2 de enero de 2016

El fin de los mitos, Columna “Diario” de Jurate Rosales en la Revista Zeta del 11 de diciembre 2015./ pararescatarelporvenir.blogspot.com 2 de enero de 2016

Columna “Diario” de Jurate Rosales en la Revista Zeta del 11 de diciembre 2015.

"El fin de los mitos"


La hazaña electoral venezolana del 6D, rompió estructuras de un contexto mundial, hasta ahora consideradas inamovibles. Hay en eso algo similar a la marcha que partió de Venezuela y liberó toda América, porque el votante venezolano será el primero en haber fracturado las columnas que desde hace décadas, mantienen de pie en América Latina, gobiernos apoyados en la mentira electoral y el engaño populista.    


Por JURATE ROSALES
   

Hay una dimensión internacional e histórica del 6 de diciembre 2015 venezolano, que sólo se verá con el tiempo y que tangencialmente ya menciona Elizabeth Burgos en las páginas de esta misma revista. El votante venezolano, que en su gran mayoría reaccionó ante algo tan elemental como la falta de comida, destrozó en  una sola jornada una serie de conceptos básicos de la política y medios de comunicación. Los más sagrados instrumentos de poder, tales como el control de elecciones, la propaganda política y la amenaza represiva, fueron anulados por la nación en su abrumadora mayoría. Lo ocurrido esa noche, ocupará durante días, meses, años y décadas, la atención de sociólogos, historiadores, expertos en comunicación social y sobre todo, politólogos.

     Vamos por partes. Mucho se habla y se hablará de la mecánica que rompió por primera vez – insisto en que es la primera vez – uno de los pilares del sistema que todavía impera en Cuba y que en gran parte fue inyectado a Venezuela durante los 17 años del chavismo: la utilización de una cifra electoral “ajustada” por el ente electoral, para aparentar una “voluntad del pueblo soberano”. Mi palco observador desde la dirección de esta revista Zeta, me permitió analizar – y los que tienen la colección de todos los números de la revista podrían revisarlo -, cada nueva elección desde el inicio de la presidencia de Hugo Chávez con su correspondiente treta utilizada para aparentar resultados electorales y anunciarlos como la voz del pueblo soberano.  Era fácil reconocer el sistema instaurado por los soviéticos y recogido por Cuba, donde las cifras electorales, debidamente tratadas, suelen ser una pantalla, creada para exhibirla en la vidriera del régimen. Esos números que nadie puede verificar, se utilizarían luego para nutrir una propaganda difundida urbi et orbi, lo que, irónicamente, solía convencer a propios y extraños.

       Venezuela fue víctima de ese sistema de manera consistente a partir del año 2000. Los venezolanos conocieron entonces unas primeras elecciones chavistas con tarjetas perforadas cuya trampa fue luego abiertamente denunciada. Pueden recordar que luego vinieron los “lectores electrónicos” de la empresa Indra confiados a la canadiense ES&S y se trató de inducirla en obediencia colocando una pistola en la boca del técnico, hecho que llevó a la salida del país de esa empresa (el relato recogido y publicado por Zeta, nunca fue negado). Cabria recordar la aparición de la máquina electoral Smartmatic con su sistema de comunicación bidireccional, cuyo resultado fueron los continuos éxitos oficiales tras cada elección, culminando con el milagro de una inversión de cifras, a última hora, ocurrida durante la elección presidencial que encumbró a Nicolás Maduro, posteriormente amparado por una partida de nacimiento que la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, mostró sin otro comentario.

          A vuelo de pájaro puedo mencionar que incluso para instaurar  la actual Constitución de 1999, nunca hubo aprobación mayoritaria: en el referendo aprobatorio, 55% de la población se abstuvo y de los 44% del padrón electoral que votaron, sólo 3 millones aprobaron el texto, mientras que más de 1 millón votó “no”. De manera que ese día, de los casi 11 millones de votantes inscritos, la actual Constitución fue aprobada por 3 millones de votos. La debilidad numérica fue opacada por una gigantesca y continua propaganda del propio Hugo Chávez, quien siempre presentó esa Constitución como la voluntad expresada por todo el pueblo.

Un aparte constitucional

      Por cierto que en relación a la Constitución de 1999, donde los constituyentistas introdujeron muchos aspectos de gran valor para la población, en forma solapada fue introducido el vocabulario y sistema cubanos, cuando por orden presumiblemente venida de arriba, el parlamento bicameral de diputados y senado, fue sustituido por una sola cámara nombrada como en Cuba “Asamblea”. Se trataba de un solo cuerpo que sería más fácil de manipular, por no existir el control de unos senadores (¿podría el entonces presidente de la Constituyente, Luis Miquilena, aclarar hoy, quién o quiénes introdujeron la exigencia de esa modificación?).

      Lo de cambiarse a una Asamblea fue en aquel momento un tiro certero, pero ahora salió por la culata, puesto que esa misma cámara única será el arma principal de la oposición, al conseguir el control total del importantísimo poder legislativo, sin que mediara freno senatorial alguno.

La confiabilidad del voto

       Insisto, con la Historia y pruebas al apoyo, que uno de los pilares de todo sistema comunista del que Cuba sigue siendo un sobreviviente, ha sido la utilización de cifras electorales definidas artificialmente, para “legitimar” los desmanes del dictador gobernante. Desde los inicios del siglo XX, no encuentro ni un solo ejemplo de elecciones en país comunista, que no fueran el simple anuncio de cifras que por norma, casi siempre aparecían en el tradicional dígito de los 90%. Hasta hubo elecciones que fueron proclamadas como el logro de un 98% de aprobación. De hecho, las elecciones con resultados falsos son un aspecto estructural de todo régimen comunista.
       Ese molde fijo, fue roto solamente dos veces en la trayectoria mundial de esos regímenes, y ambas ocurrieron en Venezuela, donde la inserción del sistema cubano nunca llegó a ser total. En ambos casos, lo rompió la Fuerza Armada Venezolana: la primera, al obligar a Hugo Chávez a aceptar el rechazo de la Reforma Constitucional de 2007 y la segunda ahora, con las elecciones legislativas de 2015. En ambos casos, la razón aparece como una voluntad de preservar la integridad de la Fuerza Armada Venezolana. ¿Quién fue el que dijo que Venezuela es un cuartel?

     En el proyecto de la reforma constitucional de 2007, Hugo Chávez introdujo la creación de una “Milicia Popular Bolivariana”, con poderes que amenazaban superar la estructura tradicional de la Fuerza Armada Venezolana. Al alto mando militar le bastó imponer que por una vez, el Consejo Nacional Electoral se atuviera a los resultados reales de la votación popular. La reforma constitucional fue rechazada. Posteriormente, Chávez, pese a la negativa expresada por el “pueblo soberano”, creó esa Milicia, pero ella nunca logró imponerse como un cuerpo militar importante y autónomo. Los generales quedaron tranquilos.

El dilema del general Padrino

      En estas elecciones de 2015, la situación fue muchísimo más compleja que en el 2007 y es cuando se puede afirmar que por primera vez en el mundo a un gobierno de diseño comunista le fue fracturado el pilar del fraude electoral que sostiene el sistema.

      Lo más interesante de observar, es que contrariamente a muchos otros países, en Venezuela está tan arraigado el concepto democrático, que nadie se presta a engaño y se discutió abiertamente, la opción de aceptar un fraude electoral, o forzar el reconocimiento del voto real.

       La noche del 6 de diciembre el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López se vio enfrentado al dilema de manera tan directa que el tema de amparar o no el fraude ya había sido discutido en el más alto nivel “civico-militar” dos días antes y según informes, se adujo el peligro de fracturar la Fuerza Armada, puesto que en una encuesta interna el 70% del estamento militar apareció favoreciendo un cambio.

      Serán muchos los análisis referentes a todos los elementos que “arrinconaron” a Padrino López obligándole a adoptar la solución salvadora del país y de la Institución Armada. Solo para enumerar algunos y siendo la principal la voluntad de la nación en su enorme mayoría, también estaban esta vez activos, la antes inexistente directa presencia internacional en muy alto nivel; el tecnicismo para imposibilitar en 1.600 mesas “pivote” el ya tradicional fraude de la comunicación bidireccional de las máquinas de votación; el conocimiento cabal del sistema fraudulento de introducir votos después del cierre de las mesas; y la capacidad de los testigos de la MUD para mostrar en pocas horas, antes de que el previsto fraude aparezca la totalidad de las Actas de votación de todo el país debidamente refrendadas y firmadas por los integrantes de cada mesa. Cabe agregar la operatividad de la Mesa de Unidad Democrática dirigida por Chúo Torrealba que nunca flaqueó; la destreza política de Henry Ramos Allup enlace de la MUD con el CNE que no dejó otra opción que reconocer las Actas; y finalmente la decisión del ministro Padrino López, de evitar un inminente derramamiento de sangre.

    Con eso, los votantes venezolanos marcaron posiblemente el fin de los sistemas de gobierno que vivían, crecieron, respiraban y existieron en los países de inspiración comunistoide gracias al fraude electoral.

El fracaso de la propaganda

    Entre los cuestionamientos que necesariamente surgirán en relación a la lección del 6D, estará la destrucción por los venezolanos de otro dogma universal, como lo es la propaganda electoral. Se demostró la inutilidad de los más importantes instrumentos de una campaña, como lo es la propaganda repetida por todos los medios y vías, al precio de millones de inversión.

     En  un momento en que importantes naciones vuelven a plegarse al populismo, como  ocurrió en el pasado con Mussolini, Hitler, Mao, y actualmente se asoma en las elecciones laboristas de Inglaterra, el avance regional de la ultra derecha en Francia, el inaudito fenómeno de Donald Trump en EEUU desde Venezuela vino la señal de una fuerza política destructora no sólo del populismo, sino de sus instrumentos de difusión. Fracasó el calculado efecto de un casi total control de las televisoras, las emisoras de radio y la prensa, cuyos mensajes llenaron durante meses el espacio, sin ser escuchados. Cayeron en oídos sordos las múltiples cadenas de radio y TV, fue inútil el gasto publicitario de vallas, afiches, volantes y la estridencia de altoparlantes.

      Por contraste, la campaña de la oposición fue acallada en todos sus aspectos, pero la gente la oyó. Al final, los venezolanos votaron no por inducción, sino por convicción y decisión propia. Será algo para recordar y tomar en cuenta de ahora en adelante… no solamente en Venezuela. 


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