DOLOROSA Y DIFICIL CUENTA DE CIERRE.
Ayer falleció el gran periodista mexicano, Julio Scherer García, por largos años director de el diario Excelsior y fundador del Semanario Proceso. La calidad de forma y de fondo del texto, basta por si sola para recomendar ampliamente su lectura a los periodistas venezolanos, pensaba limitarme a reproducirlo, pero mi memoria, con frecuencia incómoda -hasta para mi- trajo el inevitable rememorar conversaciones y situaciones que, puestas sobre el fondo del discurso, me parecieron pertinentes.
Conocí a Scherer García en 1967, yo tenía 24 años y él 17 más, llegaba de Venezuela y de Chile, con mi primer libro de poemas publicado y ya 7 años de ejercicio periodístico, nos entendimos muy bien, "coupe de foudre", podríamos decir, entre dos hombres de similares sensibilidades. Hasta allí, miel sobre hojuelas como dicen en España. Julio se desempeñaba como Jefe de Redacción del Excelsior, diario que pocos meses después pasaría a dirigir por ocho largos años.
Volviendo al discurso que motiva estas líneas, Julio Scherer afirma -refiriéndose a su salida del Excelsior- " Expulsado del Excelsior por un sistema que se juró imbatible". Es cierto, el Partido Revolucionario Institucional -PRI- en la medida en que se alejaba en el tiempo de la denominada "Revolución Mexicana" había ido creando una estructura de poder poco menos que inamovible. El fraude electoral se aplicaba con un descaro rayano en la bofetada, sobre todo en las zonas alejadas de la metrópoli, el sistema mexicano, lo vi funcionar, era unapesocracia. Mis amigos de entonces -con contadas y muy honrosas excepciones- casi todos periodistas, escritores, algún pintor, fuesen o no de "oposición" recibían con facilidad dinero en efectivo, en las oficinas parlamentarias o ejecutivas el gobierno, sin cuentas que presentar de su posterior uso. Recuerdo en especial, que con Scherer García y Sanchez Arriola jefe de redacción a su vez, este último, de un diario algo tremendista e izquierdoso, conversábamos con amplitud de la descomposición reinante, con mucha frecuencia en el bar del viejo Hotel Reforma.
Algún tiempo después, recibí de Rómulo Betancourt el encargo de colocarle en varios diarios , sus artículos de prensa, el encargo era aparentemente sencillo, tres años antes Betancourt había sido el primer presidente democráticamente electo, que terminó su período y entregó a su sucesor -libremente designado- el poder, además en varios exilios, había gastado muchos zapatos recorriendo las calles y caminos de América, dando conferencias y escribiendo en los diarios mas prestigiosos.
El Excelsior era entonces, el mas importante diario de México, Rómulo sabiendo de mi relación con Julio me indicó que hablara con él, era la opción obvia, honestamente consideré "el mandado hecho", hasta que ví a Julio palidecer ante mi planteamiento... parecía no saber que responderme y me invitó a almorzar el siguiente día. Para no alargar en exceso el suspenso, el gran periodista, mi "cuate" iconoclasta y
crítico del "...sistema que se juró imbatible" ya era parte de ese propio sistema y terminó soltándome que no se podía comprometer a publicar los artículos de RB a menos que el autor autorizara a hacerles modificaciones. Le respondí que "el autor" y buena parte de los venezolanos se habían jugado la vida, su seguridad y las de sus familiares, por no aceptar situaciones como la que él me proponía, Rómulo aprobó mi respuesta.
Fue una dura lección de vida, pensé que su excelente discurso quedaba incompleto sin ella.
ALFREDO CORONIL HARTMANN
Itaca 8 de enero del 2015
El Oficio: un discurso sobre el periodismo por Julio Scherer [1926-2015]
Por Prodavinci | 7 de enero, 2015
Compartimos con los lectores de Prodavinci el discurso del periodista mexicano Julio Scherer, quien nació el 7 de abril de 1926 y murió el 7 de enero de 2015. Este texto lo leyó al recibir el galardón Homenaje del Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI en 2002. Fue el director del periódico Excélsior de 1968 a 1976, fundador del Semanario Proceso y presidente del Consejo de Administración de CISA S.A. de C.V.
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Me abruma la expresión homenaje a un periodista. Sé de mi piel, conozco mi alma.
En la segunda mitad de 1976, expulsado de Excélsior por un sistema que se soñó imbatible, tuve el impulso de abandonar el trabajo que me acompañaba desde la juventud. Sin ojos para el futuro, pensé en un porvenir de días circulares. Compañeros de entonces y de siempre que rehusaron permanecer una hora más en el diario ultrajado, pugnaron para que siguiéramos juntos. El despojo había sido brutal. No era tolerable la cancelación de un destino común, la vocación truncada.
Aún los escucho, generosos. Empecemos de nuevo, a costa de los riesgos que vengan. Su entereza pudo más que mis resquemores y su capacidad creadora mucho más que la rabia estéril que me vencía. Ellos tuvieron los ojos que a mí me faltaron. Así nació Proceso el 6 de noviembre de 1976 en una casa alquilada. Incluida la estufa, la redacción formaba parte de la cocina.
Fue una época que trajo de todo. Comprobé que el dinero mercenario astilla los huesos y la traición los deshace. Valoré la lealtad, poderosa como el amor. Entendí extremos de la condición humana. Dice la frase bíblica que un amigo fiel no tiene precio y en la paradoja que es la vida yo agregaría que los judas tampoco tienen precio.
En nuestro tiempo, dominados por la prisa, decididos a llegar primero a donde sea, pasamos de largo por las palabras. Como si se tratara de un lugar común, recitamos que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Pero al estadista inglés Lord Acton habría que tomarlo en serio. La corrupción absoluta destruye los principios, degrada los hábitos y atenta contra el deseo, la gracia impalpable de la vida. Arriba, en la cumbre donde todo sobra, no se sigue a la mujer con la admirada naturalidad con la que se la mira en la calle, incompleta como el varón, necesitados uno de la otra, complementarios para la dicha. No son éstas las venturas del poder. Sin límite que los satisfaga, los dioses no se divierten.
El reducto que los resguarda y aísla está construido con materiales abominables: el crimen y la impunidad. Ahí está el arsenal para lo que se ofrezca: la información reservada, los instrumentos para ensuciar la intimidad, la amenaza, la tortura, el calabozo, la disuasión por la violencia, la simulación y sus mil disfraces, la intriga permanente, el engaño a toda hora, los modos y maneras para exhumar secretos que protegen el honor. Notables en algún momento muchos de ellos, los hijos del poder se acostumbran a vivir con ventaja sobre todos, expresión ésta de la cobardía que se encubre en la prepotencia.
Hay otros poderes: el show del dolor, el drama individual para el rating, las matanzas como un espectáculo colorido, las drogas a cambio de hombres y mujeres colgados sobre el vacío y sin energía para desprenderse y caer, las fortunas labradas con el sufrimiento de millones y hasta con los cuerpos frágiles de los niños.
La manipulación ordena el mundo. Los pobres están ahí para que los ricos puedan volcar sobre ellos los tesoros de su corazón. A los de abajo ya les llegará su momento, que el mundo, aldea global, también les pertenece. Escuchamos el canto: todos formamos una familia. La cuestión es mantener la esperanza. Se ha dicho que la oscuridad cerrada anuncia la alborada, la tímida luz primera a la que seguirán todos los resplandores del cielo.
Al periodismo no le compete la eternidad. Son suyos los minutos milenarios. Ubicuo, su avidez por saber y contar no tiene medida, maravilla del tiempo. Siga leyendo en la web de la FNPI haciendo click acá.
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