Desde niño, mi abuelo materno me hablaba de Georges Clemenceau, actitud mas que explicable en un hijo de lorenés, en la medida en que fui creciendo, mi insaciable curiosidad me llevó a buscar cuanta biografía encontré de él, me he leído mas de una docena, incluida la novela que le inspirara al gran escritor belga Georges Simenón, "El Presidente" interpretada en el cine por Jean Gabin. De las biografías conservaba diez, pero una quedó en manos de un gran amor, y otra me la "decomisó" mi querido amigo Eduardo Fernandez, "El último zarpazo del Tigre" de la ministro Para la Mujer de Chirac y de Cultura de Raymond Barre, Francoise Giroud, nacida en Suiza e hija de padre y madre turcos, su apellido original era Gourdji, vice-presidente de los dos partidos políticos que lideró el Tigre, el Radical y el Radical Socialista. De las obras del propio Clemenceau, tengo -varias veces releído- su ensayo biográfico "Demóstenes" que es casi un autorretrato del Tigre. Y estoy en agónica búsqueda de su libro póstumo "Grandezas y miserias de una victoria".
ALFREDO CORONIL HARTMANN
ITACA 17 DE AGOSTO DE 2014.
De: Gentiuno Portal Web <gentiunoenvios@gmail.com>
Fecha: 16 de agosto de 2014, 16:13
Asunto: Alfredo Coronil Hartmann titula ¡El Tigre!
Para:
Fecha: 16 de agosto de 2014, 16:13
Asunto: Alfredo Coronil Hartmann titula ¡El Tigre!
Para:
Alfredo Coronil Hartmann titula ¡El Tigre!
16 de agosto de 2014
“Es preciso saber lo que se quiere; cuando se quiere, hay que tener el valor de decirlo, y cuando se dice, es menester tener el coraje de realizarlo”
Georges Clemenceau
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El 28 de setiembre en 1841, nació ese prodigio de contradicciones, de pasiones, ese huracán centelleante que fue Georges Clemenceau: polemista insuperable, periodista a tiempo integral, vigoroso escritor, sátiro persistente, orador legendario, médico en sus ratos de ocio, amante del arte y amigo de los artistas, tierno e implacable, leal y feroz en la persecución de los desleales. Este hombre que ha podido tener como epígrafe de su vida, una frase suya, que retrata de cuerpo entero, a ese prodigio de vitalidad sorprendente: “La acción es a la vez el principio, el medio y el fin”.
Torbellino humano, fue inmejorablemente descrito por Anatole France: “Su espíritu es adaptable y polifacético, su carácter vivo y agresivo. . . No tiene igual en cuanto al talento y la energía. Inmutable en sus principios, él se muestra en su aplicación de una agilidad desconcertante. La unidad profunda de su espíritu está llena de contrastes aparentes. Liberal de nacimiento… El es, de carácter y de alma, un hombre de autoridad. . . Es terrible y encantador, atrae y aterra”. Todo esto y muchas otras cosas podríamos decir de este personaje, sin ánimo de pretender hacer de este trabajo un ensayo biográfico, en el 173 aniversario de su nacimiento y el centenario de “La Gran Guerra”, de la cual emergió titulado universalmente: El Padre de la Victoria.
La contradicción profunda de este revolucionario convertido en autócrata, de este ateo anti-clerical que salvó a su país y lo rescató del abismo, de la inminente derrota para proyectarlo en una hora crucial de su historia, podría retrotraerse hasta sus orígenes aristocráticos -había nacido en efecto, en la residencia patricia de una familia acomodada: el Chateaux de L´Aubraie, con puente levadizo y todo- que, más de una vez, le fueron reprochados ( todavía en 1967, que lo visité, era propiedad de Georges Clemenceau, su nieto), el Tigre no dejaba de precisar que el chateaux no había sido obsequio de nadie, ni provenía de los "Bienes Nacionales" sino que había sido adquirido legítimamente. No obstante ser él, el primero en ironizar sobre los pujos nobiliarios de su familia, socialistas y comunistas no dejaban de señalarlo como un estigma. Su padre, el Doctor Benjamín Clemenceau, médico como él, dado que, el segundo de sus hijos varones mostrase más inclinación por la sociedad lugareña y la prosapia, cuando algún visitante le preguntaba por su hijo, respondía, preguntando a su vez ¿ Cual el marqués o el sans-culotte?
Cada vez que sus tías y hermanas sacaban a relucir las armas, otorgadas, por Luis XIII, en 1623, cortaba la conversación con su brusquedad habitual: “Y, todo el mundo, no desciende de Adán y Eva” , o aún con más énfasis añadía: “ ¿ Las viejas familias?, qué divertido, ¿es que todas las familias no tienen la misma edad?” Habría que añadir que ni el Tigre, ni ningún Clemanceau usó jamás el señorial escudo.
Eugenio Lautier, entre otros muchos, lo apostrofaba de aristócrata, Jean Martet decía descubrir al gentil-hombre en sus hábitos, sus reacciones, sus maneras, su cuidado en el vestir”. Quizá por ello, durante los cuatro años de su residencia en los Estado Unidos 1865-1869, después de intentar abrir un consultorio médico en Nueva York, se inclinó mas bien por dictar clases en un “Colegio para Señoritas”, ubicado en Stamford, Conneticut, lo que hoy sería un finishing school. Enseñará Historia y Literatura y poco después añadirá equitación, lo que aumentará su prestigio entre sus alumnas, que ya estaban seducidas por su elegancia y su prestancia, se casó con una de ellas, Mary Plummer, la madre de sus hijos, sin ceremonia religiosa, lo que le costó la perdida de la dote. Con este perfil no es de extrañar que algunos biografos lo calificaran de dandy republicano.
La verdad es que, el temperamento, esa agresividad que le valió el sobrenombre que utilizamos de título, el gusto por los duelos, su cruel ironía, el desprecio que era capaz de reflejar, su insolencia, su actitud frente a las mujeres que protegía y codiciaba activamente, encajan en el arquetipo de un personaje de Alejandro Dumas, sin embargo, al lado de todas estas características hay un sincero amor por el pueblo, su actitud casi tierna frente a los soldados en el frente, alguna vez con los obreros, si volteamos hacia la Historia esto es menos raro de lo que parece a simple vista, muchos príncipes fueron héroes populares.
Recibió una educación rabiosamente republicana, en una casa llena de retratos de Robespierre, de Saint-Just, de Marat, esa enseñanza jacobina le fue inculcada, pero en su carácter afloraba el orgullo, los desplantes, el garbo –podríamos decir- del aristócrata.
Su amistad íntima con Claude Monet, le valió al Estado Francés, la donación , por ese gigante de la pintura, de sus famosas “Ninfeas” o “Nenúfares”. Eduard Manet dejó varios retratos suyos, Auguste Rodin lo inmortlizó en bronce. Se cuenta que el gran escultor, perfeccionista y exigente con su obra, hizo innumerables proyectos, yesos y terracotas de Clemenceau, era alucinante, un gran busto colocado delante de una ventana impactaba sobre los demás, exudaba autoridad, energía, agresividad, era el de un JEFE, de un ser ya legendario, Rodín exclamó, contemplado su propio trabajo ” ¡Demonios! Clemenceau, es Tamerlán, es Gengis Khan!”.
Además de perseguir a las bailarinas, frecuentaba L´Opera por amor a la música, el mundo del arte y la literatura era el “anti-stress” del gran combatiente.
Su odio por la injusticia lo convirtió en punta de lanza para la reivindicación del capitán -de origen judío- Alfred Dreyfus, por cuya causa hizo una verdadera campaña, y es suyo el título de famoso escrito que, Emile Zola le llevara a la dirección de “L´Aurore” y que había encabezado: “Carta Abierta al Presidente de la República” el Tigre, en presencia de Zola, lo tachó y puso: “J´accuse”.
En cuanto a las mujeres era, como dirían las feministas de hoy, un machista empedernido. No obstante, las protegió, procuró impulsar una legislación que mejorara su estatus jurídico, aunque las consideraba en algunos aspectos inferiores. Era un animal de sangre caliente, no menospreciaba a las costurerillas de París, a las condesas, cortejaba a las bailarinas de L´Opera, no desdeñaba ni a algunas señoras dedicadas a recorrer las aceras.
El placer, sin embargo, jamás lo apartó de lo que realmente importaba, irónico, cínico, llegó a decir: “el mejor momento del amor es cuando uno sube por la escalera”. Sin embargo, era capaz de amar profundamente, dedicó siete años de su vida, ya en el umbral de los 90 años, a una hermosa relación con una joven dama, casada, Marguerite Baldensperger y hay un volumen entero – “Lettres à une amie” 1923-1929- que recoge la correspondencia amorosa, no precisamente platónica, de el Padre de la Victoria, en esa correspondencia hay este hermosísimo comentario: “Pon tu mano entre las mías, así yo te ayudaré a vivir y tú me ayudarás a morir. Ese será nuestro pacto. Besémonos”.
Se cuenta que cuando se vio obligado a extirparse la próstata, ya en edad avanzada, a los pocos días de ser dado de alta, afirmó: “he descubierto que hay dos cosas completamente inútiles: la próstata y la presidencia de la República”. Toda su vida es una paradoja.
Siendo ministro del Interior, insultó, en forma tan violenta, a un prefecto de policía, que el pobre hombre al salir de su despacho sufrió un desmayo, a las voces de los porteros, que gritaban ¡un médico, un médico! Clemenceau se abotonó la chaqueta y salió a prestarle sus servicios profesionales a aquel que acababa de caer fulminado por la agresividad de su verbo.
Como suele ocurrir, con este tipo de personajes, fue la prensa “enemiga”, la alemana, una de las más elogiosas y admirativas en relación a su personalidad -también la norteamericana-, y sus sentimientos mismos frente a la gran nación germánica eran ambivalentes.
El káiser Guillermo II escribió, cuando se enteró de que Clemenceau había formado gobierno: “Ahora los franceses tienen también un jefe de Estado impulsivo y un jefe con temperamento. Eso es lo que me han reprochado a mi toda la vida”.
En fecha mucho más reciente, durante la ocupación de París, en la Segunda Guerra Mundial, el modesto museo de la calle Franklin, recibió la visita del Mariscal Otto Von Stülpnagel, Jefe de las Fuerzas Alemanas, acompañado de su Estado Mayor, el pequeño templo estaba a cargo del viejo sirviente de Clemenceau, Albert (desde que falleciera en 1936 su fiel y devota enamorada, la señora Baldensperger, ella lo había fundado y se consagró a cuidarlo, hasta terminar de recopilar y seleccionar la última de las seiscientas setenta y ocho cartas de ese amor compartido, hasta ir a encontrarse con él, en “el reposo del ya no ser” según palabras del propio Tigre) el Mariscal le preguntó a boca de jarro: Albert, usted tiene que saber muchas cosas interesantes, podría decirnos ¿por qué el presidente Clemenceau nos odiaba tanto?, después de un natural titubeo, y ante la reiterada insistencia del visitante, Albert respondió: él siempre me dijo que “reconocía en el pueblo alemán virtudes mayores, como el coraje y la disciplina”, ¿y entonces? “pero para su propia desgracia -continuó a duras penas Albert- … y la de los otros, ellos escogerán siempre a dirigentes con los que nadie podrá entenderse”, ¿realmente dijo eso? ¡Sí Mariscal!, a lo que, Von Stülpnagel -añadió- “en realidad nada ha cambiado, ¿no es cierto?”, y volteándose hacia sus oficiales les dijo: “vean alrededor de ustedes señores, este cuadro de vida, Clemenceau ha sido uno de los más grandes hombres de Estado del mundo, esta simplicidad es una lección de modestia para algunos ¿no es cierto?’.
El propio Clemenceau, con el humor ácido que lo caracterizaba, y en la oportunidad de estar pasando una temporada, tomando baños de aguas medicinales en Carlsbad -Alemania-, fue abordado por una campesina que, viéndolo con curiosidad, le preguntó: ¿No es cierto señor, que usted es Bismarck?… Casi, le respondió el Tigre…
Durante muy largos años, sus relaciones con su enfermera Sor Theoneste, constituyeron un largo “duelo” verbal sobre todos los temas, en el cual la dulce y santa hermana, terminaba obligándolo a cuidarse. En una ocasión Le Tigre se levantó con 2 pies izquierdos, mas insoportable que de costumbre, y la monjita le preguntó ¿ que desayuno Ud. hoy? que está peor que nunca, el presidente le respondió ¡ Comí cura !
Decidió no reposar, ni muerto, y exigió que se le enterrase de pie, en una tumba sin lápida; “no quiero palabras edulcoradas, alabanzas, panegíricos, yo viví, yo dije, es suficiente”, apenas una verja de hierro alrededor, al lado de la sepultura de su padre, en tierras de su familia, en esa Vendée natal tan fiera como él mismo. Dentro de su sarcófago, el bastón de hierro con el cual recorría las trincheras y un arrugado bouquet de muguets que le había regalado un soldado en el frente, ese fue su “equipaje”.
Muchos hombres hemos ido a pagar tributo de veneración ante el gran ciudadano, entre ellos dos grandes luchadores, Winston Churchill, paso dos largas y silenciosas horas y Charles De Gaulle, católico practicante y patriota que supo salvarle la cara a Francia en la tragedia de la Segunda Guerra Mundial.
La fotografía de De Gaulle, solo, contrito, ante la pequeña verja de hierro que rodea al indomable Tigre, el 12 de mayo de 1946, no necesita leyenda, sin embargo, él había dicho, con anterioridad: “En el fondo de su tumba vendeana, hoy 11 de noviembre, Clemenceau, usted no está dormido” *
Cada vez que sus tías y hermanas sacaban a relucir las armas, otorgadas, por Luis XIII, en 1623, cortaba la conversación con su brusquedad habitual: “Y, todo el mundo, no desciende de Adán y Eva” , o aún con más énfasis añadía: “ ¿ Las viejas familias?, qué divertido, ¿es que todas las familias no tienen la misma edad?” Habría que añadir que ni el Tigre, ni ningún Clemanceau usó jamás el señorial escudo.
Eugenio Lautier, entre otros muchos, lo apostrofaba de aristócrata, Jean Martet decía descubrir al gentil-hombre en sus hábitos, sus reacciones, sus maneras, su cuidado en el vestir”. Quizá por ello, durante los cuatro años de su residencia en los Estado Unidos 1865-1869, después de intentar abrir un consultorio médico en Nueva York, se inclinó mas bien por dictar clases en un “Colegio para Señoritas”, ubicado en Stamford, Conneticut, lo que hoy sería un finishing school. Enseñará Historia y Literatura y poco después añadirá equitación, lo que aumentará su prestigio entre sus alumnas, que ya estaban seducidas por su elegancia y su prestancia, se casó con una de ellas, Mary Plummer, la madre de sus hijos, sin ceremonia religiosa, lo que le costó la perdida de la dote. Con este perfil no es de extrañar que algunos biografos lo calificaran de dandy republicano.
La verdad es que, el temperamento, esa agresividad que le valió el sobrenombre que utilizamos de título, el gusto por los duelos, su cruel ironía, el desprecio que era capaz de reflejar, su insolencia, su actitud frente a las mujeres que protegía y codiciaba activamente, encajan en el arquetipo de un personaje de Alejandro Dumas, sin embargo, al lado de todas estas características hay un sincero amor por el pueblo, su actitud casi tierna frente a los soldados en el frente, alguna vez con los obreros, si volteamos hacia la Historia esto es menos raro de lo que parece a simple vista, muchos príncipes fueron héroes populares.
Recibió una educación rabiosamente republicana, en una casa llena de retratos de Robespierre, de Saint-Just, de Marat, esa enseñanza jacobina le fue inculcada, pero en su carácter afloraba el orgullo, los desplantes, el garbo –podríamos decir- del aristócrata.
Su amistad íntima con Claude Monet, le valió al Estado Francés, la donación , por ese gigante de la pintura, de sus famosas “Ninfeas” o “Nenúfares”. Eduard Manet dejó varios retratos suyos, Auguste Rodin lo inmortlizó en bronce. Se cuenta que el gran escultor, perfeccionista y exigente con su obra, hizo innumerables proyectos, yesos y terracotas de Clemenceau, era alucinante, un gran busto colocado delante de una ventana impactaba sobre los demás, exudaba autoridad, energía, agresividad, era el de un JEFE, de un ser ya legendario, Rodín exclamó, contemplado su propio trabajo ” ¡Demonios! Clemenceau, es Tamerlán, es Gengis Khan!”.
Además de perseguir a las bailarinas, frecuentaba L´Opera por amor a la música, el mundo del arte y la literatura era el “anti-stress” del gran combatiente.
Su odio por la injusticia lo convirtió en punta de lanza para la reivindicación del capitán -de origen judío- Alfred Dreyfus, por cuya causa hizo una verdadera campaña, y es suyo el título de famoso escrito que, Emile Zola le llevara a la dirección de “L´Aurore” y que había encabezado: “Carta Abierta al Presidente de la República” el Tigre, en presencia de Zola, lo tachó y puso: “J´accuse”.
En cuanto a las mujeres era, como dirían las feministas de hoy, un machista empedernido. No obstante, las protegió, procuró impulsar una legislación que mejorara su estatus jurídico, aunque las consideraba en algunos aspectos inferiores. Era un animal de sangre caliente, no menospreciaba a las costurerillas de París, a las condesas, cortejaba a las bailarinas de L´Opera, no desdeñaba ni a algunas señoras dedicadas a recorrer las aceras.
El placer, sin embargo, jamás lo apartó de lo que realmente importaba, irónico, cínico, llegó a decir: “el mejor momento del amor es cuando uno sube por la escalera”. Sin embargo, era capaz de amar profundamente, dedicó siete años de su vida, ya en el umbral de los 90 años, a una hermosa relación con una joven dama, casada, Marguerite Baldensperger y hay un volumen entero – “Lettres à une amie” 1923-1929- que recoge la correspondencia amorosa, no precisamente platónica, de el Padre de la Victoria, en esa correspondencia hay este hermosísimo comentario: “Pon tu mano entre las mías, así yo te ayudaré a vivir y tú me ayudarás a morir. Ese será nuestro pacto. Besémonos”.
Se cuenta que cuando se vio obligado a extirparse la próstata, ya en edad avanzada, a los pocos días de ser dado de alta, afirmó: “he descubierto que hay dos cosas completamente inútiles: la próstata y la presidencia de la República”. Toda su vida es una paradoja.
Siendo ministro del Interior, insultó, en forma tan violenta, a un prefecto de policía, que el pobre hombre al salir de su despacho sufrió un desmayo, a las voces de los porteros, que gritaban ¡un médico, un médico! Clemenceau se abotonó la chaqueta y salió a prestarle sus servicios profesionales a aquel que acababa de caer fulminado por la agresividad de su verbo.
Como suele ocurrir, con este tipo de personajes, fue la prensa “enemiga”, la alemana, una de las más elogiosas y admirativas en relación a su personalidad -también la norteamericana-, y sus sentimientos mismos frente a la gran nación germánica eran ambivalentes.
El káiser Guillermo II escribió, cuando se enteró de que Clemenceau había formado gobierno: “Ahora los franceses tienen también un jefe de Estado impulsivo y un jefe con temperamento. Eso es lo que me han reprochado a mi toda la vida”.
En fecha mucho más reciente, durante la ocupación de París, en la Segunda Guerra Mundial, el modesto museo de la calle Franklin, recibió la visita del Mariscal Otto Von Stülpnagel, Jefe de las Fuerzas Alemanas, acompañado de su Estado Mayor, el pequeño templo estaba a cargo del viejo sirviente de Clemenceau, Albert (desde que falleciera en 1936 su fiel y devota enamorada, la señora Baldensperger, ella lo había fundado y se consagró a cuidarlo, hasta terminar de recopilar y seleccionar la última de las seiscientas setenta y ocho cartas de ese amor compartido, hasta ir a encontrarse con él, en “el reposo del ya no ser” según palabras del propio Tigre) el Mariscal le preguntó a boca de jarro: Albert, usted tiene que saber muchas cosas interesantes, podría decirnos ¿por qué el presidente Clemenceau nos odiaba tanto?, después de un natural titubeo, y ante la reiterada insistencia del visitante, Albert respondió: él siempre me dijo que “reconocía en el pueblo alemán virtudes mayores, como el coraje y la disciplina”, ¿y entonces? “pero para su propia desgracia -continuó a duras penas Albert- … y la de los otros, ellos escogerán siempre a dirigentes con los que nadie podrá entenderse”, ¿realmente dijo eso? ¡Sí Mariscal!, a lo que, Von Stülpnagel -añadió- “en realidad nada ha cambiado, ¿no es cierto?”, y volteándose hacia sus oficiales les dijo: “vean alrededor de ustedes señores, este cuadro de vida, Clemenceau ha sido uno de los más grandes hombres de Estado del mundo, esta simplicidad es una lección de modestia para algunos ¿no es cierto?’.
El propio Clemenceau, con el humor ácido que lo caracterizaba, y en la oportunidad de estar pasando una temporada, tomando baños de aguas medicinales en Carlsbad -Alemania-, fue abordado por una campesina que, viéndolo con curiosidad, le preguntó: ¿No es cierto señor, que usted es Bismarck?… Casi, le respondió el Tigre…
Durante muy largos años, sus relaciones con su enfermera Sor Theoneste, constituyeron un largo “duelo” verbal sobre todos los temas, en el cual la dulce y santa hermana, terminaba obligándolo a cuidarse. En una ocasión Le Tigre se levantó con 2 pies izquierdos, mas insoportable que de costumbre, y la monjita le preguntó ¿ que desayuno Ud. hoy? que está peor que nunca, el presidente le respondió ¡ Comí cura !
Decidió no reposar, ni muerto, y exigió que se le enterrase de pie, en una tumba sin lápida; “no quiero palabras edulcoradas, alabanzas, panegíricos, yo viví, yo dije, es suficiente”, apenas una verja de hierro alrededor, al lado de la sepultura de su padre, en tierras de su familia, en esa Vendée natal tan fiera como él mismo. Dentro de su sarcófago, el bastón de hierro con el cual recorría las trincheras y un arrugado bouquet de muguets que le había regalado un soldado en el frente, ese fue su “equipaje”.
Muchos hombres hemos ido a pagar tributo de veneración ante el gran ciudadano, entre ellos dos grandes luchadores, Winston Churchill, paso dos largas y silenciosas horas y Charles De Gaulle, católico practicante y patriota que supo salvarle la cara a Francia en la tragedia de la Segunda Guerra Mundial.
La fotografía de De Gaulle, solo, contrito, ante la pequeña verja de hierro que rodea al indomable Tigre, el 12 de mayo de 1946, no necesita leyenda, sin embargo, él había dicho, con anterioridad: “En el fondo de su tumba vendeana, hoy 11 de noviembre, Clemenceau, usted no está dormido” *
*”Au fond de votre tombe vendéenne, aujord´hui 11 novembre, Clemenceau, vous ne dormez pas”
Alfredo Coronil Hartmann
Abogado, internacionalista y político venezolano
acoronil2@gmail.com
Alfredo Coronil Hartmann
Abogado, internacionalista y político venezolano
acoronil2@gmail.com
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