A mi hijo lo asesinó el odio”
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Nota Editorial.-
Maduro banaliza la muerte del liceísta tachirense calificándolo de “hecho aislado”. Eso es cruel pero también una mentira. En Venezuela han caído, bajo las balas del ejército y colectivos armados promovidos por el gobierno, más de seis jóvenes en menos de una semana. Balas a la espalda y la cabeza. Como respuesta al reclamo popular, Maduro ha ordenado salir a las calles a defender su revolución. La guinda que enardece a los venezolanos es la “pesquisa” del Defensor del Pueblo quien, sonando platillos, ha revelado que el liceísta tachirense murió de un perdigonazo en la cabeza y no como resultado de un balazo. Y nos preguntamos, estupefactos, ¿importa el instrumento o importa la vida del pequeño? ¿Hasta ese punto ha llegado el desprecio a la vida humana?
Estamos claros en que harían cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Aún provocar un baño de sangre. El problema es que ya el poder no les calza: el Psuv, según los últimos sondeos de opinión, tan sólo cuenta con el 17% de respaldo lo cual, unido al rechazo que según cifras coincidentes concentra Maduro, plantea una situación extremadamente peligrosa para el gobierno. Ya los reacomodos son insuficientes, cosa de un pasado malabarista. El tiempo parece agotado.
Dos graves acontecimientos ocurridos en los últimos días revelan que el gobierno da palos de ciego: la arbitraria detención del alcalde metropolitano y el vil asesinato de un joven de 14 años en San Cristóbal. La impunidad acechaba detrás de la resolución planteada por el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López donde, de manera insólita, se deja a la discrecionalidad de un funcionario, o elemento de un órgano represor, la posibilidad de determinar in situ si se trata de una “amenaza mortal”. Ese pretendido decreto autorizó el disparo que terminó con la vida de Kluiverth Roa. El terrorismo de Estado ha encendido la pradera y ya la imputación del efectivo que apretó el gatillo no es suficiente para un país tan conmovido como indignado.
La tremenda frase de la madre del joven “a mi hijo lo asesinó el odio”, resume amargamente la receta de la violencia en Venezuela. El asesino del joven tenía 7 años de edad cuando Hugo Chávez llegó al poder. El odio inoculado por el discurso hostil, repugnante, amargo, resentido y bárbaro, que por más de 20 años este país escucha sin –a Dios gracias- dejar de lamentarlo y denunciarlo, ha hecho su trabajo: la conciencia de un hombre armado, con las armas de la república, no se inmutó al acabar con la vida de un niño de 14 años, un venezolanito como él, un chamito andino el cual, morral al hombro porque salía del liceo, sólo intentaba ayudar a otro caído y sangrante en mitad de la calle. Atroz. Da escalofríos de solo pensarlo.
Nos negamos a permitir que esta situación reduzca al hábito de sufrirla. La cultura de la muerte es lo que todo cristiano debe combatir. Nos debemos a la promoción y defensa de la vida, de esa vida que Dios nos regaló en un paquete que incluye la dignidad, la misma que hoy pisotea el odio que mata en nuestras calles.
Nuestros obispos, guías y pastores de la Iglesia Católica en Venezuela, lo han denunciado valientemente. Ellos, apenas en enero, advertían en su Exhortación: “Nos encontramos en una situación de violencia social cada vez peor. El lenguaje ofensivo, la descalificación sistemática a toda opinión contraria, incitan al fanatismo y a la irracionalidad. La crisis de inseguridad pública es intolerable… Y llamaban a la rectificación: “De nuevo afirmamos: el socialismo marxista es un camino equivocado, y por eso no se debe establecer en Venezuela”…
También, han anunciado lo que hay que hacer y señalado caminos: “Proponemos nuevamente el diálogo como la vía indispensable para lograr la concertación…Es preciso el respeto absoluto a los derechos humanos, y descartar la violencia excesiva en el control de legítimas manifestaciones del pueblo por parte de los funcionarios del Estado. También es necesario liberar a los presos políticos y no utilizar el sistema judicial para amedrentar e inhabilitar a adversarios políticos. La libertad de expresión y la existencia de medios de comunicación independientes deben ser respetadas”.
Parafraseando al Papa Francisco: cerrar filas con la globalización de la indiferencia no es para nosotros una opción. Todo esto es moralmente inaceptable.–
RCL
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