Una
convención global
COMO ENFRENTAR EL TERROR
Anunciar una guerra regular es estropicio fáctico y
jurídico
¿El inicio de
un conflicto bélico global, como lo sugiere Semana
a raíz de la tragedia en París? La simple pregunta trasluce ignorancia
gruesa de relaciones internacionales y deja el sabor a moho muy propio de quien tiene nociones desuetas y
desactualizadas de las relaciones de fuerza y poder en el mundo contemporáneo.
Un repaso a los
principales medios escritos, como Guardian
Weekly, Le Monde, The Financial Times, Der Spiegel o Corriere della Sera durante el fin de semana deja clara la
situación. No estamos ad portas de un
conflicto bélico por la razón elemental de que no sabemos el asiento temporal
del Estado Islámico y su Califato. Al Raqa, en Siria, proclamada como capital,
pequeña ciudad devastada por la guerra, ha sido base de ofensivas del grupo
terrorista y está lejos de ser sede soberana de un gobierno.
El mundo
enfrenta un grupo terrorista extraordinariamente poderoso frente al cual el
alemán Baader-Meinhof o las italianas
Brigadas Rojas o la misma ETA son casi juegos de niños. Así, se trata de
enfrentar las formas clásicas del terrorismo en sus elementos de movilidad,
sorpresa, ubicuidad e indefinición geográfica bajo el gran rótulo del fanatismo
religioso extremo.
Si se tratara,
como lo anuncia precipitadamente Semana
de una conflagración bélica, entrarían a actuar las cuatro Convenciones de
Ginebra de 1949 y los Protocolos Adicionales de 1977. Ninguno de estos cuerpos,
salvedad hecha del artículo 13, parágrafo 2 del Protocolo II, se refiere al
fenómeno terrorista. Este es el único dispositivo legal existente dentro del
universo legal multilateral contemporáneo. Y es insuficiente para tratar un
delito –no tipificado en derecho internacional- que debe estar por fuera del
marco conocido de los conflictos internacionales e internos.
El Consenso de
Madrid en 2005 pidió la celebración de una Convención Internacional de Lucha
Antiterrorista. Han pasado 10 años sin que los países más interesados, los
Estados-miembros de la U.E. y EE.UU. hayan desplegado la voluntad política
necesaria, dentro del marco de la ONU, para hacerla una realidad.
Se ha reiterado
en esta columna una y otra vez: cuando se convocó la Conferencia Diplomática de
1974 [Ginebra] que dio origen a los Protocolos de 1977 se dijo que a las Convenciones de 1940 nuevos fenómenos
venían rebasándolas. Ahora, a los Protocolos de 1977, con casi 40 años de
edad, se le han colado elementos criminales de desestabilización. Jamás podrían
equipararse los movimientos insurgentes anti-colonialistas o de inspiración
política [como son las Farc o el ELN] a terrorismo del perfil de Estado
Islámico, un ente netamente terrorista.
Anunciar
peligro de un nuevo conflicto bélico global es un estropicio fáctico y
jurídico, apenas entendible en quien estudió relaciones internacionales en los
70s y paró de evolucionar. Proponerlo significa erigir una contraparte criminal
que goza de las protecciones y garantías del derecho de la guerra, desde las
Convenciones de La Haya de 1899 y 1907 hasta Protocolos de 1977.
Así mismo, la
realidad de los hechos no revela enfrentamiento entre Estados soberanos.
Se trata de
terrorismo hecho y derecho. Así es preciso evaluarlo con toda la energía y
determinación en extirparlo. Colombia debería pedir ya la convocatoria de
reunión especial de la Asamblea General de la ONU con el fin de que se tomen
los borradores existentes de convención. El mundo necesita ya de las herramientas que le permitan tratar
con este estado de excepción global.
Mientras tanto,
Francia tendrá que mirar a sus banlieues
donde involuciona otro país galo que respira exclusión total. Donde viven
franceses de segunda y tercera generación, levantinos y medio-orientales cuya
identificación con la Patrie qui passe,
la gran Francia, simplemente no existe. Para quienes la conciencia política
evolucionada, el gran activo de la educación francesa, es hoy una pesadilla de
odio, atraso y locura vindicativa.
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