25 de marzo de 2016

LA OMINOSA COMPLICIDAD DE LOS HUMILLADOS, por: Antonio Sánchez García, @sangarccs / pararescatarelporvenir.blogspot.com 25 de marzo de 2016

LA OMINOSA COMPLICIDAD DE LOS HUMILLADOS

A eso se ha reducido la experiencia ante el horror: a la disposición a poner la otra mejilla. Se justifica la sospecha de que no hay mayor culpable ante una humillación que la disposición a dejarse humillar. Es la que comprobamos a diario ante la permisividad del crimen de los talibanes castristas.


Antonio Sánchez García @sangarccs

            De Brecht he amado los poemas de indignación. Esos en que expresa sus furias y penas – como hubiera dicho Neruda, parafraseando a su amado Francisco de Quevedo – por la babosería de quienes jamás asumieron la única verdad propicia para enfrentar con grandeza, virilidad y coraje, al fascismo y sus barbaries: la indignación. Y su resultado concreto: la rebeldía.

            Pérez Reverte ha asumido, por lo menos en esa forma menor del periodismo que es el tuit, la antorcha dejada por esa extraordinaria mujer que fuera Oriana Fallaci, que tuvo la fiereza y el coraje de indignarse hasta dar su último suspiro contra la barbarie islámica que, sirviéndose de la babosería de la progresía europea – esa que en boca del estulto, cegato, ambicioso y oportunista Pablo Iglesias se niega a denunciar la Yihad -, se ha ido comiendo a Europa por sus extremidades.  Cuando comprobó con sus propios ojos que en Italia brillaban más populosos e imponentes los minaretes que los campanarios tuvo la absoluta certeza de lo que hoy vemos con horror: que de la religión islámica nada puede esperarse que no sean la regresión, el terror, el abuso, la traición y la muerte. Para eso se acogió con benevolencia, generosidad y desprendimiento a sus padres: para que en lugar de beber de las fuentes de la cultura clásica europea, expendida de gratis en las escuelas públicas de Bélgica o de Francia – Voltaire, Montesquieu, Proudhon, Victor Hugo, Moliere – se refocilen en el encarnizamiento del odio mahometano contra la Ilustración asesinando a mansalva a quienes llevan adelante campañas por la apertura a la inmigración y el acogimiento a los futuros degolladores de sus benefactores.

            El periódico ABC de España entrevista en su edición de hoy al que tal vez sea el poeta árabe vivo más importante de la cultura musulmana, Adonis, pseudónimo de Ali Ahmad Said Esber (Al Qassabin, Siria, 1930). Sus palabras son tan definitivas, que huelga comentarlas: “—Cuando la religión es la única ley que rige la vida de las sociedades se convierte en un foco de violencia permanente, una amenaza totalitaria. Impide la emergencia de una sociedad civil, impide la existencia de una cultura, atiza un fanatismo amenazante para cualquier forma de libertad. En el caso de la religión musulmana, el caso tiene una dimensión trágica: un solo libro, el Corán, es la fuente única de toda la jurisprudencia política, social, cultural e institucional, hoy como ayer. De alguna manera, pudiera decirse que Dios mismo «está fuera de la ley»: Mahoma es el único y último profeta y su palabra es inmutable. Para colmo, Occidente apoyó y apoya a los regímenes donde la ley musulmana funciona como una dictadura, impidiendo incluso la emergencia de una sociedad civil. Como el islam permite la formación de imanes autoproclamados, cualquier fanático puede «ordenar» la matanza de infieles. Y cualquier fanático musulmán, de cualquier nacionalidad, puede precipitar matanzas espantosas.” No habla en balde: hemos asistido a matanzas de una insólita crueldad decidida por franceses y belgas que actuaban inspirados por la fe, sin reconocer más ley que el Corán y más ordenanza que la de asesinar a quienes no pertenezcan a sus pandillas de matarifes.

            A quienes apostamos por las esperanzas que parecían surgir de la llamada primavera árabe no deja de asombrarnos lo que ha resultado de ella: “La sublevación contra la tiranía precipitó nuevas formas de tiranía. La religión musulmana había impedido la formación de una auténtica sociedad árabe. Sin una ruptura completa con la religión musulmana, sin una ruptura entre la religión y el poder político, la ruptura que Europa consumó hace siglos, las sociedades árabes musulmanas están condenadas a seguir hundiéndose en una decadencia sin fin.” E incluso las esperanzas que ciertas expresiones de la defensa de la mujer en un mundo que las considera objetos a ser comercializado, ultrajado y esclavizado, habían despertado en grupos de defensa femenina se ven dramáticamente desmentidas por los últimos sucesos del horror musulmán: “—Ese movimiento es una realidad. Pero los Estados apoyados por occidente siguen persiguiendo a las mujeres que sueñan con un estatuto de ciudadanas libres. Ese comportamiento occidental rinde un flaco favor a la libertad de los pueblos, en general, y a la libertad de las mujeres, en particular. El islam ha separado de manera espantosa lo masculino y lo femenino. El hombre domina e impone una ley tiránica. La mujer se convierte en un objeto sexual, que se usa, se compra, se vende, y se tira. En la religión musulmana se institucionaliza de alguna manera la relación entre el amo y el esclavo, la esclava. La mujer es un sexo mecánico, al servicio del deseo y el placer del hombre. Daesh, culminación histórica de una forma bien actual de «Estado islámico», compra y vende mujeres. Las niñas son las mujeres que se venden más caras: son vírgenes. A los asesinos dispuestos a matar se les promete ir al paraíso, donde los esperan un montón de vírgenes / esclavas, para que pueden realizar sus fantasías después de muertos.”

            Pero no se crea que el fanatismo del terror yihadista está ausente de la grave crisis porque atraviesa América Latina. Muy en particular, en Venezuela. Y lo que es tan abrumador como el repugnante comportamiento del líder de Podemos - el otro Yo del Dr. Maduro -, el displicente comportamiento de nuestros ciudadanos ante el terror transfigurado en electoralismo político de nuestras élites opositoras. La indignación de Pérez Reverte ante la babosería del progresismo complaciente frente a la invasión musulmana no deja de despertar resonancias en la apatía, la obsecuencia y la asombrosa pasividad con las que los humillados demócratas venezolanos reaccionan ante los abusos infinitos del castrocomunismo cubano, amo, dueño y señor de la Venezuela bolivariana. ¿Qué argumento exhibir para justificar no haber sido capaces de desalojar de una vez y para siempre a los invasores cubanos y sus cipayos bolivarianos? ¿Qué explicación dar ante la aplastante victoria electoral del 6 D que aún no deja otro resultado que haberse librado de unos mamarrachos que afeaban el hemiciclo? Alrededor de trescientos mil muertos y la devastación del país para darse por satisfechos por la iconoclastia opositora? ¿Para eso el esfuerzo: para un discurso y una bravuconada?

            A eso se ha reducido la experiencia ante el horror: a la disposición a poner la otra mejilla. Se justifica la sospecha de que no hay mayor culpable ante una humillación que la disposición a dejarse humillar. Es la que comprobamos a diario ante la permisividad del crimen de los talibanes castristas.



           




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