El 18 DE OCTUBRE DE 1945:
A 70 años
de la jornada cívico-militar que echó por tierra al gobierno del general Isaías
Medina Angarita, esta sigue siendo una materia ampliamente polémica, por varios
motivos, entre ellos la incapacidad, al parecer insalvable, de Acción
Democrática para crear conciencia histórica de las razones y la justificación
de sus actos, -ya Pérez Jiménez se encuentra en olor de santidad- que va pareja
con la capacidad publicitaria de los deudos del neo-gomecismo
que han querido hacer del General López Contreras el padre de la democracia y
de Medina una figura digna de los altares, un seráfico San Martin de Porres como
dijera con humor Ibsen Martijnez –en una
obra de teatro- que fue injusta y cruelmente echado del poder.
Tan buena
ha sido esa publicidad neo-gomecista, que los nuevos dirigentes adecos, huérfanos
de formación ideológica y ágrafos como los llamaba el propio Betancourt,
esconden, con pudor de doncellas de novela victoriana, esa fecha “ominosa”, en
lugar de hacer de ella una efemérides partidista que debía celebrarse a lo
largo y ancho del país. Con orgullo legitimo, ya que, como le dijera el legendario
guerrillero antigomecista, Doctor y General, Roberto Vargas a Betancourt, al
pasar este por Ortiz en su primera gira administrativa como Presidente de la
Junta Revolucionaria de Gobierno, al responderle a RB quien le había dicho “Doctor
Vargas, siempre lo admiré, desde mi infancia. Ud. fue uno que supo
arriesgarlo
todo en la lucha contra el despotismo” , le respondió tajantemente el viejo
caudillo: “Yo lo felicito a Ud. y comparta esa felicitación con sus compañeros
de la Junta Revolucionaria de Gobierno. El 18 de octubre de 1945, fue el día en
que realmente murió Juan Vicente Gómez”.
Desde luego
sería simplista, poco serio, achacar la confusión sobre la trascendencia y el
valor de dicho acontecimiento histórico, solo a la incapacidad o negligencia
comunicacional de unos y a las habilidades los desplazados del poder en esa
fecha, son esos juicios a la ligera tan propios dentro de ignorancia
generalizada de nuestra historia contemporánea.
Las opuestas
interpretaciones, empiezan por la disputa semántica de que si debemos llamarlo
“revolución” o simplemente “golpe”. Fue ambas cosas. Un golpe que por los
cambios que engendró se
convirtió en una revolución. El propio
Betancourt nunca se llamó a engaño, sobre las consecuencias negativas de
que el derrocamiento mismo no ocurriera dentro del marco de una insurrección de vasto alcance: “El gobierno de facto nació
de un golpe de Estado típico y no de una bravía insurgencia popular. Lo que
tenía de negativo tal circunstancia no necesita ser subrayado.”
La verdad, es que el régimen tenía ya diez años
sobreviviéndose, milagro de longevidad política, tras la habilidad política de
López Contreras, en una transición muy difícil y los afeites liberales y el maquillaje democrático, tras la real bonhomía de Medina, de sus buenas intenciones, que no
se las escatimamos, seguía en esencia la patriarcal y autocrática figura del
general Juan Vicente Gómez, orientando desde donde estuviese, que no son sino
conjeturas los valores del “más allá” a los albaceas de su verdadera herencia:
Venezuela.
Pero el patrimonio no eran solo los
trescientos millones de bolívares confiscados, ni el millón de kilómetros
cuadrados, gobernados como hacienda personal, era también un grupo de unos
cuatro millones de venezolanos, hastiados de estar marginados de todo poder de decisión,
hartos de su condición de semovientes a los cuales López y Medina habían tirado
algunas migajas –siempre irrisorias- de
sus derechos constitucionales, a manera de distracción, mientras continuaban
con un sistema electoral viciado que marginaba eficazmente al pretendido
“ciudadano” de toda intervención real en la escogencia de sus gobernantes, desde el
Poder Municipal al Legislativo y Ejecutivo.
Las solas cifras del proceso
electoral para concejales y diputados a las Asambleas Legislativas, que fuera
calificado por Medina como “…las elecciones más libres y más limpias que conoce
nuestra historia”, son más elocuentes que las palabras, de 2.861 concejales y
diputados, 2.718 eran de filiación oficialista y ¡solo 142 ¡ de orientación independiente…
Es cierto
que no había detenidos políticos, Medina
no era
López Contreras con su “Ley Lara” y sus largas listas de proscritos, tampoco
López era Gómez, no usó grillos, ni envió a los presos políticos a hacer
carreteras.
Los diez años del albaceazgo del gomecismo,
marcaron una progresiva liberalización. Pero esta no iba a la velocidad de la Historia,
pretendía posponer lo más posible el
reconocimiento de los plenos derechos ciudadanos, fue necesaria la II Guerra
Mundial y el triunfo aliado que, predicaba el fin de los despotismos, para que
Medina. Olvidada su vieja debilidad por el Duce, abriera el compás. Abertura
relativa, la más importante iniciativa legislativa tomada bajo su gobierno, la
tan cacareada “reforma petrolera” de 1943, fue tratada de espaldas al Congreso –no obstante que la mayoría
gubernamental era abrumadora- para evitar que la opinión pública conociera sus
términos, fijados por el Ejecutivo con los abogados de las empresas petroleras,
asesoradas estas a su vez por representantes del Departamento de Estado, entre ellos
Herber Hoover Jr., hijo del presidente republicano del mismo nombre. Cuando fue
presentado a las Cámaras el proyecto de
Ley, fue bajo la especiosa figura de una “Ley—Convenio” es decir el Congreso no
podía decir sino amén. Ninguno de sus términos era modificable sin “romper” el
intangible arreglo.
Asombra,
aún dentro de este cuadro político surrealista, que un gobierno que contó entre
sus personeros a eximias figuras de la intelectualidad y a profesionales
liberales de primer orden, fuese tan inconmensurablemente torpe, además de
ciego y sordo, para no percibir lo que se estaba agitando en el fondo del alma
nacional, su displicencia suicida ante las fórmulas planteadas por la
oposición, para salvar la vía evolutiva, es decir para evitar la insurgencia.
Todo ello nos hace pensar que poco o nada contaba la llamada “ala dorada del
PDV” a la hora de discernir el asunto del poder, seguramente porque ni Arturo
Uslar Pietri, ni Rafael Vegas, ni Ramón Díaz Sánchez,
ni Mario Briceño Irragorri, ni Pastor Oropeza, Fernando Ruben Coronil, Espiritu
Santos Mendoza, Gustavo Henrique Machado ni Gustavo Herrera eran tachirenses.
El “ala dorada” era un producto de exportación, para brillo del régimen, pero
tanto Uslar como Rafael Vegas, por citar a los dos pabile más evidentes,
cumplían con el artículo tácito de la Constitución, que limitaba a un solo
estado de la República la tarea de proveer presidentes.
Para mayor
escarnio de la opinión pública, el gobierno ni siquiera se molestaba en
designar sucesor, el tapado no iba a ser ungido sino en el tercer trimestre de
1945, es decir a dos meses de las “elecciones”, con razón editorializó El País:
“si el país no puede elegir, al menos que se le permita opinar”.
Al escarnio
se añadía el riesgo, ya el General Eleazar López Contreras, conocedor y
perfeccionador del sistema electoral vigente y que sabía, por consiguiente, sus
menguadas posibilidades de ser electo,
había enseñado el tramojo: “tengo en
lugar preferente de mi casa, y no como pieza de museo, mi uniforme de General
en Jefe…”. La conspiración lopecista estaba en marcha, tenía ramificaciones
en todos los rincones del país y desde
luego en la oficialidad superior tachirense y gomera.
El peligro lopecista era una oportunidad de oro
para que el gobierno de Medina aglutinara en torno suyo a todo un país que se
negaba a retroceder. Esa oportunidad también fue defraudada, solo la fórmula
Escalante propuesta por Medina a su Embajador en los Estados Unidos, natural de
el Táchira, pero respetado por el país nacional, y aceptada por Acción
Democrática, pareció abrir un horizonte de esperanza.
Sin embargo, el siempre imponderable destino,
sumió a Diógenes Escalante en un desarreglo mental irreversible. Ante ello, aún
se ofreció al régimen la llamada “Candidatura Nacional”, para elegir a un
presidente de consenso que, en el plazo de un año, llamara a
elecciones generales, los nombres planteados merecían el respeto colectivo:
Oscar Augusto Machado Hernández o el eminente médico Martín Vegas.
“Hicimos
el último esfuerzo posible para evitarle
al país una conmoción perturbadora de su normalidad e incluso para darle al
Presidente Medina una oportunidad de pasar honrosamente a la historia, pues
conforme a mi proposición, la iniciativa debía aparecer como suya. Se nos
respondió destempladamente y ya no pudimos evitar el golpe de octubre” las
palabras de Don Rómulo Gallegos, hacen patente el empeño de AD por evitar la
salida cuartelaría. Empeño basado en muy buenas razones, una, la perniciosa
dialéctica de los golpes de fuerza, otra —la más importante— que no tenían duda
alguna de que serían los ganadores, si el pueblo era llamado a una libre justa
electoral. No nos atrevemos a afirmar que Dios tuviese especial empeño en perder
a Medina, pero lo cierto es que se cegó completamente.
A los reiterados
pedimentos de la opinión por conocer el nombre del delfín, responde el PDV en
términos casi risibles, así una circular interna de ese Partido, dada a conocer
por un periódico de Caracas el 8 de marzo de 1945, rezaba: “Las conveniencias políticas y el interés
mismo de nuestro movimiento aconsejan que esta decisión no se tome hasta un
momento más próximo a la elección efectiva del Presidente de la República... y
por otra parte de exponerlo a los ataques inmisericordes de todos aquellos que
tengan interés en hacer fracasar nuestro movimiento”
Ello hizo decir, al agudo y cáustico Andrés
Eloy blanco, que: “parecía tratarse de un
candidato-novia, con níveos velos púdicos y suerte de floreada vara de nardos
en la mano, provisto de una especie de mosquitero político”.
EL PARTO DE
LOS MONTES
El tan
esperado paladín, el misterioso “tapado”, que
tantos
trasnochos y aún pesadillas, produjo a la elite política de Venezuela, el gran
gonfalonero de la cruzada del PDV “ni un paso atrás”, resultó ser un ex gerente
del Banco Agrícola y Pecuario, a la sazón Ministro de Agricultura, desconocido
y de mediocre trayectoria burocrática, el Doctor Angel Biaggini. Eso sí, tenía
la virtud esencial, el haber nacido ‘‘del páramo de La Negra para allá”, es
decir en el Táchira.
Parece que el desconcierto de la oposición y
de la opinión pública, doméstica y foránea, solo fue superado por el de los propios
jefes del PDV. Betancourt me relató
que, en una cena muy privada, en la casa de Alexis Lope Bello, Arturo Uslar
Pietri le manifestó con sincera angustia “…
la situación política es alarmante, Baggini no duraría en el gobierno. Lo tumbarían
los sargentos”. Don Mario Briceno Irragorri señalaría años después “La suerte había sido echada con dados
falsos”, similares conceptos se conocen
de Don Ramón Díaz Sánchez.
La noticia
fue dada a conocer, en el mejor estilo de
las monarquías
absolutas, el 12 de septiembre de 1945, por un vocero de Palacio, “la causa” para usar el viejo vocablo gomero ¡tenia candidato!. Acción Democrática todavía
se sintió obligada a hacer pública la propuesta de la “Candidatura Nacional”,
que ya Medina, en privado, le había rechazado a Don Rómulo Gallegos, el documento terminaba con estas palabras inequívocas:
“Así quedará a salvo
nuestra responsabilidad
ante la historia, y mañana no podrán
imputarnos las
generaciones venezolanas
del porvenir el haber omitido nuestra palabra
conciliadora y animada de patriótica
preocupación, por evitarle al país
soluciones de violencia, en una de las más
dramáticas crisis
políticas que
recuerde la República”.
La respuesta
del Partido Democrático Venezolano –PDV- fue tan rápida como tristemente
pedante y despreciativa de la opinión pública: “Lo único que ocurre y a Dios gracias, que está ocurriendo, es que por
los medios constitucionales existentes se va a elegir el primer funcionario del
escalafón administrativo” y más adelante añadían desdeñosos “…puede que nuestro candidato no guste” y fingían asombro los
dirigentes medinistas de “…la premura e impaciencia con la cual AD
deseaba, por medio de un golpe de Estado pacífico, cambiar el sistema”.
LA CUESTIÓN
MILITAR
Para muchos
nostálgicos del sistema de cosas imperante en Venezuela durante los primeros 45
años del siglo XX, la “culpa” del 18 de octubre hay que
buscarla en los apetitos económicos de los militares y en la ambición desmedida
de poder de Rómulo Betancourt. El primer argumento constituye un elemento y
justificado de la irritación castrense, un subteniente, graduado en la Academia
Militar, ganaba 14 bolívares diarios, menos que un obrero. Pero mucho más
importante era la imposible pervivencia del sistema existente para los asensos
y los cargos –es decir al capricho del príncipe- y la coexistencia de una
oficialidad superior “chopo e´piedra” y semi-analfabeta con los oficiales
surgidos
de las
escuelas y academias de tierra, mar y aire.
En cuanto a
la ambición de poder de Betancourt, imposible negarla, pero lejos de desmedida
fue, en extremo, medida. Es cierto que apenas contaba 37 años de edad, pero
claro y definido estaba en su cabeza un proyecto de país, de transformación
profunda, que empezó a implementar apenas llegado al poder.
Lo que es palmariamente
cierto, es que las Fuerzas Armadas, no resistían más ese estado de cosas. Ni
López Contreras ni Biaggini –léase Medina- les garantizaban sus justos anhelos
de superación técnica y profesional, no era cuestión de “nuevos uniformes” ni “juguetes bélicos” como han dicho irresponsablemente
algunos intelectuales de “izquierda”. Se trataba de una institución vital para la
República que exigía el rol al que tenía derecho, dentro del marco constitucional.
El golpe
iba, con o sin Acción Democrática, ¿qué era
lo históricamente
correcto? dejar todo al albur de las circunstancias o apoyarlo y encauzarlo
hacia la vía democrática.
Los hechos son que, si AD no “tumbo” a Medina lo cierto que lo sustituyó y le dio forma a un
régimen que colocó, con casi 50 años de retraso, a Venezuela en el siglo XX.
¿NECESITA JUSTIFICACIÓN
ARREPENTIDA EL 18 DE OCTUBRE?
Hasta ahora
nos hemos limitado al análisis de los factores políticos que llevaron a
desembocar en el derrocamiento de Medina. Es fácil deducir, por el desprecio
que le merecía al régimen la opinión de su pueblo, que grado de sensibilidad
podría tener para sus problemas económicos y sociales. Era el nuestro -como va
en vía de serlo nuevamente- un pueblo
desnutrido, palúdico y asolado por toda suerte de parásitos intestinales. Con
una inmensa mayoría analfabeta y embrutecida por el hambre. Los beneficios
de la industria petrolera se quedaban en los bufetes de los abogados de las
empresas o en los bolsillos de una camarilla privilegiada.
Así puestas
la cosas, creo que el 18 de octubre se justifica solo, fue producto de una circunstancia
que no ofrecía otra salida. Los partidarios del análisis retrospectivo
pretenden manejar fichas de tableros y argumentar ahora, a posteriori, sobre
ese hecho. Hasta hay algunos que han llegado a afirmar que sin el 18 de octubre
no hubiese habido un 24 de noviembre (fecha del derrocamiento de Don Rómulo Gallegos)
el argumento es tan arbitrario como si yo dijera que, de no haber muerto
Joaquín Crespo en “La Mata Carmelera” los andinos nunca hubiesen llegado al poder.
LOS MUCHACHOS
DE OCTUBRE.
Perdone
aquel a quien le suene irreverente, pero un Presidente de 37 años merece, por
la insolencia de
esa edad,
ser llamado un muchacho. La edad promedio de los miembros de la Junta
Revolucionaria de Gobierno, no obstante la presencia de Gonzalo Barrios y de
Luis Beltrán Prieto, los dos mayores, debía estar en los cuarenta años. El
relevo no solo era cualitativo sino generacional, que es lo deseable, cuando se
logra esa rara y feliz coincidencia.
Escapa al espíritu de este trabajo, un estudio
de la labor de gobierno cumplida en los 40 meses de la Junta y en los nueve
meses de la presidencia constitucional de Gallegos, ricos en iniciativas
positivas y en errores políticos. Pero con un balance histórico muy importante.
En ese trienio se fundaron las bases de las
políticas fundamentales para un desarrollo independiente y soberano del país,
con un sentido nacional-revolucionario genuino, con la exigencia de ética
personal, política y administrativa de los actores. De hondo y
auténtico contenido social, se le dio el voto a la mujer, a los analfabetos
mayores de 18 años –es decir el 70% de la población- se inició una política de
integración económica, con la creación de la “Flota Mercante Grancolombiana”.
Hubo libertades plenas y por primera vez
en Venezuela elecciones auténticamente universales, libres y secretas, se
erradicó la malaria y se crearon sindicatos obreros y campesinos. Todo ello
explica el por qué durante tantos años, el pueblo venezolano le mantuvo su
confianza a Acción Democrática.
La visión
de un partido no electorero sino con doctrina y programa, con pasión y amor por
Venezuela, no fue una pose, ni un ardid político o publicitario, fieles a ellas
fueron sus líderes fundamentales -que ninguna relación guardan con los que
ahora se autocalifican como tales-.
El 18 de octubre de 1945, significó una promesa de
redención popular. Nadie hoy -salvo los náufragos de esa
jornada- y los “heredo resentidos”, cuestionan la sinceridad de la vocación política,
democrática y revolucionaria de sus protagonistas.
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