Este ensayo histórico-biográfico sobre el fundador de la República de Turquía, lo publiqué originalmente en tres artículos de prensa, a los cuales tuve que añadir, suerte de apostilla o epílogo, un cuarto artículo sobre el golpe militar de 1980, etiquetado como "kemalista" por la prensa internacional, 42 años después de la muerte de Mustafa Kemal Ataturk.
En momentos en que nuestro país se deshace en la anómia y la anarquía, hombres como el Ghazi, traen involuntarios anhelos de redención.
ALFREDO CORONIL HARTMANN
ATATURK.
UN JEFE
“La espada de la justicia golpea algunas veces a los inocentes, pero la
espada de la historia golpea siempre a los débiles.
Yo no soy de estos últimos. Esos señores han querido atentar contra mi
vida, me importa poco, la he arriesgado miles de veces en los campos de batalla
y lo haría de nuevo, si fuera necesario.
Pero han querido atentar contra el futuro de nuestro pueblo. Y eso yo
no tengo el derecho de perdonárselos”
Las palabras que venimos de citar como epígrafe, las pronunció El Ghazi, Mustafá Kemal, en respuesta a la solicitud del Ministro
francés Albert Sarraut, quien viajó especialmente a Angora (Ankara) para hacer un supremo esfuerzo ante
Kemal, en nombre de la joven amistad Franco-Turca. Le pidió al Jefe del
Gobierno darle la amnistía a Djavid y se ofreció como su garante personal.
Todas estas intervenciones tuvieron, ante el jefe revolucionario turco, el
efecto contrario a aquel que buscaban. Ellos vinieron a disipar sus escrúpulos,
si es que alguno tenía al respecto, sobre la extensión y las ramificaciones
internacionales de la conspiración, lo que no había hecho sino sospechar hasta
entonces, se convirtió en certeza. Cuando la oposición se hace tan poderosa es
el momento de decapitarla. ¿Quién era este hombre tan peculiar e implacable?
Mustafá Kemal, nacido en Salónica, la menos turca de las provincias
del imperio, en una familia de clase media baja. Entró muy joven a la escuela
militar, con un físico privilegiado que le hubiera permitido hacer carrera en
Hollywood, una voluntad indomable, unas manos de pianista y un amor, como diría
Mariano Picón Salas, por todo lo digno de ser amado:”la gloria, las mujeres
hermosas, y el poder político”. Absolutamente indiferente al dinero, pero con
una clara e innegada inclinación por las bebidas espirituosas. En materia religiosa era un perfecto agnóstico
y guardaba grandes rencores contra la religión musulmana, contra el Islam,
porque consideraba que era un credo ajeno a la esencia del pueblo turco, que,
era la religión de un pueblo vencido por
los turcos, que había Logrado conquistar a sus conquistadores por la vía del
Corán, para castrarlos en su creatividad y empuje.
Notable militar, político brillante, orador parco pero impactante,
a todas estas virtudes que raras veces coinciden en un ser humano, se añadía
una clara visión de lo que quería hacer, construye un proyecto político
revolucionario definido. El pueblo turco había pasado de la horda al imperio,
sin haber existido nunca como nación propiamente dicha, su inmensa extensión
territorial, las influencias de individuos de distintas razas y culturas, hizo
de Estambul una ciudad cosmopolita y del pueblo otomano un extraño mosaico de
nacionalidades, en el cual se perdieron las mejores tradiciones de vieja raíz tartárica, inclusive esa fue una
de las metas de Kemal, abolir el alfabeto árabe, que era inaplicable a la
representación de las voces turcomanas y que por consiguiente dificultaba
inmensamente el aprendizaje, escasamente un 10% de la población sabía leer y
escribir, de los cuales siete u ocho de cada diez eran sacerdotes . Así
pues se mantenía en aquel atraso secular, a 1os descendientes de Osmán,
Bayaceto y de Soleiman “El Magnífico”.
Mustafá Kemal, mejor conocido por Ataturk, “padre de los
turcos” , tuvo un sentido descarnadamente realista de la política y de la
acción revolucionaria, le dolía profundamente el tener que tomar medidas, con frecuencia, terriblemente duras, pero que comprendía necesarias, por eso llegó a
expresar en forma patética: “yo conquisté al ejército, yo conquisté al país, yo
conquisté el poder, ¿no me será permitido conquistar a mi pueblo? los hombres
muertos esta noche tenían la pretensión de impedírmelo, ellos querían separarme
de lo que es mi única razón de vivir: el pueblo turco. Yo he hecho caer sus
cabezas y actuaré así cada vez que alguien intente interponerse entre el pueblo
y yo, que se sepa: yo soy Turquía. Querer destruirme es querer destruir la
Turquía misma, es por mí que ella respira y es por ella que yo existo”. “La
sangre ha corrido, era necesario, se dice que las revoluciones deben estar
fundadas sobre la sangre, una revolución que no está fundada sobre la sangre no
es más permanente, quiero que mi obra me sobreviva, todo gran movimiento debe
hundir sus raíces en la profundidad del alma del pueblo, que es la fuente
original de toda fuerza y de toda grandeza, más allá de eso no hay sino ruinas
y porquerías”.
Existían buenas razones para que él pudiera hablar así,
siendo apenas un joven oficial de Estado Mayor, en la Península de Gallipoli derrotó a los ejércitos inglés y francés y a tropas traídas de sus inmensos imperios coloniales, apoyados por la que era, para entonces, la primera
flota de guerra del mundo, siendo "Primer Lord del Almirantazgo Británico" Sir Winston Churchill, Kemal dirigió las operaciones desde la primera línea de
fuego, en total despego de su propia seguridad, en el orden del día escribió: “yo
no les ordeno a ustedes que ataquen, yo les ordeno que mueran. En el tiempo que nos tome morir otra tropa y
otro comandante pueden vivir y tomar nuestros puestos”. Para el final de la batalla casi todo el
regimiento 57 había muerto, cargando continuamente a través de la cortina de
fuego, hacia la inmortalidad, en los anales de la historia militar turca.
UN REVOLUCIONARIO.
Es este el segundo artículo, de un tríptico, que he decidido
dedicar al gran estadista y líder turco Mustafá Kemal; personaje que ha atraído mi imaginación y admiración desde la infancia.
Benoist-Mechin, en el
prólogo de su biografía sobre Ataturk, afirma acertadamente: “El creció en el seno de un imperio vetusto, que se agrietaba
y destruía por todas partes. Año tras año, el territorio de su país se reducía,
siendo amputadas provincias que sus enemigos se repartían sin recato: Grecia,
Bulgaria, Tracia, Albania, Mesopotamia, Siria, Palestina. Hasta el día en que enfurecido de ver
reducirse su país a algunos kilómetros, que no le ofrecían ni siquiera el
espacio
necesario para respirar, perseguido y puesto fuera de la
ley, condenado a muerte, él respondió con un no categórico a la debacle, hizo
retroceder a las grandes potencias y fundó un Estado nuevo, sobre los desechos
heroicamente salvados del desastre”. No
es una mala síntesis de la obra impresionante de Mustafá Kemal, una obra así no
es concebible sin un alto grado de decisión y a veces de violencia, muchos aun le echan en cara medidas
particularmente duras por él ordenadas, pero no cabe duda que no había otra
forma de crear una nueva Turquía, una nación moderna y cohesionada sobre las
ruinas de aquel desbarajuste que, otrora se había llamado la “Sublime Puerta”,
uno de los mayores imperios del mundo.
Para renovar a
Turquía Kemal procedió a grandes golpes, reformas profundas y una
secularización creciente. Necesitaba arrancar a sus conciudadanos de la
flojera, de la negligencia, del abandono, de la corrupción para hacer un país
nuevo, un pueblo de alma nueva. Hacerle
volver la mirada de los espejismos del oriente, para permitirle tomar su rango
entre las grandes potencias occidentales, para eso ningún medio le parecía
demasiado violento. Fue a “golpes de hacha” que él cortara, una después de otra,
todas las lianas que ataban al pueblo turco al pasado.
Reaccionando contra la confusión del Estado y la religión,
afirmó en su estilo inequívoco y enérgico: “El hombre político que tiene
necesidad del apoyo de la religión para gobernar, no es sino un cobarde y jamás
un cobarde debe estar investido de funciones de Jefe del Estado”. No cabe duda que despertó el espíritu guerrero
y heroico consustancial a la nación turca.
En el siglo XVI, reinando en Estambul, Soleiman “El
Magnífico”, a raíz de la toma por éste último de Belgrado, los embajadores de
Venecia y de Ragusa comentaban: “Los turcos van a la guerra como si se tratara
de un casamiento”. En realidad la guerra
era la actividad normal de los pueblos turcomanos, una hoja del “diario de
Guerra’ de Soleiman, nos habla de la eficacia militar y de la rapidez de
movimientos de los ejércitos turcos.
Registró escuetamente el gran Sultán, 29 de agosto: “Acampamos en el
lugar de la batalla”. 30 de agosto: “El Sultán sale a caballo. Se dan órdenes
de traer a todos los prisioneros a la tienda del Consejo”. 31 de agosto:
“Sentado en un trono de oro, el Sultán recibe la salutación de los visires y de
los dignatarios. Matanza de dos mil prisioneros. Lluvias torrenciales”. 1 de septiembre: “el Secretario de Europa
recibe órdenes de enterrar a los muertos”. 2 de septiembre: “descanso en
Mohacz. Entierro de veinte mil infantes y cuatro mil jinetes, armados con cota
de malla, del ejército húngaro”.
Pero lo asombroso es que Kemal Ataturk, el “lobo gris de
Angora”, corno lo llamaron muchos historiadores, no estaba en la posición de
Soleimán El Magnífico, que había podido contestarle al infortunado Francisco I de Francia, en
aquel tono distante:
Yo, Sultán Solimán Kan, hijo del Sultán Selim Kan, a ti,
Francisco, Rey de las tierras de Francia: has enviado al santuario de mi puerta
una carta por manos de tu leal siervo Fran Hitani, ahora que estás cautivo; has solicitado ayuda para tu libertad. Toda
esta súplica tuya, puesta al pie de mi trono, el refugio del mundo, ha ganado
mi comprensión imperial en todos sus detalles, y la he considerado
íntegramente.
No hay nada de extraordinario en el hecho de que reyes o
emperadores sean derrotados y capturados. Guarda, pues, tu valor y no te
desanimes. Nuestros predecesores gloriosos y nuestros ilustres antepasados
-Dios ilumine sus tumbas- jamás cesaron de combatir para arrojar al enemigo y
conquistar tierras. Nosotros hemos continuado sus pasos y a menudo tomamos
provincias y fortalezas poderosas y difíciles. De noche y de día nuestros
caballos están ensillados y ceñidos nuestros alfanjes.
¡Qué Dios El Altísimo, nos haga virtuosos! ¡Que su voluntad, cualesquiera que fueran sus
designios se cumpla! por lo demás
pregunta a tu enviado que él te informará. Sabes que se hará como se dijo”.
Tampoco hubiera podido dirigirse a las grandes potencias, como lo hacía Solimán, refiriéndose a Carlos V de Alemania y I de España, a su hermano Fernando Emperador de Alemania, a su abdicación, y a Felipe II cuando debido a una nueva política de amistad, concedió nuevos títulos para los hermanos Habsurgo. Ya no serían llamados Fernando y el Rey de España”, sino que se les trataría como “amistosos suplicantes”, a fin de ser adoptados dentro de la creciente familia de Solimán: Carlos como hermano y Fernando como hijo.
Si, no tenía en efecto el Ghazi, ninguno de esos elementos en sus manos,
pero tenía aquella cualidad que le había reconocido, en su primeros años de
actividad guerrera, el General alemán Liman von Sanders, cuando dijo de él: "...él
posee la calidad esencial de los grandes jefes: la fortuna. Y no solamente la
suerte, sino el don de tornarla al vuelo y de explotarla a fondo”, yo añadiría,
a la afirmación del general prusiano, que además tenía un coraje y una
tenacidad admirables. Antiguo cadete de
la Escuela militar de Monastir y de la Escuela de Guerra de Estambul. Este
joven rebelde, fundador del Vatan, había
aprendido el francés con un joven hermano salesiano, para leer en el texto
original a Voltaire, Rousseau y a los enciclopedistas. Con ocasión de una estancia
en Berlín había aprendido alemán para leer a Clausewitz y perfeccionarse en el arte militar. La
tenacidad de Mustafá Kemal debía salvar a los Dardanelos y a Constantinopla del
ataque de los franco—ingleses.
Cuando Lord Curzon -inmortalizado por un consomé de tortuga que inventó su esposa- se refirió a Kemal, con desprecio
visible, como jefe de bandoleros, éste respondió: “Nosotros aprendemos de los
ingleses a mejor conocerlos, los obligaremos a tratar con nosotros de igual a
igual, jamás bajaremos la frente delante de ellos, les resistiremos hasta el
último hombre, les resistiremos hasta el día en que su maldita civilización les
caiga sobre la cabeza”.
Y cuando el 10 de
agosto de 1920, en Sevres, los cuatro grandes firmaron, con la servil aquiescencia
de los enviados del Sultán, Mehezned VI, el tratado que consagraba la
destrucción de Turquía, su reparto entre las grandes potencias (lo que permitió
decir a Norbert Bischoff: “Así se hundía después de una caída sin paralelo, uno
de los más grandes imperios que había conocido la historia moderna). La respuesta del “Lobo gris” fue tan salvaje,
corno lo hubiese sido la del animal con el cual lo asociaban, se sacudió,
estirando su largo y atlético cuerpo, lanzó alrededor de él una mirada perdida que
parecía explicar los arcanos del futuro y lanzó a su vez un largo alarido de
cólera y de dolor. Nada ni nadie pudo detenerlo, hasta la liberación total de
su patria.
¿Dónde
están ahora sus apóstoles?
“Yo no tengo apóstoles. Aquellos
que sirven a su país y a su nación y demuestran sus méritos y sus habilidades para el servicio público, esos son mis apóstoles.”
Las palabras que tomamos como epígrafe de este tercer y último
artículo del ciclo de tres sobre el fundador de la República de Turquía, fueron
su clara respuesta a su viejo compañero de luchas Ali Fuad, quien mostró sus reservas sobre la estructura cada vez más fuerte que Kemal le estaba imprimiendo al Estado turco.
Los movimientos de independencia, de liberación nacional,
profundamente revolucionarios como el que hemos tratado de reseñar en este tríptico, sólo pueden
realizarse con un Ejecutivo fuerte, al frente del cual se encuentre un hombre
que, además de visionario, sea estadista y líder de su pueblo (curiosamente,
vale la pena señalar que no gustaba y apenas usó la palabra “revolución” que
para tantas cosas ha servido). Después de todo, debemos recordar que el único
hombre que ha ganado una guerra haciéndose crucificar fue Jesucristo. Por el
contrario, los mortales enfrentados a retos de esa magnitud tienen que
convertirse, muchas veces a su pesar, en victimarios y perseguidores. Siempre
se ha dicho, y con razón, que no se puede hacer una tortilla sin romper los
huevos.
El Ghazi lo sabía muy
bien. Por ello, con suma habilidad, hizo renunciar a los miembros de su
Gabinete, pidiéndoles además que no aceptaran ninguna cartera ministerial en un
nuevo gobierno, y dejó completa sobre oposición la responsabilidad de estructurarlo y
elegirlo. Largos días pasaron sin que Turquía tuviese Gabinete ni Primer
Ministro. Cuando creyó haber demostrado lo que quería, invitó a su residencia a
lo principal de la dirigencia del país y durante la cena anunció, sin dar margen
a la discusión: “Mañana proclamaremos la República”. A pesar de algunas protestas
en la Asamblea Nacional, no pudieron sino aceptar la nueva Constitución,
inclusive el poeta Mehmed Emim se atrevió a comparar la fundación de la República
con el gobierno que había establecido el Profeta en La Meca 14 siglos antes.
Kemal fue electo Presidente por 158 votos unánimes, no obstante algunas abstenciones. Nombró a Ismet su Primer Ministro. A la salida de la histórica reunión su
amistoso camarada Tevfik Rüstu le comentó jocosamente que ahora lo iban a
comparar con la Santísima Trinidad, pues era a la vez padre, hijo y Espíritu
Santo. En efecto, era Presidente de la República, Jefe del Estado, cabeza efectiva
del Gabinete y del Parlamento y del partido único. El Ghazi le picó un ojo y le
comentó en voz baja;” Es verdad, pero no se lo digas a nadie”.
Desde entonces, las reformas se sucedieron en forma
alucinante. “Yo conduciré a mi pueblo de la mano, hasta que sus pasos sean
seguros y conozca la ruta. En ese momento él podrá elegir libremente su guía y
gobernarse él mismo. Entonces mi obra estará terminada y me podré retirar ¡pero
no antes! “.
Se dedicó a construir
física y moralmente al pueblo de Anatolia para arrancarlo de las tinieblas de
la Edad Media. Toda la antigua legislación otomana, estaba basada en el Coran y
la interpretación de los doctores de la ley; abolió al Califato, proclamó la
separación de la Iglesia y del Estado y afirmó el carácter laico del nuevo
régimen; llevó a Angora lo más granado
de los juristas de su tiempo y atendió sus consejos; impuso el código comercial alemán, el código
penal italiano y el código civil suizo. Este último en particular transformaba
el estatus de la familia, tal como existía en Turquía, después de 600 años;
redefinió los derechos de propiedad, prohibió la poligamia que había sido autorizada
por Mahoma y prohibió la vieja desigualdad de los sexos, que incluía a la mujer
entre los bienes del marido. El hizo de cada ciudadano turco ante la ley un
individuo tan libre como cualquier ciudadano del más desarrollado país de
Occidente. Después transformó el viejo sistema de pesas y medidas musulmanas,
suprimió las desigualdades que existían entre las distintas provincias e instauró el sistema métrico decimal. Hizo
que se realizara un catastro en todo el país para que los bienes inmuebles
estuvieran delimitados y fueran avaluados de acuerdo con las normas jurídicas
recientemente adoptadas. También estableció el Calendario Gregoriano con lo
cual no solamente cambiaba el comienzo de cada año, el 1ro de enero en lugar
del 15 de julio, fecha de la huida de Mahoma. Modificó también la cronología,
obligando a los turcos a contar los años a partir del nacimiento de Cristo. También
sustituyó por el año solar de los
occidentales el año lunar de 354 días que utilizaban los árabes y el alfabeto árabe por el latino y asumiéndolo, como un
reto personal, se subió a un vagón de ferrocarril. Provisto de pizarras y de tizas y personalmente,
fue mostrando de pueblo en pueblo el nuevo alfabeto, los nuevos caracteres, que
en su opinión traducían mejor las voces turcomanas que la hermosa caligrafía
árabe, lo llamaron entonces “el primer maestro de escuela de Turquía” y ¡oh prodigio de un gobernante militar! … creó la oposición por decreto. “Ellos tuvieron la impresión —dice
Hessel Tiltman- que un terremoto hacia
cambiar las bases mismas de sus vidas y sin embargo no era sino el comienzo”
Así, de año en año, Turquía se transformaba y reganaba terreno
para vencer el atraso que la separaba de las naciones modernas. Benoist-Mechin afirmó, en lo que coinciden todos sus biógrafos: “Ella fue, en el sentido
más fuerte del término, su creación personal, el fruto de su energía, de su imaginación
y de su voluntad’.
Él lo había dicho, con emotivas palabras, en la tumba de su madre Zubeyde en Smyrna: “Yo juro junto a la
tumba de mi madre y en la presencia de
Dios, que en todo lo que se refiera a la protección del pueblo, por el que
tanta sangre ha sido derramada, yo no dudaré en acompañarla bajo la tierra”.
GOLPE DE ULTRATUMBA.
Aún para quienes
siempre hemos sido reacios a los ejercicios de espiritismo y, razonablemente respetuosos
de la muerte, nos sería difícil encontrar un título mejor para calificar el
golpe militar producido el pasado 12 de septiembre en Ankara y que parece haber
puesto fin, casi con mágica eficacia, a una situación que llevaba a Turquía
hacia el caos social, económico y político. Este artículo se convierte así en
un epílogo involuntario.
El golpe ha sido calificado, inclusive por algunas publicaciones
europeas, como Kemalista. Si
consideramos que el Ghazi Mustafa Kemal (El Excelso) Ataturk (Padre de los
Turcos) desapareció hace ya 42 años, deberíamos convenir en que el haber podido
derrocar a un gobierno por la proyección e influencia de su personalidad, tantos
años después de haber dejado el mundo de los vivos, avala no sólo su leyenda
sino la profundidad de su obra de revolucionario y de creador de la
moderna Turquía. Y prueba que, el fanatismo oscurantista al estilo
Khomeini, sólo tiene éxito cuando se enfrenta a regímenes viciados moralmente y
sin aliento ideológico alguno, como el del fallecido Sha de Irán.
La gota que rebasó el vaso fue cuando en un acto del Partido
Nacionalista Islámico, seguidor de las ideas del Ayatollah, los manifestantes
tuvieron la osadía de sentare en el suelo al oír las notas del Himno Nacional
Turco y de vocear consignas contra el pensamiento de Ataturk. Una cosa era
criticar o sabotear al gobierno y otra tratar de vulnerar las bases de la
identidad nacional que creara, de entre las cenizas del Imperio Otomano, el
Padre de los Turcos.
Lo ocurrido en Ankara revela, que sólo mueren los hombres incapaces de
generar profundos sentimientos en su pueblo
-de hecho hay quienes despiden un tufillo putrefacto muchos años antes
de bajar a la tumba-.
Del Kemal golpista de 1980, tenemos que decir -tomándole
prestada la frase a Arturo Uslar Braun-
que: “En 1938, murió el cuerpo. El hombre permanece vivo…”