LA PROYECCION HISTORICA DE
ROMULO BETANCOURT
Participación del Diputado
Alfredo Coronil Hartmann en la
“Primera JORNADA DE APRECIACION DE LA VIDA
Y OBRA DE ROMULO BETANCOURT’
Estado Portuguesa/Venezuela
20 y 21 de febrero 1988.
LAVENEZUELA PREBETANCURIANA
Una breve mirada sobre la Venezuela pre-betancuriana se hace indispensable para entender muchas de las razones, y desde luego el entorno en que surgió la figura del “Padre de la Democracia venezolana”, sujeto de esta jornada de trabajo, de este taller, organizado por el Comité Ejecutivo Seccional del Partido.
En Venezuela, durante el siglo XIX republicano y lo que iba del siglo XX, no había surgido ningún movimiento con estructura ideológica propia, ni mucho menos con una organización partidista operante y presente a lo largo y a lo ancho de la geografía nacional.
Como todos sabemos, los Ilustres próceres de la independencia, en su inmensa mayoría, una vez derrotados y expulsados los ejércitos realistas, se volcaron con avidez sobre las posiciones de mando y en muchos casos se convirtieron en verdaderos terrófagos, en latifundistas, en grandes hacendados, para integrarse, en cierta forma, a la clase de los blancos criollos de la cual surgió fundamentalmente el movimiento independentista de 1810 y que llevó sobre sus hombros buena parte de la larga jornada bélica de nuestra independencia. Sin embargo, es justo señalar que los primeros gobiernos republicanos, los denominados en los programas educativos como la “oligarquía conservadora”, al lado de la espantosa injusticia de establecer un régimen censitario en el cual sólo tenían acceso al voto los cabezas de familia, propietarios de bienes raíces, de bienes inmuebles, tuvo virtudes importantes, en lo relativo a la austeridad administrativa, fueron los gobiernos de Páez, de Vargas, de Soublette, de una impresionante seriedad en el manejo de los fondos públicos, y en ellos encontramos los comienzos de la organización de la hacienda nacional, especialmente a través de un representante esclarecido de esa disciplina, el Dr. Santos Michelena. La terrofagia, inclusive, tantas veces y con relativa justicia, achacada al General Páez, no era como se pretende presentarla, ya que es verdad el adagio de quela historia la escriben los triunfadores -en este caso los liberales- como una especie de apropiación indebida de las tierras públicas. Sabido es que el Libertador había decretado el reparto de tierras pertenecientes a los jerarcas realistas, como recompensa y reconocimiento a los próceres de la independencia. Esa medida, hermosa y justificada, se vio en la práctica distorsionada, porque algunos de los próceres, con mayores posibilidades que otros adjudicatarios, adquirían -muchas veces a precios viles- las tierras asignadas a sus compañeros de armas y creaban verdaderos latifundios; ese fue el caso del General Páez y de muchos de los principales protagonistas de esa “oligarquía conservadora”, pero no el saqueo a las arcas del tesoro público, ni el tráfico de los empréstitos y la corrupción en gran escala que vendría después.
Este régimen, censitario y clasista, fue sustituido por el nepotismo, la abierta corrupción y la dictadura de José Tadeo y José Gregorio Monagas. Después vino la guerra larga, aquella cruenta contienda civil denominada la “Guerra Federal”. En ella las fuerzas sociales, reprimidas por el cerrado esquema del conservatismo, iban a irrumpir aupando a unos caudillos que, en la mayoría de los casos, ni creían en ellos, ni tenían otro interés que alcanzar el poder; célebre es el discurso del principal representante del Partido Liberal, Antonio Leocadio Guzmán, en el cual confesaba, con un cinismo que tiene pocos paralelos en la historia, que si los conservadores, hubieran dicho “Federación” ellos hubieran respondido “Centralismo”, es decir no se trataba de la creencia genuina en un orden de ideas, en una ideología, en un concepto del Estado, sino simplemente de sustituir una camarilla por otra.
Pero el pueblo, sin que se lo propusieran los líderes liberales, tomó las armas y se vio el inusitado espectáculo de un reducido y profesional ejército gubernamental, admirablemente conducido, como en el caso del general León de Febres Cordero, enfrentándose a una nación en armas. El corolario inevitable tenía que ser el triunfo de la Federación sobre el Centralismo. Seguimos siendo centralistas, pero de esa contienda nos vienen en gran parte la igualdad social y la ruptura de las estructuras heredadas de la Colonia. Venezuela tuvo siempre tendencia a ser una sociedad fluida. A partir de la guerra larga esa tendencia se hizo general y se fue afirmando paulatinamente. Es ese el inmenso legado que, voluntaria o involuntariamente, nos trajeron los llamados caudillos de la Federación, lamentablemente se vio opacado, por la institucionalización, desde el gobierno y a revienta cincha, de una corrupción desmesurada. El Mariscal Falcón, primer gobernante del nuevo régimen, se inauguró vendiendo, en su primer año de gobierno, más de 3 mil títulos de general, fondos que no fueron precisamente al erario público. La historia de las comisiones y de los empréstitos, del virtual saqueo, perpetrado por Antonio Guzmán Blanco, aún antes de ser Presidente de la República, es vergonzante para cualquiera que no tuviese el cinismo del “Ilustre Americano”.
En efecto, Guzmán-Blanco, quien fue un gobernante progresista, podríamos decir inclusive, un buen gobernante, nunca pudo controlar su desmesurada avidez por el dinero, así lo expresaba desde su confortable autoexilio parisino, en un manifiesto a los venezolanos, destinado a rechazar las acusaciones de peculado que se le hacían, dijo, casi textualmente con estas palabras (cito de memoria): “llamarme ladrón a mí, si yo era rico antes de ser Presidente de la República… el hecho de que mi fortuna sea poco común en América”. Como se verá, la vanidad podía más y más que sus conocimientos del Derecho -era abogado- que la defensa de su conducta como Vicepresidente de la República y como Presidente, durante el septenio. La descomposición, en ese aspecto, fue la columna vertebral del liberalismo amarillo, y explica en buena parte la facilidad con que Cipriano Castro llegó, con 60 tachirenses, desde la frontera colombiana hasta la Casa Amarilla, aunque la causa eficiente, fue sin duda la muerte del general Joaquín Crespo. La revolución llamada “Liberal Restauradora” entregó en manos de una porción del país, el manejo del destino colectivo. La célebre frase de don Cipriano: “ni cobro andino ni pago caraqueño” revela el grado de pillaje y de barbarie que se desató en la capital de la República y en las regiones centrales, a raíz de este cambio del eje de poder.
Gómez, financista y Vicepresidente de esta expedición de conquista, capitalizó los resentimientos de sus coterráneos desplazados, por los adulantes de la oligarquía valenciana y caraqueña, de los pasillos del poder castrista. Y vino la larga noche de los 27 años de su régimen.
Justamente en el momento en que se produce la transición entre Castro y Gómez, el 22 de febrero de 1908 nace en Guatire el fundador de Acción Democrática y el arquitecto de la nueva Venezuela.
Liberales y conservadores carecían de doctrinas, de programas, de ideologías. Gómez los barrió de un plumazo y a los trapos amarillos y rojos que los identificaban, los sustituyó la consigna de Ezequiel Vivas “¡Gómez Único!”, se prescindía inclusive de la mascarada de unos supuestos partidos que nunca existieron.
Betancourt crece en esa atmósfera pesada y aplastante de la dictadura gomecista. La pequeña localidad mirandina que lo vio crecer, Guatire, no escapaba, como ningÚn otro rincón del territorio nacional de esa atmósfera, sin embargo sus padres, don Luis Betancourt y doña Virginia Bello, quienes ejercieron un liderazgo natural en su comunidad, facilitaron las inquietudes de ese niño precoz, dándole pleno acceso a la lectura de los textos que encontraban, y que consideraban aptos para su edad y lo criaron -lo que fue fundamental- dentro de rígidos principios de honestidad, de sobriedad, de comunión con el pueblo.
Guatire era un lugar de paso. Betancourt desde su infancia gustaba de acercarse a la posada donde se alojaban los arrieros y escuchar sus conversaciones, allí se fue haciendo, a través de sus relatos -asomándose así a un vocabulario que le era novedoso- un cuadro de la extensa Venezuela que no conocía. Fue también acostumbrándose, sin prejuicios de ninguna naturaleza, al contacto directo con el pueblo. Allí se empezó a formar el insuperable sociólogo que llegó a ser, el hombre que mejor conocía los sentimientos profundos del pueblo venezolano, en esa cátedra abierta en las calles llenas de tierra pero ricas de enseñanza de su pueblo natal. Cuando don Luis y doña Virginia consideraron que los horizontes de Guatire eran escasos para el desarrollo de la personalidad de Rómulo se mudaron a Caracas. Allí, desde los 14 años trabajó y contribuyó al mantenimiento de su familia, repartía tabacos del negocio de un pariente, recorriendo en bicicleta las recoletas calles de esa Caracas aún olorosa a la Colonia.
La inquietud intelectual que nunca lo abandonaría, lo llevó a escribir dos Cuentos, uno de ellos premiado, de muy poca calidad literaria, pero que evidenciaban la necesidad de expresión que en él palpitaba. El propio Rómulo, con ese sentido del humor que le era característico, decía riéndose: “sí, yo perpetré dos cuentos”. El ingreso al claustro universitario como estudiante de Derecho, la amistad fraternal con Jóvíto Villalba, quien lo acompañó en el doloroso trance de la desaparición de su madre, la lectura subrepticia de textos considerados subversivos, lo llevaron a integrar y a integrarse con los sectores más inquietos del estudiantado.
Así lo vemos, apenas a los 20 años, como uno de los principales líderes del movimiento estudiantil de 1928. Justamente, hace 60 años, en un carnaval provinciano, como era provinciana Caracas, surgió ese movimiento, algunos de sus sobrevivientes ocupan, aún hoy, un lugar estelar en la política venezolana. Aplastado el movimiento, con la severidad que caracterizaba al déspota de “La Mulera”, vino la primera diáspora, el primer exilio. La falta de coherencia ideológica, o de contenido ideológico en los planteamientos de la mayoría de los integrantes de la generación del 28, trajo como consecuencia que el exilio fuera para muchos una especie de período vacacional involuntario, se dedicaron a jugar dominó, a divertirse, a bailar y a esperar que muriera el déspota anciano. Para Rómulo Betancourt fue todo lo contrario: salió con un hambre insaciada de conocimientos que no lo abandonaría nunca, y se precipitó sobre el estudio sistemático del pensamiento marxista, del petróleo, sin excluir a quienes habiendo pertenecido a dicha Corriente ideológica reaccionaron luego contra los excesos de la Rusia soviética; leyó ávidamente a Trotsky, y solía decirme, que Trotsky le había impedido caer en cualquier tentación de ser stalinista, pero que no había llegado a convertirlo en trotskista.
Entendió claramente Rómulo, que en la Venezuela anacrónica de Gómez, lo que cabía era un programa nacional-revolucionario, armado sobre la propia realidad venezolana y no rindiéndole culto a algún dogma político; y así empezó, en la cabeza privilegiada de ese venezolano, a dibujarse lo que vendría a ser después la doctrina de ARDI, de ORVE, del PDN, y finalmente de Acción Democrática. El Plan de Barranquilla fue la primera expresión de ese proyecto político. Hoy, politólogos de distintas inclinaciones lo estudian con asombro, parece escasamente posible que un proyecto tan lúcido y maduro fuese el producto de las mentes de unos muchachos veinteañeros. La muerte del dictador, el advenimiento de López Contreras, a quien Rómulo describiera muy bien en su libro Venezuela Política y Petróleo, cuando hablaba del “quinquenio socarrón” y del “albaceazgo de la dictadura”, después de una luna de miel de aparente apertura democrática, se lanzó a la persecución de los jóvenes revolucionarios, y así Rómulo se sumerge en la clandestinidad y hace por 3 años vida de topo, organizando los cuadros del Partido Democrático Nacional -PDN-.
No se “enconchaba’, como suele decirse en el lenguaje clandestino, en las casas de ricos amigos de las urbanizaciones opulentas de Caracas. La buhardilla de la casa de Marcos Castillo, entonces un pintor pobre, y lugares similares de casas proletarias fueron su refugio. A ellas acudía con una máquina de escribir silenciosa y martillaba sobre las teclas los editoriales y los artículos con los cuales iba definiendo ante la nación las soluciones que requería la “obsoleta” economía venezolana. Paralelamente se fue operando -y es un hecho de trascendental importancia para nosotros- el deslinde ideológico dentro de los cuadros del PDN. Originalmente esta organización política, un poco a imagen y semejanza del Kuomintang chino, dentro de lo que podríamos llamar el “frentepopularismo” amalgama de fuerzas progresistas que alcanzó extensión internacional y en no pocos casos el poder, como ocurriera en Francia y España, reunía a todos los sectores opositores: comunistas, neoliberales y lo que hoy llamaríamos socialdemócratas. Los representantes del que hemos llamado, un tanto arbitrariamente neoliberalismo, porque era en realidad un movimiento sin contenido ideológico, aglutinado en torno al prestigio personal y a las condiciones de tribuno de Jóvito Villalba, se separaron sin mayores consecuencias del partido democrático nacional. El deslinde con los comunistas fue mucho más traumático, y en un momento dado llegó a arrastrar inclusive a la mayor parte de la maquinaria partidista. Me contaba Rómulo que, trasladándose en una oportunidad en un automóvil con un compañero de partido, le comentó: “nos hemos quedado solos compañero”; el chofer le respondió: “bueno Rómulo, yo no te lo había querido decir, pero yo también soy comunista, me he quedado por ti”. Esa anécdota puede dar clara idea de la profundidad y de la influencia que para ese momento tenía el movimiento marxista leninista dentro del PDN. Después se fueron algunos dirigentes, hoy convertidos en magnates y mecenas del arte, como Inocente Palacios. Ese deslinde ideológico, costoso en hombres, era vital para la viabilidad del proyecto político, y al respecto es importante, muy importante, señalar lo siguiente, en este proceso de comprensión del problema de la revolución latinoamericana y de adaptación de estrategias y métodos a la realidad del propio país, coincidieron en forma paralela Víctor Raúl Haya de La Torre, fundador del APRA en Perú y Rómulo Betancourt fundador de Acción Democrática en Venezuela. Pero no hubo sino una verdadera coincidencia de diagnóstico y de acción, es falaz, carente de todo sentido de la realidad, el afirmar como se hace, con ligereza frecuente, inclusive por estudiosos de la materia, que el APRA es, por así decirlo, el padre ideológico de Acción Democrática. Ambos movimientos llegaron a interpretaciones similares, más no idénticas, de las realidades de sus países como producto del genio de dos grandes políticos, de dos grandes conductores de hombres que habían llegado a sus respectivas síntesis por separado. Betancourt era particularmente sensible a esta observación ligera y la rechazaba con energía.
El quinquenio de Medina que fue lo que llamaríamos una dictablanda y al cual Rómulo, con igual perspicacia que a López, denominara, en la misma obra antes citada: “Medina la autocracia con atuendo liberal, el quinquenio de las frustraciones”. Un hombre en lo personal bueno, reacio a las persecuciones y a las medidas dictatoriales, heredó el poder ungido por otro militar, por otro tachirense, con el cual había llegado a Caracas a la vera de Juan Vicente Gómez. Son, estos dos quinquenios postgomecistas, una continuación -desde luego evolucionada- de los 27 años de la autocracia de Juan Vicente Gómez.
Medina trata, al calor de su simpatía personal, de crear desde el gobierno, asesorado por una élite intelectual importante, un movimiento político, los hombres que integraban en ese sector la llamada “A la luminosa del PDV’: Arturo Uslar Pietri, Pastor Oropeza, Rafael Vegas, Fernando Rubén Coronil, Luis Barrios Cruz, Luis Gerónimø Pietri, Espíritu Santo Mendoza, Mario Briceño Irragorri, Ramón Diaz Sanchez, etc., crearon a través de una circular, emanada del Ministerio del Interior, el llamado Partido Democrático Venezolano —PDV—- y trataron, usando todos los recursos del poder, de convertirlo en un movimiento de masas.
Aunado esto a la alianza con el Partido Comunista, Medina tuvo la Impresión de que realmente se había convertido en el líder de su pueblo y no en el simple administrador de una herencia en proceso de liquidación. Conocemos las razones del 18 de octubre de 1945, la negativa a hacer unas elecciones libres, la determinación de imponer desde Miraflores un nuevo candidato tachirense como Medina, como López, como Gómez, como Castro, con el único progreso de que se trataba de un civil, pero sin relieve y sin prestigio en el país, produjeron también en forma paralela la conspiración de la oficialidad joven del ejército, quienes buscaron el apoyo de Acción Democrática. En la extrema derecha el General López desempolvaba su uniforme de General en Jefe, y se dedicaba igualmente a preparar un golpe de Estado, era un poco como una carrera contra el tiempo, tanto es así que, producida la revolución, en sus primeros momentos, muchas personas creyeron que se trataba de López Contreras se alborozaron corriendo a Miraflores a ponerse a la orden, donde fueron —desde luego— detenidos.
Aunado esto a la alianza con el Partido Comunista, Medina tuvo la Impresión de que realmente se había convertido en el líder de su pueblo y no en el simple administrador de una herencia en proceso de liquidación. Conocemos las razones del 18 de octubre de 1945, la negativa a hacer unas elecciones libres, la determinación de imponer desde Miraflores un nuevo candidato tachirense como Medina, como López, como Gómez, como Castro, con el único progreso de que se trataba de un civil, pero sin relieve y sin prestigio en el país, produjeron también en forma paralela la conspiración de la oficialidad joven del ejército, quienes buscaron el apoyo de Acción Democrática. En la extrema derecha el General López desempolvaba su uniforme de General en Jefe, y se dedicaba igualmente a preparar un golpe de Estado, era un poco como una carrera contra el tiempo, tanto es así que, producida la revolución, en sus primeros momentos, muchas personas creyeron que se trataba de López Contreras se alborozaron corriendo a Miraflores a ponerse a la orden, donde fueron —desde luego— detenidos.
La revolución convertida en gobierno produce un cambio fundamental en la historia de Venezuela, podríamos decir, sin temor a exagerar, que Venezuela entró en el siglo XX, el 18 de octubre de 1945. Se permitió y estimuló la formación de organizaciones sindicales, obreras y campesinas, se le dio el voto a la mujer, se le dio el voto a los analfabetas que eran la inmensa mayoría de los venezolanos. Se echaron las bases de la reforma agraria, se elevó sustancialmente la participación del Estado en la renta petrolera y sobre todo se dictó una cátedra de decencia administrativa, de pulcritud en el manejo de los fondos públicos, que fue ejemplarizante. Desde la clandestinidad, desde la oposición y ahora desde el gobierno, Acción Democrática hacía de la honestidad administrativa una bandera de lucha y un puntal fundamental de su plataforma; como si todo eso fuera poco, los miembros de la Junta de Gobierno, dieron también una lección contra la vieja práctica del continuismo, al hacerse, corno diría Betancourt, “el haraquiri como candidatos presidenciales”. En efecto uno de los primeros decretos de la Junta Revolucionaria de Gobierno inhabilitaba, para ser candidato presidencial, a todos los miembros de la misma.
La elección de Rómulo Gallegos, primer Presidente electo por el voto universal, directo y secreto, por uno de los mayores porcentajes que conozca la historia, en cualquier país del mundo, si mal no recuerdo el 74 por ciento del electorado, parecía augurar una era democrática estable, sin embargo, circunstancias de distinta índole, algunas achacables al propio carácter del mandatario, convirtieron en una breve luna de miel de 9 meses el período constitucional. Viene entonces para Acción Democrática una de sus horas estelares y más dolorosas: la lucha clandestina. En esa cruenta, larga y desgarradora empresa cayeron los mejores hombres de la generación intermedia del partido, la de 1936, pero en medio de esas vicisitudes, era tal la solidez doctrinaria de AD, que aún escondiéndose de la persecución implacable de la Seguridad Nacional, se preocupaban los dirigentes de la formación de nuevos líderes del partido; particularmente Alberto Carnevali, se dedicó sistemáticamente a la discusión y a la divulgación de las ideas fundamentales entre los jóvenes que se acercaban al movimiento de resistencia. Mientras la generación intermedia luchaba en Venezuela, Betancourt, quien salió pobre al exilio, a sostenerse con el producto de su trabajo, como periodista y conferencista y la ayuda de unos pocos amigos, no se acomodó en un exilio contemplativo, recorrió numerosas veces todo el mapa del continente americano, sembrando conciencia sobre las aberraciones del régimen que desgobernaba a Venezuela, estimulando a quienes luchaban en el interior de la República, respetando las decisiones que el CEN clandestino tomaba, sin pretender inmiscuirse en ellas.
Fue un luchador denodado y sin descanso; es más, en 1957 cuando se aproximaba el plebiscito y se hacía patente el deseo de Pérez Jiménez de continuar en el poder, les puedo relatar, con perfecto conocimiento de causa, que Rómulo Betancourt estaba organizando un plan para entrar al país desde Colombia, consciente de que difícilmente saldría vivo de esa empresa, pero resuelto a jugarse el todo por el todo para quebrar la estructura de poder del sátrapa de Michelena. A tal efecto, mandó al también exiliado Teniente Luis José Hernández Campos, hoy General retirado, a dar los pasos preliminares para su ingreso clandestino; este hecho -que yo sepa- no ha sido narrado anteriormente, es lo que llamaríamos los periodistas, yo me siento uno de ellos, una primicia para ustedes, que les revela que no obstante los años transcurridos y que su papel ya no era la primera trinchera, sino la conducción del estado mayor de la resistencia, Betancourt nunca dejó de estar dispuesto a jugarse el pellejo por la suerte de su pueblo y de su partido.
LA PRESIDENCIA CONSTITUCIONAL, LA SIEMBRA DE LA CUAL VIVIMOS
Después de la insultante farsa del plebiscito de diciembre de 1957, la unidad de las distintas fuerzas populares se consolidó; este proceso de suma de voluntades opositoras a la dictadura, cuya paternidad se han atribuido tantos, fue en realidad la concreción de una proposición de AD, realizada por su Secretario General clandestino, el Dr. Alberto Carnevali, a raíz de la farsa de 1952; ese manifiesto de AD a los venezolanos se titulaba: “A la rebelión civil llama Acción Democrática”.
Después de la fuga indecorosa del “estratega virgen”, como solía llamarlo Betancourt, el regreso de los líderes del exilio y el convulsionado acontecer del año de 1958, llevaron, después de varios intentos de candidaturas unitarias frustradas, a que AD postulara a su máximo líder y fundador como candidato a la Presidencia de la República. El 49.2 por ciento de los votos favorecieron al abanderado de AD, mayoría en ambas Cámaras y el respaldo de las grandes masas nacionales, eran instrumentos valiosos, para quien debía enfrentar una grave crisis económica, heredada de los desaciertos administrativos de la dictadura, de su descarada morosidad con el empresariado nacional y también del dispendioso proceder del gobierno provisional. No vamos a enumerar aquí las peripecias de esa gestión de gobierno, historiarla justificaría toda una jornada o varias jornadas de trabajo, quiero decir simplemente que en perfecta concatenación con la política trazada a partir de 1945, y antes en las tesis del PDN y de Acción Democrática, Betancourt siguió dando los pasos necesarios para lograr hondas reivindicaciones del pueblo venezolano. Promulgó la Reforma Agraria, creó la Corporación Venezolana de Guayana, creó la Corporación Venezolana de Petróleo, aumentó sensiblemente la participación del país en los beneficios de las empresas petroleras; estableció como política de Estado la de no más concesiones petroleras, la reversión de todas las existentes para una fecha determinada.
Hizo amplia obra de infraestructura, ocupándose más de elevar el nivel de vida del pueblo, que de complacer la vanidad de los caraqueños, construyendo obras faraónicas para impresionar a incautos visitantes del extranjero. La reducción del analfabetismo del 50 al 13 por ciento. La construcción de un número impresionante de escuelas, de viviendas, de carreteras, de hospitales, de caminos vecinales, de acueductos, el puente sobre el lago de Maracaibo, el acueducto submarino a Margarita, señalan el aliento social y las realizaciones materiales de ese quinquenio de gobierno. Creó un cartel de países productores, para defender los precios de nuestra principal fuente de riqueza: la Organización de Países Exportadores de Petróleo –OPEP-.
Por otra parte, el asedio de las dos conspiraciones, la extrema derecha y la extrema izquierda, sorteadas con habilidad, con decisión, y con arrojo. El atentado que casi le costara la vida, y una vez más llegará al final de su mandato con las manos limpias, habiendo practicado una honradez inatacable, palpable, indubitable. Betancourt se convirtió por segunda vez en un presidente que al final de su mandato pudo entregar el poder a un compañero de partido. En 1948 le entregó a su antiguo maestro Rómulo Gallegos, en 1964 a su compañero de luchas juveniles Raúl Leoni. En ambas oportunidades la sanción del pueblo fue la aprobación de la obra de gobierno; ningún otro gobernante hasta el presente ha podido repetir esa hazaña. Al finalizar su mandato, con ese sentido pedagógico de la política que dio a todas sus actuaciones, marchó al autoexilio, quiso evitar toda posible especulación de que él interfiriera, de alguna manera, con el legítimo ejercicio del poder por el doctor Raúl Leoni.
Se fue lejos, recorrió el extremo Oriente, vivió en Londres, en Bruselas, en Nápoles, en Berna. En todos esos lugares no fue el turista superficial atento sólo a la calidad de los restaurantes o de los hoteles a que llegaba, ni mucho menos a la compra de “suvenires’. Fue como siempre el observador agudo, perceptivo, inteligente, de las realidades que lo rodeaban. Maduró su formación y su pensamiento al crisol de las antiguas culturas de Oriente y de Europa; podemos afirmar, sin ninguna duda, que el Betancourt que regresó a Venezuela en 1973 era un hombre infinitamente mejor preparado para el ejercicio del gobierno, una visión universal no sólo forjada en los libros, sino en vivencias personales, era parte de su bagaje. Una salud sólida, no obstante las especulaciones baratas que al respecto han hecho algunos adversarios circunstanciales.
Regresó candidato presidencial del partido, proclamado por el Secretariado Juvenil Nacional y por el Secretariado Sindical Nacional. Nadie en AD hubiese discutido el carácter natural, el peso histórico de su candidatura. Hubiese podido ganar las elecciones desde la sala de su casa, tal era el prestigio de que gozaba; sin embargo, haciendo una vez más pedagogía política, rechazó el ofrecimiento de sus copartidarios y dio paso a las nuevas generaciones de Acción Democrática; otra lección rara que debemos a Rómulo Betancourt y que esperemos no se pierda del todo en el futuro. Los últimos años en Venezuela lo vieron en el afanoso quehacer de escribir, de recopilar, de seleccionar textos, de actualizar algunos. Me tocó el inmenso honor y la gran responsabilidad de que en 1977 me designara Coordinación Ejecutivo de la Comisión Editora de sus Obras; allí establecí con él una relación distinta, e igualmente enriquecedora, que las que ya había tenido, la relación laboral. Era impresionante, apabullante y a ratos irritante su capacidad de trabajo. En muchas oportunidades después de trabajar 10, 12 horas diarias, me iba a mi casa agotado, con el propósito de buscar el descanso, y cuando llegaba a ella, me encontraba que Betancourt, que apenas había abandonado la oficina 2 ó 3 horas antes que yo, me había enviado igual número de sobres contentivos de nuevas instrucciones, de nuevos proyectos, de nuevas ideas. Era un volcán en permanente erupción, con una visión preclara de las realidades y de sus proyecciones.
Organizamos la edición de sus Obras Escogidas con Seix Barral, la más prestigiosa editorial de lengua española, y una vez llegado a esa culminación, de lo que yo entendí era mi misión, renuncié a la posición que ocupaba, ya no había razones que justificaran mi presencia allí, sin embargo, guardo como uno de los tesoros más preciosos la carta que me escribiera con motivo de mi renuncia. Algún día la publicaré. Pero era una manifestación de confianza, de respeto y de cariño que no solamente me enorgullecieron, sino que me obligaron aún más, para con el hombre y el político. Su muerte, el 28 de septiembre de 1981, abre la tercera fase de este trabajo.
EL POSBETANCURISMO: REEMPLAZO O VACIO
La desaparición física de Rómulo Betancourt en un hospital de Nueva York, ciudad por la que siempre tuvo especial predilección, dejó un vacío inmenso entre los venezolanos. Su actitud pedagógica, su desprendimiento de las formas exteriores del poder y de todo otro apetito subalterno, lo habían convertido en la instancia de alzada, en el gran consejero, en el recurso a que acudía el país, sus partidos, sus instituciones públicas y privadas, cada vez que se establecía el desespero y la angustia. Por “Pacairigua” desfilaban líderes sindicales, militares, obreros, líderes políticos de todos los partidos y desde luego la dirigencia nacional de AD. Su lugar de custodio del bagaje moral e ideológico del partido, lo ejerció con firmeza, el “Veto de Pacairigua” se hacía sentir cada vez que un hombre, justificadamente Sospechoso, de desviaciones éticas o ideológicas aspiraba una posición de dirigencia y así fue hasta el último día de su vida entre nosotros. Fuesen los gobiernos adecos o copeyanos, él se reservaba la última palabra y la ejercía, con la autoridad moral de quien ha renunciado a todas las posiciones por propia voluntad y por sentido histórico.
Después de la luctuosa fecha, esa presencia intangible pero real, de su ejemplo ha quedado flotando sobre el pueblo de Venezuela. Se quiera aceptarlo o no, sigue siendo su figura, su ejemplo, su trayectoria preclara, el punto de referencia, el fiel de la balanza, el molde con el cual se mide a los dirigentes políticos. Ya está por encima de nosotros como partido, es un hombre del país y de la historia y debemos preocuparnos, ya no él, que siempre cumplió cabalmente, sino de nosotros como organización de masas, de no alejarnos de la filosofía, de la ideología sobre la cual construyó Rómulo Betancourt, acompañado por una pléyade de dirigentes excepcionales, las bases programáticas y la tesis de Acción Democrática. Seremos nosotros los que seamos más o menos fieles a esos postulados, y será por ello que seremos juzgados, a menos que, queramos romper con todo el basamento de ideas, de acciones, de principios, que sirvieron de base a la creación del partido y crear uno nuevo.
Lo que afirmo no representa anclarse en el pasado. Acción Democrática y su mejor intérprete Rómulo Betancourt se caracterizaron por adaptar programas y acciones a las realidades y posibilidades del país. La política se ha dicho siempre es el arte de lo posible, pero para adaptar las actuaciones y las tácticas, es necesario mantener los principios, los valores, la identidad del movimiento.
En circunstanciales situaciones de crisis, de contusión, los partidos sin bagaje ideológico, convertidos en meras maquinarias, terminan por ser rebasados y marginados por movimientos que falsa o verdaderamente pregonen y practiquen un sistema de ideas y de interpretación política de la realidad social. Nosotros lo tenemos y renunciar a él sería un suicidio, renunciar a él sería dejar de pensar en el futuro y en el país, por pensar en el próximo o en el posterior quinquenio.
Nacimos para hacer historia, nacimos con vocación de poder, pero vocación de poder al servicio de una sensibilidad, de una ideología, de un orden de ideas, de una manera de sentir y de ser venezolanos, al que no podemos renunciar sin dejar de ser Acción Democrática.
En circunstanciales situaciones de crisis, de contusión, los partidos sin bagaje ideológico, convertidos en meras maquinarias, terminan por ser rebasados y marginados por movimientos que falsa o verdaderamente pregonen y practiquen un sistema de ideas y de interpretación política de la realidad social. Nosotros lo tenemos y renunciar a él sería un suicidio, renunciar a él sería dejar de pensar en el futuro y en el país, por pensar en el próximo o en el posterior quinquenio.
Nacimos para hacer historia, nacimos con vocación de poder, pero vocación de poder al servicio de una sensibilidad, de una ideología, de un orden de ideas, de una manera de sentir y de ser venezolanos, al que no podemos renunciar sin dejar de ser Acción Democrática.
Excelente artículo. Deseamos que el espíritu de Rómulo Betancourt guíe los pasos y los sueños de Venezuela...
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