SIMÓN ALBERTO.
Esp. Analítica Premium
Por: Alfredo
Coronil Hartmann
La inesperada muerte de Simón Alberto Consalvi, ocurre en un
momento en el cual estaba considerando, muy seriamente, limitar mi trabajo escrito, a temas no políticos o sólo de política
internacional, la nacional ya no es
política, es otra cosa, una especie de “género chico” –sin el encanto de la zarzuela- a la nunca abandonada Historia y quizá hasta a
atreverme a convocar, de nuevo, a mi
eterna y difícil pasión: la poesía. Que
pareciera estar tan ahuyentada como yo de estos parajes, casi siniestros, en
que ha devenido la vida cotidiana de los venezolanos…
Es cierto que la rica personalidad de Simón Alberto abre
otros muchos puntos de “abordaje” más allá de la sola dimensión de su actividad
política, pero aun su compleja personalidad no permite una aproximación sin la política. Leí, muy temprano esta mañana, dos excelentes trabajos sobre SAC, uno de su
joven coterráneo y admirador Román José
Sandia y otro del veterano periodista Ramón Hernández. Otros muchos aparecerán –o deberían
aparecer- en los próximos días, podría
pués “jubilarme” y sentirme más que bien representado. No obstante, siento que mi compleja relación y percepción
del personaje (era imposible que no fuese compleja) y su indudable peso específico como
periodista, investigador histórico y diplomático, me obligan a decir algo en
esta hora de su prematura muerte, que no es prematura por los 85 años que
tenía, sino por la claridad y agudeza de su intelecto, que tanto podía aportar en esta hora de
desencuentro y vaciedad de pensamiento que padecemos.
Dice, con toda razón, Ramón Hernández que no era fácil ser amigo de Simón Alberto,
se queda corto, era muy difícil, aunque no tanto como adivinar sus sentimientos
hacia uno. Parafraseando a un psiquiatra amigo, me atrevería a decir que la
personalidad de SAC era tan compleja como la de un personaje de novela rusa
–preferiblemente Dostoievsky- autor en
el cual se aprende más de psicología que en un tratado científico.
Conocí y me reencontré con Consalvi en etapas y circunstancias muy diferentes, se podría
decir que conocí a varios Consalvi´s.
El primer encuentro fue en el Nueva York del exilio perezjimenista, ya
en las postrimerías de la dictadura, Simón o “venenito” como lo bautizó mi
abuela, Doña Mercedes Viso de Hartmann (quien estableció una buena amistad y
afecto por él, afinidad de godos provincianos), Edilberto Moreno, Jaime
Lusinchi, y también los líderes Jóvito,
Rómulo y el Dr. Barrios eran los asiduos comensales de las verdaderas
creaciones gastronómicas de Doña Mercedes. Yo era apenas un adolescente, pero
“madurado con carburo” hijo de presos, perseguidos y exiliados, lector
insaciable asistía de atentísimo oyente a aquellos conversatorios como diríamos ahora, de unos hombres y mujeres
que –descontinuada actividad- leían y pensaban.
No demasiados años después nos reencontramos SAC y yo en el
Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes –INCIBA- que Rómulo había creado y designado a Don
Mariano Picón Salas como su primer presidente,
Mariano había pensado crear una revista que se titularía “Mar de cosas”
y me propuso que la dirigiera, su muerte el 31 de diciembre de 1964, frustró no
solo ese proyecto, sino el que el
Instituto naciera bajo el impulso del genio del gran merideño. Había dejado
escrito un hermoso texto: “Prólogo al Instituto nacional de Cultura y Bellas
Artes” que fue leído, en el Teatro
Municipal –el día de la inauguración del INCIBA- por Miguel Otero Silva. La presidencia del
instituto recayó en el Dr. José Luis Salcedo-Bastardo y al terminar su período,
el presidente Leoni designó a Simón Alberto. Allí fue el segundo encuentro,
nuestra relación en esa etapa no fue tersa, tampoco inamistosa, en todo caso
fue breve, yo me incorporé al MRE y viaje a México y Luego a Suiza y Austria.
El tercer capítulo o la tercera aproximación al personaje,
fue cuando CAP lo designó canciller en sustitución del Dr. Ramón Escovar Salom, yo era Asesor del
Ministro y Comisionado del Presidente de la República, Simón me ratificó en el
MRE y allí nos “descubrimos” fue una relación gratificante en lo
intelectual y en lo personal, me pidió más
de una vez que lo ayudara a torear problemas surgidos, casi siempre, de las intemperancias de terceros –de
terceros muy importantes- y le agradaba mi manera flexible y conspicua a un
tiempo, de llevar adelante situaciones que de una forma en extremo ortodoxa hubiesen sido inviables. Luego trabajamos juntos en la Comisión
Editora de las Obras Selectas de Rómulo Betancourt, comisión que él presidía y
de la cual yo era el coordinador ejecutivo y durante la campaña presidencial de
Jaime Lusinchi en la Comisión de Medios
que, a todo efecto práctico terminamos integrando,
además de SAC que la presidía, José Consuegra y yo.
En Nueva York, lo visitaba con mucha frecuencia, en la casa
que había pertenecido al muy brillante Embajador de los Estados Unidos, en la Unión Soviética, Averell
Harriman y que la República tuvo el buen tino de adquirir como residencia del
nuestro ante las Naciones Unidas. Eran
los terribles días de la enfermedad final de su hija Silvia, Mimina y Simón
estaban deshechos. Pero esplendidos anfitriones, se sobreponían y siempre las tardes
transcurrían entre gratas y doctas conversaciones de todos los temas
imaginables.
Demasiadas cosas nos acercaban, la pasión por la política,
la Historia, el arte, la buena mesa. En varias ocasiones le consulté tópicos de
las relaciones internacionales de Acción Democrática, prometiéndole reserva que
sólo ahora rompo y colaboró sin mezquindades pese a las distancias que pudiese
tener con la dirigencia del Partido.
Sin lugar a dudas fue uno de los más completos y brillantes
Ministros de Relaciones Exteriores que haya tenido la República en todos sus
años de vida independiente (1811-1999), un excelso articulista y editorialista,
un investigador serio del devenir histórico, un combatiente político que no
tuvo una experiencia platónica de las dictaduras. Fue un gran venezolano. Hasta
pronto…