1 de noviembre de 2015

El 18 DE OCTUBRE DE 1945, por Alfredo Coronil Hartmann / pararescatarelporvenir.blogspot.com 1º de Noviembre de 2015



El 18 DE OCTUBRE DE 1945:


A 70 años de la jornada cívico-militar que echó por tierra al gobierno del general Isaías Medina Angarita, esta sigue siendo una materia ampliamente polémica, por varios motivos, entre ellos la incapacidad, al parecer insalvable, de Acción Democrática para crear conciencia histórica de las razones y la justificación de sus actos, -ya Pérez Jiménez se encuentra en olor de santidad- que va pareja con la capacidad publicitaria de los deudos del neo-gomecismo que han querido hacer del General López Contreras el padre de la democracia y de Medina una figura digna de los altares, un seráfico San Martin de Porres como dijera con humor Ibsen Martijnez  –en una obra de teatro- que fue injusta y cruelmente echado del poder.

Tan buena ha sido esa publicidad neo-gomecista, que los nuevos dirigentes adecos, huérfanos de formación ideológica y ágrafos como los llamaba el propio Betancourt, esconden, con pudor de doncellas de novela victoriana, esa fecha “ominosa”, en lugar de hacer de ella una efemérides partidista que debía celebrarse a lo largo y ancho del país. Con orgullo legitimo, ya que, como le dijera el legendario guerrillero antigomecista, Doctor y General, Roberto Vargas a Betancourt, al pasar este por Ortiz en su primera gira administrativa como Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, al responderle a RB quien le había dicho “Doctor Vargas, siempre lo admiré, desde mi infancia. Ud. fue uno que supo
 arriesgarlo todo en la lucha contra el despotismo” , le respondió tajantemente el viejo caudillo: “Yo lo felicito  a Ud.  y comparta esa felicitación con sus compañeros de la Junta Revolucionaria de Gobierno. El 18 de octubre de 1945, fue el día en que realmente murió Juan Vicente Gómez”.

Desde luego sería simplista, poco serio, achacar la confusión sobre la trascendencia y el valor de dicho acontecimiento histórico, solo a la incapacidad o negligencia comunicacional de unos y a las habilidades los desplazados del poder en esa fecha, son esos juicios a la ligera tan propios dentro de ignorancia generalizada de nuestra historia contemporánea.

Las opuestas interpretaciones, empiezan por la disputa semántica de que si debemos llamarlo “revolución” o simplemente “golpe”. Fue ambas cosas. Un golpe que por los cambios que engendró se convirtió en una revolución. El propio  Betancourt nunca se llamó a engaño, sobre las consecuencias negativas de que el derrocamiento mismo no ocurriera dentro del marco de una insurrección  de vasto alcance: “El gobierno de facto nació de un golpe de Estado típico y no de una bravía insurgencia popular. Lo que tenía de negativo tal circunstancia no necesita ser subrayado.”

 La verdad, es que el régimen tenía ya diez años sobreviviéndose, milagro de longevidad política, tras la habilidad política de López Contreras, en una transición muy difícil y los afeites liberales y el maquillaje democrático, tras la real bonhomía de Medina, de sus buenas intenciones, que no se las escatimamos, seguía en esencia la patriarcal y autocrática figura del general Juan Vicente Gómez, orientando desde donde estuviese, que no son sino conjeturas los valores del “más allá” a los albaceas de su verdadera herencia: Venezuela.

 Pero el patrimonio no eran solo los trescientos millones de bolívares confiscados, ni el millón de kilómetros cuadrados, gobernados como hacienda personal, era también un grupo de unos cuatro millones de venezolanos, hastiados de estar marginados de todo poder de decisión, hartos de su condición de semovientes a los cuales López y Medina habían tirado algunas migajas –siempre irrisorias-  de sus derechos constitucionales, a manera de distracción, mientras continuaban con un sistema electoral viciado que marginaba eficazmente al pretendido “ciudadano”  de toda intervención real  en la escogencia de sus gobernantes, desde el Poder Municipal al Legislativo y Ejecutivo.
Las solas cifras del proceso electoral para concejales y diputados a las Asambleas Legislativas, que fuera calificado por Medina como “…las elecciones más libres y más limpias que conoce nuestra historia”, son más elocuentes que las palabras, de 2.861 concejales y diputados, 2.718 eran de filiación oficialista y  ¡solo 142 ¡ de orientación independiente…
Es cierto que no había detenidos políticos, Medina
no era López Contreras con su “Ley Lara” y sus largas listas de proscritos, tampoco López era Gómez, no usó grillos, ni envió a los presos políticos a hacer carreteras.
 Los diez años del albaceazgo del gomecismo, marcaron una progresiva liberalización. Pero esta no iba a la velocidad de la Historia, pretendía posponer lo más posible  el reconocimiento de los plenos derechos ciudadanos, fue necesaria la II Guerra Mundial y el triunfo aliado que, predicaba el fin de los despotismos, para que Medina. Olvidada su vieja debilidad por el Duce, abriera el compás. Abertura relativa, la más importante iniciativa legislativa tomada bajo su gobierno, la tan cacareada “reforma petrolera” de 1943, fue tratada de espaldas  al Congreso –no obstante que la mayoría gubernamental era abrumadora- para evitar que la opinión pública conociera sus términos, fijados por el Ejecutivo con los abogados de las empresas petroleras, asesoradas estas a su vez por representantes del Departamento de Estado, entre ellos Herber Hoover Jr., hijo del presidente republicano del mismo nombre. Cuando fue presentado a las Cámaras el  proyecto de Ley, fue bajo la especiosa figura de una “Ley—Convenio” es decir el Congreso no podía decir sino amén. Ninguno de sus términos era modificable sin “romper” el intangible arreglo.

Asombra, aún dentro de este cuadro político surrealista, que un gobierno que contó entre sus personeros a eximias figuras de la intelectualidad y a profesionales liberales de primer orden, fuese tan inconmensurablemente torpe, además de ciego y sordo, para no percibir lo que se estaba agitando en el fondo del alma nacional, su displicencia suicida ante las fórmulas planteadas por la oposición, para salvar la vía evolutiva, es decir para evitar la insurgencia. Todo ello nos hace pensar que poco o nada contaba la llamada “ala dorada del PDV” a la hora de discernir el asunto del poder, seguramente porque ni Arturo Uslar Pietri, ni Rafael Vegas, ni Ramón Díaz Sánchez, ni Mario Briceño Irragorri, ni Pastor Oropeza, Fernando Ruben Coronil, Espiritu Santos Mendoza, Gustavo Henrique Machado ni Gustavo Herrera eran tachirenses.
 El “ala dorada” era un producto de exportación, para brillo del régimen, pero tanto Uslar como Rafael Vegas, por citar a los dos pabile más evidentes, cumplían con el artículo tácito de la Constitución, que limitaba a un solo estado de la República la tarea de proveer presidentes.

Para mayor escarnio de la opinión pública, el gobierno ni siquiera se molestaba en designar sucesor, el tapado no iba a ser ungido sino en el tercer trimestre de 1945, es decir a dos meses de las “elecciones”, con razón editorializó El País: “si el país no puede elegir, al menos que se le permita opinar”.
Al escarnio se añadía el riesgo, ya el General Eleazar López Contreras, conocedor y perfeccionador del sistema electoral vigente y que sabía, por consiguiente, sus menguadas posibilidades de ser electo, había enseñado el tramojo: “tengo en lugar preferente de mi casa, y no como pieza de museo, mi uniforme de General en Jefe…”. La conspiración lopecista estaba en marcha, tenía ramificaciones en todos los rincones  del país y desde luego en la oficialidad superior tachirense y gomera.
El peligro lopecista era una oportunidad de oro para que el gobierno de Medina aglutinara en torno suyo a todo un país que se negaba a retroceder. Esa oportunidad también fue defraudada, solo la fórmula Escalante propuesta por Medina a su Embajador en los Estados Unidos, natural de el Táchira, pero respetado por el país nacional, y aceptada por Acción Democrática, pareció abrir un horizonte de esperanza.

 Sin embargo, el siempre imponderable destino, sumió a Diógenes Escalante en un desarreglo mental irreversible. Ante ello, aún se ofreció al régimen la llamada “Candidatura Nacional”, para elegir a un presidente de consenso que, en el plazo de un año, llamara a elecciones generales, los nombres planteados merecían el respeto colectivo: Oscar Augusto Machado Hernández o el eminente médico Martín Vegas.

 “Hicimos el  último esfuerzo posible para evitarle al país una conmoción perturbadora de su normalidad e incluso para darle al Presidente Medina una oportunidad de pasar honrosamente a la historia, pues conforme a mi proposición, la iniciativa debía aparecer como suya. Se nos respondió destempladamente y ya no pudimos evitar el golpe de octubre” las palabras de Don Rómulo Gallegos, hacen patente el empeño de AD por evitar la salida cuartelaría. Empeño basado en muy buenas razones, una, la perniciosa dialéctica de los golpes de fuerza, otra —la más importante— que no tenían duda alguna de que serían los ganadores, si el pueblo era llamado a una libre justa electoral. No nos atrevemos a afirmar que Dios tuviese especial empeño en perder a Medina, pero lo cierto es que se cegó completamente.

A los reiterados pedimentos de la opinión por conocer el nombre del delfín, responde el PDV en términos casi risibles, así una circular interna de ese Partido, dada a conocer por un periódico de Caracas el 8 de marzo de 1945, rezaba: “Las conveniencias políticas y el interés mismo de nuestro movimiento aconsejan que esta decisión no se tome hasta un momento más próximo a la elección efectiva del Presidente de la República... y por otra parte de exponerlo a los ataques inmisericordes de todos aquellos que tengan interés en hacer fracasar nuestro movimiento”
 Ello hizo decir, al agudo y cáustico Andrés Eloy blanco, que: “parecía tratarse de un candidato-novia, con níveos velos púdicos y suerte de floreada vara de nardos en la mano, provisto de una especie de mosquitero político”.

EL PARTO DE LOS MONTES

El tan esperado paladín, el misterioso “tapado”, que
tantos trasnochos y aún pesadillas, produjo a la elite política de Venezuela, el gran gonfalonero de la cruzada del PDV “ni un paso atrás”, resultó ser un ex gerente del Banco Agrícola y Pecuario, a la sazón Ministro de Agricultura, desconocido y de mediocre trayectoria burocrática, el Doctor Angel Biaggini. Eso sí, tenía la virtud esencial, el haber nacido ‘‘del páramo de La Negra para allá”, es decir en el Táchira.
  Parece que el desconcierto de la oposición y de la opinión pública, doméstica y foránea, solo fue superado por el de los propios jefes del PDV.       Betancourt me relató que, en una cena muy privada, en la casa de Alexis Lope Bello, Arturo Uslar Pietri le manifestó con sincera angustia “… la situación política es alarmante, Baggini no duraría en el gobierno. Lo tumbarían los sargentos”. Don Mario Briceno Irragorri señalaría años después  “La suerte había sido echada con dados falsos”,  similares conceptos se conocen de Don Ramón Díaz Sánchez.

La noticia fue dada a conocer, en el mejor estilo de
las monarquías absolutas, el 12 de septiembre de 1945, por un vocero de Palacio, “la causa” para usar el viejo  vocablo gomero  ¡tenia candidato!. Acción Democrática todavía se sintió obligada a hacer pública la propuesta de la “Candidatura Nacional”, que ya Medina, en privado, le había rechazado a Don Rómulo Gallegos, el documento terminaba con estas palabras inequívocas: 

“Así quedará a salvo nuestra responsabilidad 

ante la historia, y mañana no podrán

 imputarnos las generaciones venezolanas 

del porvenir el haber omitido nuestra palabra

 conciliadora y animada de patriótica 

preocupación, por evitarle al país 

soluciones de violencia, en una de las más

 dramáticas crisis 

políticas que recuerde la República”.

La respuesta del Partido Democrático Venezolano –PDV- fue tan rápida como tristemente pedante y despreciativa de la opinión pública: “Lo único que ocurre y a Dios gracias, que está ocurriendo, es que por los medios constitucionales existentes se va a elegir el primer funcionario del escalafón administrativo” y más adelante añadían desdeñosos “…puede que nuestro candidato no guste” y fingían asombro los dirigentes medinistas de  “…la premura e impaciencia con la cual AD deseaba, por medio de un golpe de Estado pacífico, cambiar el sistema”.

LA CUESTIÓN MILITAR

Para muchos nostálgicos del sistema de cosas imperante en Venezuela durante los primeros 45 años del siglo XX, la “culpa” del 18 de octubre hay que buscarla en los apetitos económicos de los militares y en la ambición desmedida de poder de Rómulo Betancourt. El primer argumento constituye un elemento y justificado de la irritación castrense, un subteniente, graduado en la Academia Militar, ganaba 14 bolívares diarios, menos que un obrero. Pero mucho más importante era la imposible pervivencia del sistema existente para los asensos y los cargos –es decir al capricho del príncipe- y la coexistencia de una oficialidad superior “chopo e´piedra” y semi-analfabeta con los oficiales surgidos
de las escuelas y academias de tierra, mar y aire.

En cuanto a la ambición de poder de Betancourt, imposible negarla, pero lejos de desmedida fue, en extremo, medida. Es cierto que apenas contaba 37 años de edad, pero claro y definido estaba en su cabeza un proyecto de país, de transformación profunda, que empezó a implementar apenas llegado al poder.
Lo que es palmariamente cierto, es que las Fuerzas Armadas, no resistían más ese estado de cosas. Ni López Contreras ni Biaggini –léase Medina- les garantizaban sus justos anhelos de superación técnica y profesional, no era cuestión de “nuevos uniformes” ni  “juguetes bélicos” como han dicho irresponsablemente algunos intelectuales de “izquierda”. Se trataba de una institución vital para la República que exigía el rol al que tenía derecho, dentro del marco constitucional.

El golpe iba, con o sin Acción Democrática, ¿qué era
 lo históricamente correcto? dejar todo al albur de las circunstancias o apoyarlo y encauzarlo hacia la vía democrática.
 Los hechos son que, si AD no “tumbo” a Medina  lo cierto que lo sustituyó y le dio forma a un régimen que colocó, con casi 50 años de retraso, a Venezuela en el siglo XX.

¿NECESITA JUSTIFICACIÓN ARREPENTIDA EL 18 DE OCTUBRE?

Hasta ahora nos hemos limitado al análisis de los factores políticos que llevaron a desembocar en el derrocamiento de Medina. Es fácil deducir, por el desprecio que le merecía al régimen la opinión de su pueblo, que grado de sensibilidad podría tener para sus problemas económicos y sociales. Era el nuestro -como va en vía de serlo nuevamente-  un pueblo desnutrido, palúdico y asolado por toda suerte de parásitos intestinales. Con una inmensa mayoría analfabeta y embrutecida por el hambre. Los beneficios de la industria petrolera se quedaban en los bufetes de los abogados de las empresas o en los bolsillos de una camarilla privilegiada.

Así puestas la cosas, creo que el 18 de octubre se justifica solo, fue producto de una circunstancia que no ofrecía otra salida. Los partidarios del análisis retrospectivo pretenden manejar fichas de tableros y argumentar ahora, a posteriori, sobre ese hecho. Hasta hay algunos que han llegado a afirmar que sin el 18 de octubre no hubiese habido un 24 de noviembre (fecha del derrocamiento de Don Rómulo Gallegos) el argumento es tan arbitrario como si yo dijera que, de no haber muerto Joaquín Crespo en “La Mata Carmelera” los andinos nunca hubiesen llegado al poder.

LOS MUCHACHOS DE OCTUBRE.
Perdone aquel a quien le suene irreverente, pero un Presidente de 37 años merece, por la insolencia de
esa edad, ser llamado un muchacho. La edad promedio de los miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno, no obstante la presencia de Gonzalo Barrios y de Luis Beltrán Prieto, los dos mayores, debía estar en los cuarenta años. El relevo no solo era cualitativo sino generacional, que es lo deseable, cuando se logra esa rara y feliz coincidencia.
 Escapa al espíritu de este trabajo, un estudio de la labor de gobierno cumplida en los 40 meses de la Junta y en los nueve meses de la presidencia constitucional de Gallegos, ricos en iniciativas positivas y en errores políticos. Pero con un balance histórico muy importante.

 En ese trienio se fundaron las bases de las políticas fundamentales para un desarrollo independiente y soberano del país, con un sentido nacional-revolucionario genuino, con la exigencia de ética personal, política y administrativa de los actores. De hondo y auténtico contenido social, se le dio el voto a la mujer, a los analfabetos mayores de 18 años –es decir el 70% de la población- se inició una política de integración económica, con la creación de la “Flota Mercante Grancolombiana”. Hubo libertades  plenas y por primera vez en Venezuela elecciones auténticamente universales, libres y secretas, se erradicó la malaria y se crearon sindicatos obreros y campesinos. Todo ello explica el por qué durante tantos años, el pueblo venezolano le mantuvo su confianza a Acción Democrática.
La visión de un partido no electorero sino con doctrina y programa, con pasión y amor por Venezuela, no fue una pose, ni un ardid político o publicitario, fieles a ellas fueron sus  líderes fundamentales  -que ninguna relación guardan con los que ahora se autocalifican como tales-.
El 18 de octubre de 1945, significó una promesa de
redención popular. Nadie hoy -salvo los náufragos de esa jornada- y los “heredo resentidos”, cuestionan la sinceridad de la vocación política, democrática y revolucionaria de sus protagonistas.



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