que trataron de defender los
derechos humanos en Venezuela. Esto fue bueno para los gobiernos militares,
pero hizo que la OEA fuera irrelevante. Almagro sin dudas se da cuenta que su
organización necesita recuperar la respetabilidad y reconoce el declive del
poder económico de Venezuela. Así que es de esperarse que haya decidido lanzar
a los bolivarianos por la borda.
Según el diario español El Mundo, Maduro dijo en una entrevista el 29 de
octubre en un canal estatal que en el caso de una victoria de la oposición
“Venezuela entraría en una de las más turbias y conmovedoras etapas de su vida
política y nosotros defenderíamos la revolución, no entregaríamos la revolución
y la revolución pasaría a una nueva etapa”. Traducción: prepárense para una
ofensiva al estilo cubano.
Lo único nuevo aquí es que Maduro está admitiendo que la democracia está
muerta. En una columna de enero de 2009, esbocé cómo Hugo
Chávez orquestó una especie de golpe de estado contra la democracia del
país mientras los ingresos de las exportaciones de petróleo eran abundantes. La
libre expresión fue acallada, los opositores políticos fueron encarcelados, la
independencia de instituciones gubernamentales clave fue destruida,
manifestantes pacíficos fueron atacados con armas de fuego y murieron. Los
derechos a la propiedad fueron eliminados, la empresa privada fue estrangulada
y los medios de comunicación fueron cerrados.
Un liderazgo de la OEA comprometido con su carta democrática habría actuado
para aislar al país por sus acciones abusivas. En cambio, Insulza
principalmente miró al otro lado y predicó la equivalencia moral de las dos
partes.
Los apologistas de Chávez, entre ellos el ex senador
estadounidense Chris Dodd,justificaron el comportamiento del régimen
asegurando que una mayoría de los venezolanos respaldaba la revolución, como si
las elecciones fueran justas y no hubiera tal cosa como los derechos de las
minorías en una sociedad justa y libre. Sin embargo, había otra razón por la
que Caracas no era castigada.
Venezuela nadaba en ingresos petroleros y compartía su riqueza sólo con
aquellos que se abstenían de criticar la revolución bolivariana. Compañías
españolas y brasileñas ganaron contratos estatales por miles de millones de
dólares. Uruguay, Argentina y Nicaragua pasaron a ser importantes proveedores
de alimentos y commodities. En el Caribe, Venezuela compró amigos con su
generosidad petrolera. Usualmente con zanahorias y a veces con garrotes,
Venezuela hizo lo que quería. La OEA proveía su sello de aprobación. Luego vino
el diluvio.
Cuando el año pasado los precios del crudo se fueron a pique, la producción
petrolera venezolana ya estaba cayendo debido a la incompetente gestión de la
petrolera estatal. Las reservas del banco central han disminuido a US$21.400
millones y eso incluye activos en oro y US$4.000 millones en préstamos de
China. Los ingresos por exportaciones apenas cubrirían las necesidades de
importación del país y el pago de deuda del próximo año. Todo esto equivale a
decir que Venezuela se ha convertido en simplemente otra república bananera que
quiebra.
Las objeciones tardías de la OEA a la tiranía de Maduro son bienvenidas. No
obstante, la democracia venezolana ahora cuelga sin vida al extremo de una
cuerda. Si, como parece, Almagro y sus socios de la OEA apenas están cambiando
de bando sólo por interés personal e institucional, eso no representa un gran
avance.
Escriba a
O’Grady@wsj.com.
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