Leyendo a Don Mario, apenas uno o dos años mayor que yo, recordé el profundo impacto que en mi produjo ese proceso, a partir del cual seguí, aún con mayor atención, la evolución del devenir chino, y recordé haber publicado en El Nacional, en agosto de 1966, un artículo titulado "China ¿Revolución Cultural?" que afortunadamente fue incluido en mi libro "Política y Políticos" que publiqué en 1972, lo releí y resultó, como yo creía recordar, que ese doloroso "accidente", mejor dicho vulgar lucha de poder, despertó opiniones encontradas y severas críticas internacionales, no obstante que como dice, con razón, Vargas Llosa la "izquierda intelectual", especialmente la francesa y en particular Sartre y sus acólitos la saludaron como una epifanía. No obstante haberlo escrito cuando apenas tenía 23 años, lo reproduzco hoy -sin falsos rubores- a seguidas del texto de Vargas Llosa. Salud
ALFREDO CORONIL HARTMANN
La batalla de un hombre solo
Simon Leys se enfrentó a una corriente colectiva de eminencias intelectuales con el propósito de disipar la maraña de mentiras sobre la "revolución cultural" de Mao, aquella locura inspirada por un viejo déspota
En los años setenta tuvo lugar un extraordinario fenómeno de confusión política y delirio intelectual que llevó a un sector importante de la inteligencia francesa a apoyar y mitificar a Mao y a su “revolución cultural” al mismo tiempo que, en China, los guardias rojos hacían pasar por las horcas caudinas a profesores, investigadores, científicos, artistas, periodistas, escritores, promotores culturales, buen número de los cuales, luego de autocríticas arrancadas con torturas, se suicidaron o fueron asesinados. En el clima de exacerbación histérica que, alentada por Mao, recorrió China, se destruyeron obras de arte y monumentos históricos, se cometieron atropellos inicuos contra supuestos traidores y contrarrevolucionarios y la milenaria sociedad experimentó una orgía de violencia e histeria colectiva de la que resultaron cerca de 20 millones de muertos.
En un libro que acaba de publicar, Le parapluie de Simon Leys (El paraguas de Simon Leys), Pierre Boncenne describe cómo, mientras esto ocurría en el gigante asiático, en Francia, eminentes intelectuales, como Sartre, Simone de Beauvoir, Roland Barthes, Michel Foucault, Alain Peyrefitte y el equipo de colaboradores de la revista Tel Quel, que dirigía Philippe Sollers, presentaban la “revolución cultural” como un movimiento purificador, que pondría fin al estalinismo y purgaría al comunismo de burocratización y dogmatismo e instalaría la sociedad comunista libre y sin clases.
Un sinólogo belga llamado Pierre Ryckmans, que firmaría sus libros con el nombre de pluma de Simon Leys, hasta entonces desinteresado de la política —se había dedicado a estudiar a poetas y pintores chinos clásicos y a traducir a Confucio—, horrorizado con esta superchería en la que sofisticados intelectuales franceses endiosaban el cataclismo que padecía China bajo la batuta del Gran Timonel, se decidió a enfrentarse a ese grotesco malentendido y publicó una serie de ensayos —Les Habits neufs du président Mao, Ombres chinoises, Images brisées, La Fôret en feu,entre ellos— revelando la verdad de lo que ocurría en China y enfrentándose con gran coraje y conocimiento directo del tema al endiosamiento que hacían de la “revolución cultural”, empujados por una mezcla de frivolidad e ignorancia, no exenta de cierta estupidez, buen número de los iconos culturales de la tierra de Montaigne y Molière.
Los ataques que recibió Simon Leys por atreverse a ir contra la corriente y desafiar la moda ideológica imperante en buena parte de Occidente, que Pierre Boncenne documenta en su fascinante libro, dan vergüenza ajena. Escritores de derecha y de izquierda y las páginas de publicaciones tan respetables como Le Nouvel Observateur y Le Monde lo bañaron de improperios —entre los cuales, por cierto, no faltó el de ser un agente y trabajar para los americanos—, y lo que más debió dolerle a él siendo católico fue que revistas franciscanas y lazaristas se negaran a publicar sus cartas y sus artículos explicando por qué era una ignominia que conservadores como Valéry Giscard d’Estaing y Jean d’Ormesson y progresistas como Jean-Luc Godard, Alain Badiou y Maria Antonietta Macciocchi consideraran a Mao “genio indiscutible del siglo XX” y “el nuevo Prometeo”. Nunca tan cierta como en aquellos años, la frase de Orwell: “El ataque consciente y deliberado contra la honestidad intelectual viene sobre todo de los propios intelectuales”. Pocos fueron los intelectuales franceses de aquellos años que, como un Jean-François Rével, guardaron la cabeza fría, defendieron a Simon Leys y se negaron a participar en aquella farsa que veía la salvación de la humanidad en el aquelarre genocida de la revolución cultural china.
La silueta de Simon Leys que emerge del libro de Pierre Boncenne es la de un hombre fundamentalmente decente, que, contra su vocación primera —la de un estudioso de la gran tradición literaria y artística de China fascinado por las lecciones de Confucio—, se ve empujado a zambullirse en el debate político en el que, por su limpieza moral, debe enfrentarse, prácticamente solo, a una corriente colectiva encabezada por eminencias intelectuales, para disipar una maraña de mentiras que los grandes malabaristas de la corrección política habían convertido en axiomas irrefutables. Terminaría por salir victorioso de aquel combate desigual, y el mundo occidental acabaría aceptando que la “revolución cultural”, lejos de ser el sobresalto liberador que devolvería al socialismo la pureza ideológica y el apoyo militante de todos los oprimidos, fue una locura colectiva, inspirada por un viejo déspota que se valía de ella para librarse de sus adversarios dentro del propio partido comunista y consolidar su poder absoluto.
¿Qué ha quedado de todo aquello? Millones de muertos, inocentes de toda índole sacrificados por jóvenes histéricos que veían enemigos del proletariado por doquier, y una China que, en las antípodas de lo que querían hacer de ella los guardias rojos, es hoy una sólida potencia capitalista autoritaria que ha llevado el culto del dinero y del lucro a extremos de vértigo.
El libro de Pierre Boncenne ayuda a entender por qué la vida intelectual de nuestro tiempo se ha ido empobreciendo y marginando cada vez más del resto de la sociedad, sobre la que ahora no ejerce casi influencia, y que, confinada en los guetos universitarios, monologa o delira extraviándose a menudo en logomaquias pretenciosas desprovistas de raíces en la problemática real, expulsada de esa historia a la que tantas veces recurrieron en el pasado para justificar enajenaciones delirantes, como esa fascinación por la “revolución cultural”.
No hay que alegrarse por el desprestigio de los intelectuales y su escasa influencia en la vida contemporánea. Porque ello ha significado la devaluación de las ideas y de valores indispensables, como los que establecen una frontera clara entre la verdad y la mentira, nociones que hoy andan confundidas en la vida política, cultural y artística, algo peligrosísimo, pues el desplome de las ideas y de los valores, a la vez que la revolución tecnológica de nuestro tiempo, hace que la sociedad totalitaria fantaseada por Orwell y Zamiatin sea en nuestros días una realidad posible. Una cultura en la que las ideas importan poco condena a la sociedad a que desaparezca en ella el espíritu crítico, esa vigilancia permanente del poder sin la cual toda democracia está en peligro de desmoronarse.
Hay que agradecerle a Pierre Boncenne que haya escrito esta reivindicación de Simon Leys, ejemplo de intelectual honesto que no perdió nunca la voluntad de defender la verdad y diferenciarla de las mentiras que podían desnaturalizarla y abolirla. Ya en el libro que dedicó a Revel, Boncenne había demostrado su rigor y su lucidez, que ahora confirma con este ensayo.
Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2015.
© Mario Vargas Llosa, 2015
CHINA: ¿REVOLUCIÓN CULTURAL?
por: Alfredo Coronil Hartmann
Quienes hayan leído las charlas sobre Arte y Literatura en
el Foro de Yenán, o los poemas del camarada Mao Tse-Tung, deben estar
seguramente tan sorprendidos como yo; en efecto, ¿qué abismo incomprensible se
extiende de “La Nueva Democracia” a la Guardia Roja? ¿Qué extraño mecanismo de
equilibrio se ha roto en el milenario país oriental?
Las agencias noticiosas nos someten a diario a un intenso
fuego de contradictorias informaciones, las narraciones más escalofriantes nos
llegan por los más variados medios de difusión. ¿Qué está ocurriendo realmente
en China? Es, sin duda, la pregunta angustiada de los hombres sensibles de
ambos hemisferios.
Las apariencias, hasta ahora, parecen indicar que se está
viviendo una gran purga de estilo estaliniano, en la cual Mao y su Ministro de
Defensa Lin Piao, declarándose abanderados del Marxismo-Leninismo más ortodoxo,
arremeten contra el Presidente de la República Popular China, Liu Chao-Chi y el
brillante Secretario General del Partido Comunista, Teng Siao Ping, mientras el
Premier Chu En Lay funge de mediador.
El panorama es demasiado confuso aún y las fuentes informativas
demasiado “orientadas” para atrevernos a un diagnóstico serio del conflicto
provocado por la “revolución cultural”, pero existen una serie de factores que
debemos ponderar: hasta el presente todas las informaciones coinciden en que el
presidente Liu Chao Chi, tiene el respaldo decidido de los obreros y campesinos
y que Mao y Lin Piao actúan apoyados por la mayoría del ejército y de los “guardias
rojos”, hay pues una evidente contradicción entre las proclamas de “ortodoxia
marxista” de los seguidores de Mao y la actitud de las masas –concretamente los
obreros- que respaldan a los “revisionistas burgueses”.
Ahora bien, el que haya estudiado o siquiera seguido con
atención, el proceso de la revolución china, difícilmente puede llamarse a
engaño sobre la firme trayectoria marxista-leninista de Liu Chao Chi, líder de
las masas obreras de Shangai, fundador de los primeros sindicatos en varias
regiones de China, firme activista comunista desde los años veinte, podríamos
decir lo mismo de Teng o Deng Siao Ping, de Chen Yi –cofundador del ejército
rojo- y de casi todos los emplazados por la “revolución cultural”, cualquiera de
ellos tiene mejores credenciales políticas que el mariscal Lin Piao para
suceder a Mao en la dirección del Partido Comunista Chino.
Esta actitud incomprensible de Mao Tse-Tung, ha despertado
la imaginación de los observadores políticos y se tejen las más interesantes
hipótesis; se ha dicho que Mao es prácticamente prisionero del ejército, que
está afectado mentalmente, que lo domina su mujer y, naturalmente, no faltan
los simplistas que proclaman con voz de melodrama radiodifundido que “es un
monstruo insaciable de sangre”. A nosotros no nos interesa realmente ninguna de
esas posibilidades en lo que tienen de anecdótico o pintoresco; nos interesa sí
y nos preocupa, el rumbo que vaya a tomar ese coloso de más de setecientos
millones de habitantes ( hoy, virtualmente el doble: 1.360.720.000). Y la suerte de una cultura extraordinariamente
rica y que constituye patrimonio universal.
Hay síntomas realmente preocupantes. La llamada guardia roja
(que ha tomado el nombre de unas milicias militares que jugaron papel
importante en la conquista del poder por los comunistas chinos y que se caracterizaban
porque compartían su tiempo entre la lucha armada y las faenas agrícolas) presenta
todas las características de barbarie e intolerancia que presentaban los más
intolerantes y bárbaros cuadros de las juventudes fanatizadas de los regímenes
fascistas europeos; he oído, de labios de personas insospechables de
anticomunismo (1), cómo esos jóvenes “guardias rojos” decidieron exterminar y
exterminaron todas las aves China “porque perjudicaban las cosechas” el método
empleado no es menos decidor: se dedicaban a determinadas horas y por un calculado
lapso de tiempo, a escandalizar con cacerolas y otros artefactos hasta que los
pájaros, agotados de volar sin parar, perecían por extenuación. No pudo detenerlos
el consejo angustiado de los agricultores, que previeron, como en efecto
sucedió, que tal medida produciría un desequilibrio de la naturaleza: los
gusanos y otras alimañas que, normalmente, constituyen el sustento de los pájaros
devoraron inmensas cosechas, privando de alimentos a las de por si depauperadas
masas rurales de China. La declaración de que el piano era un símbolo
capitalista, fue atribuida al propio Mao, y por consiguiente se vio la
destrucción masiva de dicho instrumento musical.
Si se imponen -como es de prever- los seguidores de Lin Piao
y desaparecen los más valiosos dirigentes de la revolución china, ¿qué puede
esperar el mundo de un país dirigido por caudillos militares y por jóvenes fanatizados
y difícilmente controlables? ¿Cuál será la suerte de la revolución
marxista-leninista china en manos de lo que parece ser un neo-fascismo
castrense?
Liu Chao Chi, en discurso pronunciado en Hanoi, enfocó con
claridad el problema: “Mientras nos oponemos revisionismo -el peligro principal
que enfrenta el al movimiento comunista internacional- debemos oponernos
también al dogmatismo, oponernos a todas las formas de oportunismo de
izquierda”. Lenin lo había dicho con considerable anterioridad: “La enfermedad
infantil del izquierdismo en el comunismo”.
La suerte de China, desde el punto de vista de los comunistas
se inclina peligrosamente hacia un desviacionismo de izquierda. Desde el punto
de vista del mundo occidental y del sudeste asiático se hace cada vez
impredeciblemente peligrosa y amenazante.
pararescatarelporvenir.blogspot.com
(1) Entre ellos mi admirado amigo, el gran pintor Alirio Palacios, estudiante en Pekin en esas fechas.
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