EN AMBAS RIVERAS DEL “ARAUCA VIBRADOR”.
Por: Alfredo Coronil Hartmann *
Esp. El
Colombiano
Melómano y fanático de la
opera, siempre tuve inmensa admiración por la gran soprano Adelina Patti, quien
estuvo por más de cincuenta años en las grandes plateas del mundo, cuando uno
ha cumplido igual número de años, fatigando las teclas ( ayer de una maquinilla,
a la cual dediqué un poema “Adler 70” ,
hoy de una computadora “up to date”) sabiendo
que uno no es, definitivamente, una Adelina Patti del periodismo, sufre a veces
temores de primerizo, de allí
que, pese al importante estímulo intelectual de iniciar colaboraciones de un
diario de la entidad y circulación de El Colombiano, me haya tomado más
tiempo del que el cabria esperar de un viejo luchador en este oficio, para
iniciar estos artículos.
La convicción de que Colombia y
Venezuela comparten un destino. Destino que se afianza y supera en la antigua Nueva
Granada y que vacila y retrocede en la “nueva”
Capitanía General de 1777. La demora no podía continuar. Cuando, durante su primera presidencia,
el Dr.Rafael Caldera viajó a Bogotá, llevó en su comitiva al humanista
venezolano Arturo Uslar Pietri, durante el vuelo le dijo: “Arturo dame una
frase para mi discurso de llegada” el
aludido, tomó un papel y escribió sin una vacilación: “ He venido de Caracas a
Bogotá, sin salir de la patria de Bolívar” y ese fue el titular a ambos lados de la
frontera.
Hoy, más allá del anecdotario mediático de “el nuevo mejor amigo” y las
concesiones y guiños a la galería, es un hecho que supera las “intenciones” de
sus gobernantes, que existen diferencias mucho mayores que aquellas que
conocimos en el pasado –que fueron muchas- porque en está ocasión esas
diferencias no provienen de las “buenas o malas tripas” de uno o dos
individuos, sino que son intrínsecas a dos sistemas, a dos modelos de
desarrollo, a dos líneas de conducta política profundamente incompatibles y
enfrentadas. El presidente constitucional de Colombia podrá obtener beneficios
comerciales inmediatos –muchos de ellos, como deudas preexistentes- de
innegable justicia, el comandante-presidente de
la “República Bolivariana de Venezuela” podrá mitigar las
injustificables carencias –especialmente alimentarias- que sus erradas y
erráticas “políticas económicas”, algún nombre habrá que darles, produjeron: la
destrucción del aparato productivo nacional, tanto agropecuario como industrial.
Más allá nada se resuelve. Todos los venezolanos –no creo que sea
distinto en Colombia- que hemos tenido alguna participación en los asuntos
públicos tenemos, más o menos cerca, familiares, maestros o amigos vinculados a
las desandanzas bilaterales. Mi tío el Dr,Julian Viso, redactor del primer
Código Civil de Venezuela y Canciller de la República , fue
negociador de diferendos territoriales, mi abuelo el Dr. Domingo Antonio
Coronil, tuvo la responsabilidad de lidiar con un supuesto “casus
belli” cuando fue enviado como embajador (entonces Ministro
Plenipotenciario de Venezuela en Bogotá) en 1922 hasta 1925, nadie es ajeno de
aquel o de este lado “del Arauca vibrador” a similares o parecidas
circunstancias. No tenemos por que horrorizarnos de las dificultades que se
avecinan, tengo gran confianza en la sabiduría de la Casa de Nariño, así como en
la del Palacio de San Carlos, del lado venezolano, hoy, no existe una
cancillería digna de tal nombre, la Casa
Amarilla es un campamento más de “misioneros” improvisados,
nuestros veteranos embajadores o catedráticos de Derecho Internacional, tienen
más de una década extrañados de la vieja e histórica casona. Así resulta que,
independientemente de que sea justo o no, a los “colombianos” les va a tocar
pensar y actuar por las dos partes. Venezuela marcha hacia el final de un
régimen militarista y autoritario, que ha provocado y agredido verbalmente a
todos o casi todos los países del continente y del mundo. Colombia ha merecido
el “privilegio” de los mayores dislates verbales. No obstante en estos años de
ignominia, la democracia venezolana ha encontrado entre sus hermanos
colombianos apoyo y solidaridad, cuando conocí a Don Eduardo Santos, Venezuela
transitaba horas de democracia y progreso, pero sentí el afecto y la
solidaridad de Don Alfonso López Michelsen en este “tiempo del desprecio”
–apropiándonos el título de Andre Malraux- durante largas horas de conversación,
en su modesta casa de Miami o en algún restaurante o café de la ciudad
floridiana o en sus llamadas siempre oportunas para aludir al drama venezolano
o al colombiano. Le tocará pues a la
Casa de Nariño, marcar la pauta, en el año que venimos de
iniciar se cierra un capítulo de la historia venezolana, pareciera hoy
aventurado adelantar hipótesis sobre la forma y las características de ese
cambio impostergable. Tocará pensar “en grande” no en intereses más o menos
subalternos, en preservar la honda e indestructible afinidad y fraternidad de
dos pueblos y dos economías que se complementen y potencian. Tengo fe en que
Colombia no sucumbirá a cantos de sirena. El futuro será cada vez mejor si lo
enfrentamos codo a codo, así será.
* Polítologo y abogado venezolano, MS y Ph.D. en Administarción Pública,
exparlamentario, catedrático universitario, dirigente de la oposición.
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