USA despierta en la pesadilla
venezolana
Juan
Carlos Sosa Azpúrua
En 2003, me encontraba en Madrid
demandando al régimen de Chávez por crímenes de terrorismo de Estado y Lesa
Humanidad. Nuestra premisa se basaba en la persecución política sistemática que
estábamos sufriendo en Venezuela aquellos que no comulgábamos con la ideología
que se estaba implementando totalitariamente.
Se acumulaban las estadísticas de
muertos y heridos que, directa e indirectamente, eran la consecuencia de un
lenguaje de odio; una rabia hecha discurso desde las más altas esferas del
poder, acompañado de la patente de corso conferida a los agentes del régimen
para cometer sus crímenes con impunidad.
Allí en España recibí al Wall Street
Journal, que me hizo una entrevista para conocer más a fondo los delicados
asuntos que estaba este periódico por revelar y que demostraban el altísimo
grado de peligrosidad que representaba el régimen chavista para la seguridad
del planeta (http://bit.ly/1C6Jsup).
La publicación estadounidense venía
investigando los nexos del régimen con grupos extremistas islámicos, así como
su activa colaboración con las actividades de los carteles de la droga
colombianos, camuflados en movimientos guerrilleros. Sugería Mary Anastasia O'grady, editora para
las Américas del Wall Street Jornal, que el comisionado de la CIA para asuntos
Latinoamericanos, Fulton T. Armstrong, debía ser depuesto de su cargo por rehusarse
a hablar en una audiencia parlamentaria sobre "tendencias políticas y económicas en el hemisferio
occidental”.
El riguroso diario estadounidense
afirmaba que no era momento para tomarse a la ligera "la peligrosa amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos"
que constituía el régimen, que lideraba en aquel entonces Hugo Chávez. Citó las acciones judiciales que estábamos
impulsando en España (y que finalmente fueron remitidas por su Audiencia
Nacional a la Corte Penal Internacional de la Haya), y mencionó la información
que le suministré, que era parte del material probatorio que sustentaba nuestra
demanda legal, que corroboraba la preocupación del Wall Street Journal sobre la
poca atención que le estaba prestando la CIA a estos temas.
Durante la entrevista salieron a flote,
entre otras amenazas, la nefasta influencia del Foro de Sao Paulo en la
desestabilización del continente, el cómo sentaba en su Junta Directiva a
connotados guerrilleros y narcotraficantes, entre ellos figuras prominentes que
formaban parte del régimen chavista; también el equipamiento bélico de las
fuerzas de choque, los denominados "círculos bolivarianos"; el
adoctrinamiento ideológico marxista en las escuelas venezolanas, así como la
presencia de guerrilla colombiana y grupos terroristas islámicos en nuestro
territorio.
La lista de peligros era larga y
suficiente para justificar plenamente la activación de una política
internacional seria y efectiva que pusiera énfasis en la necesidad de
desenmascarar al régimen chavista y ponerle fin al mismo, a través de
mecanismos institucionales avalados por los estatutos jurídicos vigentes en el
planeta y vinculantes extraterritorialmente.
Para aquel entonces, Estados Unidos se
encontraba en el centro del infierno, ya que su guerra en el Medio Oriente
estaba en su momento cumbre y las presiones que recibía por parte de la
comunidad internacional eran más parecidas a una avalancha que a cualquier otra
cosa.
Para oscurecer el cuadro, las
cotizaciones del petróleo tenían un sostenido ascenso, la geopolítica de
Eurasia, el rol de China en los mercados, la debilidad del dólar y la
multiplicidad de crisis internas fueron suficientes elementos para distraer la
atención del gobierno norteamericano respecto a lo que estaba gestándose en su
propio continente: un feto criminal con rasgos supra hemisféricos, concebido
por Fidel Castro y financiado con petrodólares venezolanos.
Aquí en Venezuela, caímos en un agujero
negro que nos fue chupando como fideos con su energía devastadora. Tras los
sucesos de abril 2002, el régimen intensificó la presencia cubana en todos los
organismos del Estado, incluyendo principalmente el aparato de inteligencia e
identificación nacional y la estructura electoral, para garantizar el monopolio
absoluto de las variables necesarias para consolidar su poder y conservarlo
indefinidamente.
La dinámica política fue degradándose a
pasos acelerados. Desmantelada PDVSA, destruida la fuerza sindical, infiltrados
los partidos y ONGS, inyectado el virus de la corrupción en las arterias del cuerpo
social y económico (gracias a la lluvia de petrodólares precipitándose
torrencialmente en las arcas del ejecutivo); se orquestaron fraudes
sistemáticos que erosionaron la poca institucionalidad que aún sobrevivía. Se
implantó una matriz de opinión deliberada, con la única idea de lavarle el
cerebro a la sociedad civil, convenciéndola que las luchas políticas eran
asunto exclusivo de los partidos, y que nada que tuviera peso en la vida del
país podía ser de su incumbencia.
La política se hizo sinónimo de elecciones.
Los asuntos de Estado se relegaron a las sombras de la nada, y los únicos temas
que captaron la atención nacional fueron asuntos subalternos, todos
consecuencias de una causa que se hizo anatema.
La naturaleza criminal del régimen y su
esencia totalitaria no parecían importarle a quienes manejaban los hilos de la
política venezolana, y aquellas denuncias hechas por el Wall Street Journal,
que tan acertadamente resumían nuestras
acciones legales en las cortes internacionales, simplemente pasaron sin pena ni
gloria, como un soplido de viento que no despeinó la consciencia de nadie.
Y pasaron los años, doce para ser
exactos, y aquí nos encontramos.
Hoy Venezuela es irreconocible. Las
cifras de muertos y heridos son tan largas que cuesta tabularlas sin morir de
tristeza. Somos el país más corrupto del planeta, más inseguro para la vida y
para las inversiones. Nuestra moneda es de agua y la inflación la gasifica, la
infraestructura es una fractura de guerra, los cerebros emigran como aves en
invierno. El dinero de la droga es el cemento que levanta centros comerciales y
restaurantes, robusteciendo las cotizaciones de unos bienes raíces que no se
venden tan caros ni en Park Avenue. En las cárceles se hacinan los inocentes,
presos sin delito; mientras en el poder están los más peligrosos delincuentes.
Las calles podrían ser rojas, porque es demasiada la sangre derramada por
jóvenes que han luchado por la libertad que nadie, salvo ellos y un puñado más,
parece apreciar.
Dentro de este escenario dantesco, las
ilusiones se debilitan por falta del sustento que les podría dar vida. Y ese
sustento es la coherencia que no existe en el liderazgo nacional. Salvo
excepciones, la misma nube negra que cubre todas las variables importantes que
dan existencia a nuestra sociedad, tapa por completo el espectro de la
política. Estamos en el momento más
peligroso de todos, porque si la ilusión se desvanece, entonces lo que sigue es
la resignación, y con ese espíritu apagado ningún país se levanta.
Este nueve de marzo, Estados Unidos
emitió un decreto ejecutivo que rescata el sentimiento que debió despertarse
aquel lejano año de 2003, cuando el Wall Street
Journal hizo su grave advertencia.
La orden ejecutiva del presidente Barack
Obama resume perfectamente lo que nos pasa: "declaro que la situación en Venezuela, incluida la erosión de garantías
constitucionales por parte del Gobierno de Venezuela, la persecución de los
oponentes políticos, el constreñimiento de la libertad de prensa, el empleo de
la violencia y las violaciones y abusos de derechos humanos en respuesta a las
protestas antigubernamentales, y el arresto y la detención de manifestantes
antigubernamentales, así como el agravante de una corrupción pública
significativa, constituye una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad
nacional y a la política externa de Estados Unidos, y yo por la presente
declaro emergencia nacional para abordar esa amenaza."
Aunque formalmente se trata de una
acción puntual, dirigida a siete gánsteres del régimen, la motivación
inequívoca es más trascendental y afecta la médula del problema: Venezuela está
secuestrada por un régimen forajido que viola sistemáticamente los derechos
humanos y constituye una amenaza no solamente para los venezolanos, sino
también para la humanidad entera, incluyendo obviamente a los Estados
Unidos.
Cuando una organización criminal
controla el poder de una nación y se vale de las instituciones del Estado para
cometer sus fechorías, los problemas de
seguridad se incrementan aceleradamente en ritmos que van escalando fronteras.
Y es mucho peor el problema, si ese secuestro criminal se da en un país que
controla unas reservas energéticas de escala planetaria y con posición
geopolítica estratégica, que ha creado vínculos con células terroristas e ideológicamente
nefastas, usando su jurisdicción territorial como puente terrestre, marítimo y
aéreo para la droga que destruye vidas en América y Europa.
Cuando un país sufre semejante tragedia,
el calor de su destrucción evapora cualquier noción de soberanía y
autodeterminación. No tiene caso
siquiera considerar a dicho país como una nación soberana, ya que ningún tipo
de soberanía califica cuando la voluntad libre para escoger un sistema u otro
no es una variable en la ecuación que determina si el estado de cosas amerita
una intervención radical.
La violación sistemática de los derechos
humanos, el terrorismo de Estado que persigue y suprime la libertad de
consciencia y el libre proceder; en pocas palabras, la presencia indiscutible de un sistema que
atenta contra la dignidad de las personas en su esencia nuclear, es una premisa
que justifica la preocupación del mundo y el accionar concreto de cualquier
país que se sienta amenazado.
La acción ejecutiva de Obama con
relación a Venezuela es el pago de una deuda que tenía intereses
moratorios. El hecho de ser la primera
potencia mundial es motivo de orgullo para Estados Unidos, pero también una
gran responsabilidad para con el planeta.
El mensaje es oportuno y muy
significativo. Estados Unidos se está comportando con seriedad y compromiso con
las causas que realmente importan a la hora de definir el tipo de mundo que
deseamos vivir, y los valores que hemos de defender para alcanzarlo.
El país norteamericano no está
entrometiéndose en un asunto que no le incumbe. Por el contrario, si Estados
Unidos no se pronunciase sobre lo que está ocurriendo en Venezuela, debería
sentir vergüenza.
Y esa es la misma vergüenza que
necesariamente debe abrogársele a todo venezolano que no se conecte con la
profundidad de esta realidad. No se
trata de tener injerencia foránea en asuntos de política interna de un país,
esto sí debe evitarse. Aquí están en
juego los valores fundamentales de la civilización mundial que afectan el
equilibrio del planeta.
Venezuela está a punto de extinguirse,
para darle paso a un espectro tiránico donde el hombre es más parecido a un
animal que a un hombre. Y eso que nos
carcome como sociedad, es un virus que se exporta, y que al entrar en contacto
con cualquier país, le produce lo mismo que nos está haciendo a nosotros. Por eso no es, ni debe ser jamás, un asunto
de política interna, aislado de la comunidad de naciones.
Venezuela no es el problema; es el
sistema criminal que la secuestró el que debe confrontarse y erradicarse.
Estados Unidos lo ha comprendido finalmente, bastante tarde a mi parecer (pero
mejor tarde que nunca).
Lo insólito es que haya sido Estados
Unidos y no Venezuela (nosotros venezolanos), la responsable del primer
pitazo. Es francamente preocupante la
reacción de la dirigencia política nacional a la acción ejecutiva de
Obama. Hemos visto con consternación el
cómo estas reacciones reflejan un total desprecio o desconocimiento de nuestra
realidad, confirmando lo que venimos sosteniendo desde hace años: que la
política en Venezuela consiste en hacer elecciones fraudulentas y punto.
La gravedad de la tragedia amerita un
abordaje urgente de estos asuntos, dejando de lado cualquier otro tema
subalterno.
En conclusión, se necesita para ayer la
reacción sonora y contundente de la sociedad venezolana. Llegó la hora de retomar los asuntos vitales
para nuestra superviviencia y llevarlos a cada uno de los diversos escenarios
del país, haciéndonos -todos y cada uno de nosotros- los protagonistas de la
historia.
La política es algo demasiado importante
como para dejársela en exclusividad a los políticos... especialmente si es un
asunto de vida o muerte.
@jcsosazpurua
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