sábado, 8 de agosto de 2015
De Vichy a Miraflores
Dice el profesor de Harvard Stanley Hoffman, parafraseando a Paul Valery, que las masas que prefieren la silenciosa resignación a la acción garantizan la supervivencia de la especie pero que el destino de la especie lo determina quienes actúan. Una buena ilustración de esto es el drama vivido por Francia durante la ocupación nazi, en la segunda guerra mundial. Muchos franceses se plegaron a esta ocupación, se acostaron con el enemigo. Los restaurantes como Tour Argent y Maxim’s permanecieron llenos de oficiales alemanes acompañados de bellas niñas francesas. El gobierno colaboracionista de Vichy promulgó el Servicio de Trabajo Obligatorio, el cual obligaba a cada francés entre los 18 y 22 años a cumplir dos años de trabajo en la Alemania nazi. Esa decisión llevó a miles de jóvenes franceses a irse a los montes, a los “Maquis”, e ingresar a la resistencia.
La resistencia nace en un país invadido por fuerzas extranjeras. Quienes se unen a ella o se van del país invadido para seguir la lucha son frecuentemente tildados de anti-patriotas, “apátridas”. Ello es así porque el gobierno colaboracionista con el invasor es el que domina los medios que forman opinión. Ello hizo posible que, en 1940, fuera común escuchar que quien se quedara en Francia era un hombre de honor y quien se ausentara era un traidor. A De Gaulle lo caracterizaron como un cachorro del imperio británico y un instrumento en manos de los judíos, como un vulgar desertor (Dennis Peschanski, “Collaboration and Resistance”, New York, 200), página 173).
En algunos sentidos, el drama de Francia se reproduce en la Venezuela del siglo XXI, país invadido por la satrapía cubana, la cual ha podido manejar el rumbo de nuestro país a través de la seducción de líderes colaboracionistas como Hugo Chávez y Nicolás Maduro, ambos producto de un lavado de cerebro efectivo aplicado en la isla, en diferentes etapas y circunstancias. Chávez y Maduro representan el equivalente aproximado de Pierre Laval y de Phillipe Pétain. Fueron y son colaboracionistas de regímenes totalitarios, el Nazi y el Castrista.
Si los dos casos son similares (no idénticos, por supuesto), como en efecto creo que lo son, cualquier acto de acercamiento con el régimen chavista debe ser catalogado como un acto de colaboracionismo. De manera similar, cualquier acto de desobediencia civil al régimen puede definirse como un acto de resistencia. Al no estar en una situación de guerra, la resistencia venezolana debe ser pacífica pero no por ello menos vigorosa. La diáspora venezolana, en muchos sentidos, es un acto de resistencia y se hermana con quienes resisten dentro del país. En la Francia de los años cuarenta los miembros de la resistencia salían y entraban del país para llevar a cabo sus actividades. De igual forma, en la Venezuela de hoy, los exiliados venezolanos se mantienen activos en las labores de resistencia fuera del país.
Pero así como en la Francia de Laval abundaron los colaboracionistas, en la Venezuela de hoy existen grupos, organismos y personas que hacen posible la permanencia del régimen en el poder. En Francia los colaboracionistas estaban tratando de salvar sus pellejos. En la Venezuela de hoy los colaboracionistas están tratando de salvar, unos, riquezas bien habidas o de aumentar, otros, riquezas mal habidas. Como en Francia, en Venezuela hay que distinguir entre los chavistas (los nazis) y los colaboracionistas, quienes no son nazis pero si son seres parasíticos, buscando una simbiosis con el huésped para la satisfacción de sus necesidades, comodidad y prosperidad a cambio de su apoyo velado o explícito. Los casos de William Ojeda, Ricardo Sánchez, Didalco Bolívar, Hermán Escarrá, Oscar Schemel, los bolichicos, Wilmer Ruperti, el Alto Mando Militar o miembros del cuerpo de embajadores del régimen son bastante emblemáticos. La mayoría de ellos no comparten la ideología absurda del régimen, pero saben cómo utilizar sus habilidades para prosperar materialmente, cerrando los ojos ante los abusos y las transgresiones éticas del régimen. Como ellos, son miles los compatriotas que han prosperado bajo las alas de un régimen que viola todos los principios que recibieron en la escuela.
La tarea de quien no es colaboracionista es rechazar abiertamente, no en silencio, al colaboracionismo. Quien lo hace en silencio, de las puertas de su hogar para adentro, podrá ser un buen ciudadano pero no es un buen ciudadano activo. En la Venezuela de hoy no solo es necesario no hacer nada malo sino que es necesario actuar en contra del crimen. Como dice Hoffman, el destino de una sociedad está en manos de quienes actúan y deciden, no de quienes se resignan en silencio.
Quienes se sientan alrededor de una mesa con un régimen que ha violado y viola la constitución, las leyes y la vida misma de los venezolanos solo pueden ser definidos como colaboracionistas. No hay ninguna razón ética o estratégica para tratar de dialogar con un régimen abusivo y, además, agonizante. No solo es que es inmoral hacerlo sino torpe desde el punto de vista estratégico, ya que el régimen está más allá de la rectificación porque, sencillamente, eso no está en su naturaleza. Cuando el vicepresidente de FEDECAMARAS dice, por ejemplo, que el diálogo al cual ellos están dispuestos debe estar desprovisto de ideología, le está pidiendo al régimen lo que el régimen no puede dar, so pena de “auto suicidarse”. Le está pidiendo que renuncie a su naturaleza. Por eso, sentarse a la mesa con el régimen conducirá inevitablemente al fracaso, a la pérdida de tiempo o, en el peor de los casos, a concesiones indebidas al régimen, como lo sugiere el término “reconocimiento mutuo” utilizado por el presidente del organismo.
La historia de Vichy se repite, tropicalizada, en Miraflores. Hay diferencias, por supuesto. Pétain fue un héroe de la primera guerra mundial, el golpista Chávez fue un cobarde. Laval era un abogado, Maduro se hizo pasar por uno en la Junta Directiva de PDVSA. En lo esencial, han representado lo mismo: la derrota de la dignidad frente a la sumisión.
Publicado por Gustavo Coronel en 7:29
Comparto la observación de Gustavo, los laureles de Verdun, la vida militar del Mariscal Petain, lo que representó para Francia, lamentablemente se sobrevivvió y el octogenario que Laval manipuló deplorablemente es indefendible. Al presidente Mitterrand se le reprocho el haber depositado en su tumba, en acto privado y "secreto" unas flores, estoy seguro que lo hizo al héroe de Verdun y ESE las merecía...
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