16 de agosto de 2015

"José Antonio Páez, Nueva York, mayo 1873 El sepelio de un General pobre" , por: Fabio Solano solanofabio@hotmail.com / pararescatarelporvenir.blogspot.com 16 de agosto de 2015

El fundador de la República de Venezuela, arquitecto de si mismo, el "Ciudadano Esclarecido"no porque el Congreso Nacional le hubiese acordado ese título, lo adquirió por derecho de una hoja de vida ejemplar. Salud.

ALFREDO CORONIL HARTMANN

Itaca 16 de agosto de 2015.
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"José Antonio Páez, Nueva York, mayo

 1873 El sepelio de un General pobre" 


por: Fabio Solano 

solanofabio@hotmail.com

El hombre se quitó el sombrero al entrar a la Iglesia. No todos los presentes eran católicos, pero guardaban respeto. Además, se trataba del sepelio del general. Afuera un carruaje tirado por dos caballos, con el féretro cubierto por dos banderas, había llegado a las 10 y media de la mañana. Pedro tenía en la mano la prensa vespertina del 6 de mayo de 1873, por la cual se había enterado del deceso del ilustre personaje, a quien conoció en sus años finales. Cuando estaba en Nueva York, el general lo mandaba a llamar para hablar especialmente de música. Muchos estaban enterados de la vida pública del héroe, prócer y luego perseguido y exiliado, paladín de la independencia de Venezuela. Pero pocos lo habían visto cantar “El Miserere”. Casi nadie de los que esperaban la colocación de la urna entre los seis grandes cirios, podían saber que el general había escrito un libro de música con cinco canciones originales. 

Increíble, pero el general Páez, el hombre clave de la Independencia liderada y dirigida por el Libertador, terminaba sus días en el exilio, con graves problemas económicos. El diario destacaba “… Murió pobre, emigrado de su país natal, del suelo que libertó con su pujante lanza, con el fuego de su corazón…”. Y mientras el féretro desfilaba rumbo a los cirios por el pasillo central de la iglesia de San Esteban, Pedro recordaba que hacía tres semanas el general todavía paseaba a caballo por Central Park. Era el único placer que le quedaba, y fue precisamente el clima de New York el que aceleró su muerte, a través de una insalvable neumonía. “Más le valía haberse quedado en Argentina, donde por lo menos tenía una pensión. La verdad, para allá iba en su último viaje, pero recaló en Lima, donde le otorgaron pensión militar mientras viviera allí. Por pura amabilidad, para no menospreciar a los peruanos, se quedó una temporada y ahí se produjo la baja de salud que lo regresó a los Estados Unidos. 

Todos en esta iglesia saben lo que el general hizo por su país y por América. Y todos resentimos la mezquindad de los gobernantes venezolanos, que por pura ambición de poder expulsaron al general de su querida patria”.

El sepelio había comenzando, cuando por la mente de Pedro pasó un halo de recuerdos. “El general apreciaba mucho a su familia, tenía a Dominga en un sitio especial de su alma, aun cuando su gran amor fue Barbarita. En cuanto a ciudades, nunca le gustó Caracas, más bien Valencia era su preferida. Ahí fue donde descubrió sus aptitudes musicales, su capacidad como cantante. Ah¡, cómo se oían de bien las canciones andaluzas en su poderosa voz. Gustaba tanto de Valencia, que cuando volvió a Venezuela en 1859, luego de un largo exilio, de inmediato se fue a esa ciudad donde tenía casa propia. Ahí había sido humillado por la persecución de los Monagas, y ahora lo recibían con honores. Eran los vaivenes de la política de un país convulsionado que no terminaba de asentarse”.

Pedro sabía bien que el general no tenía nada. Tanto que el embalsamiento del cuerpo lo hizo el médico cubano Federico Gálvez, sin cobrar un centavo. Y también conocía que todas las flores y demás componentes del servicio funerario se habían comprado por colecta entre sus amigos y admiradores, muchos de ellos cubanos que lo apreciaban. El general había escrito una autobiografía, que si bien tuvo éxito en cuanto a historia de la Independencia de Venezuela, no lo fue tanto para producir recursos para Páez. Comercialmente fue un fracaso, y su autor se lo pasaba promoviéndola para venderla a países latinoamericanos. “Al final vivía de una pensión militar otorgada por el gobierno de Colombia. Literalmente no tenía un peso". Aquel hombre que se había jugado la vida por la libertad de Venezuela, no recibía nada de su país natal. Si Bolívar no se hubiera muerto en Santa Marta, seguro terminaba igual. Y ahora José Antonio Páez, el general de la gran Batalla de Carabobo, será enterrado en el Marbel Cementery, por subvención. Si el gobierno venezolano no interviene pronto, sus huesos pueden terminar en una fosa común”. 


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