5 de octubre de 2015

ROMULO BETANCOURT: LA VIDA COMO PEDAGOGIA por: Alfredo Coronil Hartmann, escrito para el 28-09-2015, gracias a CANTV publicado 5 de octubre 2015



ROMULO BETANCOURT:

LA VIDA COMO PEDAGOGIA



“He aquí el hombre más combatido de Acción Democrática, el objeto de las iras más frenéticas de nuestros adversarios políticos, hoy coaligados: Rómulo Betancourt.
A los demás dirigentes de nuestra organización se les perdona la vida; pero a Betancourt se le niega el pan y el agua y se quiere verle el hueso a la intemperie de inmisericordia”



Las palabras que acaban de leer, son un fragmento del discurso pronunciado por don Rómulo Gallegos, en el acto público celebrado en Caracas, en la Parroquia de San Agustín, en octubre de 1944, durante la campaña electoral desarrollada por su partido, en la que Rómulo Betancourt resultó electo Concejal por dicha Parroquia.
Betancourt lo aceptaba filosóficamente: “Morir en olor de unanimidad no es mi sino”.
Hoy se cumplen 34 años del fallecimiento en Nueva York a los 73 años de edad, de Rómulo Betancourt, para buen número de venezolanos, el padre de la democracia, para mí uno de los más entrañables y mejores amigos, y una figura tutelar en mi vida, a lo largo de veintitrés años. Hago mal en señalar una duración a esa relación, tan importante y gratificante, porque de hecho ha continuado, porque Rómulo Betancourt sigue siendo una presencia viva, un guía permanente y el ejemplo al cual me propuse ser fiel, fuere cual fuese el precio a pagar, en mi vida de hombre público.
La posición de privilegiada cercanía que la vida me ofreció  compartir con él, me permitió ir haciéndome a lo largo de los años una apreciación cada vez más decantada, de una personalidad en extremo compleja y atrayente. Confluían en Betancourt condiciones que rara vez se dan en un líder político: insaciable curiosidad intelectual, franqueza y claridad en la exposición de las ideas, consecuencia  ejemplar en la amistad y en los afectos, así como en las animadversiones genuinamente cimentadas y a su firme inteligencia se sumaba una inquebrantable constancia en los objetivos y un coraje sin desfallecimientos. Rómulo era muy avaro en otorgar el tratamiento de amigo y sólo lo hacía con personas a quienes respetaba.
 Al respecto hay una anécdota muy reveladora, ocurrida en Santiago de Chile durante su exilio, después del derrocamiento de Rómulo Gallegos, cuando un grupo de estudiantes adecos –entre ellos Jaime Lusinchi- , quien me refirió la anécdota, igualmente empujados al destierro en la hospitalaria tierra austral, le propusieron que recibiera a un individuo, a un periodista comunista o filo comunista, recién llegado de Caracas al exilio, y quien durante el gobierno de Rómulo Gallegos y del propio Betancourt, había guardado, si no un total silencio, por lo menos una muy discreta actuación, en sus publicaciones que bien hubiesen podido ser duras y muy críticas como fue el tono general de los medios en el trienio, para desatarse como una furia contra el régimen derrocado, después del 24 de noviembre de 1948, endilgándole los más asquerosos epítetos y acusaciones, después a su vez molesto con la Junta Militar, llegó a las tierras de José Miguel Carrera y de Bernardo O’Higgins, y buscó la compañía de los exilados adecos. Ante la ingenua y bien intencionada propuesta de sus jóvenes copartidarios, Betancourt vaciló por un instante y después, les respondió en un tono inequívoco: “No, gracias compañeros, yo tengo enemistades que cultivo”.
Así era el hombre, lo más alejado de la imagen acomodaticia y blandengue que algunos achacan a los políticos. Recio en sus posiciones y en sus apreciaciones. No dispuesto a cambiar la propia convicción por pequeñas ventajas circunstanciales.
Su memoria legendaria, no se limitaba, como creen algunos, en recordar los nombres y las circunstancias de compañeros de alejados confines de la República, diez o veinte años después del último encuentro personal.  Era prodigiosa cuando comentaba un texto, por extenso y profundo que éste fuese. Lo recuerdo hablando con propiedad y profundidad de Hegel y citando pasajes enteros de sus obras. Su velocidad de lector era impresionante, devoró el voluminoso libro de Arthur Schlesinger, “Los mil días de Kennedy”, en apenas dos noches de lectura, y cuando yo lo terminé, una semana o diez días después, lo discutimos y lo recordaba con mucha más precisión que yo mismo, que entonces apenas había traspuesto los veinticuatro o veinticinco años de edad.
Establecimos una amistad profunda, e intelectualmente muy provechosa para mi, cuando le interesaba un tema, un libro, compraba dos ejemplares, uno para él y el otro para mí, no me atrevo a decir que los leíamos simultáneamente, por la sensible diferencia en la velocidad de lectura, que señalé en el párrafo anterior, y luego los discutíamos. Desde que murió siento que –entre muchas cosas muy importantes- perdí a mi compañero de lecturas y además un “buceador” experto en temas, materias y autores siempre interesantes o divertidos, tenía compradores designados en Europa y Estados Unidos, entre ellos Arturo Uslar Pietri  -durante sus años como embajador en la UNESCO- en París, Paco de Juan en España, Miriam Blanco Fombona de Hood, en Londres y dos o tres amigos en USA, el curso era exigente, pero enormemente enriquecedor. El decía, exageración amable, que yo me sabía sus libros de memoria, en todo caso me designó miembro de la Comisión encargada de editar sus obras escogidas y además coordinador ejecutivo de la misma, la comisión la presidía Simón Alberto Consalvi y la integrábamos, demás de Simón y de mi, Ramón J. Velásquez y su amigo el culto y sensible panameño Diógenes de la Rosa y tres financistas ad hoc  Julio Pocaterra Montel, su pariente Arturo Tovar y César Hernández. Lo convencí de la conveniencia de buscar un editor internacional muy acreditado, (como ya él había hecho cuando editó en el exilio “Venezuela: Política y Petróleo” en 1956, con el Fondo de Cultura Económica, en México), que tuviese distribución en todos los países de habla hispana, me preguntó ¿Cuál?  y le dije sin titubear que Seix Barral y respondió ¿tú crees que sea posible? Le aseguré que si y me fui a Madrid y luego a Barcelona, desde la ciudad condal lo telefonee y le informé el acuerdo obtenido, lo hizo feliz.

Siendo un jefe nato, entendía que el ejercicio de la jefatura comporta, entre otras muchas características, la capacidad de la propia disciplina y la sujeción a la autoridad del colectivo. Por ello fue respetuoso de las decisiones de su partido, aun cuando aquellas no coincidieran con su apreciación de los hechos. Concretamente me señaló, en varias oportunidades, su resistencia a postularse como Concejal en las elecciones de 1944, y cómo aceptó dicha postulación porque así se lo impuso, la decisión mayoritaria del Comité Ejecutivo del partido. Innumerables serían los ejemplos en este sentido, pero resulta verdaderamente aleccionador que nunca invocara sus “derechos de autor” para sustraerse a la voluntad mayoritaria.  La única excepción que conozco, a esta actitud, se produjo cuando, en su segunda presidencia y controlada la mayoría del CEN, por el grupo conocido como ARS cuyo jefe formal era su querido amigo Raúl Ramos Jiménez, pero en la práctica manejado por el médico Marabino Jesús Ángel Paz Galarraga, Secretario General del partido, planteó en su reunión semanal ordinaria con la cúpula adeca, la necesidad de romper relaciones diplomáticas con la dictadura cubana, cuya intervención en la política venezolana era  ya obvia. La mayoría arsista del CEN se opuso a la ruptura, entonces Betancourt respondió: “… Bien, entonces mañana yo rompo relaciones con Cuba, ustedes me expulsan del partido y yo convoco a una cadena nacional de radio y televisión y le habló a las bases de Acción Democrática”. El CEN, demás está decirlo, modificó su postura y la democracia venezolana cortó con el despotismo de Castro. Conversando con posterioridad sobre esto, me explicaba: “… era necesario que yo tomara esa medida, la situación era insostenible y no me podía exponer y jamás permitiría que las Fuerzas Armadas me lo exigieran…”

Su Irrupción en la Política

En la Venezuela de su adolescencia, especie de departamento estanco, inclusive dentro de Latinoamérica, que aún transitaba culturalmente por el siglo XIX, en más de un sentido, bajo la pesada atmósfera de la dictadura gomecista, una sensibilidad despierta como la de Betancourt, debía buscar algún camino de expresión. Desde niño había estado en contacto íntimo con el pueblo, han sido relatadas frecuentemente sus aventuras cazando zorros en los alrededores de Guatire, y sus escapadas al entonces caudaloso río Pacairigüa, también su contacto con los arrieros, que pasaban por el negocio en el que trabajaba su padre, don Luis Betancourt, un canario de mente despierta y líder natural, junto con su esposa doña Virginia Bello Milano, de la comunidad guatireña.
Esa sensibilidad, innata y estimulada, del adolescente Rómulo Betancourt, se encaminó primero hacia la literatura. El mismo decía, con su agudo y mordaz sentido del humor, que había “perpetrado” dos cuentos, cuya calidad literaria reconocía como inexistente. Estas primeras inquietudes preocuparon profundamente al padre de Rómulo, quien tenía  -al igual que muchas personas de su época— una cierta aprehensión al ambiente y a los vicios que rodeaban a los intelectuales y artistas, casi todos al servicio de la dictadura y entregados a una vida de bohemia, fácil e improductiva. Me recuerda, inevitablemente, esta posición de don Luis Betancourt, la de la madre del gran escritor francés Romain Gary, relatada por él en un apasionante libro que me regalara Rómulo, “La promesa del Alba”, quien se aterraba, recordando el número de escritores o de pintores que habían muerto sifilíticos o víctimas del alcoholismo o algún otro vicio, inexplicablemente asociados por la señora con la actividad intelectual o creativa.
Ante las inquietudes de don Luis, doña Virginia, con esa claridad premonitoria que, a veces, tienen las madres y que no puede ser explicada por ninguna razón científica le decía: “no te preocupes, que él va a ser algo muy grande”. Por una vez esa presunción iuris tantum, como diríamos los abogados, resultó exacta y en el modesto hogar guatireño se estaba incubando la más grande personalidad venezolana del siglo XX.
La revolución rusa de 1917, cuyos ecos no podían del todo ser apagados, ni siquiera por la férrea censura existente, más la agudización  -en los últimos años de Gómez-  de los aspectos más negativos de su régimen, que coincidieron, como suele ocurrir, con su propia senilidad, despertaron en la juventud de su tiempo inquietudes revolucionarias. La  Universidad, esa eterna cantera de movimientos, ese crisol de la angustia colectiva, fue el punto de partida de las jornadas de 1928, que no vamos a historiar aquí porque son de sobra conocidas, pero que no podemos dejar de mencionar, constituyeron, por así decirlo, el debut político de Rómulo Betancourt y de esa generación de tan enorme gravitación en la vida venezolana del siglo XX. Movimiento el del año 28 que era más una explosión que una acción política, sin contenido ideológico definido y con una integración heterogénea, además a él se sumaron algunos muy importantes dirigentes de mayor edad y algunos ya profesionales universitarios,  que hoy en día son vistos como pertenecientes “al 28” tal es el caso de Andrés Eloy Blanco, Válmore Rodríguez, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Gonzalo Barrios. La muchachada valiente y aguerrida, civil y militar, que participó en esos hechos, no pensaba si no en liberar a Venezuela del yugo de la dictadura, que ya llevaba 20 años, si es que no incorporamos a la cuenta los ocho del compadre Cipriano.
Aventado a su primer exilio, Betancourt no se precipita ni al despecho ni a la simple oratoria revolucionaria, se abalanza sobre el bien más preciado para el hombre, y que era inalcanzable en la Venezuela de entonces, sobre los libros, de todo tipo, especialmente aquellos que trataban de economía y de esa negra sangre que enloquecía a los hombres y que parecía brotar en forma ilimitada del subsuelo de la adolorida Venezuela: el petróleo. La primera barrera que se encontró fue la del idioma. Los textos disponibles sobre la materia petrolera eran, prácticamente en su totalidad, en inglés o en francés. Diccionario en mano, palabra por palabra, iba traduciendo los textos y enterándose de su contenido. Este largo interés por el petróleo lo llevó a convertirse en el hombre mejor informado sobre la materia en Venezuela, hasta bien entrados los años 40.
 También pudo informarse, ya no sólo en la fuente directa de los textos marxistas, sino en las experiencias ya publicadas, de grandes intelectuales y políticos, que habían vivido el sarampión comunista y estaban de regreso del espejismo iluminado de Lenin, que ya se iba convirtiendo, en las manos de José Stalin, en una triste mazmorra de millones de kilómetros cuadrados.
Víctor Serge, André Gide, Arthur Koestler y muchos otros, fueron devorados por la curiosidad del joven Betancourt. Y John Dos Pasos, Steinbeck, William Faulkner, Waldo Frank, atrajeron también sus pupilas veinteañeras. Fue fascinado por el genio y la consistencia intelectual de León Trotski, y comentaba que, el estudio de su pensamiento le había impedido cualquier tentación de ser estalinista, sin que lo llegara a convertir en trotskista, lo cierto es que muy tempranamente y por su propia comprensión e intuición de nuestra realidad, llegó al convencimiento de que el camino para nuestro país era la estructuración de un movimiento nacional revolucionario, un frente de clases oprimidas y no la importación de un esquema prefabricado para otras realidades.
Resulta curioso, y él siempre lo señalaba en forma prístina, que este proceso de comprensión de nuestra realidad y de concreción de esa comprensión en un esquema de acción política, ocurrió en forma paralela, pero absolutamente desvinculada, del proceso que llevó a idéntica conclusión a Víctor Raúl Haya de la Torre, cuando estructuró el movimiento Aprista. Partido hermano, pero de ninguna manera padre ideológico de Acción Democrática.
Habiendo estudiado a Marx, con un rigor que lo hacía decir, sonriendo, que él era “el único marxista venezolano”  porque era el único que verdaderamente conocía el pensamiento de Marx.
 No obstante, no debemos pasar por alto una realidad que él señalaba y reivindicaba con frecuencia, que habiendo sido un denodado estudioso de Marx y de Engels y admirador de muchos aspectos del pensamiento de Lenin, no fue nunca “comunista” en el sentido que hoy le damos al término.
 Militó, es cierto, en el Partido Comunista de Costa Rica y hasta ocupó posiciones destacadas en esa organización,  pero el partido comunista costarricense no estaba adscrito a la internacional comunista, es decir no estaba sometido a las líneas que desde Moscú se impartían y eran, como los ucases de los zares, de obligatorio acatamiento en todo el orbe, eran marxistas-leninistas, ticos…
La Historia de Rómulo Betancourt ya ha dado pie a la publicación de numerosos libros, en el futuro se publicarán muchos más. No obstante esta no pretende ser una biografía, por ello voy a dedicarme, particularmente, a ciertos aspectos fundamentales de su personalidad y de su acción.

Frente a la Corrupción

Condenar la corrupción verbalmente, es un hábito generalizado entre los demócratas y no demócratas de todas las latitudes. Combatir la corrupción, en todos los frentes y con el propio ejemplo, ya es mucho más raro. Betancourt entendió siempre que ser honesto no consistía solamente en no robar, sino también  en no permitir que otros lo hicieran y en no cohonestar la deshonestidad de nadie, fuese o no de su propio partido. Sobre este aspecto fundamental de su personalidad, de su sentido ético de la política y del acontecer humano, hay numerosos testimonios, y el mejor de todos: su propia vida. Citaremos solamente algunos de ellos.
En una declaración hecha en presencia de Don Mariano Picón Salas y un grupo de amigos, el 25 de febrero de 1959, decía: “La integridad de un hombre tiene dos pruebas fundamentales que superar en dos extremos de la vida: cuando se está en el fondo; pero bien en el fondo; y cuando se llega a la cima. Yo he pasado por ambas pruebas y aquí estoy, a la vista de mi pueblo”.
Un año y medio después repetía: “He dicho, y quiero repetirlo a los venezolanos, que yo goberné por tres años y no robé; que voy a gobernar por cinco años y que no robaré; pero que tampoco voy a tolerar que nadie, al amparo de un gobierno por mí presidido, pueda ser prevaricador, un usufructuario de porcentajes, un traficante de influencias. Definitivamente en Venezuela vamos a poner de moda la honradez”.
Y entendiendo el carácter íntimo, subjetivo y no solamente político de su actitud decía: “Se procede por propia honradez y por el afán pedagógico de gobernar educando. De gobernar demostrando que se pueden administrar presupuestos cuantiosos sin robar”.
Es decir, siempre hay un sentido formativo en su actitud y no solamente el cumplimiento con su propia virtud, con sus propios principios.
Y en una entrevista con la periodista Alicia Segal fue mucho más preciso: “Tenemos que trabajar muy duro para que el ladrón de los dineros públicos deje de ser complicitado por la sociedad y sea más bien objeto de escarnio colectivo. Esa tolerancia social frente a los traficantes de los dineros de la Nación es la que considera como “vivo” y no como “criminal” a quienes se enriquecen ilícitamente... La inmoralidad administrativa en Venezuela obedece a que nos cubre una riqueza fácil, la de los petrodólares, a la desorganización del Estado, a que ha nacido como una religión del billete que empuja a hacer dinero rápido y sin trabajar”.
Y en el Teatro Municipal de Caracas, durante un homenaje que le rendía la Orquesta Sinfónica de Venezuela, con motivo de sus 50 años de vida pública, afirmaba en su estilo peculiar: “No profeso un optimismo panglosiano. Venezuela no es una versión tropical de Alicia en el país de las maravillas. Nuestra democracia tiene feas verrugas en su faz y me atrevería a decir que lacras vergonzantes. Nuestra democracia tiene carencias, pero precisamente, lo fundamental y promisorio del sistema democrático es la capacidad de las sociedades libres para enderezar los rumbos torcidos”.
Y al recibir el Doctorado en Derecho, de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, remachaba:  “El manejo aséptico y escrupuloso del patrimonio público es el compromiso menos eludible de los gobernantes democráticos. La corrupción administrativa es el ácido corrosivo inexorable de los cimientos de regímenes nacidos del sufragio”.
Desde luego, para Betancourt, no había peores corruptos que aquellos compañeros de partido que incurriesen en hechos de esa naturaleza, los llamaba las “ovejas negras de la familia”. Llegó a explicar: “Cuando nos nace un hijo procuramos guiarlo por el buen camino, pero no sabemos que será”. En 1977 escribió: “Venezuela confronta el riesgo de que pueda podrirse y aun desintegrarse. En cuanto a la distribución de los ingresos, el 65% lo recibe el 20%  más rico de la población, y el 7,9% para el 40% más pobre. Es sencillamente repugnante por su injusticia –y agregaba-  Detrás de ese biombo pantallero de la nación con un ingreso per cápita más alto de América Latina y situado entre los más altos del mundo, con mayores reservas internacionales de divisas fuertes, respaldando la moneda, se oculta la verdad dramática de que somos una pobre nación rica. La escala de valores del país ha sufrido una vergonzosa distorsión. Poseer dinero, mucho o poco, exhibirlo y gastarlo, con vulgar echonería, es credencial, alardoso prestigio, símbolo del status preeminente… Se predica la religión del gigantismo. Sólo deben hacerse –le dicen al país para hacerle un devastador lavado de cerebro- las inversiones públicas multimillonarias. Ellas son las que dejan amplio margen de tela para cortar y no las orientadas al aumento del cupo escolar, a la mejor asistencia de la salud pública; a mayores prestamos oportunos al industrial y agricultor pobre; a la reforma agraria más eficiente; a los servicios públicos expandidos y cumplidores; a casas baratas para la gente de bajos ingresos. Nuestro sistema de valores ha sufrido una grave distorsión. Una histeria colectiva ha incitado a los venezolanos a un consumo insensato y extravagante, peor todavía ha sido la propagación de la corrupción y el soborno… No debe haber demora en combatir el vicio vergonzoso de la corrupción administrativa, hasta que sea completamente erradicada”.
El eminente médico y humanista Blas Bruni Celli, en su ensayo titulado “Rómulo Betancourt frente a la corrupción administrativa”, aborda con brillantez este aspecto. Dice Bruni Celli: “Betancourt es hoy sin duda el hombre que en nuestra historia republicana ha predicado con más tesón y constancia, con más gallardía y valor, y sobre todo con más autoridad moral, que la principal virtud del gobernante ha de ser la honestidad, entendida ésta en su más prístina aceptación, como regla de conducta vital, cuyo ejercicio produzca a la postre noble y natural satisfacción”.  En este Ensayo Blas Bruni Celli hace referencia a la obra “Latinamerican Politic’s and Goverments” de Austin E. Mac Donald, quien comentaba: “El sueldo del Presidente equivalía a unos 14 mil dólares al año. Esa asignación era insuficiente en un país de vida tan cara como Venezuela. La Ley imponía que los Jefes de Estado al retirarse del cargo concurrieran ante un juez e hicieran declaración pública de su capital y deudas. El ex Presidente Betancourt demostró que sus ganancias al abandonar la presidencia eran 343 dólares”.
Y la reputada revista Fortunede Nueva York, la misma que suele publicar listas de los hombres más ricos del mundo, citada en el mismo trabajo, comentaba en abril de 1949: “Cuando Betancourt llenó el requisito constitucional y dio cuenta de sus haberes, después de ejercer durante dos años la presidencia de uno de los países más ricos del mundo, su capital ascendía a 1.154 bolívares. Semejante honradez por sí sola es un milagro en América Latina”.
Esta posición, militante e inflexible, de Betancourt frente a la corrupción administrativa, fue compartida por la generación fundadora de Acción Democrática, y sería excesivo entrar en ejemplos de cada uno de los creadores del partido, voy a citar simplemente dos testimonios: Andrés Eloy Blanco, el poeta más popular de Venezuela y dirigente inolvidable de Acción Democrática, en un artículo titulado “La reacción y el peculado” hacía señalamientos drásticos: “El truco en cuestión consiste en predicar la especie de que no se debe esgrimir contra un gobernante, que tiene méritos de demócrata en otro orden, sus delitos de peculado, porque de esa forma se le dan armas a la reacción. Dicen ellos que la reacción para atacar lo que ellos odian, que son las conquistas democráticas en el orden político, apela la acusación de peculado, y que no se le debe hacer el juego. . . Entonces, ¿quiénes le hacen el juego a la reacción? Los reos de peculado que figuran en las filas democráticas. Si ellos no hubiesen robado, no darían lugar a que se los dijeran”.
Los reaccionarios están deseosos de que un demócrata falle, cuidado de los demócratas debe ser mantener sus filas limpias, mediante una implacable disciplina... Me contraigo a la más rotunda negativa de que el soberano derecho a pedir pulcritud a los gobernantes sea hacerle el juego a la reacción. A una reacción de reos de peculado, no es posible hacerle el juego así. Y a una reacción de doctrinarios sólo les hace el juego el que comete el delito y el que desee encubrirlo”.
“Precisa que los gobernantes que aspiren al afecto de los pueblos y al título de demócratas, llenen todo su deber; el político mediante un gobierno de avance ininterrumpido y de osadía antireaccionaria, antifascista y antioligárquica; y el administrativo, mediante un diáfano y cuidadoso empleo de la riqueza pública... Nada de términos medios. Democracia y no media democracia. Y sin honradez administrativa, el régimen democrático no es completo”.
Gonzalo Barrios, nuestro respetado y admirado Presidente del Partido,
señalaba: “La corrupción administrativa es el Talón de Aquiles de todos los gobiernos. . . En casos semejantes se pone en tela de juicio la verdadera naturaleza, y hasta la misma legitimidad, del régimen viciado y se abre uno de esos paréntesis de crisis, durante los cuales cualquier cosa puede suceder y para los pueblos atónitos, se hace aceptable cualquier cosa que suceda”.
Me atrevo a asumir, como una apropiación no indebida, sino debida, para Rómulo la afirmación de Pierre Viansson-Ponté, referida a uno de los políticos extranjeros, que Betancourt leía y admiraba, Viansson-Ponté había dicho del gran prócer socialdemócrata francés, Pierre Mendès-France: “…es la prueba viviente, de que la acción política no envilece por naturaleza, ni el poder pervierte por su esencia…”. Le calza a la perfección.


Política Militar

Pudiera resultar paradójico hablar de la política militar de Rómulo Betancourt, cuando éste siempre afirmaba que “la mejor política militar es no hacer política con los militares”. No por simple gusto de la paradoja, sino porque entendió claramente que la mejor garantía de la institucionalización y profesionalización de las Fuerzas Armadas era el respeto a las reglas del juego castrense, la escrupulosidad en no intentar intervenirlas políticamente, sino en verlas como un cuerpo fundamental de la nación para su defensa y soberanía, y no campo abierto al proselitismo partidario. Se ocupó y preocupó por ellas, dedicaba un día a la semana —los miércoles— exclusivamente a recibir oficiales y sub-oficiales que le pedían audiencia, muchas veces para tratarle problemas personales, familiares y hasta íntimos. Ello le permitió desarrollar una relación muy especial con nuestras Fuerzas Armadas, que vieron en él un verdadero Comandante en Jefe.
El constitucionalista Ambrosio Oropeza, en un artículo publicado en “El Diario de Carora”, el 14 de marzo de 1964, y titulado “Rómulo Betancourt, Jefe y Presidente” señalaba con acierto: “Al terminar su período presidencial, ni un día más ni un día menos, como lo había prometido porque el mandato no expira sino cuando lo reemplaza el sucesor, es unánime el consenso de la crítica al señalar el hecho como un suceso histórico y como una hazaña verdadera. Pero, para quienes le conocen   bien, la sorpresa no puede ser abrumadora. Porque Betancourt no es un civil como Vargas o Andueza Palacio. Es un jefe de Estado a quien, ciertamente, no adornan charreteras ni asistió a las academias militares, pero lleva como prenda que ni se compra ni se hereda, el coraje y la intuición del mando de otros venezolanos, que tampoco estudiaron en las escuelas de la milicia, pero que se impusieron con talento y con resolución a sargentos díscolos y a conspiradores ensoberbecidos. No fue comandante del ejército porque una ley establece que el Presidente de la República es la autoridad suprema en los cuarteles, sino porque, aún venciendo hostilidades y recelos, los soldados de Venezuela nunca se sintieron ofendidos, sino por el contrario enaltecidos y respetados cuando les manda un civil como Rómulo Betancourt, que es su igual en la resolución y en el arrojo para echar el hombro a situaciones conflictivas. Y porque el ejército entiende que su comandante según la ley, ni tiene miedo ni le tiembla el pulso para enfrentar atentados, alzamientos y conspiraciones, el hombre civil sin estudios, ni títulos castrenses, le presta su concurso a la tarea que hace honor a las Fuerzas Armadas.  
El General de División (R) Raúl Morales, al cumplirse el primer aniversario de su desaparición física, hizo el siguiente retrato harto elocuente: “El Presidente Betancourt es un venezolano sobresaliente, luchador infatigable por sus convicciones, de rasgos virtuosos y humanitarios como muy pocos hombres; con sensibilidad anticipada de los acontecimientos y sus consecuencias; de inteligencia cultivada que sobrepasa niveles muy altos; con un aplomó a toda prueba, producto de una disciplina que siempre lo mantuvo como un samán aragüeño, en su sitio. Jamás el presidente perdió la compostura de estadista y Primer Magistrado, ni en los momentos más difíciles, sostuvo las riendas del país con la firmeza del jinete que guía su cabalgadura por vericuetos que hacen peligrar su marcha y el logro de su destino. Era severo, pero justo y se regocijaba felicitando a quien procedía bien”.
y añadía más adelante Raúl Morales: “A ese venezolano le sirvió esta Casa Militar y a la par del sagrado deber que significa ese servicio, tenemos la honra y el orgullo de haber estado a su lado, porque todos los días aprendíamos una nueva lección, siendo quizás las más hermosas: la dignidad, la lealtad, la honestidad, símbolos indiscutibles de su persona... Muchos políticos se refieren frecuentemente y con marcado énfasis a un totalitarismo de los militares por acciones que en circunstancias aisladas parecieran involucrar a las Fuerzas Armadas en procederes antidemocráticos. Nosotros rechazamos esas apreciaciones, por cuanto nuestra institución demuestra cada día más arraigo democrático que nadie, y dudamos mucho de quienes, entre civiles y militares, desde que existe nuestro sistema de libertades han puesto en verdadero peligro este ambiente de participación que hoy vivimos, producto de la convicción y la lucha de este hombre que fue nuestro Presidente. El Presidente Betancourt, a diferencia, tenía una clara conciencia de la importancia tanto del poder político como del poder militar, y equilibró la existencia de ambos por un profundo respeto. Las Fuerzas Armadas con él recobraron su verdadera posición dentro del Estado... Así fue nuestro Comandante en Jefe”.
 Estas hermosas palabras del general Morales, lucen extrañas hoy, después que un oficial que desgobernó a Venezuela por tres lustros, vulneró la meritocracia y las virtudes castrenses y presentó a las fuerzas armadas casi como el “enemigo natural” de la civilidad y las instituciones democráticas, a extremos que no conocíamos.
 Juan Vicente Gómez, quien se ganó las preseas de general en Jefe, derrotando, uno tras otro a todos los caudillos que usufructuaban a Venezuela, que no abandonó la Comandancia en Jefe de las fuerzas armadas ni cuando tuvo a presidentes civiles al frente de la administración, fue un dictador militar, qué duda cabe, pero su gobierno no fue militarista, hasta nombró al primer civil como ministro de Guerra y Marina, el Abogado Jiménez Rebolledo. Tampoco Pérez Jimenez, militar de Escuela, aunque nunca echó un tiro  –el estratega virgen, lo llamaba Betancourt,  por la hemorragia de condecoraciones que lucía-  tuvo gabinetes, ni congresos militaristas, solo recurrió a ellos cuando se estaba tambaleando,  ya al final de su régimen.
El gran escritor peruano Mario Vargas Llosa, publicó en noviembre de 1977, una entrevista informal que le hiciera al Presidente Betancourt, en la biblioteca de su quinta “Pacairigüa”. Preguntó el prosista Vargas Llosa: “¿Por qué en su país los militares respetan el poder constitucional y en otros no ocurre lo mismo?”. Lo sustantivo de la respuesta es esto: El momento crítico —dice Betancourt— sobrevino al estallar el movimiento guerrillero contra mi gobierno.  La lucha contra la guerrilla no la dirigió el ejército; la dirigí yo. Mi gobierno no abdicó de esa responsabilidad como hicieron otros gobiernos civiles en América Latina, por cautela política, prefiriendo que fueran los militares quienes se ensuciaran las manos. Aquí, fue el gobierno civil, desde el primer momento, sé que asumí esa tarea, arrastrando la impopularidad y a pesar de la feroz campaña internacional en contra nuestra. Los militares respetan a quienes saben mandar”  y -acota Vargas Llosa- ”No hay duda que él sabe y que le gusta hacerlo: al decir estas cosas gesticula con energía”.
El propio Betancourt en las palabras que pronunciara en el Aeropuerto de Maiquetía, al regresar de Nueva York el 20 de abril del año 77, después de recuperarse de una intoxicación medicamentosa, que hizo temer por su vida, señaló: “Pienso también que en el pináculo castrense y en los subtenientes y tenientes que están de guarnición en las zonas periféricas; y los guardias nacionales, y los soldaditos, los sargentos y el personal técnico de sub-oficiales de carrera, también se me dedicó un pensamiento, Es el mundo castrense que he vivido, que conozco y que respeto, mundo que no está marginado a Venezuela sino que está integrado a la sociedad venezolana y no como una añadidura superficial, sino como una necesidad vital de la República. Las armas que Venezuela puso en sus manos son para garantizar nuestras fronteras de tierra, mar y aire, para respaldar al régimen democrático venezolano, que el pueblo se dio en libres y soberanas elecciones”.
Recuerdo que a raíz de su autoexilio, durante la presidencia de Raúl Leoni, le pregunté sobre un alto oficial que me había impresionado mucho, quien entonces, ya retirado, se desempeñaba como embajador, ¿qué referencias tenía él antes de nombrarlo en un cargo fundamental de la jerarquía castrense? Se sonrió pícaramente y me dijo, que lo único que sabía de él, además de que era un buen oficial, es que era muy anti-adeco, y se rio. Este oficial resultó ser uno de los más eficaces colaboradores de su gobierno.
Es una gran lección que no puede perderse si estimamos que los dos grandes protagonistas que acompañaron a Rómulo Betancourt en el afianzamiento de la democracia venezolana, fueron las Fuerzas Armadas y los trabajadores organizados de Venezuela.

Caudillismo, Mesianismo y Egolatría

Ramón J. Velásquez, muy admirado amigo y eminente historiador, califica a Rómulo Betancourt como ‘“el último caudillo y el primer dirigente político moderno de Venezuela”. Efectivamente, había en su personalidad rasgos y características que podrían considerarse una bien lograda simbiosis de dos arquetipos bien definidos. No obstante es totalmente ajena a su personalidad la inclinación mesiánica, providencialista, demagógica y populista que ha caracterizado a muchos lamentables casos históricos.
Betancourt era simultáneamente un hombre de pensamiento y un hombre de acción.  El ególatra, el supuesto mesías, el pretendido predestinado, tiene características bien distintas. En su excelente trabajo “Totalitarismo y egolatría”, el Profesor Gregorio de Yurre, al hacer un retrato espiritual de Benito Mussolini señalaba: “Entre su sicología y su ideología existe una relación de dependencia: la espina dorsal de su sicología, es su ambición de poder y de gloria; el centro de su ideología es también el poder, el imperio, como pedestal de su gloria. En él tiene tal preeminencia el propio yo, que la idea es un vehículo de sus grandes ambiciones, un instrumento de realización de su ambición de poder... En lógico resultado de exhaltación del propio yo que le condujo a la cima de la egolatría”.
En absoluta subordinación de las ideas a la mera ambición personal, como él explica más adelante en ese mismo trabajo, en forma muy clara, al comentar el cambio de chaqueta de Mussolini, de socialista a fascista: “Cuando ese camino se obstruyó definitivamente con su expulsión del partido, Mussolini creó otro nuevo, el partido fascista, del que fue fundador y director, partido de ideas opuestas a las que hasta entonces había defendido. Una vez que la idea socialista no se mostró propicia para la conquista del poder, a Mussolini no le costó gran cosa el cambio de idea, si ello podía facilitar el logro de su ambición. . . Esta ambición constituye la espina dorsal de la sicología y personalidad del Duce. Podían cambiar y cambiaron de hecho, sus ideas; pero esta gran pasión no cambió nunca: fue el timón y el motor de su nave”.
Razonamiento que a más de estar apoyado en los hechos históricos, es una resultante elemental de la personalidad del ególatra, del egocéntrico, del hombre que cree que el mundo gira en torno suyo y a su capricho. Pasan de la extrema derecha a la extrema izquierda. De la persecución de los comunistas al coqueteo con la Rusia soviética y sus satélites. Del blanco al negro. Lo único importante, lo único que cuenta es el resultado, la propia glorificación a cualquier precio. En el caso de Mussolini, él lo dijo muy claramente, afirmó reiteradas veces: “El fascismo es Italia”, para decir en otras oportunidades: “Fascismo es Mussolini”, de donde, inevitable resultado de esta ecuación, Italia era Mussolini. Su adoración por Italia no es sino el culto a sí mismo, para el dictador italiano el pueblo es un objeto de dominio, una masa que contiene una fuerza y de ella se puede servir para realizar la gran meta de sus sueños: el poder y la gloria. Mientras el pueblo es pedestal, Mussolini lo ensalza, cuando el pueblo se marcha por otro camino, Mussolini lo desprecia y maldice.
Paradójicamente, los ególatras, pese a su fiera apariencia, son extremadamente débiles. Manejables por el halago y la adulación. Actitudes que en un hombre como Betancourt no producían sino el más hondo desprecio.
Los adulantes, conociendo esta debilidad, llegan a manejar al hombre providencial que se cree omnipotente. El titiritero pasaba a ser títere de aquellos que halagaban su ego, su insaciable vanidad. Grandi, Ministro del Duce, señalaba: “Veía en cualquiera que se le acercase un enemigo, especialmente si se trataba de hombres de su partido, y era instintivamente inclinado a sostener al parecer opuesto al de su interlocutor, en cambio se dejaba ganar fácilmente por quien comenzase reconociendo su superioridad. Era, ingenuamente, diría yo, infantilmente, conquistable. Bastaba darle la sensación de dominio. De golpe perdía toda desconfianza, frente a una simple declaración de fidelidad o de admiración”. Más adelante el Profesor de Yurre analiza a Adolfo Hitler afirmando: “Practicó el culto al propio yo durante toda su vida, aunque naturalmente, este culto alcanzó su cénit y la categoría de religión en la época de su vida política. Esta es la tentación fundamental, a la que se ven sometidos los hombres que viven en ese mundo del poder, especialmente cuando el poder no tiene frenos ni límites eficaces. .. Se sintió infalible. .. En vano hemos intentado hallar en su vida un solo caso en el que confiese haberse equivocado y cargue sobre sí la responsabilidad de su fracaso. Todo el mundo se equivoca menos él, todo el mundo es responsable menos él. Quien no comulga con su opinión es idiota”.
Cuantas veces nos tropezamos, en estos procelosos mundos de la política, con hombres de esta clase, que saben más medicina que los médicos, más ingeniería que los ingenieros, más derecho que los abogados, juegan mejor ajedrez que Capa Blanca y hubiesen superado a Clark Gable, de haberse dedicado a la cinematografía. Es el arquetipo del ególatra, de ese hombre peligroso que cree tener todas las respuestas para todas las preguntas, y que no se pregunta nada a sí mismo, porque cree ya lo sabe todo. Dentro de esta visión todo es lícito, y esto implica la sumisión y la instrumentalización de todo principio al servicio de ese yo supremo.
El camino contrario es el de quien trajina, el que llega a la política por vocación de servicio y sentido de la historia, dispuesto a consumirse en una larga pasión por su país, sin garantías de éxito y a todo riesgo, para satisfacer una necesidad honda y profunda de su naturaleza: servirle a su pueblo y a su nación, consolidar sus instituciones y el bienestar de sus conciudadanos. Fue el caso de Betancourt la antítesis del mesías ególatra. Por ello impidió el culto a su propia personalidad y rechazó la reelección: “Desde el 64 dije que no iba a ser nuevamente Presidente de Venezuela. Lo dije porque glosando a Bolívar: “Desgraciado el hombre que manda muchas veces y más el pueblo que lo obedece”. No voy a ser Presidente de Venezuela”.
Jetzinger reduce la personalidad de Hitler a tres grandes rasgos, la oratoria, la ambición de dominio y el odio sádico. Con un poco menos de sadismo esas mismas características son las de Mussolini y confirman al arquetipo del mesías ávido de poder y que se cree centro del universo.
Para Hitler, Mussolini, Perón o cualquiera de esos enfermos “populistas”, el partido no es sino un instrumento de la voluntad del jefe. Para darle valor real a las leyes existentes, a las estructuras establecidas habría sido necesario constitucionalizar a Mussolini, o a cualquiera de esos otros dos compañeros en este ejemplo simplificador. Es decir, el Duce debería haber sido requerido al cumplimiento de las leyes existentes. El desbordamiento de la voluntad del Duce produce contradicciones por doquier. Se hacían nombramientos desde arriba, donde era necesario recurrir a elecciones y asambleas regulares; se tomaban determinaciones sin consultar a los organismos destinados al efecto. La constitucionalización de Mussolini fue imposible, el mito se impuso. El mussolinismo triunfó y se convirtió en una práctica destinada a legitimar la ilegitimidad. Ya no es el fascismo el que está en el poder sino el mussolinismo. En otras palabras, una nueva versión de aquella afirmación que se atribuye a Luis XIV, “El Estado soy yo”.
Estos hombres endiosados, concentrando en sus manos todo el poder y todas las decisiones, necesitan extender su dominio no sólo a las muchedumbres sino también al tiempo. Quieren crear una era, una época que lleve su nombre. Para ello, multiplican, en epiléptica actividad, decretos emanados de su simple voluntad, acumulan reformas, aunque éstas sean mera cosmética. La suplantación del partido implica la suplantación del pueblo y el aislamiento completo de la comunidad. Un partido absorbido por el jefe, o por la voluntad de arriba es un partido aislado, incapaz de estar en contacto con el pueblo. Se trata de un partido paralizado, monopolizado por el mandato y la decisión de arriba. El exceso de autoridad provoca la burocracia y la hipertrofia de todo el organismo. El monopolio del decreto elimina la iniciativa y el impulso de abajo. Porque,  ¿qué es un partido si no crítica en acción? El partido convertido en hato de cortesanos toma el aspecto de una masa gregaria. El ex Ministro Grandy afirma: “En 1932 se suprimió de hecho el partido fascista, sustituyéndole un cesarismo personal que estaba muy lejos de nuestro viejo fascismo, como la tierra de la luna. No más congresos y asambleas de partido, no más órganos directivos nombrados desde la base sino exclusivamente escogidos por él. La intriga y la antecámara sustituyeron a las libres elecciones y las reuniones oportunas de los fascios de combate”.
Este desbordamiento de poder personal, termina por metamorfosear a los propios protagonistas. En un principio Mussolini sabía escuchar, inclusive, formaba parte el escuchar de su formación de autodidacta y era fácil hablarle y exponerle las críticas más duras. Es la época del coloquio, al menos del coloquio entre los suyos. Luego vino la época del soliloquio. El endiosamiento y el mito produjeron un Mussolini concentrado en sí mismo, dogmático e infalible, personas con criterio propio, con sentido de la responsabilidad, no pueden sobrevivir junto a ellos. Hemos llegado a la cima del personalismo, se ha dejado atrás al pueblo, al partido, a los ministros y a los organismos supremos. Puede marchar delante solo y sin estorbos. Pueden tomar decisiones supremas por su cuenta, sin dar cuenta a nadie de la dirección que va a tomar su política.
Esta descripción es realmente arquetípica. Es casi el camino obligado del hombre que se pretende providencial, que por consiguiente se coloca por encima de todas las limitaciones. Rómulo Betancourt en su libro “Hombres y villanos”, al analizar -por supuesto entre estos últimos- a Mussolini afirma: “Lo que el César de opereta se atribuía a sí mismo y lo que pretendía haber inculcado a su pueblo, era pura palabrería. La eficiencia en la organización del trabajo; la capacitación de la industria; el perfeccionamiento de la exportación agrícola; el desarrollo y generalización de la técnica; la popularización de la cultura; la armoniosa estructuración de todo el orden social, en fin, lo que el fascismo agitaba como verdad incontrastable y como una garantía segura del futuro grandioso de Italia, eran falsificaciones deleznables, edificaciones de cartón piedra para embaucar a los incautos y conquistar la admiración de algunos extranjeros superficiales... Es evidente una concordancia de estilo y de contextura moral entre dichos fenómenos y el que se expresa en América, mediante las aclamaciones y abdicaciones en favor de supuestos hombres necesarios, providenciales, en cuyas manos muchos encuentran grato depositar la propia responsabilidad”. Alertando sobre el peligro de fenómenos como el que narraba, añadía: “En las últimas elecciones celebradas en la Península, antes de la marcha sobre Roma, de 1919, mientras el Partido Socialista conquistaba una tercera parte de los sufragios y 159 puestos en el parlamento, las huestes fascistas no lograban elegir un solo representante, estaban, sin embargo, muy cerca del poder. Pero lo alcanzaron gracias a las complicidades de la Corona, a las intrigas de la alta finanza, a subsidios inconfesables, a una conjura bien planificada que explotó al máximo la incapacidad de muchos dirigentes políticos y la desorganización evidente de los partidos democráticos”.
En la misma obra, Betancourt analiza, con implacable crudeza, el más clásico de los fenómenos populistas latinoamericanos: Juan Domingo Perón. “Juan Domingo Perón hizo su aprendizaje político en la Italia de Mussolini en pleno auge del Fascio, fungía de observador militar en el ejército de Los Alpes y memorizaba las gesticulaciones y grandilocuencias  del Duce , espectador embobalicado de las periódicas apariciones suyas en el balcón sobre la Plaza Venecia. La filosofía mussoliniana de Nietzsche y de Georges Sorel; el culto al superhombre y la exaltación de la violencia, la apelación a los instintos primarios de la gente y una concepción paternalista de la justicia social: tales fueron los ingredientes con los cuales amasaría después Perón ese plato picante del justicialismo”.
Y más adelante señala, como la miopía de las fuerzas democráticas: “Entregó a la demagogia peronista un campo propicio y virgen; el de las reivindicaciones populares insatisfechas…”. Añade Betancourt: “El flamante presidente encontró a su país en optimas condiciones económicas y fiscales. En el mundo hambreado de la posguerra, la Argentina era productor en grande de alimentos que alcanzaban altas cotizaciones: carne, grasa, cereales. Argentina tenía saldos a su favor en Bancos de Londres y Nueva York, hasta por mil setecientos millones de dólares. Se ha hecho el cálculo de que esa suma equivalía al 62% de todas las disponibilidades de oro y dinero de la América Latina, para aquellos días, y de que la Argentina con 16 millones de habitantes, tenía tantos medios de pago como los 72,5 millones de habitantes de Brasil, Cuba y México reunidos”.
“Pero se demostró una vez más, que la demagogia populachera y la violencia pueden servir para alcanzar el poder pero no para realizar una administración coherente y seria, creadora de riqueza estable y de cultura esclarecida. Con fines demagógicos el peronismo en el poder se embarcó en una gestión administrativa dispendiosa y desarticulada. Nacionalizó ferrocarriles y otras empresas extranjeras, pagándolas a precio de oro, compró armas en cantidades fabulosas, donde las hubiera y a cualquier precio, distorsionó la economía tradicional del país, mediante un plan coercitivo de industrialización a plazo fijo. Y todo ello unido al florecimiento de una exuberante inmoralidad administrativa, Jorge Antonio, Dodero, el cuñadísimo Juan Duarte, la propia Doña Evita, se enriquecieron a ojos vista. La vasta clientela del régimen, incluidos los jerarcas, alardeo de una abundancia en dinero tan súbita como grosera”.
También es un lugar común de los ególatras populistas, hacer una pirotecnia verbal antiimperialista: “Frente a los Estados Unidos lanzó una campaña virulenta, encontraba ecos en pueblos resentidos por la torpe y sórdida política estadounidense de postguerra. En el conflicto oriente-occidente, se situó en la llamada tercera posición, suerte de limbo en la pugna de ideologías contrapuestas. Sus diplomáticos intrigaron en todas partes, iban provistos de dinero las escarcelas, susurrando, alentando y financiando planes contra todo régimen que no comulgara con las ruedas de molino de ese latino americanismo de pega y bajo la hegemonía de Perón, que se exaltaba desde Buenos Aires. Sin embargo para desgracia de los pueblos, estas verdaderas plagas históricas que constituyen los hombres providenciales, son a veces tan afortunados, que quienes los suceden en el gobierno logran hacerlo tan mal, que aparece una añoranza suicida y amnésica entre densos sectores populares”.
Así lo recuerda Betancourt: Los gobernantes argentinos que le sucedieron después de su desplome, lograron lo que parecía imposible: mantener vivo en la mente y el corazón de las clases trabajadoras el mito peronista”.
Ese mito peronista llegó a extremos tan lamentables como aquel estribillo vergonzante: “Ladrón o no ladrón, queremos a Perón”. Es decir, a la total complicidad a cambio de un espejismo de prosperidad intangible. A su salida del poder estimuló guerrillas urbanas y rurales. Sus jóvenes adeptos comenzaron a verlo como una especie de Mao del cono sur. Este fenómeno de coqueteos izquierdistas en los albores de la andropausia, no es raro. Igual fenómeno ha ocurrido con muchos políticos latinoamericanos que van a buscar a La Habana, de rodillas ante el déspota de Cuba, los certificados de buena conducta democrática. Betancourt no se engañaba, en un discurso en el Colegio de Ingenieros de Venezuela, el 22 de febrero de 1978, afirmaba: “He vivido lo suficiente para haber aprendido que los aclamasionismos a hombres públicos tienen deleznables cimientos y que las rachas nada benévolas de la historia terminan siempre por desmantelarlos. Me he preocupado de acercarme al hombre que diseñó Rudhard Kipling, en su poema “If” un sí no afirmativo sino condicionado”,
La estrofa exalta al hombre capaz de haber visto pasar junto a él, entre sus manos, con la misma indiferencia fundamental, la persecución y la derrota: la victoria y el poder”.
En la condena lapidaria al hombre providencial, le acompañó lo más granado de la dirección nacional de su partido.  Andrés Eloy Blanco, el 14 de septiembre de 1945, había escrito: “Ataqué con todas mis fuerzas al hombre providencial, a ese hombre que todo lo sabe y todo lo remedia… Si se quiere hacer de Venezuela lo que debe ser, a ese hombre providencial y necesario hay que fusilarlo”.
Mas no siempre, el hombre providencial, toma las aberrantes formas de un Mussolini, de un Hitler, de un Stalin o de un Perón. Individuos defendibles en más de un aspecto de su vida, incurren en errores similares. Cuando los Estados Unidos eligieron al General Eisenhower como Presidente, esta decisión colectiva fue recibida con sarcástico escepticismo por la opinión internacional. El General Douglas Mc Arthur llegó a calificarlo de “apoteosis de la mediocridad”. El General Charles De Gaulle, normalmente mas diplomático, llegó a afirmar: “El no está hecho para las necesidades políticas cotidianas y mucho menos para las de un gran país”. El triste papel, que cumplió el general de cinco estrellas, fue el ser manejado como una marioneta por su Secretario de Estado Foster Dulles, y sin embargo estaba convencido que estaba cumpliendo un gran papel. Sherman Allans, que se había retirado de la Casa Blanca en 1958, por un escándalo financiero, pero que siguió cultivando la amistad de Eisenhower, lo visitó el julio de 1960. El general le dijo que no se sentía en absoluto fatigado del poder y que se encontraba en tan buena forma, que la idea de verse pronto reemplazado a la cabeza de la nación lo contrariaba enormemente, inclusive dejó entrever, a su ex asistente, que si la Constitución recientemente cambiada por iniciativa de Harry Truman no hubiese sido ya sancionada, se hubiese presentado para un tercer mandato.
 Su vice-Presidente Richard Nixon, hombre de trayectoria política más que deleznable, al extremo de ser apodado “Ricky el vivo”, candidato en su lugar, fue derrotado por John F. Kennedy, y muchos años después logró, al fin, acceder al solio presidencial. Como si no bastasen sus antecedentes políticos, su estado psíquico era deplorable. En mayo de 1970, cuando desencadenó la incursión militar en Camboya, él hizo, personalmente, esa misma noche 50 llamadas telefónicas a interlocutores diversos, y los temas de conversación eran absolutamente absurdos, hablaba de su mamá, de una santa, de Pat, su mujer, de la Guerra de Secesión y de su juventud. Su entorno no podía saberlo, pero él estaba destruido por la inseguridad. También discutía con sus colaboradores, durante horas,  sobre la distribución de los muebles de su oficina, del color de las persianas, así como del uniforme de la guardia. En su paranoia desenfrenada, llegó a exigir que se redactaran telegramas, para comprometer al presidente Kennedy, tantos años después de su muerte, en el asesinato del presidente Diem, de Viet Nam del Sur.
El gran líder conservador inglés y Premio Nobel de Literatura, Sir Winston Churchill, también fue víctima de ese síndrome de no saber retirarse a tiempo, como se diría en lenguaje taurino “de no saber cortarse la coleta a tiempo”.  Cuando el rey Jorge VI fijó las nuevas elecciones para  el 25 de octubre de 1951, los conservadores presentaron su candidatura. El 27 el gran tory, agotado, amenazado en su integridad intelectual y en su vida, asumió por segunda vez la responsabilidad de Primer Ministro.
En un acto de sinceridad con su médico, Lord Morán, comentando una reciente entrevista con Eisenhower le decía: “Yo me sentí humillado por mi propia decadencia, Ud., Lord Morán, ha hecho todo lo que ha podido para retardar la evolución de las cosas”. Los médicos notaron con sorpresa que Churchill había, repentinamente, tomado conciencia de su debilidad y de sus limitaciones. Cuando se encontró lejos de los suyos y ante un interlocutor que no tenía por qué adularle.
La misma lamentable evolución ocurrió con el gran Canciller alemán Konrad Adenauer, con tanta frecuencia señalado como ejemplo de los hombres que acceden en edad avanzada al poder. Los últimos años de su administración se vieron ensombrecidos por numerosos errores, que la Historia le ha perdonado, ya que tenía en su haber grandes realizaciones para con su pueblo. Su estado era tan lamentable que el General de Gaulle lo señalaba en 1962, cuando visitó París el Canciller: “¿Ud. ha visto Chaban?, dijo el General a su Presidente de la Asamblea Nacional, ¿Ud. me imagina terminando así?”. Efectivamente, el General, cuya política y estilo le criticamos en muchas oportunidades, supo evitar el verse en una circunstancia semejante. Preparó cuidadosamente su retirada y, fingiendo indignación por una derrota en un referéndum sin mayor importancia, impuso a su sucesor Georges Pompidou, garantizando para la derecha francesa el timón del Estado. Raro caso el de Gaulle, un hombre que siendo indudablemente ególatra, sin embargo supo cuando detener su carrera y regresar a su refugio campestre de Colombey Les Deux Eglises.
Las dos posibilidades antes analizadas, la del psicópata egocéntrico, que lleva a su país a la destrucción y a la ruina, llámese Hitler, Mussolini, Perón, o cualquier otro individuo de similares características, o la del hombre meritorio, que se sobrevive a sí mismo, en el ejercicio del mando, deben ser impedidas, a toda costa, por los pueblos que realmente deseen mantener su identidad y superarse, y especialmente por las organizaciones políticas a las que pertenezcan, que terminan siendo las principales víctimas y mayores perjudicados en el caso de cualquiera de estas dos deformaciones de la personalidad de un gobernante.
Betancourt entendió y afirmó reiteradamente que el partido estaba por encima de los hombres, empezando por él mismo, lo practicó con el ejemplo y no se detuvo ante nada para defender su integridad, su ética y su historia. El Senador Octavio Lepage, en su excelente discurso, pronunciado el pasado 24 de febrero (1987)  en el Concejo Municipal de Caracas, lo señalaba: Esta especie de custodia ejercida por Rómulo Betancourt, en defensa de la integridad y vigencia de su partido, la sostuvo con su conducta, con su ejemplo, y no en base de sermones retóricos”.
Se suele hablar de la intransigencia de Rómulo Betancourt, y no faltan quienes lo cotejen de implacable.  “No puede negarse que para defender su partido, para resguardar su imagen, para garantizar su vigencia, no vacilaba en utilizar cualquier recurso, por duro que éste pudiera ser. Las divisiones sufridas por AD se explican en buena medida por esta razón. El tiempo ha venido demostrando que cuando está en juego la vida del partido, la dureza de su defensa tiene plena justificación”.
Muchos años antes lo había señalado el Dr. Gonzalo Barrios, dentro de igual escala de valores: “Como todos los prejuicios, el que concierne al divisionismo se presta a la explotación indebida. En el seno de organismos colectivos hay quienes hacen de las suyas con el mayor desenfado, seguros de apabullar a los que protestan con la tilde de divisionistas. En el empleo de esta táctica no les faltan precedentes conspicuos y memorables. Cuando alcanzaba el punto más alto de su fulgurante carrera de crímenes, Adolfo Hitler habló de la unidad de Europa como el objetivo fundamental de sus empresas bélicas y políticas”.
Y en otro artículo titulado “La herencia de Acción Democrática” señalaba, solidarizándose con firme actitud con la realidad fraccionalista:Durante toda la etapa previa e interna de la crisis de AD, Rómulo Betancourt asumió y sostuvo la actitud de un sincero componedor. Nadie demostró más viva preocupación por la suerte del partido. Fórmulas emanadas de las llamadas comisiones mediadoras recibieron su obstinado apoyo, no obstante que, a juicio nuestro, algunos de los puntos en ellas comprendidos establecían una peligrosa transigencia de principio”.
Ninguno de ellos, ayer u hoy, está haciendo una apología del divisionismo o del fraccionalismo. Que resulta impensable a la luz de nuestros tiempos, simplemente afirman, con claridad inobjetable, que cuando la identidad de un movimiento está en juego, que cuando lo que se discute no es un hombre o un nombre, sino una orientación ideológica y la lealtad por una doctrina y una praxis, sometida a principios éticos. Es preferible la amputación quirúrgica a la propagación fatal de una gangrena.
Quiero terminar esta parte, recordando las palabras pronunciadas por el Presidente, Lusinchi, en la Conmemoración del XXX Aniversario de la Asociación Venezolana de Ejecutivos, que reiteran una clara y consecuente visión frente al problema del providencialismo, el mesianismo, la egolatría, en función de gobierno o de liderazgo,  acoto el jefe del Estado: “Lo imprescindible que resulta lograr un cambio en la mentalidad del venezolano, que conduzca a desechar la actitud paternalista de distribuir al voleo una riqueza que es graciosa donación natural, no creada por el trabajo y a entender como necesaria la labor constante y creadora, que nos conduzca a gerenciar en la mejor medida los problemas, tanto macro-sociales como a nivel empresarial o individual. Ello tiene que ser tarea de todos”.
“Bien sabemos que buena parte de los problemas que actualmente sufre el país, tuvo su origen en la inadecuada administración de los cuantiosos ingresos con que contó Venezuela coyunturalmente. Salir airosos del actual momentó, cuando contamos con menos recursos cuantitativamente hablando —pero teniendo una potencialidad real de lograr lo necesario—, es una buena medida, una exigente tarea de gerencia que debe asumir la dirigencia nacional”.
Ahora bien, lo que es dable esperar para Venezuela, no será gratuito. No habrá quiméricos prodigios ni tampoco vendrá la solución por parte de ejercicios caudillescos. No es la hora de los falsos Mesías, con más ambición que mensaje, sino la del sistematizado esfuerzo colectivo. Lo relevante es que Venezuela cambió. Ya no es aquella de las mesnadas en busca del botín tras un caudillejo de utilería. Ahora hemos comenzado a pensar en otra dimensión. Y menos mal que así es. El país está exigiendo a quienes ejercen condiciones de dirigente o que la pretenden ejercer, que se preparen mejor para merecerlo y que seamos menos parcelares en nuestras conductas públicas.
Las palabras de Lusinchi, que trajimos a colación, resultaron proféticas, aunque en sentido inverso, los venezolanos eligieron –por holgada mayoría- a Carlos Andrés Pérez quien, muy posiblemente, fue el mejor producto electoral que Venezuela haya visto, un candidato “ideal” desde el punto de vista, estrictamente, de la captación de votos.
 Tenía 10 años de haber abandonado una presidencia en la cual dispuso de generosos recursos y generó una sensación de progreso y abundancia. Para su personal desgracia, venía dispuesto a realizar una serie de ajustes necesarios, en los cuales no cabían los espejismos de la “gran Venezuela” de su anterior gobierno. Sus electores no le perdonaron el no haberlos devuelto a los vapores sauditas de su primera administración, lo que no podía, ni debía hacer. Nombró un brillante elenco de tecnócratas e impuso o trató de imponer un “paquete económico” muy exitoso, que arrojó resultados macroeconómicos excelentes, pero que él no se tomó el trabajo de “vender” y era el único en esa circunstancia que tenía el carisma y el arrastre para hacerlo, lo dio por hecho… Allí comenzó la tragedia.
Sin embargo, aún con todos los recursos, que ningún presidente anterior se hubiese atrevido ni siquiera a soñar, la insólita cifra de casi cuadruplicar, TODOS LOS INGRESOS EN DOLARES, SUMADOS, de todos los gobiernos del siglo XX, desde Cipriano Castro hasta Caldera II, la “revolución bonita” de Chávez y de Maduro, que no ha tenido ni siquiera una oposición digna de ese nombre, no tiene obra que presentar.

Liderazgo Internacional de Rómulo Betancourt

Venezuela, por su enorme gravitación histórica en Latinoamérica, por su mayor riqueza relativa y por su tradición ininterrumpida en cuanto a su pacifismo latinoamericano, somos quizás el único país del sub-continente que no ha sostenido guerras fronterizas, y solamente hemos traspasado los linderos de la Patria para llevar la libertad y la independencia.
Todas estas razones, hacen que cualquier individuo que llega a la Presidencia de la República, a menos que sea un perfecto infeliz, adquiera, junto con la investidura, un cierto liderazgo continental. Lo difícil, no es ser una figura importante en el exterior, siendo Presidente o ex Presidente de la República, con holgado balance o facilidades logísticas de desplazamiento. Lo difícil, lo que constituye casi una hazaña, es convertirse en líder continental, siendo un exiliado trashumante, pobre y perseguido implacablemente por la Cancillería y las embajadas venezolanas.
Rómulo Betancourt consolidó su liderazgo en América, desde su primera juventud, dictando conferencias a lo largo y a lo ancho de nuestro continente: en Buenos Aires o en La Paz, en Santiago de Chile o en Rio de Janeiro, o en México o Nueva York, haciendo contacto con lo mejor del pensamiento al norte y al sur del Río Grande. Sería interminable enumerar testimonios que evidencian su importancia.
Me voy a limitar a citar tres de ellos: El eminente historiador político norteamericano,  Arthur Schlesinger, Profesor de la Universidad de Harvard, se expresa en estos términos de Rómulo Betancourt: Y él no sólo defendió e hizo avanzar la idea de la democracia: en grado notable la personifica. Su coraje, su realismo, su compasión, su desdén hacia la ostentación, su falta de vanidad, su punzante humor, su callada fe en el pueblo se juntan a un profundo sentido de su misión, a un vivo instinto del poder y a una inalterable consagración a la libertad”.
El segundo testimonio que invoco, es el de un dirigente demócrata cristiano chileno, ex candidato presidencial de su partido, naturalmente adversario ideológico de Betancourt, me refiero a Radomiro Tomic: “. . .Hace ya varias décadas que la juventud de la América Latina ve en Rómulo Betancourt no sólo un luchador sino un conductor, un guía, lo que en el mejor sentido de la palabra puede expresarse de él diciendo que es un jefe”.
Y por último, quiero recordar las palabras de uno de los más importantes asesores del Presidente Franklin Delano Roosevelt, me refiero al Senador Adolf Berle, quien además fue jefe del grupo especial del Presidente Kennedy sobre política en la América Latina. Se expresa Berle en estos términos: “… en el exilio sin ser derrotado; en el poder sin ser corrompido; en la fuerza que le daba su propia convicción; en el peligro ante los ataques de la derecha y de la izquierda, Rómulo Betancourt ha conservado la fe…”

Betancourt y Acción Democrática hoy.

Todos los factores antes señalados, explican, el por qué podemos en nuestros días seguir hablando de Betancourt y de Acción Democrática como de dos realidades presentes y debería añadir, mas presente y vigente la personalidad y el pensamiento de Rómulo Betancourt que la hoy disminuida organización, ya casi desdibujada que lleva el mismo nombre de la que él creara.
 La ideología, la filosofía y los programas mismos del partido están impregnados de su pensamiento. El periplo de su vida constituyó una cátedra formativa para los más importantes dirigentes de nuestro movimiento. Heredamos de él no sólo un gran partido de masas, organizado en todo el territorio de la República, sino una enorme, obligante y trascendental herencia moral. La demostración de que se puede administrar y hacer progresar a la República sin apartarse de las más estrictas normas de la ética personal. La consecuencia con las ideas y con los hombres que en momentos difíciles de la historia nacional, tendieron su mano amiga hacia la Venezuela de la diáspora, de la persecución y de las cárceles de la dictadura.
Betancourt está presente, su guía, la luz de su visión de estadista, de jefe, de caudillo democrático, están a la vanguardia del pensamiento y de la acción de las mujeres y de los hombres de AD, y de buena parte del pueblo venezolano, de civil o de uniforme, que no militan en partidos políticos. El partido, o la franquicia que formalmente lleva  su nombre, tristemente, actúa con autoridades auto electas, con procesos írritos, de espaldas a las enseñanzas reales de los grandes fundadores, en el caso de Rómulo han creado y alimentan una liturgia complicada, que se pierde en las formas y traiciona el fondo. Pretenden, por ignorancia o por cómplice comodidad, subirlo a los altares y adorarlo, todo menos seguir su ejemplo de lucha, de indoblegable compromiso y de tenacidad, si alguien despreciaba esos juegos florales, de fiesta de fin de curso, de colegio provinciano de señoritas, era él. Fue un hombre concreto y definido, en todos los aspectos de su vida, la “parafernalia” para tomar una expresión suya, le era indiferente, la cumplía si era necesario, pero la tomaba como un carácter accesorio y una carga que imponía el poder.
Espero, con estas notas, haberles dejado una visión, un testimonio, una vivencia, de ese gran hombre que llenó con su vida y llena con su pensamiento el alma de Venezuela.
Itaca 28 de septiembre del 2015.



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