Por César Vidal
Publicado mayo 3, 2016 12:15 pm
Publicado mayo 3, 2016 12:15 pm
Ha pasado prácticamente desapercibida en los medios de comunicación una
reunión de jóvenes comunistas de distintos países que tuvo lugar hace unas
semanas en Europa. En ella no sólo se apuntó a la felizmente extinta Unión
Soviética como al modelo político de futuro. Por añadidura y en tono
amenazador, se anunció el decidido propósito de conseguir que la Unión Europea
cree un nuevo tipo penal para castigar a aquellos que ataquen el comunismo –
socialismo aplicado lo denominan los muy cursis – o se atrevan a compararlo con
el fascismo o el nazismo. El plan – que no tiene por qué fracasar – nace de esa pésima tendencia
iniciada hace años y consistente en castigar penalmente determinadas opiniones
históricas.
Yo comprendo que haya
gente que se sienta ofendida porque algunos nieguen el Holocausto o la
existencia de las cámaras de gas. A esa cuestión dediqué yo mismo en 1994 mi
libro La revisión del Holocausto demostrando que tras
esa negación se escondía una agenda. El problema, sin embargo, es que, al
sustituir el debate académico por el código penal, se abrió la puerta a que
otras cuestiones históricas pudieran llevar a otras personas a sentarse en el
banquillo. No mucho después vino la penalización por negar que las acciones
turcas con los armenios durante la I guerra mundial fueron genocidio. En
España, hace años que se persigue castigar penalmente a los que no aceptan una
versión de la guerra civil semejante a la fraguada por la Komintern. Ahora, en
distintas naciones de Europa occidental, algunos sectores han decidido que el
peso de la ley empapada de ideologización caiga sobre los opuestos al
comunismo.
Dado que tal y como
está el patio puede acabar sucediendo cualquier cosa y además algunos miembros
de Podemos se encontraban en esta reunión, antes de que sea ilegal en la Unión
Europea y en España y soliciten mi deportación por graves pecados pasados, me
apresuro a decir que yo soy anticomunista. Lo soy por diversas razones.
Lo soy porque el
comunismo creó el primer estado totalitario de la Historia antes que Mussolini
o Hitler.
Lo soy porque el
comunismo exterminó – y sigue exterminando – al doble de seres humanos que el
criminal nazismo.
Lo soy porque el
comunismo, más de década y media antes que Hitler, creó una red de campos de
concentración donde murieron millones.
Lo soy porque, antes
también que los nazis, el comunismo, por orden directa de Tujachevsky, comenzó
a exterminar en masa a poblaciones civiles valiéndose del gas.
Lo soy porque, mucho
antes de la creación de los Einsatzgruppen, ya utilizaba el comunismo
camionetas con gas para asesinar a enemigos del régimen.
Lo soy porque, a
diferencia de lo sucedido con la política de Hitler, las víctimas principales
del comunismo fueron las gentes del propio país.
Lo soy porque
convirtió a centenares de millones de personas en esclavos que no tenían ni
siquiera autorización para desplazarse por el territorio de su nación de
origen.
Lo soy porque no hubo
derecho humano que no amenazara y quebrantara desde la posibilidad de crear sin
el yugo del estado a la propiedad privada pasando por la capacidad para
expresarse sin trabas.
Lo soy porque amo la
libertad y ésta en cualquiera de sus manifestaciones ha sido siempre perseguida
de manera despiadada por el comunismo.
Lo soy porque ha sido
un perpetuo generador de miseria para los pueblos que ha esclavizado como sigue
poniendo de manifiesto hoy en día Cuba o Corea del norte. A decir verdad, el
comunismo sólo ha funcionado mínimamente cuando ha dejado de serlo.
Lo soy además a título
personal porque buena parte de mi labor de historiador de los estados
totalitarios ha venido relacionada con el estudio de la documentación soviética
exponiendo en distintos libros la verdad de la acción de los agentes de Stalin
en España (Checas de Madrid), de las Brigadas
internacionales (Las Brigadas internacionales), verdadero ejército
de la Komintern en la guerra civil en España, de la represión bolchevique (La ocasión perdida) y del genocidio comunista en suelo español y polaco (Paracuellos-Katyn). Precisamente, esa tarea de décadas – y no es algo de lo que me guste
hablar – ha tenido costos notables en el plano personal hasta el punto de
peligrar mi vida. Por añadidura, de una manera u otra, la mayoría de esos
libros han terminado quedando fuera de la circulación.
Por estas y cien millones de razones más – una por cada uno de los
inocentes a los que el comunismo arrancó la vida en el siglo XX – soy
anticomunista. Dicho queda para cuando lo prohíban y se manifieste que no puedo
volver a pisar suelo español ni territorio europeo sin temor a que me detengan.
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